MIS ÚLTIMOS LIBROS SOBRE ALQUIMIA
George Ripley – Obras Completas
Me ha llevado más de cinco años de duro trabajo. He gastado mucho dinero comprando manuscritos, mucho tiempo transcribiéndolos y traduciéndolos. Pero ha sido un trabajo muy agradable. Hemos descubierto la fuente primaria de George Ripley, y la fuente original de ambos, que data de 1399. También hemos publicado por primera vez la versión original de Medulla Alkimiae, y mucho más.
MAGNALIA NATURE
Escrita en 1680 por el alquimista alemán Johann Joachim Becher (1636-1682), Magnalia Naturae contiene una de las
narraciones más espectaculares y asombrosas de la Historia de la Alquimia. Redactado a petición de Robert Boyle (1627-1691), en este texto se cuenta cómo Becher fue testigo
de las proezas de otro alquimista, Wenceslao Seiler. Todo en este relato parece increíble: transmutaciónes verificadas, avaricias, sobornos por conseguir la Piedra Filosofal… Pero lo más impresionante de todo es que
ambos, tanto Becher como Seiler, nos dejaron de testimonio medallas realizadas con sus propias transmutaciones que hoy día podemos ver.
La edición es de 100 ejemplares, aunque ya quedan unos 60. Si quieres uno manda un messenger, pero rápido!
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Breve historia de la Alquimia
EL ORO Y EL HOMBRE
El oro ya fue considerado como medicamento mucho antes de que surgiese la doctrina alquímica. El primer contacto del hombre con el oro fue, como no podía ser de otra forma, en medio de la naturaleza. Y el servirse del oro no puede ser considerado como un acto instintivo, como ocurrió con los vegetales y los animales. Ni tampoco el primer uso dado al oro ha de enmarcarse dentro de las actividades normales y elementales de subsistencia. Ni la experiencia, ni el instinto pudieron lograr que el oro fuera considerado un medicamento. Es en otros «productos culturales» donde hay que buscar el arranque de la trayectoria que queremos describir. Por ejemplo, en la magia y en la religión, a veces tan lejos y a veces tan cerca. La naturaleza, poderosa y, muchas veces, cruel con el hombre, sigue un orden que él observa. Hay días, estaciones y otros ciclos, como el de la vida. Este orden fue remotamente asignado a poderes, fuerzas, o dioses, desde el punto en que su «regimiento» no dependía de ninguna intervención humana. Desde que se descubrió el oro, los hombres le han dado una naturaleza inmortal que enseguida se asoció con la longevidad y, de ahí, a la inmortalidad. El oro «vio» cómo le eran atribuidas estas características, entre otras cosas, gracias a su resistencia a la corrosión química.
Sea lo que sea de lo que estemos hablando, el hombre, ante la naturaleza se siente inferior, insignificante. Ahí está la Ciencia para remediar o refrendar este trauma humano. Especialmente cuando el entorno no es misericorde con él. Su capacidad es muy limitada, física y mentalmente. No comprende qué es una tormenta, ni porqué se desborda un río. Pero su capacidad de raciocinio le lleva a explicarlo en algún lugar insospechado de su naturaleza humana. En su entorno, en su vivir diario y cotidiano uno de los elementos de su ambiente que le llama más la atención es el sol. No se duda de su influencia, de su luz, de su calor. El sol es fuerte y poderoso, generador de la vida, dador de la existencia. A él hay que agradecerle mucho y así se hace. El calor que reconforta, la luz que nos hace ver y sus rayos que hacen germinar la cosecha. Pronto se establece la relación de lo de arriba con lo de abajo. Y lo que hay abajo más parecido al sol es el oro. Esta es la base y el origen de nuestra admiración por el oro. Otros de su especie ni son tan fuertes, ni tan cálidos, ni tan semejantes al sol.
Sin duda que en la atracción del hombre hacia el oro hay un mecanismo de unión que parte del primero al segundo. Quizás podamos imaginar sea un camino desde lo general hasta lo particular, algo así como un acto de selección entre cosas con un «valor» (no sólo económico) seguido de una elección del oro. Puede que no fuera así, pero nos es más cómodo pensar que sí a decir que el papel del oro en la cultura sea algo casual. Sin embargo, el ansia de poseerlo, también muy antigua, hizo que algunos hablaran mal del oro. Bueno, concretamente de aquellos que lo deseaban. Por ejemplo, Plinio dijo que el oro era valorado en razón del hambre con que era buscado, censurado y envilecido por los buenos hombres y descubierto sólo para ser una fregona de la vida. Tanto en la religión, como en los mitos y en la magia, el oro jugó siempre un papel bastante importante, aunque, todo hay que decirlo, pocas son las propuestas que se han vertido capaces de ofrecer una idea totalmente convincente de su porqué.
El oro fue usado «desde siempre» por los hombres del antiguo Oriente Próximo habiendo constancia de esto ya en el Neolítico. Aunque en aquel momento el oro no era reconocido como un metal en sí. Entonces se consideraba como un material resistente, carente de validez en la actividad cotidiana y sólo recogido por sus supuestas propiedades mágicas y por su estética. Desde luego, como muy bien apuntó Forbes, el oro no podía competir ni con la madera ni con la Piedra como material básico en la elaboración de armas o instrumentos. No quiere esto decir que, una vez descubierta su maleabilidad, y combinada con la técnica de elaboración de armas y herramientas, pudiera servir de adorno en pequeñas cantidades, una vez que era sometido a la técnica del martilleo, como se puede ver en algunas piezas egipcias.
Pero el oro en la naturaleza es uno de los metales más dispersos y menos concentrados. En el desarrollo de la industria minera de la Antigüedad no puede ser comparado con la metalurgia del cobre, por ejemplo y, por tanto, tampoco debemos ver al oro como algo capaz de hacer avanzar las técnicas mineras de extracción. De hecho, cada tonelada de tierra aurífera tratada para la extracción del oro, suele contener apenas tres gramos del mismo.
ALQUIMIA EN LA INDIA
La India debe haber sido un importante centro de extracción de oro, aunque las fuentes de las que disponemos sean todas clásicas. Aparte de las extracciones realizadas en la zona de Cachemira, la India supuso un camino de importación del oro procedente de Afganistán y el Turkestán chino hacia el mundo helenístico. Con todo, la civilización india y su cultura milenaria parecen haber desarrollado una cosmogonía en la que el oro tuvo un papel muy importante y en aspectos determinantes, ya sean el religioso o el social.
En la India antigua se consideraba al oro como la personificación del sol en la tierra, con todo lo que esto lleva asociado: vida, salud y fortuna. Los famosos vedas indios resultan ser uno de los depósitos más antiguos, por no decir el más antiguo, del conocimiento humano. Los vedas están divididos en upavedas, como el Rikveda, Yajurveda, Atharvaveda y Ayurveda, y se consideran que todos estos emanan de su texto superior, los vedas. En el Ayurveda, el oro es el metal más destacado, seguido de la plata y los demás metales. No podemos olvidar que esta «función mental» de asociación corresponde a unas sociedades «menos desarrolladas» (perdón por el anacronismo). En estas culturas, el oro también aparece en los ritos de sacrificio y también como símbolo del sol.
Toda esta clasificación está contenida dentro de un marco de conceptos e ideas (sistema) que creo convenientes explicar, aunque sea someramente. Este sistema, que se llama Sankhya, dice que el mundo visible ha nacido a partir de una materia ígnea primordial, llamada Prakrti. El Prakrti no tiene forma, no está diferenciado, y no tiene ni límites ni lugar, sin principio ni fin. Se parece al Caos primigenio del Génesis. Además contiene infinitos grumos, o nódulos puros, llamados gunas. Los gunas, a su vez, se dividen en tres categorías: la energía, o rajas; la esencia o sattva y la inercia, o tamas. Por supuesto que los tres están interrelacionados. La última realidad del Universo serían los sattvas y lo más próximo a la materia, a la masa, los tamas. Actuando los tres en equilibrio dan inicio a la evolución cósmica del Universo, a lo que nosotros llamaríamos creación, consistente, como en nuestro Génesis, en el proceso de desarrollo de lo diferenciado de aquello que no está diferenciado. Así, en este proceso, dentro de este sistema, se van conformando todas las cosas, desde el Yo hasta los metales y los minerales, teniendo en cuenta que cada uno de ellos tiene su propio desarrollo, distinto del de los demás. ¿No nos suena esto ya a la Alquimia y su teoría de la formación de los metales y el «arqueo»? Por otra parte, respecto a la formación de los metales, este sistema considera que la materia está en evolución y que el calor solar es el único depósito de calor capaz de generar los cambios químicos en el mundo.
En la religión védica existe ya una asociación que luego nos será muy útil: la del fuego y la del agua. El Dios del fuego védico se llama AGNI y se relacionaba con el oro ya que se consideraba a éste como su semen. Se consideraba su casa y su patria el agua, especialmente el Mar. El sol salía desde el Mar cada día y se recogía también en el agua. Como el oro, ni Agni ni el sol se disolvían en ningún líquido, ya que era del elemento líquido de donde emanaban. Para los seguidores de esta religión, poseer y llevar oro significaba estar congraciado con el Dios Agni, procurarse la fuerza del sol. Esta forma de «preservarse» implicaba ya una seguridad dada al oro y la recepción de una influencia directa. Como vemos, amigo lector, ya estamos recorriendo el camino hacia el uso medicinal del sol que, como no podía ser menos, está relacionado directamente con los astros y su disciplina: la Astrología. No puede entenderse la historia del oro potable sin la Astrología, más aún cuando fue parte del estudio obligado de la propia Medicina durante muchos siglos después.
Pero creo que es mejor que expliquemos todo esto con algo más de detalle. En unas fechas tan tempranas como el siglo VI a.C., un gobernador indio llamado Canakaya escribió una extensa obra llamada Arthasastra. Y en medio de este tratado tuvo la ocurrencia de insertar la descripción de un tipo de oro que, según él, era preparado por transmutación. O, como decían ellos, por vedha. Se hacía con metales base y con mercurio preparado y le puso el nombre de rasa vedha svarna. No piensen que esta terminología sea algo extraordinaria, no. Lo que sí es raro es que su descripción sea tan oscura como un tratado alquímico del siglo XVI. Pero de lo que podemos estar seguros es que la Alquimia, o algo muy parecido, estaba, varios siglos antes de nuestra era, en pleno funcionamiento en la India. Sin embargo, allí se entendió de forma diferente que en Occidente. La Alquimia, en la India, no es un fin en sí misma, sino un camino consistente en la integración de lo individual en cada uno de nosotros, una forma de encontrar nuestra particularidad específica y de encajarla en el yo propio y peculiar.
Todos los metales, incluidos el oro, tuvieron en la civilización India un uso medicinal bastante frecuente, hasta casi podríamos decir que normal. Aunque en los textos no se mencione de forma concreta el oro potable, sí que encontramos medicamentos preparados a partir del oro entre los tratados indios. Llamado svarna en indio, había de ser «purificado» antes de su uso para la salud, o sea: antes de su administración terapéutica. La purificación del oro es una especie de protocolo de trabajo que es algo común en la historia. Básicamente tenía por objetivo limpiar a este metal de sus impurezas. Pero estas suciedades no tenían que ser obligatoriamente algo que se pudiera ver. En ocasiones había que limpiar el oro de unas propiedades inmateriales para poder proporcionar fuerza y equilibrio. Por estos motivos, en la India, si el oro se ingería no purificado, se creía que reducía el vigor y el intelecto individual. La limpieza del oro no era, como ocurrirá en los siglos XVI y XVII, hecha con antimonio. En primer lugar se hacían hojas de oro y se calentaban al rojo y luego eran sumergidas en aceite. Esta operación de calentamiento e inmersión se repetía hasta siete veces consecutivas. También se podía sumergir cada vez en un producto distinto, como orina de vaca, leche, vinagre, etc. Al final, el oro así purificado recibía un sinfín de propiedades, que iban desde la afrodisíaca hasta las clásicas de tónico cardíaco, ordenador de los nervios y algunas más.
Esto resulta ser muy importante porque también topamos, en esta asociación Astrología-Medicina con la idea establecida desde mucho tiempo antes de relacionar una parte del cuerpo humano con un astro. Así, el corazón era el órgano humano directamente asignado al oro. Recordemos que en la India, como se ha dicho, era corriente el uso del oro y de los demás metales para fines muy diversos. Aquí hemos visto que el oro ya tiene asignado un procedimiento medicinal. Incluso el niño recién nacido era reanimado y se le despabilaba mediante unos lavamientos con agua que previamente había sido hervida. Durante el hervor se introducía en dicha agua plata y oro, ya que se pensaba que las propiedades que pudieran aportar no sólo se conseguían por vía interna. El médico indio que practicaba este tipo de terapias lo hacía bajo un grupo de ideas, conocidas como Medicina de Sisruta, ya considerada muy antigua en el siglo V después de Cristo, en las cuáles prevaleció la imagen de una labor que integraba al hombre con un conjunto armonioso y equilibrado.
Otra curiosidad de este tipo de Medicina es la relación existente entre la inmortalidad divina y algún líquido como el néctar o la ambrosía, idea desarrollada en la mitología griega. Aquí la miel juega un papel destacado y Herodoto ya nos habló de la importancia que tenía entre los babilonios, quienes la usaban incluso para embalsamar. He aquí una nueva relación: la miel y el oro, ambas vistas ahora como sustancias conservativas y preservativas de la degeneración. Más adelante veremos, cuando hablemos de la Edad Moderna, cómo estas cualidades son las que perdurarán en el medicamento oro potable. Plinio, en su libro 22 de la Historia Natural, decía que la miel era un medio eficaz contra la enfermedad y, por lo tanto, para el prolongamiento de la vida.
ALQUMIA CHINA
La forma original del signo de la escritura china que designa al oro, llamado chin, o xhin representa cuatro pepitas de este metal unidas por dos líneas de tierra y bajo su superficie, como si estuvieran dispuestas a ser encontradas, recogidas y comercializadas, el uso más habitual que se dio en la civilización china. Sin embargo, el tratamiento terapéutico que le fue dado al oro es, sencillamente, impresionante la mayor parte del mismo bajo la Alquimia.
La alquimia china ha sido estudiada desde muchas perspectivas. Aunque todas ellas tienen algo en común: cuanto menos llama la atención que los autores hagan coincidir su nacimiento con el de la alquimia alejandrina. Especialmente llamativo, no ya por la lejanía geográfica entre ambas, sino también por las diferencias conceptuales. No obstante, tanto las coincidencias como las diferencias originaron debates entre los historiadores, plasmados la mayoría en referencias cruzadas en las ediciones de sus trabajos. De todos ellos, el más enriquecedor (todos lo son) fue el que tenía por contenido la discusión sobre el origen único o multifocal de la alquimia y, en el segundo caso, sus contactos e influencias, cuya nitidez para una perfecta conclusión es realmente escasa. Así, H. H. Dubs fue el único que tuvo dudas a la hora de hacer de la alquimia china el foco emisor hacia Grecia, mientras que Tenney L. Davies se mostró algo más reticente en este sentido unas décadas antes, aunque aquí no quedan rechazadas ni una ni otra. En concreto, Dubs centra el origen de la alquimia china hacia el siglo IV a.C.; piensa, además que sólo podía nacer en una civilización en la que el oro escasease y fuese poco conocido. Este razonamiento le lleva a desechar el origen mesopotámico de la alquimia, donde los métodos de dosificación del metal estaban muy extendidos. Los historiadores no recibieron bien esta afirmación. Dubs también cree que la alquimia penetró en Occidente gracias a los viajeros chinos. Y esta idea también fue rebatida por algunos, como por ejemplo B. Laufer y Stapleton.
En el aspecto historiográfico, la alquimia china ya fue examinada desde el siglo XIX. Se puede considerar al escocés Nathan Sivin como el mejor de sus estudiosos. Como característica principal del trabajo de Sivin, destaca la forma panorámica de abordar la cuestión, un estilo que se iniciara en el siglo pasado a manos de François Mèly, aunque con unos contenidos en nada semejantes, como era de esperar. Esta tónica siguió ya en el novecientos, de la mano del británico Oswald S. Johnson, un historiador “de a pie” y de Alfred Valley, muy centrado en la explicación de los aspectos teóricos, aunque ya, como novedad, cerrara el paréntesis abierto por Davies y se decidiera a publicar la biografía del alquimista medieval Ch‘ang Ch‘un (h. 1148).
En los años cuarenta, toda vez que los conceptos de la alquimia china ya estaban suficientemente expuestos en trabajos anteriores, Li Ch’iao Ping, amigo y colaborador de Tenney L. Davies, publicó un trabajo, aún generalizador, sobre la química oriental, aunque situó la alquimia como elemento práctico de dichos conceptos, lo que representa, desde la perspectiva que aquí he tomado, una innovación. Poco a poco, aparecen estudios más específicos, como son los de las relaciones entre la medicina y la alquimia en China, realizados por Georges Beau, o la vuelta a la cuestión de las influencias, retomadas por el sinólogo y estudioso de la ciencia en esa civilización, Joseph Needham. Por su parte, H. J. Sheppard, estudioso de la alquimia, del hermetismo y de su simbolismo y de todas las cuestiones que la relacionan con la religión, nos proporcionó una excelente visión general en un artículo sobre la alquimia en China. Es curioso que estos autores nos ofrezcan, como por casualidad y a escondidas, su propia opinión de lo que significa para ellos la alquimia (incluso en artículos de tan sólo unas cinco páginas) y no escriban ampliamente sobre ello, sobre sus propias reflexiones en obras de mayor envergadura.
Por último, Mircea Eliade, profesor de la Universidad de Chicago, estudió, con su tono personal de antropólogo, toda la alquimia asiática. Su aportación es, en mi opinión, fundamental ya que supo salvar el problema que rezuma en todos estos trabajos: la depuración de los conceptos usados en cada área geográfica, la justa calibración previa a su uso. Como muy bien dijo, hemos de tener claro que no todo es alquimia, que existen también las artes de trabajar el metal y también el llamado “Arte Real” (Ars Regis) de los metales, practicado principalmente en Egipto, ambos anteriores cronológicamente a lo que podemos definir ya como la alquimia propiamente dicha. No podemos generalizar de la forma en la que lo hicieron muchos de los autores antes mencionados. Una cosa es trabajar el metal, otra es hacerlo con la idea de su transformación y otra la de hacerlo alquímicamente. La metalurgia es mucho más antigua que la alquimia, aunque en ambas haya una idea semejante de la metalogénesis. Para estas cuestiones, nada mejor que la impresionante obra del alemán Edmund von Lippman acerca del nacimiento y extensión de la alquimia. Él se encargará de diferenciar y dejar claro cada cosa. Por ejemplo, nos dice que
“El antimonio metálico, que se obtiene facilísimamente por la reducción del mineral, era conocido antes del reinado del rey babilonio Sargón I (hacia el 2.850 a.C.); una gran bola hecha de este metal nos ha llegado de la época del rey Gudea (hacia el 2.600 a. C.).”
En la actualidad, se considera que la más antigua aplicación del oro como un agente terapéutico, se dio en la civilización china. Y no sólo como oro potable, ni entre los alquimistas. Tanto físicos como cirujanos usaron el oro para curar furúnculos y úlceras. En realidad, el uso del oro en Medicina estuvo muy extendido entre la longeva civilización china. Hay referencias de que se usó para las náuseas nada más y nada menos que alrededor del año 2.500 a.C.. Como nos dijo Huan Kuan, de la dinastía Han, que gobernó prácticamente los dos siglos antes de Cristo, «la gente bebe oro y perlas porque ellos creen que así disfrutarán de la vida eterna en la tierra y en el cielo». Lo mismo pensaba Wey Bojang, escritor del texto Zhouyi Congtongqi, añadiendo que el oro «es la cosa más valiosa del mundo porque es inmortal y nunca se corrompe. Los alquimistas lo toman y así alcanzan la longevidad». Como han apuntado algunos estudiosos, la gente sabía muy poco de la «naturaleza inmortal del oro» desde el punto de vista estrictamente científico, pero le llenaron de maravillas sobre sus efectos en el cuerpo humano. Esto fue lo que hizo que el oro potable naciera. Concretamente fue el hecho de que, tras los «dones» otorgados al oro antes citados, se inició una exploración de las aplicaciones del oro para el tratamiento de las enfermedades. De ahí surgieron dos cosas. Por un lado el oro medicinal, dando lugar a varias aleaciones y a un mosaico de preparaciones, por otro el oro potable, consistentes todas en diversas soluciones, ya sean llamadas así por tener un color similar al oro o por contener algún ión de oro. De cualquier forma, también dio origen al elixir de la longevidad. Aunque hemos de tener cuidado y no equiparar siempre al oro potable con el elixir. Todo oro potable podía ser llamado elixir, pero no todo a lo que se llamaba elixir era oro potable.
En la Antigüedad se fue acumulando experiencia gracias a una práctica insistente e imparable. Así, sobre el oro medicinal, la combinación de varios medicamentos desarrolló la comprensión de su efecto en la cura de la enfermedad. Esto llevó a que el oro fuera otro componente más. Ahí tenemos varios ejemplos, como el Zixuedan, que llevaba, además de oro, talco, magnetita y varias raíces de plantas; o el Zhibaidan, que incluía, además de oro, cuerno de rinoceronte, ámbar, etc. Ambos medicamentos, de uso interno, ya los encontramos en el Bencao (libro o compendio de materia médica) que escribiera Li Shizhen (1515-1593) en el entorno de la famosa dinastía Ming (1368-1644).
En cuanto a la alquimia como tal, la primera noticia en China se remonta al año 81 de nuestra era. La daría Huan Kuan, a quien ya hemos citado, en su libro De la sal y el acero. Aquí, el oro potable es descrito como uno de los mejores elixires. Pero además deja asentado que este medicamento es referido siempre como un «oro bebible». Al parecer, otros oros medicinales, hechos a partir de escamas y polvo de oro estaban en camino de ser desestimados, porque se pensaba que no podían estar mucho tiempo asentados ni en el estómago ni en los intestinos. No por el oro en sí, sino por la toxicidad que provocaban los otros elementos del compuesto medicinal. De ahí que se intentara solucionar el problema haciendo un «oro bebible». Algunos estudiosos, como Meng Naichang han reproducido las recetas de oro potable aparecidas en varios textos antiguos con resultados distintos. En cualquier caso, lo más importante es que fue en China donde se acumuló una gran experiencia a partir de una práctica continuada. No es que en épocas posteriores no se dieran fases de mucha actividad, no. Pero en China, el desarrollo de dicha actividad fue muy parejo al marco conceptual bajo el que se desarrollaron. En cambio, en el siglo XVII, por ejemplo, algunas reflexiones sobre el oro potable se distanciaban completamente de la práctica.
Pese a que la alquimia china sigue siendo una gran desconocida, no en vano hay que dominar el chino clásico para poder acceder a sus fuentes, si sabemos que se desarrolló siguiendo dos tradiciones: la llamada alquimia externa o waidan y la alquimia interna o neidan. Ambas buscaban el mismo objetivo, la inmortalidad, pero cada una seguía caminos distintos. Podríamos decir que la alquimia externa era material, encaminada a la preparación de supuestos elixires de la inmortalidad a partir de la manipulación de sustancias naturales, mientras que la alquimia interna era de carácter marcadamente espiritual y perseguía producir un cambio dentro de la persona del alquimista, para producir su perfeccionamiento.
En los primeros siglos de nuestra era surgen los primeros datos sobre la búsqueda de un elixir de la inmortalidad. Los alquimistas chinos seguidores de la alquimia externa intentaron elaborar una droga de la inmortalidad por medio de la transmutación de las sustancias químicas. Este elixir, denominado Huandan o Elixir del Retorno, se obtenía tras devolver las sustancias de partida a su condición original, a través de la repetición de operaciones cíclicas. Los principales ingredientes para preparar el elixir eran el cinabrio, por su color rojo y sus propiedades químicas, y el oro, por su inalterabilidad. Existían varias recetas, siendo la principal aquella que sublimaba el cinabrio hasta nueve veces, produciendo la Unidad Primera, unión del yin y del yang, pasaporte a la inmortalidad
Si bien esta teoría parece ser la hegemónica, para Michela Pereira, máxima especialista en la materia, la conexión del mito de la inmortalidad con las técnicas metalúrgicas se produce en Occidente más tarde que en las culturas orientales. La época en la que se retoma el concepto de un fármaco mítico es a través del contacto con la cultura islámica. Es entonces cuando la idea de que un producto alquímico pueda conferir a los seres humanos la salud perfecta y la longevidad (la inmortalidad no se podía concebir en el esquema cristiano) será el momento culminante de la historia de la alquimia occidental, rápidamente seguido de una diversificación en la búsqueda alquímica, que cristalizará en una tradición de múltiples facetas. Es decir, a pesar de no rechazar los postulados de Needham y Pregadio, no está suficientemente claro que los mismos hayan de ser así.
ALQUIMIA EN ASIRIA Y BABILONIA
Estrabón nos habló de la existencia de oro en el río Hytkanis, en la región de Carmania, en lo que fue Persia. Pero lo más llamativo, aparte del uso medicinal del oro, es el grupo de leyendas generadas en esta zona que la relacionan con el norte europeo, como nos dejó dicho Herodoto; Estrabón cuando habló de los masagetas o los ríos hyperbóreos o Plinio, con la famosa historia de la lana dorada.
Para el caso de los estudios históricos en las civilizaciondes asiria y babilónica hay, no obstante una diferencia respecto el caso chino o griego: las publicaciones de ambos tipos (generales y específicas) coinciden cronológicamente en los años veinte y treinta. Un buen ejemplo son las de Richard C. Thompson, del primer tercio de siglo, quien, a pesar de usar el término /químico/ en sus obras, casi habla de alquimia tanto como de química. Otra faceta inherente, tanto a la alquimia como a la química es la técnica operatoria y su aplicación, su concordancia, o no, con los principios teóricos, tanto químicos como alquímicos. Si ya es difícil su estudio en otras épocas posteriores, más aún lo es en ésta. Afortunadamente, el erudito alemán Edmund Darmstaedter se ocupó de ello, cuando la alquimia gozaba de interés en la Alemania de los años veinte y treinta. El mismo tema sería retomado en los años cincuenta por Marcel Levey, quien analizó de forma concienzuda los textos de carácter científico y la metalurgia que se practicaba en Mesopotamia. Pero es necesario esperar hasta los años sesenta para que saliese a la luz un trabajo específico de calidad, tanto por su contenido como por la contextualización. Fue el artículo, de tan sólo quince páginas, que publicase Alfred L. Oppenheim.
ALQUIMIA EN EGIPTO
Es muy probable que unas cuentas de collar de oro encontradas en antiguos yacimientos excavados en Egipto pertenezcan a un periodo conocido como el Badariense, es decir, casi 4000 años a.C. No parece mucho, la verdad, pero apenas 500 años después, en otro periodo llamado Geerzense, ya quedó demostrada la relación comercial del Alto Egipto con Palestina, por un lado y con Mesopotamia por otro. En esta relación comercial el principal producto que interesaban a los extranjeros era el oro. En estos momentos, hacia el 3250 a.C., la principal región productora es la que ocupa el espacio entre el Valle del Nilo y el Mar Rojo. Incluso la ciudad de Nagada nació frente a Coptos, en la desemocadura del Uadi Hammamat, lugar idóneo para controlar todo el comercio de minerales y metales procedentes del desierto oriental egipcio. Por cierto, que Nagada significa «la Ciudad de Oro». Es más, alguna autoridad en la historia del Egipto pre-dinástico no duda en afirmar que «el esfuerzo por controlar este comercio y explotar las riquezas del desierto oriental […] pudo ser un factor importante en el establecimiento de un control contralizado mayor…». O sea, que el comercio del oro fue capaz de generar y orientar, acompañado de otros factores, el nacimiento de la magnífica, inigualable y esplendorosa civilización egipcia. Casi nada.
La fascinación de la civilización egipcia por el oro es algo que no sorprende ni al más desinteresado. Los faraones mandaban expediciones fuera de sus dominios para conseguir oro con el que llenar y decorar sus tumbas y ellos mismo se llamaban descendientes directos del Dios-Sol Ra, lo que significaba que, así, adquirían sus propiedades en el «otro mundo». No menos ocurría con el resto de la población, que usaba collares y amuletos que servían de vehículo para los hechizos mágicos.
También en el Egipto Antiguo eran frecuentes las narraciones sobre bebidas relacionadas con la inmortalidad y la longevidad, especialmente en los escritos gnósticos y herméticos. En el Poimandres, un texto del Corpus Hermeticum, aparecen bebidas tales como al Agua de Vida (Aqua vitae), Aqua permanens o, ya el propio oro potable. El uso combinado de la miel y el oro, que se dará a finales de la Edad Media y en la Edad Moderna procede de todas estas asociaciones, algunas de las cuales acabaremos de explicar en su lugar correspondiente. Y, por supuesto, el Sol. No se concibe la civilización egipcia sin él. Todo su mundo, su cosmogonía y sus creencias, sean del tipo que fueren, quedaron determinadas por el sol. Claro que no nos olvidamos del Nilo. El sol rige la dualidad de los mundos, el día y la noche, la vida y la muerte. El hades egipcio abajo y el Dios-Sol en lo más alto de Egipto.
Pero vayamos más despacio. A menudo se ha dicho que en Egipto no hubo lugar para la Ciencia y que un conjunto de operaciones o de observaciones agrupadas en forma de «arte» o conocimientos no podían ser vistas como el tipo de pensamiento inherente al que hay en todo marco científico desarrollado por una civilización. Que se sepa que había minas, que Nefertiti mandaba expediciones para buscar los mejores árboles de canela en el África más profunda, o que la estrella Sirio ocupaba un lugar fundamental en la astrología egipcia, no pueden conformar elementos a los que se llamaría propiamente «Ciencia Egipcia». Esto es un grave error. Sí que hubo Ciencia egipcia, y mucha. Aunque estamos ante el problema de querer ver todo tal y como pensamos que debería ser a nuestros ojos. Los egipcios elaboraron una escritura nacida de lo que hoy se llamaría «contabilidad aplicada a empresas». Y una empresa egipcia era organizar y controlar la construcción de una pirámide hasta su final.
Nosotros, nuestra Ciencia, si fuera vista por alguien totalmente ajeno, la vería como el más puro arte de clasificar. No decimos qué es algo si antes no está clasificado. Una nueva constelación, una nueva planta, una nueva especie. Todo está dentro de un grupo que, quizás, pertenece a otro grupo más amplio, y así sucesivamente. Hoy día, cuando los científicos dicen que un nuevo descubrimiento ha de ser visto con cautela y que están a la espera de confirmaciones, lo que en realidad quieren decir es que lo que han visto no está aún clasificado al cien por cien.
Los egipcios también clasificaban, pero no como lo hacemos nosotros. Así, ellos englobaban dentro de lo mismo a los metales, a sus aleaciones, a algunos minerales de color o brillantes y a las piedras preciosas, algo que a nadie se le ocurriría en la actualidad. Lo hacían porque a todos se les aplicaba un trabajo de cocción dentro de la práctica del metalúrgico o del orfebre. Otras veces cambiaban esta forma de clasificación y se acogían a una diferente. Por ejemplo lo hacían basándose en algunos aspectos físicos. Así había elementos brillantes, o blancos, o duros… En alguna ocasión, alguien hablaba sobre cuál era la relación, dentro de la terminología alquímica de los conceptos «hidrargyros» y «litargyros». Ambos eran blancos. En última instancia, la clasificación de los metales y minerales por los egipcios se basaba en algunas de sus propiedades que les hacían parecer inalterables. Ya podemos ir pensando en que, con lo dicho, en los egipcios, la idea del fuego como elemento transformador era muy importante. La inalterabilidad, el brillo, la cocción… todo estaba relacionado con el trabajo con el fuego.
Al trabajar con el fuego, ante los ojos de los alquimistas, lo inalterable dejaba de serlo. Especialmente el vapor que se desprende, que es el producto más simple que se obtiene tras someter un metal o un mineral al fuego alterador. Más adelante, desarrollando el contacto con el fuego, se puede hablar de calcinaciones, cenizas, sales, etc. Pero la idea de esencia y de tintura de los metales nace desde el primer momento entre los egipcios. Sin embargo, la de un fuego purificador es anterior, muy anterior, tanto que no puede ser precisada.
Se conservan en la Universidad de Leiden (Holanda) una colección de papiros egipcios que se consideran como los textos alquímicos más antiguos conocidos. Su importancia histórica, no sólo en la historia de la Alquimia, sino en la historia General, está lo suficientemente demostrada. Los papiros de Leiden pertenecen a un fondo mayor, una colección de antigüedades que se reunieron en la primera mitad del siglo XIX. El promotor de esta colección fue el vicecónsul de Suecia en Alejandría. Está escrito en lengua demótica, sucesora de la egipcia, y también transcrito al griego. Consta de una serie de descripciones de palabras de materia médica y de Alquimia y fueron extraídos de una tumba de la antigua e importante ciudad egipcia de Tebas, probablemente de un mago. Cuajado de ideas gnósticas, relacionando la astrología con las plantas y con el estudio de las aleaciones metálicas, no contienen nada del oro potable, pero sí nos ofrecen una excelente imagen de la trayectoria de la idea de tintura metálica, cuyo soporte conceptual está hermanado con el del oro potable. Están concretamente en las partes referentes al refinamiento del oro. No es que se centren exclusivamente en él, ya que se describe cómo se emblanquecía el estaño, o el cobre, o se purificaba la plata, pero aquí lo que nos interesa es el oro.
Sobre el oro, mencionan ciertas prácticas artesanales, entendiendo artesanal como el conjunto de operaciones realizadas por un especialista conducentes a la obtención de ciertos productos y elaboradas con la ayuda de varios instrumentos. Así, nos explican cómo se coloreaba, nos ofrece procedimientos para las soldaduras de piezas de oro y la preparación del licor de oro. En cuanto a la Alquimia propiamente dicha, hay varias cuestiones relativas a la transmutación de los metales, como la multiplicación del oro y la tintura del oro. Mucho se ha criticado a quienes afirmaban que en estos papiros hay evidentes connotaciones alquímicas, frente a otros que defienden lo contrario. Es difícil de saber. Sobre todo porque quizás resulte que es a su contenido a lo que los antiguos llamaron Alquimia y no a lo que nosotros solemos hacer, algo en lo que no se suele reparar.
ALQUIMIA EN GRECIA
En cuanto a la técnica relacionada con la Alquimia, la destilación, los alambiques descritos por los griegos sirvieron a los alquimistas para preparar lo que ellos llamaban «aguas divinas», como la que hacían con azufre nativo y cal. De su unión se obtenía un polisulfuro de calcio que atacaba a los metales muy rápidamente. Por ejemplo, el agua de azufre, que tuvo un gran papel entre los alquimistas griegos. Después, este nombre fue sucesivamente extendido a los líquidos destilados de toda naturaleza, como el vinagre, las soluciones de ácido sulfuroso o ácido sulfúrico, los aceites esenciales y cualquier tipo de aguas extraídas de las plantas.
Durante muchos siglos, la Alquimia, de donde emanó la idea del oro potable, estuvo dominada por la filosofía de Aristóteles (356-323 a.C.). En realidad, no podemos comprender cómo fue la ésta sino entendemos primero qué dijo nuestro filósofo. Bueno, dijo muchas cosas, pero las que interesan aquí son las relacionadas con la teoría de la materia. Es curioso que los alquimistas nunca pretendieron, ni con el más mínimo esfuerzo, deslindarse de la idea de una materia universal. Para Aristóteles, todas las cosas tenían como origen una materia primera. La misma no existía como tal, sino que se pasaba de la potencia al acto mediante su plasmación bajo cualquier cosa que tuviera forma. Así, la forma ha de ser entendida como la dureza, el brillo, el color, el peso… todo lo que fuera capaz de dar tan sólo una propiedad a las cosas. De las formas se originaban los cuatro elementos (tierra, aire, agua y fuego). Cada elemento estaba a su vez compuesto por pares de cualidades. El fuego tenía dos, el aire otras dos y así todos. ¿Qué cualidades? Eran también cuatro: el calor, lo seco, lo frio, y, por último lo húmedo o líquido.
Si hay cuatro elementos y cuatro cualidades y cada elemento tiene dos cualidades, obligatoriamente han de compartirlas. En efecto, Aristóteles señaló que el fuego tenía entre sus cualidades el calor y lo seco; el aire compartía el calor con el fuego, además de tener lo líquido o húmedo; el agua compartía con el aire lo líquido, además de tener lo frío y, por fin, la tierra compartía lo frio del agua y lo seco del fuego. Esta característica del sistema aristotélico, la de compartir cualidades entre los elementos con sus más próximos, se hacía de forma igualitaria, ya que en cada uno de ellos predominaba una cualidad. El fuego era calor en primer grado y seco en segundo, y así sucesivamente.
La clave de la idea de transmutación de la Alquimia está en que Aristóteles decía que ningún elemento es algo cerrado, inmutable e invariable. El fuego podía convertirse en aire por medio del calor, el aire en agua por medio de la humedad; el agua en tierra por medio del frío y la tierra en fuego por medio de la sequedad. No era la única forma de cambiar que poseían los elementos. Si el fuego se desprendía de lo seco y el agua de lo frío, se convertían en aire, o si el aire se desprendía del calor y la tierra de lo seco, se convertían en agua. En realidad, en todo esto, lo que cambia es la «forma», pero nunca la materia prima que constituye la base de cada elemento.
Así, el alquimista avezado, sabiendo alterar proporcionalmente cada cosa, y sabiendo cómo se ha de hacer, podría fijar su objetivo en su tarea. Para ello también se basaron en las ideas aristotélicas. Sobre cómo se formaban los metales y lo minerales, decía que había dos humores, vapores o exhalaciones, como queramos llamarlo, aunque el filósofo no aclara si llegan a ser materiales alguna vez o no, o si simplemente son alguna especie de espíritus. Una de las dos es vaporosa y la otra humeante. La vaporosa se produce cuando el calor del sol sobre el agua hace subir el vapor de la misma. La otra, la humeante, ocurre cuando el calor del sol cae sobre la tierra seca. Podemos imaginarnos esos días de calor sobre el asfalto visto a lo lejos, donde todo lo que hay encima de él parece moverse. Esto es a lo que Aristóteles llamó exhalación humeante. También dijo que una, la humeante, es el origen de todos los minerales; y la otra de todos los metales. Los metales, pues, nacen a partir de una exhalación humeante que no puede salir y queda aprisionada. La diferente presión originaría las diferentes clases de metales.
En la mitología griega, Ganímedes fue considerado el más bello de los mortales. Era el hijo de Tros, un troyano, y de su mujer Calirroe, hija de un Dios fluvial llamado Aqueloo. Su belleza hizo que Zeus le eligiera para trabajar en el Olimpo como copero de la mesa donde comían. Sustituyendo a Hebe, Ganímedes pasó a servir a los dioses el néctar y la ambrosía, las dos bebidas que, unidas, conferían la inmortalidad. A veces, Zeus, recompensaba a los que se veían afectados de sus caprichos. Y esta fue una de esas veces. Como sustitución por el servicio de Ganímedes, Zeus regaló a su padre, Tros, dos cosas que nos llaman la atención: un corcel inmortal y una cepa de oro. No tiene nada que ver este pequeño relato mitológico con el oro potable, pero en él se encuentran prácticamente todos los elementos que lo caracterizarán: el agua como elemento líquido, la inmortalidad y el oro.
Por su parte, la Ciencia griega concede un muy escaso papel al oro dentro de la Medicina, ni Platón lo hace en la fábula del hombre-metal que diera en «La República». Y los grandes médicos Hipócrates, Celso y Dioscórides daban al oro un papel puramente pintoresco. Dioscórides dijo en su Materia medica que el oro debería apagarse en vino. Es curioso que, y según sus propias palabras, Dioscórides prefiera el vino al agua ya que atrae mejor las virtudes del metal. Esta idea no era exclusiva del oro. Avicena, Pablo de Egina y Aecio nos mencionarán en la Edad Media que si una piedra de molino se apaga en vino, éste mejora bastante. No olvidemos que en el período clásico griego, la química metalúrgica era ejercida, exclusivamente, por esclavos. Trasformar la materia era indigno de los filósofos, debido al divorcio existente entre razonamiento y experiencia. Por estos motivos, el artista del metal guardaba sus secretos, mientras que el filósofo hacía lo mismo con las ideas.
Pero no podemos descartar que la idea del oro medicinal perviviera dentro de la Medicina popular, una compañera de viaje de la oficial que aún hoy sigue a su lado. Pero volvamos a Plinio. En el capítulo 25 del libro 33 de su Historia Natural ve el oro como un medicamento enérgico si se lleva como amuleto, lo que amplía las propiedades mágicas de la Antigüedad que hemos repasado tan ligeramente. También describe un preparado mediante calentamiento de oro con sal y una sustancia llamada «misy» (probablemente pirita). No sabemos con certeza qué era el misy, pero ya aparece enunciado en los papiros de Leiden y de Estocolmo.
Sin embargo, Plinio era de la idea de que el oro podía transmitir su «fuerza» a las cosas que se quemaban junto a él en una vasija de barro. Y así nos propone quemar el oro con algunos grumos de sal (el doble del peso del oro) y el mismo peso de esquisto que de oro. No sólo eso, Plinio ya sabe que el alumbre negro puede purificar al oro. Con la ceniza de este procedimiento de calcinación, al disolverse en agua podía curarse el salpullido de la cara, las fístulas y las hemorroides.
Tampoco el afamado médico Galeno da ningún uso ni a la plata y ni al oro. Ya hemos hablado de la relación con el medio que hizo que durante siglos el hombre aceptó que cada reino de la naturaleza estaba destinado a proporcionarle medios específicos para su subsistencia. Muchos de estos medios eran usados, como también hemos dicho, de forma instintiva.
Así, del reino animal tomaba todo lo que necesitaba como alimento, el reino vegetal constituía la gran botica a la que podía acudir cuando se encontraba enfermo y el reino mineral era la fuente de los venenos. Estos conceptos, asimilados por el médico Galeno de Pérgamo en el siglo II de nuestra era, sentaron las bases de la farmacología racional, practicada durante siglos en el occidente europeo. Dejamos de lado que Aristóteles menciona en sus textos pseudográficos de la Edad Moderna al oro como medicamento y de forma muy semejante a como lo hiciera después Avicena.
No hemos de desesperarnos tan pronto, ya que la continuidad histórica, al menos desde el siglo VI antes de Cristo, está definida. Un griego, Nicandro de Colofón, médico y poeta, de fines del siglo III a.C., escribió varias obras, muchas de ellas ya perdidas, como suele ser habitual. Entre las que quedaron hay dos de tinte farmacéutico, como Theriaca y Alexipharmaca. La primera de ellas, bastante general, trata de las heridas causadas por animales venenosos, como el escorpión; la segunda es un complemento a la anterior, dando mucho más detalles sobre venenos de los tres reinos. Al hablar de los remedios contra el veneno de acónito, nos recomienda tomar agua en la cual se halla sumergido un trozo de metal de hierro, o plata u oro. Así, una vez apagada la incandescencia en que fueron sumergidos, el agua se ha de beber. Toda esta tarea, según nos dice, también se puede hacer con miel. Es poco y parece seguir a Dioscórides, pero ya tenemos un ejemplo de la consideración existente sobre la simpatía que se transmitía de un metal a algo líquido. Esta consideración no debemos achacarla, en absoluto, a una época concreta o a unas creencias particulares. Hay ideas que se insertan en una cultura y se transmiten. Luego van siendo partes integrantes de la misma y suben al escalafón de la cultura general humana.
En este recorrido cronológico realizado desde lo general hasta lo específico, desde los estudios amplios, donde la alquimia se integra en la química, hasta los aspectos exclusivos que le dan carácter propio, podemos ver cualidades que no son tratadas con la debida profundidad en las del primer tipo. Por ejemplo, los espectos técnicos fueron analizados por R. Pfister ya en 1935, los religiosos, por Charles A. Browne y los filosóficos, los más importantes, por Arthur John Hopkins, quien concluyó que el mencionado divorcio entre filosofía y química descrito por Hoefer, a pesar de existir realmente, fue en la propia civilización griega donde murió, originando así la nueva “filosofía de la naturaleza”, tesis que más tarde sería rebatida por Mircea Eliade. No se puede concluir sin mencionar algunos trabajos de conjunto que nos ofrecen excelentes perspectivas generales acerca de toda la ciencia griega, cuya lectura es necesaria para comprender el lugar que la alquimia ocupó en ella. Así, los profesores de la Historia de la Ciencia Cohen e Israel Edward Drabkin (1905-1965), ambos rupturistas, publicaron hacia finales de los años cuarenta varios trabajos de este tipo donde profundizan en las raíces filosóficas de la ciencia griega, cambiando hábilmente de un nivel a otro sin embrollarse; aunque, a mi juicio, los de G.E.R. Lloyd son verdaderamente imprescindibles para la comprensión de algunos conceptos que, más tarde serían asimilados por la alquimia, y para ver las raíces de algunas de sus bases de pensamiento ya en la Edad Moderna.
Mucho se ha escrito sobre el nacimiento de la Alquimia y aún parece que seguirá siendo así. Un historiador italiano, G. Carbonelli, decía que en ciertas láminas de carácter mágico que aún se custodian en el Museo de las Termas de Roma aparecen evidentes signos alquímicos, como los del fuego y los de la sublimación. Otro estudioso, Eisler, fue más atrás y consideró que la Alquimia egipcia descansa sobre antiguos modelos babilónicos. Su apuesta fue, en su tiempo algo temeraria y enseguida hubo quien le contestó, como Wilheim Ganzemüller, otro excelente historiador. Ganzemüller pensaba que las recetas babilónicas en absoluto reflejaban referencias a la transmutación metálica, por lo que consideró que llamar Alquimia a un conjunto de recetas de esmaltes, o de piedras preciosas es empequeñecer el propio concepto de la Alquimia. Prefirió, en cambio, conceder mucha, muchísima importancia a los aparatos de destilación en la conformación, que no origen, de la Alquimia. Otra opinión fue la que emitiera Forbes, más conciliador. Él decía que, en el proceso de formación de la Alquimia se pueden ver varias influencias, en concreto tres. Por un lado la filosofía y la tecnología desarrollada en el Antiguo Cercano oriente. De otro lado, los dogmas filosóficos de las antiguas civilizaciones de India y Persia. Y, por último, ve un alto componente de la filosofía y de la Ciencia griega.
Con todo, la civilización griega ha quedado para la posteridad, entre otras cosas, como el cohete propulsor de la filosofía. Y dentro de esta actividad intelectiva del hombre, hubo muchas opiniones que, en cierta medida, tendrán su reflejo en la idea de universalidad con la que contará el oro potable. Más aún, no podemos descartar que, además del aristotelismo, la Alquimia recogiera influencias de alguna parte del pensamiento griego. Un grupo de filósofos bastante curioso, conocido generalmente como los estoicos, consideraba que el mundo es una cristalización transitoria y con una degradación progresiva que va desde el «éter» hasta la tierra grosera, desde la sustancia pura, eterna y activa de Zeus. Y esto, para ellos, ocurría gracias a las propiedad que tenían cada uno de los elementos de mezclarse íntima y totalmente con su elemento más próximo. También hablaban de la existencia de una especie de «soplo de fuego», o ígneo, o pneuma, que emanaba directamente del éter divino, que alentaba la vida y que, con su actividad, distribuye la razón por todas las partes del Universo. De esta forma, todas estas partes quedaban relacionadas entre sí, mediante una relación, o una simpatía misteriosa y poderosa a la vez. Parece muy poético, pero no se pensaba de forma muy distinta, con sus debidos matices, en el ámbito del hermetismo y el gnosticismo de las escuelas griegas de Alejandría siglos después.
He aquí que nos hemos topado con otro problema: el del elemento primero y el del devenir. Y digo devenir, porque para los griegos, el mundo no es algo estable ni permanente, aunque tenga una causa, un origen y un motor único (o universal). Toda una serie de pensadores abordaron este problema. Tales de Mileto, por ejemplo se preguntaba cuál era el elemento primordial, concluyendo que sólo podía ser el agua. Qué curioso, concuerda con el antiguo mito del océano generador de la vida. Si hay un generador de la vida, podría haber también un regulador o potenciador de la misma. ¿Es que están pensando en otra cosa que no sea el sol? Vaya, vaya… Oh! Sorpresa! El sol y el agua juntos, como Agni… En efecto Tales, el de Mileto, vio en la humedad una fuente de vida, un elemento fertilizador, cuya condensación originaba los cuerpos sólidos y su evaporación el aire. Por supuesto, no se olvidó de decir que el aire es el elemento que engendra al fuego. Tampoco fue el único. Anaximandro nos habló de una sustancia infinita que se extiende, incluso más allá del Universo y en cuyo seno se forman los mundos. Era una sustancia desconocida, una «supra-sustancia» que llamó apeirón, o sea: infinito. Más tarde, el oro potable será visto como una quinta esencia, una supraesencia, de infinitas virtudes. El apeirón de Anaximandro es infinito e indefinido, ilimitado e indeterminado, es la inmensidad y es inagotable, es quien engendra y circunscribe a la infinidad de universos ¡Qué sugestivo! Al menos a mí me lo parece, aunque me cuesta imaginarme, al contrario de él, cómo sería ese caos donde pre-existen todos los elementos. Otro «Anax», en este caso Anaxímenes vio y consideró que el elemento universal era el aire; aunque él le llamó «principio universal». Para liarnos un poco más, Heráclito dijo que nada de aire ni de agua. El fuego. El fuego era el elemento primordial. Ni mucho menos faltaron otras opiniones y aún podemos ver que para Jenófanes, ni fuego, ni tierra, ni agua, ni aire. Para él es el «uno» abstracto y absoluto quien colma el Universo y se confunde con él y con Dios, quien explica, atención, la inmutabilidad del ser y la sucesión de las apariencias. O dicho de otra forma, como se expresará siglos más tarde John Dee, en el siglo XVI, la heterogeneidad de lo que se nos presenta ante nuestros sentidos no es sino el signo evidente del monadismo que rige todo. Parece mal poner en el mismo párrafo a alguien de la talla de Heráclito junto a John Dee. Pero el segundo fue un excelente matemático, además de mago y el primero podemos considerarlo como el rey del especticismo, ya que no daba validez a ningún experimento de los que se hacían entre sus seguidores si no era escrito en una tabla de arcilla y, además, no llevaba ésta su propio sello. ¡Qué poco científico! ¿O quizás no?
EL HERMETISMO
Hoy día se consideran como pilares de la historia de la Alquimia a Hoefer, Kopp, Berthelot, Lippman o Stern, los cuales desarrollaron su actividad en el siglo XIX. Sin embargo, hemos de pensar que ellos no se remontan más atrás de los siglos II y III de nuestra era. Fue el citado Eisler, allá en el año 1926, el primero que «osó» remontarse hasta el siglo VII a.C. poco tiempo después de que se descubrieran las tablillas de la biblioteca de Assurbanipal en Nínive.
Uno de los centros históricos de la expansión griega fue la ciudad de Alexandría en Egipto, una factoría de mentes deseosas de conocimiento se ejercitaron allí. De entre sus logros, destaca el Hermetismo.
El Hermetismo toma su nombre del personaje central, el dios egipcio Hermes-Toth, el corazón del propio Ra, el dios que abre las puertas de la vida y de la muerte, el que conduce las almas al Hades y el mensajero de los dioses. Como poco, tiene atestiguada una inscripción en Esna, situada en el Alto Egipto, a comienzos del siglo III a.C.. De carácter abiertamente pagano, el Hermetismo, junto al gnosticismo y el neo-platonismo, resultaron ser continuaciones directas de la antigua civilización egipcia. Es más, esta civilización, aunque supeditada a las tradiciones cristianas y bíblicas en lo referente a la moral y la religión, era considerado hacia el año 1600, el mismo en que quemaron vivo a Giordano Bruno en Roma, el origen de la civilización y filosofías griegas. Hermetismo, neoplatonismo y gnosticismo eran filosofías de “dos caras”, que predicaban la superstición para las masas y el verdadero conocimiento para la elite. No obstante, este conocimiento “no era básicamente un conocimiento racional… podríamos traducir esta palabra por intuición, pues implica el proceso intuitivo de conocerse a sí mismo”.
El hermetismo fue, sin duda, la primera de las tres escuelas que ejerció una influencia decisiva en la formación de los otros dos movimientos, el gnosticismo y el neoplatonismo. Hasta la aparición del helenismo romántico y del concepto de “progreso” en el siglo XVIII, Egipto siguió estando presente en la Historia tras la caída de su religión. Para el investigador del Hermetismo es una satisfacción encontrarse con que se ha trabajado sobre él desde mediados del siglo XV hasta nuestros días.
También ha habido debates muy enriquecedores, especialmente referentes al origen de la doctrina y los textos que la contienen. En común con la Alquimia, el Hermetismo comparte su elitismo, su doble faceta (esotérica y exotérica), su creencia en una Causa última (deificada o evemerizada) y en un procedimiento ascendente para conectar con ella; también en una orientación jerárquica, unas leyes semejantes y la no distinción entre ciencia y religión. Pero, cuidado, como dice Festugière: “La alquimia de Hermes no difiere en nada de la de Ostanes, la botánica astrológica, nada de la de Ptolomeo”. Es decir, Hermes y el Hermetismo no aportaron tanto como se cree a las bases conceptuales de la Alquimia, a pesar de ser uno de sus pilares. Sí, en cambio, prestó su nombre a las inspiraciones de muchos autores posteriores. “No hay un ocultismo propiamente hermético”, nos vuelve a decir Festugière. Para este estudioso, como para muchos otros, la unión doctrinal ciencia-religión se llama “ocultismo”.
De todos los alquimistas alejandrinos, quizás sea Zósimo el más conocido. Trabajaba en su laboratorio hacia el año 300 de nuestra era. También puede considerarse como el más influyente de su tiempo en cuanto a la configuración de la idea que se tendrá del oro potable y de la quinta esencia siglos después. Sólo tenemos que leer lo siguiente para comprobarlo, cuando habla del «agua divina»:
«He aquí el gran y divino misterio, la cosa buscada por excelencia. Esto es todo. Dos naturalezas, una sola esencia; porque una de ellas entraña y domina a la otra. Esta es la plata líquida, el andrógino que está siempre en movimiento. Es el agua divina que todos ignoran. Su naturaleza es difícil de entender: porque no es ni un metal, ni agua, ni un cuerpo. No se la puede dominar, es el todo en el todo; tiene el aliento de la vida. Quien entienda este misterio tiene el oro y la plata.»
A modo de conclusión, en este repaso al oro en la Antigüedad, no podemos dejar de hablar de un aspecto poco tratado. Muchas veces el oro se presenta bajo aleaciones. No en vano se han hecho análisis de multitud de piezas encontradas en todo el mundo antiguo que lo demuestran. El «electrum», por ejemplo, es como se llamaba al oro aleado con plata, llamado también «oro blanco» por Herodoto. El «bronze corinto» de Plinio era una aleación de oro, cobre y plata. Todas estas aleaciones, y en sus diferentes proporciones, hacían que una amplia gama de colores se mostraran a los ojos de auqellos hombres, desde el casi platreado, hasta el rojizo, todo contenía oro, generando a su vez otros resultados estéticos, muy apreciados por los artistas. No sólo eso. Forbes incluso afirmó que esta gama de colores fue algo muy importante en la filosofía de los primeros alquimistas coptos y de sus predecesores, los joyeros y artesanos de Egipto. Y dijo esto porque, basándose en los papiros de Leiden, de los que ya hemos hablado, afirma que sus autores lo que hacen es intentar reproducir estos efectos cromáticos del oro, tal y como se demostró en el caso del experimento hecho con la máscara de Tutankamon. Pero, en fin, también hemos dicho que quizás esos fueran los verdaderos alquimistas y no esos a los que nosotros nombramos así, quién sabe.
EPÍLOGO
En la actualidad, el avance de las investigaciones sobre los primeros momentos de la Alquimia, de su orígen y desarrollo ha alcanzado una velocidad, profundidad y excelencia nunca antes vistas. Es por ello necesario dirigir al lector a estas investigaciones.
En cuanto a la alquimia china, nada mejor que Fabrizio Pregadio y su web The Golden Elixir: https://www.goldenelixir.com/index.html
En cuanto a la alquimia griega, Mateo Martelli, de la Universidad de Bolonia, ha cambiado favorablemente todo el panorama: https://www.unibo.it/sitoweb/matteo.martelli/
Y, de una manera más extensa, aunque igualmente válida, un equipo de investigación está desarrollando todos los aspectos iniciales de la alquimia desde su proyecto de investigación AlchemEast: https://alchemeast.eu/
Desde los orígenes de la Alquimia hasta nuestros días
Desde que naciera, allá en los primeros siglos de nuestra era, hasta hoy mismo la Alquimia ha sido merecedora de la atención del Hombre. En efecto, tras más de mil setecientos años de vida, aún cuenta con personas que la estudian en profundidad. Químicos, físicos, médicos, farmacéuticos, filósofos, historiadores… Todos son conscientes de la realidad histórica que contiene la Alquimia, pero también todos se acercan a ella con una intención escondida: descifrarla, esclarecerla y entenderla. En realidad, quieren comprobar la veracidad de sus proposiciones: Si es posible hacer una materia capaz de curarnos de prácticamente todas las enfermedades y cambiar los metales en oro y plata. Aún estamos a la espera de ambas cosas: de confirmar su falsedad o veracidad. Si fuera lo primero estaríamos ante la mayor impostura jamás realizada por el Ser Humano, la más longeva, la mejor ideada. De ser ciertos sus postulados, lo que demostraría es nuestra entera incapacidad de probar algo. Ningún científico, ni ningún historiador, a fecha de hoy, ha expuesto públicamente que la Alquimia no es más que un engaño, ni ha explicado un texto en lenguaje moderno, con sus alegorías bien clarificadas en lenguaje moderno. Es más, cada día aumenta el número de ellos que se dedican a su estudio.
Lo más llamativo de todo esto es que contamos con mucho material de trabajo. Principalmente textos que describen cada uno de los pasas a dar para conseguir esa famosa materia llamada la Piedra Filosofal. Es más, muchos de esos textos, cientos, sino miles de manuscritos e impresos que reposan en las bibliotecas custodiando tales secretos tan deseados de ser abiertos, parecen estar escritos por personas que afirman, una y otra vez, que la Alquimia es algo cierto y verdadero, y que ellos mismos lo han comprobado. Además, como prueba de ello, nos indican cómo se hace. Pero, insisto, ningún estudioso nos ha explicado todavía qué es eso del “Fuego Secreto”, o cómo se hace el “Azufre de la Naturaleza”, ni el “Mercurio de los Filósofos”.
Uno, que se hizo historiador, y se doctoró después para comprobar cuán grande y extensa fue dicha realidad histórica de la Alquimia ha acabado decepcionado con mis colegas los historiadores, a la espera de que alguno de ellos llegara a clarificarnos qué es esto de la Alquimia, especialmente en su aspecto operativo. De eso trataremos fundamentalmente en esta página. De intentar esclarecer, en la medida de nuestras posibilidades, qué es la Alquimia. Pero he de advertirlo ya: éste no es un lugar para los que fantasean con los aspectos místicos y espirituales de la Alquimia. No. No estoy capacitado, ni siento especial devoción por estos aspectos adyacentes de este Arte. Es cierto, y lo reconozco, que puede resultar interesante saber si un alquimista vestía de verde, o si viajó a Praga, si un inglés pudo introducir la Alquimia en Europa, si unos destiladores trabajaron en una ciudad, o si hay un manuscrito desconocido en una biblioteca. Pero eso no explica a la Alquimia, eso no nos dice nada de qué es la Alquimia, de cuántos días son necesarios para alcanzar el “nigredo”, o de cómo es el “albedo”. En efecto, los historiadores, no digamos ya los que se hacen pasar por ellos, esa pléyade de pseudo-historiadores sin formación académica, mucho menos práctica, hablan y hablan osadamente, editan ampulosos artículos, libros, o rellenan webs de una materia que desconocen. De la misma manera que la Alquimia puede ser la mayor impostura de la Humanidad, estos orgullosos ignorantes cometen una de la mayor desfachatez que me he encontrado, y lo hacen sin ningún escrúpulo. Es más, hasta se ponen serios al hacerlo. Y lo peor, pretenden ser apreciados por ello. Aún seguimos sin saber qué es la Piedra Filosofal, y es un grave error esperar a que sean ellos quienes nos los digan.
Lo mismo nos ocurre con los falsarios: No todos los que dicen que saben hacer la Piedra Filosofal, hace ochenta años, hace seis siglos u hoy día, la han hecho. Es más, diría que si hubiera un alquimista verdadero, eso que ellos llaman “adepto”, ni siquiera lo sabríamos.
Desde luego sería un gran peligro ir por ahí afirmando tal cosa. Siempre ha habido personas que se aprovecharon, y se aprovechan, de la credulidad de los demás con el objetivo de obtener beneficios propios en detrimento del crédulo. Pero, dada la cantidad ingente de textos a nuestra disposición… ¿Todos mienten? ¿Ninguno de ellos ha logrado nunca esclarecer la Alquimia durante tantos siglos? En sentido estricto, no parece razonable pensar esto tampoco. Que una cosa no se pueda demostrar no significa que sea falsa, gran axioma anti-científico, pero de una carga de verdad abrumadora. Yo no podría demostrarles nunca que estuve paseando solo por un camino un día concreto, pero es absolutamente cierto.
Tampoco pretenda el lector de estas páginas, y lo advierto ya de antemano, encontrar aquí la fórmula secreta para hacer la Piedra Filosofal. Eso nunca ha ocurrido, y creo que nunca ocurrirá. La mejor educación, en esta materia como en todas, es ofrecer los elementos de juicio más apropiados para que el estudiante pueda obtener sus propios juicios y opiniones. Y, en el caso que nos ocupa, sólo hay dos cosas a ofrecer: lectura y práctica. Ambas se complementan. Pero esencialmente es la lectura, repetida, tediosa y muchas veces estéril, de los textos. Poco a poco se irá abriendo el camino. Poco a poco sabremos quiénes fueron los mejores autores, los procesos que siguieron, los caminos operativos, si uno siguió las recomendaciones del otro, etc.
En la actualidad el interés por la Alquimia ha crecido, al menos desde mi punto de vista y mi experiencia desde hace más de treinta años. Y, cosa que no ocurría antes, gracias a las redes sociales, incluso se trabaja en grupo y se comparten vías operativas con mayor o menor claridad. Aunque, insisto, no hay nadie que diga que ha llegado al final y luego explique cómo ha llegado ¿Es que ahora somos más listos y antes eran más tontos? No, ni mucho menos. Lo que ocurre es que ahora la circulación de información es inmediata, el acceso a los libros y los manuscritos es mucho más rápìdo y fácil gracias a las digitalizaciones de los mismos. Lamentablemente da igual. Aún pocos dominan la lectura en latín (incluso el griego o el alemán), donde reside la mayor parte de la información, y mientras todos esos escritos no sean leídos, nuestra capacidad de avanzar en el conocimiento de la Alquimia siempre estará muy disminuida.
¿Qué es la Quinta Esencia? ¿Cómo es la Lapis Philosohorum? ¿Qué aspecto tiene el Oro Potable? ¿Es lo mismo la Piedra Filosofal que la Medicina Universal? ¿A qué se refieren cuando dicen “Fermento”? ¿Y el Azufre? ¿Qué es la Gran Obra? ¿Qué es un cambio de Naturalezas? Se ha querido presentar erróneamente el proceso de hacer la Piedra Filosofal químicamente como una catálisis. Grave error, sobre todo a la hora de consumir Oro Potable. Hay que prevenir tanto de los falsarios como de los aventureros, por muy científicos que sean. Es cierto que ha aumentado la nomenclatura de las sustancias que usaban los alquimistas y que se han desvelado algunos de sus procesos operativos. Sabemos cómo hacían el ácido nítrico, o que el “aceite de vitriolo” es el ácido sulfúrico. Pero eso no nos lleva al punto final de nuestros deseos: hacer la Piedra Filosofal. Los procesos clave descritos en los textos siguen indescifrables. Y, lo peor aún, es que ninguna mente científica lo ha logrado aún hoy. Quizás no sería descabellado pensar que sea por eso mismo. Por supuesto, todo es Química, todo puede ser explicado químicamente. A lo que me refiero es que el “razonamiento científico”, si es que existe tal cosa, no ha podido lograrlo desde su pedestal. No digo ya el historiador. Pero no parece ser ese el cometido de los que se dedican la Historia de la Alquimia.
Queda mucho trabajo por hacer hasta descifrar lo que quiso decir pseudo-Ramón Llull, o sus seguidores, tales como Ripley, o los seguidores de sus seguidores como Norton. Pero no hay que lamentarse, ya que así se pierde un tiempo precioso. Hay que trabajar en el esclarecimiento de la Alquimia. Y a ello nos ponemos aquí.
Fuentes:
1 Plinio, Historia Natural (HN), XXXIII, 6.
2 De entre todas estas propuestas, siguen siendo muy válidas las vertidas hace tiempo por H. L. Lorimer en su Gold and Ivory in Mythology (Londres, 1936) y Lynn Thorndike en su History of Magic and Experimental Science (Londres, 1929).
3 De ello da cuenta Plinio, HN, XXXIII, 59.
4 Forbes, R. J., Metallurgy in Antiquity, Leiden, Brill, 1950, 142.
5 Estrabón, XV.1.34, cap. 701; XV.1.30. cap. 700 y Herodoto, III, 98; Plinio, HN, XXXIII. 66; Arriano, Indika, XV.6.
6 Por ejemplo, los chinos creían en la existencia de un quinto elemento (la madera), mientras que los alejandrinos sólo en cuatro.
7 Un claro exponente del debate fue el artículo de tono conciliador que publicase el islamista H. J. Sheppard, “Alchemy: Origin or origins?”, Ambix, 17 (1970), pp. 69-84.
8 Dubs, H. H., “The beginnings of alchemy”, Ambix, 9 (1961), pp. 23-36
9 Davies, T. L., “The identity of chinesse and european alchemical Theory”, Journal of Unified Science, 9 (1939), pp. 7-12. Davies, además de sus trabajos históricos sobre la alquimia oriental, también reeditó críticamente textos, como podemos ver en “An ancient chinesse Treatise on alchemy intitled <Ts’an T’ung Chi>, written by Wei-Po-Yang about 142 a.D.”, Isis, 18 (1932), pp. 210-219, donde nos detalló la biografía el alquimista Lui-An, virrey de Hu-Nan.
10 H. H. Dubs, op. cit. n. 26, pp. 80 y ss.
11 Ver las opiniones al respecto en Sherwood Taylor, F., The Alchemy, Nueva York, 1949, p. 75.
12 H. H. Dubs, op. cit. n. 26, p. 84.
13 Isis, 12 (1929), pp. 330-332.
14 Stapleton, H. F., “The Antiquity of Alchemy”, Ambix, 5 (1953), pp.1-43.
15 Sivin, N., Chinesse alchemy: preliminary studies, Cambridge, Cambridge University Press, 1968.
16 Mély, F., “L’alchimie chez les chinois”, Journal Asiatic, II (1895), pp. 314-340.
17 Johnson, O. S., A Study of Chinesse Alchemy, Shangai, Comercial Press, 1928.
18 Valey, A., “Notes on chinesse alchemy”, Bulletin of the School of Oriental Studies, 6-1 (1930), pp. 1-24.
19 Londres, Easton University Press, 1948.
20 Li Ch’iao Ping, The chemical arts in Old China, Londres, Easton University Press, 1949. Las colaboraciones con Davies se remontan a los años treinta, cuando ambos eran profesores de la universidad inglesa de Easton y se interesaban por el mismo tema. Por ejemplo: Davies, T. L. & Ch’iao Ping, Chinesse alchemy, Nueva York, Scientific Monthly, 1930.
21 Beau, G., La médecine chinoise, París, Seuil, 1965.
22 Needham, J., Refiner’s fire: The enigma of Alchemy in East and West. The second D. J. Bernal lecture delivered at Birbeck College, London, 4th frebuary, 1971, Londres, Birbeck College, 1971.
23 Sheppard, H. J., “Chinesse alchemy”, Ambix, 8 (1960), pp. 60-78.
24 Sin embargo, dichas reflexiones, aparecidas como relámpagos en sus trabajos, parecen estar en concordancia con las da la segunda generación de “tradicionalistas” (como los franceses René Alleau, Sergé Hutin, Bernard Husson y Jacques Sadoul), incluso influenciadas por ellas. Por no ir más lejos, Sheppard, en el artículo antes citado, en la página 60 nos dice: “Alchemy is the Art of liberating parts of the Cosmos from temporal existence and achieving perfection which for metals is gold, and, for man, longevity; then inmortaliy, and finally, redemption”.
25 Eliade, M., Alquimia asiática y babilónica, Barcelona, Paidós, 1982.
26 Lippman, E. von, Entstehung und Ausbreitung der Alchemie, vol. I: Berlín, 1919, vol. II: Berlín, 1931. La cita está en el vol. II, p. 42.
27 Zhao Huaizhi & Ning Yuantao, “China’s Ancient Gold Drugs”, Gold Bulletin, 34 – 1 (2001), 24-29.
28 Needham, J. M., “Science and Civilization in China”, Cambridge, Cambridge University Press, 1974, vol. 5, 285; Brooks, R. R. y Wigley, R. A., “Gold ans Silver in Medicine”, en Brooks, R. R. (ed), Noble Metals and Biological Systems, CRC, Press Inc. ,1992, 277-279.
29 Meng, N. et all., Studies in the History of Natural Science in China, 1987 (2), 97-104.
30 Baryosher-Chemouny, M., La quête de l’immortalité en Chine: Alchimie et paysage intérieur sons le song, París, 1996; Esposito, M., L’alchimia del soffio: la practica della visione interiore nell’alchimia taoista, Roma, 1997; Pregadio, F., The Book of Nine Elixirs and its Tradition: a Study of the Huangdi jiunding shendan jingjue, Nápoles, 1990.
31 Pereira, M. Arcana Sapienza. L’alchimia dalle origini a Jung, Roma, 2001, pp. 25-26.
32 Fabrizio Pregadio es, quizás, la máxima autoridad en materia de alquimia china. Incluso aprendió dicho idioma y tradujo los textos. Tiene una extensa bibliografía que se puede consultar en http://helios.unive.it/~pregadio/cv.html.
33 Estrabón, XV.2.14, cap. 726
34 Herodoto, I, 215 y III. 116.
35 Estrabón, XV.1.58, cap.711.
36 Plinio, HN, VI, 14; VI, 30 y XXXIII, 52.
37 Tómese “generales” como obras de ciencia y/o de química y “específicas” como obras de alquimia.
38 Thompson, R. C., On the chemistry of the Ancient Assyrians, Londres, 1925, o su Dictionary of Assyrian Chemistry and Geology, Oxford, Clarendon Press, 1933.
39 Darmstaedter, E., “Assyrische Chemich-Technische Vorschriften und ihre Erklärung”, en Archiv für Geschichte der Mathematik, der Naturwissenschaften und Technik, 10 (1927), pp. 72-86.
40 Levey, M., Chemistry and chemical Technology in Ancient Mesopotamia, Amsterdam, 1959.
41 Oppenheim, A. L., “Mesopotamia in the Early History of Alchemy”, en Revue d’assyriologie, 60 (1966), pp. 29-45.
42 Trigger, B. G., “Los comienzos de la civilización egipcia”, en Trigger, B. G., et allii, Historia del Egipto Antiguo, Barcelona, Crítica, 1985, p. 60 (ed.or.: 1983).
43 Kemp, B. J., El antiguo Egipto. Anatomía de una civilización, Barcelona, Crítica, 1992 (ed.or.: 1989), 309-312, 326, 328-329.
44 La datación del Corpus Hermeticum hay generado interesantes debates. Algunos de ellos se pueden consultar en Barnel, M., Atenea Negra. Las raíces afroasiáticas de la civilización clásica, Barcelona, Crítica, 1993.
45 Hay que notar la importancia de la afirmación anterior. Para clasificar, la parte se desvincula del Todo al que pertenece y pasa a integrarse en un sistema que, habitualmente, se considera como el Todo; pero no es cierto, ya que la suma de las partes de un sistema no son iguales al Todo.
46 Datados hacia finales del cuarto o principios del tercer siglo a.c. y hoy conocidos como Leyden X y el papiro de Estocolmo, cuentan con 250 recetas.
47 Nacido hacia el año 460 a.c., Hipócrates tuvo tiempo para desarrollar una doctrina médica que se iría conformando en los años porteriores, apareciendo nítidamente en el siglo IV a.c. En cuanto al Dioscórides, romano, vivió en el siglo I de nuestra era.
48 Pfister, R., “Teinture et alchimie dans l’Orient Hellènistique”, Seminarium Kondakovianum, 7 (1935), pp. 1-59.
49 Browne, C. A., “Rethorical and religious Aspects of Greek Alchemy”, Ambix, 2 (1946), pp. 129-137 y Ambix, 3 (1948), pp. 15-25.
50 Hopkins, A. J., Alchemy, child of greek philosophy, Nueva York, Columbia University Press, 1934.
51 Los rupturistas son un grupo de historiadores que veían en la Edad Moderna aspectos tan diferenciables de la Edad Media que no aceptaban prácticamente ninguna semejanza, en oposición a los continuistas, que veían en el Renacimiento una prolongación de la Edad Media.
52 De los cuales es recomenable: Cohen & Drabkin, A source book of greek science, Cambridge, Cambridge University Press, 1948.
53 Lloyd, G. E. R., Early Greek Science: Thales to Aristotle, Londres, Chatto & Windus, 1970 (ed. en castellano: De Tales a Aristóteles, Buenos Aires, EUDEBA, 1977) y Greek Science after Aristotle, Londres, Chatto & Windus, 1973.
54 Eisler, R. , “L’origine babylonienne de l’alchimie”, Revue De Synthese Historique, 12 (1961), 1-25.
55 John Dee, considerado como el mago por excelencia de la Edad Moderna, reía en la unificación del sabar, en el conocimiento único y en la expresión del Universo a través de la unidad o mónada.
56 Derchain, M-T., “Noch einmal[Hermes Trismegistos]”, Göttinger Miszellen, 15 (1975), pp. 7-10.
57 Para un católico, la gnosis es la primera gran herejía, manifestada hacia el siglo II d.C. Pero es el necesario encuentro entre el anuncio evangélico y la cultura grecolatina, un injerto de esoterismo en la joven planta cristiana.
58 Es decir: gnosis.
59 Pagels, E., The gnostic Gospels, Nueva York, Random House, 1979, p. xix.
60 Sobre la historiografía de los debates, ver el excelente estudio del sinólogo Martin Bernal, Atenea Negra, las raíces afroasiáticas de la civilización clásica, Barcelona, Crítica, 1993, cap. 3.
61 La figura de Hermes fue evemerizada en el Islam al identificarse con el profeta Idris. Se le consideraba el héroe cultural que había inventado todas las artes y las ciencias, en especial la Astronomía, Astrología, Medicina y Magia.
62 Como, por ejemplo, la de las correspondencias.
63 Festugière, A. J., op. cit., Vol. I, Conclusión.
64 Fue, en 1950, director de la francesa École des Hautes Études.
65 Desde hace unos treinta años ha aparecido una nueva tendencia desde algunos científicos que comparten esta idea. En general vienen a decir que, tras la imposibilidad de ofrecernos una conclusión definitiva y ontológica sobre la realidad última, no se debe desdeñar ninguna posibilidad. Stephen Hawkins es el ejemplo paradigmático. En su Historia del tiempo flirtea con la idea de Dios. Más aún, como hacían cuatro siglos antes los alquimistas, relaciona lo más grande con lo más pequeño, incluso en un mismo párrafo. También comparte esta idea el físico norteamericano Charles Hard Townes, quien estableció el principio teórico del láser en 1958, al pensar que “la regularidad de la Naturaleza es el reflejo de un diseño inteligente”, o Francis Collins, un prestigioso genetista, que no ve ningún conflicto en asociar la idea de la evolución con la de un dios creador.
66 Receta reproducida por Marcellin Berthelot en Les origines de l’Alchimie, París, G. Steinheil, 1885, p. 178.
67 Herodoto, I, 50.
68 Plinio, HN, IX.139., XXXIV. 5-8 y XXXVII.49.
69 Forbes, R. J., Metallurgy in Antiquity, Leiden, Brill, 1950, p. 153-154.
70 Wood, R. W., “The purple gold of Tutankhamûm”, Journal of Egyptian Archaeology, XX (1934), 62-65.
Preguntas Frecuentes sobre Alquimia
Cuando surgió la alquimia?
La alquimia surgió entre los siglos I y II d.C
Quien inventó la alquimia?
La alquimia no la inventó sólo una persona, pero los primeros escritores sobre alquimia fueron Pseudos-Demócrito, Ostanes y Phimenas de Salis, todos ellos en el siglo I de nuestra era.
Cómo aprender alquimia?
Para aprender alquimia hay que leer los textos adecuados sobre filosofía natural, entender y saber interpretar lo que sus autores no quieren decir de manera velada y practicar lo que esos autores dicen.
Cómo practicar alquimia?
Para practicar alquimia, hay que tener mucha precaución, y material adecuado de protección de laboratorio, ya que muchas veces se trata con materias tóxicas, y por otro lado, para poder practicar, primero hay que haber estudiado y comprendido sus textos, para así poder entender sus operaciones.
Cómo transmutar metales?
Para transmutar metales, hay que alterar los átomos que conforman esos metales. La alquimia explica en sus diversos tratados, múltiples operaciones para poder transmutar metales.
Cual es el objetivo de la alquimia?
La alquimia persigue como objetivo último, producir la Piedra Filosofal y/o la Medicina Universal.
Cual es la finalidad de la alquimia?
La finalidad de la alquimia es comprender los procesos de la Naturaleza para entender otros procesos ocultos.
Dónde se estudia la alquimia?
A día de hoy no hay escuelas oficiales ni instituciones reguladas para estudiar alquimia, es un estudio individual y autodidacta. Paradógicamente, las pseudo-escuelas de Alquimia abundan, igual que abundan los pseudo-maestros, en realidad esas escuelas, son meros grupos de charlatanes, con líderes autoproclamados maestros y gente con aspiraciones raras mesiánicas, pero que al mismo tiempo no dominan realmente la teoría, mucho menos la práctica. Los verdaderos maestros de la alquimia huyen del foco y se centran en sus estudios y experimentos y comparten sus conocimientos en comunidades muy pequeñas, discretas y limitadas.
Dónde surge la alquimia?
La alquimia surge en Egipto y también surgió en China, pero por separado.
Dónde comprar material para alquimia?
Hay material profesional de laboratorio al alcance de cualquier economía, bien sea en tiendas físicas de cualquier ciudad o también puede comprar muchas cosas por Internet.
Qué es la alquimia?
La alquimia es un cuerpo de conocimientos teóricos y prácticos, basados en la filosofía natural, tanto relacionados con la ciencia, como con la técnica y los artesanos.
Qué estudia la alquimia?
La alquimia estudia la forma de liberar a la materia de sus impurezas y conducirla a la perfección.
Qué es la piedra filosofal?
La piedra filosofal es el resultado final y exitoso de los trabajos que propone la alquimia. Se describe la piedra filosofal, en los textos clásicos y también coinciden en ello, los testigos documentados que la vieron, como una piedra roja o anaranjada, cristalina, pesada y hay incluso textos, que la describen con aroma a sal marina.
Esta piedra, tiene el poder de transmutar cualquier metal en oro, y de curar todas las enfermedades, así como de alargar la vida de quien la posea.
Qué significa ser un alquimista?
Ser alquimista implica entender las leyes y principios de la Filosofía Natural que definen la alquimia y verificarlas con la práctica de laboratorio.
Cuando la alquimia se transforma en química?
La alquimia se transforma en química en los años finales del siglo XVII y principios del siglo XVIII.
Porqué los alquimistas se llaman así?
Los alquimistas son así llamados, porque son practicantes de los enunciados y declaraciones de la Alquimia.
Porqué los alquimistas eran considerados herejes?
Los alquimistas eran considerados herejes, porque sus aspiraciones, científicas eran vistas contrarias a la Religión Católica.
Porqué la alquimia fracasó como ciencia?
La alquimia fracasó como ciencia, porque el conocimiento científico no admite ningún postulado de criterio moral y la alquimia, tiene una gran parte de moral y ética detrás.
Porqué la alquimia era una práctica secreta?
La alquimia era una práctica secreta, porque lo que proponía como ciencia: la riqueza infinita y la vida eterna, no puede ser admitido socialmente como cierto.