Las crónicas bajo medievales recogen un caso curioso, tanto por el estafador como por el timado. Poco se sabe del primero, el falso alquimista llamado Alarcón que acabó degollado, en la mismísima plaza de Zocodover, en el centro de Toledo, el año de 1480, y sobre una espuerta de paja tendida en el suelo. Pero esta vez no era un Rey el que mandara tal final para un timador, sino un arzobispo. Alonso Carrillo. El propio arzobispo era un personaje demasiado singular e interesante, pero poco estudiado, al menos desde la perspectiva que aquí nos interesa. Según Hernando del Pulgar, destilaba aguas, destilaba hierbas, era un secretista, un buscador de tesoros y, por supuesto, gran aficionado a la alquimia, de la cuál sólo quería obtener riquezas:
Plazíale saber esperiencias y propiedades de aguas y de yerbas y otros secretos de natura. Procurava sienpre aver grandes riquezas, no para fazer thesoro, mas para dar y distribuir. E este deseo le fizo entender muchos años en el arte del alquimia. E como quier que della no veía efecto, pero creyendo sienpre alcançarla para las grandes fazañas que imaginava fazer, sienpre la continuó en la qual y en buscar thesoros y mineros consumió mucho tienpo de su vida y grand parte de su renta, y todo quanto más podía aver de otras partes. E como veemos algunas vezes que los omes, deseando ser ricos, se meten en tales necesidades que los fazen ser pobres, este arçobispo, dando e gastando en el arte del alquimia, y en buscar mineros y thesoros pensando alcançar grandes riquezas para las dar y destribuir, sienpre estava en continuas necesidades.[1]
Don Alonso Carrillo de Acuña (Cuenca 1410- Alcalá de Henares (Madrid) 1482), fue obispo de Sigüenza y arzobispo de Toledo, también llegó a ser ministro y privado del Rey Enrique IV de Castilla, hijo de Juan II. El reinado de Enrique IV es uno de los más tristes y calamitosos de la historia de Castilla. El mentado rey estaba rodeado de ambiciosos, como era el propio Don Alonso Carrillo. El arzobispo consiguió la merced del Rey Enrique IV, de un alumbre (sal que resulta del ácido sulfúrico con la alúmina – óxido de aluminio- y la potasa; se usaba como mordiente en tintorería) para su explotación, situado en el campo de Olivedo, dentro de la tierra de Igea, o sea a la margen izquierda del barranco la Llasa o de la muga en la zona denominada con el nombre de Las Minas (La Rioja), y en su parte más baja como los cerrados.
Al parecer, el arzobispo Carrillo apetecía de todas las riquezas posibles, especialmente las de oro, incluso trabajaría buscando la Piedra Filosofal, según nos cuenta Alonso de Palencia, en sus crónicas de Enrique IV[2], tanto que en este empeño iba dejando su fortuna. Pero su historia es mucho más turbulenta, como corresponde a su ambición. Partidario de la guerra contra los moros (como se decía entonces), predicó la cruzada contra Granada. Llamado por Enrique IV de Castilla, estuvo al frente del Gobierno de Castilla durante su ausencia pero burló la confianza del Rey y se vendió al Rey de Aragón, llegando hasta el punto de levantar tropas contra él y declararle indigno de reinar, proclamando Rey a Alfonso, hermano de Enrique IV. Estas intrigas nobiliarias concluyeron en la guerra civil de Juan II de Aragón contra Enrique IV de Castilla. Opuesto a este último apoyó a Isabel como sucesora[3].
Entre los personajes más curiosos de la corte de Fernando e Isabel, incluso cuando aún eran príncipes. Uno de ellos era Fray Alfonso de Burgos, que alcanzó cierta fama como predicador, además de hacer de intermediario entre ambos príncipes en algunas negociaciones. El otro se llamaba Alarcón, “personaje mucho más embrollado, pues aunque se decía de la ilustre familia de los Alarcones de Cuenca, había corrido mucho mundo y hacía profesión de alquimista y aun de mágico; en este concepto le tenía con grandes consideraciones en su casa el Arzobispo de Toledo [Alonso Carrillo], que confiaba en que Alarcón le hallaría la piedra filosofal, no necesitando menos aquel prelado para sus prodigalidades”[4].
Y ahora es donde los hechos sitúan a este caso entre la leyenda y la verdad. El tal Alarcón era un conocedor de las artes alquímicas. Y también, como corresponde a cualquier timador, malvado y estafador. Usando estas habilidades logró convertirse para el arzobispo en «hombre acepto, más amable y más amado, depositario de su confianza y objeto de su mayor benevolencia». Además, Alonso Carrillo logró para él una sustanciosa renta de 500 florines aragoneses, gracias a sus buenas relaciones con la princesa, Doña. Isabel, a quién más tarde abandonó, para pasarse al bando de su enemiga la Beltraneja[5].
El arzobispo de Toledo, don Alonso Carrillo, procuró e hizo grandes gastos y excesivos en hacerse alquimista, y daba grandes sueldos a los que lo entendían. A fama de esto vino a él un hombre no conocido, y, asentándole partido en su casa para buscar ciertas hierbas y otras cosas necesarias, dióle copia de dineros y una buena mula en que fuese a lo buscar y traer. Había en su casa un paje que, por gracia y tener que hacer y decir, asentaba en un librillo que tenía las necedades que por año se hacían por el arzobispo y sus criados, y asentó aquella que el arzobispo había hecho, con día, mes y año. Lo cual venido a oídos del arzobispo, díjole que por qué le ponía y acotaba aquella por necedad hasta ver si venía el mensajero. Respondió: – Cuando él venga, se quitará a vuestra señoría y se porná a él con más razón. Pero aquí ya se nos plantean graves problemas: don Alonso Carrillo, Arzobispo de Toledo, es un pródigo [El carácter dilapidador de D. Alonso Carrillo está compensado por su caridad; a él se atribuirá también uno de los más curiosos cuentos: Diego de Hermosilla cuenta en su Diálogo de los pajes (1543), [Coloquio II, p. 22, Madrid, 1901, Ed. de Rodríguez Villa], lo siguiente: «Un sobreseñor de esos que decís, quiso usar de esa maña con su amo, y como la nobleza y generosidad del señor debiera sobrepujar a la malicia y astucia del criado: «Pues traedme un memorial, le respondió, de los que parece he menester y son necesarios para mi servicio y de los que es bien despedirlos». El otro muy contento, pensando llevar hecho su negocio, trajo el memorial que le pidió. Visto por el señor, dijo: «Estos se queden, porque yo los he menester; y esotros también porque ellos me han menester a mí»], quiere valerse de un alquimista desconocido, que buscará las hierbas y le entrega «copia de dineros»; la conclusión es la normal ya. Pero en el arzobispado, al decir de Juan de Lucena en su Tratado de Vita Beata, no todo era felicidad a pesar de sus rentas:
Piensa tú, señor Marqués, que no es tan pobre clérigo en todo su arçobispado, como el Arzobispo de Tolledo. Si al cura del Aldihuela, el pago fecho, le sobran al año diez, y al Arçobispo menguan diez mill, ¿dirás tú rico al que mengua o al que sobra? Pues mira su renta, mira también su gasto: los fructos del año que viene no pagarán las debdas d’ogaño. Queriendo usar de tanta prodigalidat como reyes, por grande que sea la entrada, fazemos mayor la sallida. Es tamaña nuestra ambición, que no contentos de nuestras rentas, pensando fazer el fierro oro, fazemos el oro fierro. Albertinos secretos y alfonsinas invenciones probando, pensamos fazer alquimia, y desfazémosla.
LUCENA, J. de: De vita beata, en Opúsculos literarios, Madrid, 1892, SBE, pp. 168‑169.
Por ello, no es de extrañar que Alfonso de Palencia, con su mordaz carácter, relate en su Crónica de Enrique IV este episodio en que la alquimia y las rivalidades cortesanas tienen proporciones similares y las consecuencias disparejas.
He aquí la narración del humanista y cronista A. de Palencia:
Alarcón más osado y astuto, y que autorizado por el Arzobispo asistía asiduamente a los consejos e intervenía con excesiva familiaridad en las conversaciones, llevaba muy a mal estas preeminencias en fray Alonso, y sembraba sin cesar la cizaña para que el enojo del Toledano recayese en daño de su rival. Ardía el palacio en rencillas y murmuraciones de uno y otro bando, en acusaciones y virulentas calumnias, y faltos ya los ánimos de la acostumbrada prudencia, fue preciso que compareciesen ambos calumniadores ante la Princesa para arrancar tan perniciosa semilla. Las recíprocas acusaciones dejaron al descubierto la malvada astucia de Alarcón y el carácter colérico de fray Alonso, porque éste con el báculo que llevaba arremetió contra su contrario, provisto de otro, y tan furiosamente se aporrearon, que era imposible separarlos por no hallarse allí hombre alguno y ser muy pocas las doncellas que a causa del calor acompañaban en el tileno (sic) al mediodía a la princesa. Dieron gritos sin atreverse a intervenir en la pelea; acudieron los criados, y en cuanto la Princesa los vio desasidos, desahogó su reconcentrada ira prohibiendo a fray Alonso la entrada en la cámara durante algunos días, y mandando arrojar a Alarcón del palacio. El Arzobispo le acogió liberalmente y aun se mostró algo sentido de que pareciese desterrado de la corte.
PALENCIA, A. de: Crónica de Enrique IV, BAE, T.258, Libro VIII, Cap. V, p. l00a.
La solución final fue tremenda y lógica: El alquimista siguió teniendo gran ascendiente en su ánimo [del Arzobispo] pagando al fin sus culpas, tiempo adelante, degollado en Zocodover de Toledo [ FABIÉ: Ob.cit., p. 49].
Ver: «Tratado que hizo Alarcón», alquimista del arzobispo Alonso Carrillo.
[1] PULGAR, Fernando: Claros varones de Castilla, Ed. Tate, Madrid, Taurus, 1985, 137‑138: Plazíale saber esperiencias y propiedades de aguas y de yerbas y otros secretos de natura. Procurava sienpre aver grandes riquezas, no para fazer thesoro, mas para dar y distribuir. E este deseo le fizo entender muchos años en el arte del alquimia. E como quier que della no veía efecto, pero creyendo sienpre alcançarla para las grandes fazañas que imaginava fazer, sienpre la continuó en la qual y en buscar thesoros y mineros consumió mucho tienpo de su vida y grand parte de su renta, y todo quanto más podía aver de otras partes. E como veemos algunas vezes que los omes, deseando ser ricos, se meten en tales necesidades que los fazen ser pobres, este arçobispo, dando e gastando en el arte del alquimia, y en buscar mineros y thesoros pensando alcançar grandes riquezas para las dar y destribuir, sienpre estava en continuas necesidades.
[2] PALENCIA, A. de: Crónica de Enrique IV, BAE, T.258, Libro VIII, Cap. V, p. l00a.
[3] ALARCÓN, Hernando, «Tratado que hizo Alarcón» alquimista del arzobispo Alonso Carrillo, ed. Pedro M. Cátedra, Colección Hojas Secas, 0, Salamanca, Seminario de Estudios Medievales y Renacentistas-Sociedad de Estudios Medievales y Renacentistas, 2002.
[4] FABIÉ, A.M. [Alfonso de Palencia]: Discurso ante la R.A. de la H., Madrid, Fortanet, 1875, 48.
[5] PALENCIA, A. de: Crónica de Enrique IV, BAE, T.258, Libro VIII, Cap. V, p. l00a.
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