Me encanta esta historia, por todo lo que hay detrás, que no es otra cosa que los más oscuros rincones de la personalidad humana, tanto por parte del engañado, como por la del engañador, así como por todos los personajes que medran entrambos. Espero que les guste.
La Gazette de France, en su número del día 27 de junio de 1637 editaba una pequeña oración fúnebre que decía:
“El pasado día 25, el llamado Dubois, insigne impostor, ha sido ejecutado a muerte, por arresto de la Cámara de Justicia, por magia, falsa moneda y otros crímenes”[1].
Apenas habían pasado dos días de este hecho y ya había comenzado a gestarse la que sería una de las historias más populares de la Francia del siglo XVII. Lo que la nota escondía, seguramente porque había pasado por la censura previa, como solía ocurrir con muchas noticias de la Gaceta, era que Dubois, en realidad, fue condenado por cometer un solo delito: el de pretender engañar prometiendo montañas de oro alquímico, nada menos que al Cardenal Richelieu y al rey Luis XIII. Pero todo París sabía ya la realidad. De nuevo, un falso alquimista había logrado llegar hasta los más altos círculos de poder, entre lisonjas y reconocimiento, para prometer algo que no iba a cumplir y había vuelto a dejar en ridículo a los que le creyeron, entre la sorna popular. Con el paso de los años, su historia fue recogida innumerables veces[2], llegando hasta hoy[3]. En general, los relatos posteriores son de dos clases: o son muy variados en cuanto a su extensión y su contenido, aportando algunas veces datos nuevos; o son copias de otros publicados anteriormente. Nosotros vamos a seguir el relato de la Encyclopediana, a la vez que nos remitiremos a las fuentes originales o a otros relatos según avancemos en el mismo.
Su nombre verdadero era Noël Picard, o Pigard, quien en su contrato matrimonial firmado previamente en la notaría de Capitin, se hizo llamar Jean de Mailly, señor de la Maillerie. Nació en Colommiers-en-Brie, y era hijo de un cirujano. Habiendo aprendido en su juventud algo de latín, empieza a estudiar Cirugía para ejercer la profesión de su padre, pero como la naturaleza de su espíritu era totalmente cambiante, se aburre pronto de esta situación, y se pone al servició de un hombre de calidad, un comerciante de la zona del Levante francés llamado Dufay[4], quien le toma por su mayordomo personal, y le lleva con él por toda su zona de trabajo, donde estuvo viajando tres o cuatro años. Dubois se hace conocer pronto por instruirse en las ciencias ocultas de la quiromancia, la magia, la astrología y la alquimia. Estando de vuelta de sus viajes, vino a quedarse en París y busca el conocimiento de los adeptos de la filosofía hermética. Así pasa seis años, a la buena vida y en este ambiente social. Pero tuvo remordimientos, y en un acceso de devoción, o quizás sin más medios para subsistir, entra en los capuchinos de la calle de Saint Honoré[5], pero al cabo de siete u ocho meses, se aburre de este nuevo modo de vida, y deja la toga, escapándose por debajo de los muros de las tullerías. Como él todavía no había tomado los votos, los capuchinos le dejan tranquilo. Pero tres años después su espíritu inquieto le devuelve a la orden seráfica y pronuncia sus votos después de pasar todo el noviciado, por lo que fue admitido entre las órdenes sagradas, así como en el sacerdocio, haciéndose llamar el padre Simón, y estando así durante diez años. Pero conservaba su gusto por sus viejos compañeros de placer y acabó rebelándose, dejando de nuevo el hábito de capuchino, refugiándose en Alemania. Al ser reconocido, abraza la religión luterana y se dedica completamente al estudio de la Gran Obra. Con este secreto, vuelve a París, donde ya sabe hacer muy bien los engaños. Cree que los capuchinos, después de unos seis a ocho años, no pensarían en él. Abjuró de su apostasía, y con gran audacia se casó en Saint-Sulpice con Susanne Leclerc, hija de un taquillero de la Conciergerie. Dubois, naturalmente interesado y charlatán, era conocido entre mucha gente de toda clase social, también la alta, llegando a tener mucha confianza entre alguno de ellos, como por ejemplo con el abad Blondeau, tío de Renée Bouthillier De Chavigny, de espíritu confiado y crédulo, quien le ve como un hombre maravilloso, poseedor de los más raros secretos, en especial el de hacer el oro con la mayor facilidad. Fue este abad quien le hizo conocer al famoso padre Joseph de Tremblay, habiendo antes obtenido de él que no se buscará en su vida pasada[6].
El padre capuchino aceptó todo, con la esperanza de procurar al cardenal Richelieu, su protector, un adepto que haría aumentar la grandeza de su eminencia y la grandeza de Francia; que debía dar los medios de aliviar los pueblos, y abastecer abundantemente a todos los gastos de las guerras ruinosas, contra los enemigos del rey. Richelieu no tarda mucho en ser informado de esta feliz aventura. Y como el padre Joseph era una persona en la que Richelieu confiaba mucho, él no duda sobre lo que le cuenta. En fin, el fabricante de oro fue citado para que trabajara en presencia del rey, de la reina, del cardenal, del padre Joseph, del abad Blondeau, los superintendentes y otros que tuvieran interés en ver la Gran Obra. El día de la cita Dubois se va al Louvre y aporta una copela y un crisol para su ensayo[7]. Enciende el fuego, y pone los vasos. Para que no haya duda ninguna, acepta como ayudante a un guardia de corps llamado Saint-Amour, elegido por el propio rey. Estando todo ya dispuesto, Dubois pide en voz alta si el rey quisiera mandar que uno de sus soldados trajera diez o doce balas de mosquete para convertirlas en oro, cosa que fue hecha muy solemnemente y con todos los ingredientes de una película de misterio. Se pone el plomo en la copela y se da el calor necesario al fuego para obtener el efecto deseado. Al mismo tiempo, Dubois hizo ver a todos que arrojaba sobre las balas de plomo un grano de peso de su polvo de proyección, tras lo cual, él cubrió de cenizas el plomo que había en la copela, porque, según él, era algo necesario en el proceso, pero era para enmascarar mejor sus maniobras.
Cuando llegó la hora de hacer ver a todos el resultado de sus operaciones, Dubois, bajo el pretexto de colocar bien la copela, desliza con mucha habilidad, y sin que nadie le vea, un poco de oro sobre la ceniza, como él confesaría después en el proceso. Habiéndose así asegurado de que hubiera oro, pide al rey que si él quisiera quitar las cenizas poco a poco, o de mandar a algún otro de los presentes que lo hiciera. El rey no quiso que este cometido lo hiciera nadie más que él, y como él sopló muy fuerte con el soplador, en la impaciencia de descubrir esta muestra de riqueza infinita que se le había prometido, los espectadores, todos ellos muy interesados, muy curiosos, muy atentos, recibieron las cenizas que volaron, y la misma reina estaba agobiada. En fin, cuando aparecido el oro todos lanzaron un grito de alegría, causando una sorpresa tan agradable que tanto el rey como su eminencia Richelieu abrazaron a Dubois, y le procuraron su favor y los términos de su satisfacción y reconocimiento. El rey, en su entusiasmo, le declara noble y le hace caballero, consagrado por un bello abrazo corto, al modo de los antiguos caballeros de la Tabla Redonda. Además, le da el cargo de Presidente de las Tesorerías francesas, de nueva creación en Montpellier, permitiéndole, además, cazar en todas las tierras reales. El cardenal Richelieu, por su parte, dijo que habría que eliminar todas las tasas, impuestos y gravámenes que se cargaban sobre el pueblo, que el rey sólo conservaría su dominio regio, con algunos derechos, como los marqueses de su soberanía, además de la categoría de soberano, anunciando el renacimiento de la Edad de Oro, y la suprema dominación de Francia sobre todos los demás poderes europeos. El mismo Rey y el Cardenal Ríchelieu llegaron a besar a Dubois. El capelo cardenalicio se le prometió al padre Joseph, el abad Blondeau fue hecho consejero de Estado, recibiendo ese mismo día la acreditación, con la promesa de ser obispo a la primera vacante que hubiera. Saint-Amour recibió ocho mil francos por haber ayudado a esta bella obra. En fin, toda la corte presenta estaba bajo el encantamiento de una alegría desmedida. Dubois volvería a repetir la experiencia, y también a repetir el mismo giro hábil, para entretener el entusiasmo de los presentes. El propio rey retiró el crisol con unas pinzas. La vista de un nuevo lingote de oro causa un redoblado regocijo, aunque era de menor peso que el primero, tan sólo cuatro onzas, frente a las nueve del primero. Se manda buscar a un orfebre, quien, después de haber hecho el ensayo de estas dos muestras, encuentra que no eran otra cosa que el oro usado para acuñar monedas, es decir, oro de veintidós quilates. Dubois, creyendo que este informe tan perfecto con la moneda no haría sospechar nada, se apresura a decir que para sus ensayos él hizo esto oro bajo, pero que su trabajo en grandes transmutaciones, su oro tendría una pureza de veinticuatro quilates, y que con un horno más fuerte conseguiría oro de veinticuatro quilates. Esto contenta a los presentes, complacidos en su ilusión, aunque parecido muy sospechosa al orfebre. Las experiencias ya estaban hechas, y no habiendo nada más que exigir a Dubois, Richelieu le coge aparte para hablarle del oro que debía de hacer en adelante. Le dijo que el rey tenía una necesidad semanal de seiscientos mil francos. El charlatán tuvo la osadía de prometérselos, pero que necesitaba diez días para empezar, para dar, dijo, la última perfección de cocción a nueve onzas de polvo de proyección que tenía y que, por accidente, se reincrudó, por lo que necesitaba llevar este polvo a la perfección, para hacer un oro lo más puro posible. El cardenal le dijo, que si era necesario, se tomara hasta veinte días. Dubois, en lugar de hacer un trabajo que él sabía que era inútil, se dedicó a cazar, hizo reuniones en su casa con todos los alquimistas que conocía, les recibía con magnificencia, les hablaba de sus éxitos y de la “ciencia sublime”. Él era visto como un hombre extraordinario, y, en alguna medida, divino. Mientras, el tiempo pasaba y nada estaba preparado.
Comenzaba el final de Dubois. Richelieu tenía muchos frentes abiertos, y las guerras, las alianzas, los tratados, las guarniciones y sus vecinos italianos, españoles y alemanes, además de Roma, no eran precisamente asuntos fáciles de tratar. Las necesidades económicas, especialmente graves desde la segunda mitad de 1636, para sostener a las tropas, aumentaban día a día. Y el invierno iba a llegar a Europa, por lo que había que redoblar el esfuerzo para la defensa de Francia. Buscaba dinero, acuñaba moneda en exceso y pedía préstamos a los ricos franceses. “Todos los diablos están contra Francia”, decía en un muy resumido, pero certero, análisis en una carta que escribía a Savigni desde d’Abbeville, el 3 de noviembre de 1636[8]. Las dos primeras pruebas de Dubois debieron de hacerse a finales de Julio de ese año. Pasadas las tres semanas que pidió empezó Richelieu a presionarle. El 17 de agosto le dice a Chavigny que tenía retenido al señor de la Maillie bajo el pretexto de estar esperando noticias del rey[9]. Dubois estaba bajo vigilancia. A su vez, el cardenal envía al padre Joseph que pidiera al fabricante de oro que se pusiera a trabajar, él pide algunos días más, que se le dan, pero que no aprovecha nada. Al final, el 19 de agosto de 1636, Richelieu, temeroso de que se diera a la fuga, le mandó buscar con una de sus carrozas, a la vez que, en caso de surgir problemas, se acompaña de una orden urgente de ser arrestado[10]. De todas formas, Dubois siguió dando largas al inicio de su trabajo, poniendo cada vez nuevas excusas, hasta que, agotadas las mismas, empieza a trabajar el día 14 de octubre[11]. Pero no hay resultados en los diez primeros días siguientes, aunque la tensión era máxima entre los protagonistas. Tanto que dos días después, el 16 de octubre, Richelieu, aún esperanzado ante la posibilidad de conseguir oro para resolver sus problemas, escribe al padre Joseph, y le dice que si en poco tiempo Mailly no les da la red que les pare en la caída económica, caerán sin ella,[12] aún cuando Richelieu sabe que el padre Joseph está fuera, en un corto viaje de unos días y que no volverá hasta el próximo día 23 de octubre, por lo que se la escribe para que se la encuentre nada más regresar[13]. Así ocurre. El padre Joseph, viendo el agobio y la presión a la que estaba sometido Richelieu, le contesta, intuyendo ya que Dubois no va a hacer nada, lamentándose de los enormes gastos que tiene que hacer Francia y de la penuria del tesoro. El padre Joseph le dice a Richelieu que los oficios (“les secours”) de Dubois van a venir bien. Irá a verle para vigilar qué hace y le pedirá uno de sus matraces, con los polvos dentro. Además, le hará escribir qué es lo que hace falta hacer para la transmutación, y se lo enviará todo a Richelieu lo antes posible. Todo ello aún con la lejana esperanza de acabar este asunto favorablemente[14].
Estando el cardenal en Ruel, no le quiso ni ver, y le hizo encerrar para que trabajara. Dubois hizo, o fingió hacer, muchos ensayos que no produjeron nada. Entonces es llevado al castillo de Vincennes, donde después de muchos más tentativas inútiles, el cardenal no duda ya de que se trata de un impostor, por lo que le manda a la Bastilla, conducido en una carroza por M. le Fermas. El cardenal nunca le perdonará el haber abusado de él tan pública y solemnemente, nombrando una comisión para empezar a hacerle un proceso. Su eminencia, queriendo hacer parecer que había sigo engañado por algo sobrenatural, ente el cual toda su política había sido forzada a ceder, insistió que fuera acusado de magia, como así ocurrió. Antes de empezar M. le Fermas, estudió a los alquimistas, leyendo los grandes y conocidos tratados de alquimia, tras lo cual interroga a Dubois muy detalladamente, según los términos del arte hermético, siguiendo el interrogatorio por la magia, y luego, por el recorte de las monedas de oro, que era el verdadero malvado talento de este trapacista, y la fuente de todo su castigo, la cual no quiso reconocer. Después de diez o doce días de interrogatorio, el fue requerido a decir la verdad y a afirmar que él había tenido la intención de estafar al rey y a su eminencia. Entonces Dubois tuvo la desfachatez de sostener que él no era culpable de nada respecto de todo este proyecto, y que, para justificarse, estaba dispuesto a repetir sus experiencias el oro. Se le rechaza todo, pero como siempre se es crédulo para aquello a lo que se desea, se le hizo preparar desde el día siguiente todo lo necesario para su trabajo. Mientras tanto, dos de los más expertos orfebres de París fueron advertidos de venir a verle operar, y de estar atentos a todas sus maniobras de distracción. Dubois enciende el fuego a su modo y los orfebres hacen todo lo que se le había ordenado, Dubois no toca nada más que algunas cosas, siempre observado por ellos, faltando sólo los polvos de oro que Dubois no se había podido procurar en prisión, alargando el proceso hasta el fin del día. Al final, renuncia, diciendo que él no era libre y que no quería dar su secreto a personas que no conocía. Pero cuando vio que se le acababa la paciencia a los demás, prometió reconocer todas sus picardías y descubrir los medios que empleó para engañar al rey, al cardenal y a los ministros. Confesado este primer crimen, fue interrogado sobre la magia, en la que entonces aun se creía mucho. Se pretendía que confesara también sobre este delito. Su interrogatorio se basó sobre un incidente en el que se supone que llega una noche a uno de los guardias de su eminencia, cuando estaba retenido en Ruel. Al parecer, este guardia había sido golpeado fuertemente dos horas después de medianoche, sin que pudiera haber visto quien le golpeó, diciendo que había sido un diablo que Dubois había lanzado contra él, para vengarse de algún mal tratamiento. Este hecho, junto a algunos otros, es citado en su proceso como pruebas de su magia, de la que Dubois se defendió con fuerza, diciendo porqué los diablos que estaban a sus órdenes, o sus amigos no le habían sacado de prisión; o porqué no le habían dado el secreto de hacer el oro, que eran los dos asuntos más graves que tenía ahora mismo. Asó que no disonada sobre estas cuestiones, porque no tenía nada que decir. Después de esta segunda parte de la acusación, se pasa a la tercera, que es la más real de todas, que era la de la falsificación de moneda y la rebaja de las monedas de oro. Sobre este asunto, se encontraron en su casa muchos útiles necesarios y piezas que lo probaban. El polvo de oro de las monedas era el cebo que este estafador empleaba para atrapar a los crédulos, ya que por el valor de ocho o diez pistolas[15], de las cuáles hacía pequeños lingotes que le servían para los ensayos y de muestra de la gran obra que prometía. Dubois atrajo seis o setecientos escudos de los que él pescaba en sus redes. Al abad Blondeau, uno de los que engañó y su confidente, le sacó ocho mil francos antes de darle a conocer al padre Joseph. Al perecer, Dubois había escrito un pequeño tratado donde se encontraba su secreto para hacer el oro, vendiéndolo en forma manuscrita, según iba topándose con compradores crédulos e interesados. Incluso tuvo sus discípulos de buena fe, como un tal Monsieur de la Jaille, maestro de cuentas de Nantes, en fin, este hombre que cometió tantos delitos que merecía la muerte, fue juzgado por una comisión y condenado a ser colgado. Él quiso entonces sostener que podía hacer, y que había hecho, oro, y que era el miedo a la tortura lo que le había hecho confesar esas cosas. Pero ya no fue escuchado más. Cuando era llevado al suplicio, su confesor, un carmelita, le propuso reconocer sus faltas, lo que Dubois prometió hacer. Entonces se le hizo entrar a casa de un notario, donde él declara y firma su declaración. Como era creyente e iba a morir y a rendir cuentas de su vida a Dios, declara que había engañado al rey, a al reina y al cardenal, y pide perdón porque todo lo que había hecho eran engaños, que él nunca conoció a nadie que dijera hacer el oro que no fuera un estafador, y que esto le había servido para pasar cómodamente su vida, firmando en presencia de M. le Fermas, descargando de toda culpa a Sain-Amour, al cual implicó en sus declaraciones previas durante el proceso. Vuelve a montar en la carreta y fue llevado a la horca, a la que subió con coraje y resignación el 25 de junio de 1637.
Al parecer el oro hecho por Dubois fue gracias a unos polvos de consiguió de su patrocinador, un tal Perrier. Incluso este oro, cuando se volvía a echar en la copela, aumentaba más, en vez de disminuir, como hacían normalmente el resto de los metales. Además, dice Borel, el oro producido por los polvos de Dubois transmutaba un poco de plomo en oro. La explicación a este hecho que nos da ahora es curiosa, ya que nos muestra cómo se pensaba entonces que se podía transmutar. Ello es debido a que el oro contiene en sí más elixir del que necesita. Por eso lo traspasa al plomo y se convierte en oro. Curioso. Y esto lo hacía el oro porque Dubois no controlaba bien las dosis del polvo y echaba de más, temiendo fallar y queriendo hacer ver el efecto de forma patente[16].
Dubois no era un alquimista que había conseguido culminar la Gran Obra. Era un falsario. Entonces ¿de dónde obtuvo el polvo de proyección? Borel nos cuenta una historia algo extraña. Se daba por hecho que el polvo de proyección de Dubois venía de un médico llamado Perrier, del que especula que podría ser descendiente de otro Perrier, sobrino de Pernelle, esposa del famoso alquimista medieval francés Nicolás Flamel, que dio a su mujer el secreto de la transmutación[17], y ésta a Perrier. En cualquier caso, el no poder demostrar Dubois que era un alquimista auténtico le costaría, a la larga, la vida. Era sobrino y ahijado de Perrier, y a la muerte de éste, encontró los polvos entre sus papeles. No sabiendo el precio de estos, ya que nada le había contado de este asunto, y en vez de guardar el silencio requerido “en esta ciencia”, Dubois se puso a transmutar una y otra vez a lo largo y ancho de todo París. Al ser preguntado por la composición, y al no haber podido dar respuesta, acabó ahorcado[18].
Otro relato de este affaire, en nuestro camino hacia atrás, fue escrito en 1660 por el autor anónimo de la biografía del astrólogo Jean Baptiste Morin (1583-1656)[19], citado después por Albert Poisson en 1893[20]. Morin hablaba asiduamente con su amigo, el señor de Chavigny, quien estuvo presente en la segunda “transmutación” de Dubois, por orden del rey. Se le encargó hacer que el oro resultante fuera examinado por el ensayador de la moneda, quien dijo que, esta vez, el oro era más fino que el de la primera vez, teniendo, finalmente, que ceder a sus recelos y darle la razón al alquimista falsario. Esta historia, nos dice, fue una de las que más entretuvo a los franceses a lo largo del siglo XVII. M. de Chavigny, era bastante crédulo, según las palabras del anónimo biógrafo de Morin. Este último dice que la historia tiene dos caras. Por un lado, y en “honor a la Química” y a la verdad, no llega a creerse que su amigo Chavigny llegara a ver el oro resultante de la segunda operación. El crisol fue tomado de un mercader, Chavigny rebuscó bien en los anclajes de los perdigones de plomo que fueron fundidos, y el rey puso él mismo el polvo que le fue dado en pequeña cantidad envuelto en cera, después de haber sido envuelto en papel, para manejarlo mejor.
La otra cara de la moneda es que no se entiende el tratamiento recibido por Dubois. Debe ser un “resorte secreto de la Providencia”, o bien que desearan saber todos cómo hacer el polvo de proyección de Dubois. Pero él nunca hizo los polvos, como era evidente. Al final, fue arrestado en Ruel, donde iba a verse con Richelieu, bajo el pretexto de su seguridad personal. La fatal necesidad que tenía Dubois de ser libre desde siempre, especialmente la libertad que tuvo desde la salida de su convento, le hizo consentir a declarar ante el padre Joseph, quien, tras un minucioso examen e interrogatorio, acompañado de los religiosos del Calvario, lo entregó a su Eminencia. Ya que su vida fue muy irregular, y perteneciendo a una orden muy regular, no fue difícil para nadie encontrar la forma de hacerle justicia. Con todo, el cardenal no llegó a creerse que todo fuera una falsedad y siguió intentándolo en el laboratorio secreto que se hizo construir en el castillo de Ruel, y en el que se trabajó muchos años en el tiempo en que el falsario Dubois era ahorcado en París.
El relato del biógrafo anónimo es bastante verosímil. Chavigny, o Chavigni, era un secretario de estado a las órdenes de Richelieu. Y, el abad Blondeau, tío de madame de Chavigny Bouthellier, esposa suya. Además, las comunicaciones entre él y Richelieu, además de fluidas, denotan una gran confianza personal entrambos.
Otro relato, el de Pierre Martin de la Martinière vió la luz tan sólo cinco años después, en 1665, y, también aporta elementos y noticias propias[21]. Dubois, nos dice, era hijo de un barbero y sobrino de un médico, quien le hizo estudiar. Después de acabar sus estudios, Dubois de puso a viajar, y después se hizo capuchino, siguiendo la regla de San Francisco algunos años. Luego pide permiso al superior del convento para ir a ver a su padre, permiso que le fue dado. Habiendo llegado a su lugar natal, y después de visitar a su padre y a su madre, fue a ver a su padrino que vivía en el mismo pueblo “qui le retint, & son compagnon”, no viendo más que ellos fueron a otro lugar. Este médico, después de unos años que encontró el secreto de hacer una amalgama de cobre, plata y oro, con esta amalgama venían haciendo falsas monedas de muy buena factura, las cuáles su compadre el barbero cambiaba por un lado y por otro. Teniendo el médico parte en este negocio se empeñaba en mantenerlo oculto y en que no se descubriera. Su padrino redujo todo el oro en polvo y lo mezcló entre el médium de cobre y plata, y fabricó las piezas en presencia de su compadre, del cuál no se escondió. También hizo esto muchas veces en presencia de su sobrino, al que hizo entender que ese polvo que él echaba en el médium de plata y cobre era el polvo de proyección, que transmuta los metales en oro.
El padre Dubois deseoso de tirar el hábito a las ortigas para gustar de los placeres mundanos, no ve nada mejor que tomar el polvo del cual su padrino se servía para transmutar los metales en oro. Así pues, una bella noche, mientras dormía su padrino, cogió el polvo, la plata que había acuñado y su hábito, que cambia en Sien, y su fue a Ginebra, donde cambia de religión, después vino a París, donde iba haciendo transmutaciones deforma pública y escandalosa hasta que fue arrestado por orden del Cardenal Richelieu, quien le hizo hacer algunos lingotes con sus polvos, los cuáles se reconocieron ser el gran secreto de estos arruinadores de familias y falsos acuñadores de moneda. Su arresto era una cosa necesaria para dar ejemplo a los demás que lo que se hacía con esta peste y le condenó a ser colgado delante de la iglesia de Saint-Paul. Su padre, sabiendo que fue arrestado, y estando muy inquieto, le hizo saber a su compadre el médico que Dubois ya había muerto meses antes.
Cuatro años después de la versión de De la Martiniere, en 1669, el affaire aún se recordaba como ejemplo del ambiente existente, no ya desde 1637, sino tres décadas más tarde. Robert de Berquen, mercader y orfebre parisino, nos presenta en 1669 una imagen bastante certera del momento[22]. Robert se espanta de tantos que han buscado la Piedra Filosofal, y de los que todavía la buscan, y de los que creen poder hacer oro; sobre todo desde el punto de vista de un orfebre y del conocimiento que tiene sobre el oro, una ayuda no siempre reconocida.
Al mismo tiempo, el historiador parisino Henri Sauval (1623-1676) se mostró más dudoso: “Los herméticos que buscan por todas partes la Piedra Filosofal sin poder encontrarla, han meditado tanto sobre algunos de los portales de nuestras Iglesias, que Al final encontraron lo que afirmaban. […] Destilan sus mentes en versos y figuras góticas por excelencia, algunas redondas, otras garabateadas, como dicen, en las piedras tanto de la casa de la esquina de la rue Marivaux como de los dos hospitales que él [Flamel] había construido en la rue de Montmorenci”[23].
Pero el relato más extenso nos lo encontramos en el Tableau de Paris:
Siempre hay nuevos seguidores buscando la piedra filosofal. La ignorancia de la química causó un gran número de ellos alguna vez. Nuevos descubrimientos han puesto de moda el desafío de intentar la gran obra. Esto no debería sorprender en un mundo donde la mente humana, atrevida y ansiosa por aprender, ha vuelto a caer en las ciencias ocultas de la quiromancia, la magia, la astrología y la alquimia. La filosofía hermética, que estimula la avaricia del hombre, no podía dejar de tener partidarios; porque el oro tiene muchos adoradores. Entre estos impostores o estos hombres engañados, vimos figurar a un ex-capuchino, que hizo experiencias de la gran obra ante Luis XIII, el cardenal Richelieu y varias personas de la corte: la anécdota fue muy curiosa por lo que la relato aquí.
Este ex capuchino, llamado Dubois, era uno de esos hombres cuya vida era romántica: había viajado a Oriente durante su juventud. Después de vivir en el libertinaje, se hizo capuchino. Aburrido de esta nueva forma de vida, tiró sus ropas y huyó de las paredes de las Tullerías. Tres años después, su espíritu inquieto le devolvió a la orden seráfica. Hizo sus votos y fue admitido a las sagradas órdenes. Al cabo de diez años, abandonó nuevamente el hábito capuchino y se fue de paseo a Alemania. Allí abrazó la religión luterana y encontró seguidores que lo iniciaron en el estudio de la gran obra. Engañado o defraudado, regresó a París con el supuesto secreto de fabricar oro; y como este hermoso secreto daba audacia, desafió la mirada de los capuchinos, y este hombre, que era monje y sacerdote, se casó en Saint-Sulpice con la hija de un portero de la conserjería.
Todo charlatán es un tramposo. Y sólo de lo que le ocupa, habla bastante bien de ello. El excapuchino, habiendo conquistado algunas mentes débiles y crédulas, que lo consideraban un hombre maravilloso, fue admitido indefinidamente ante el famoso padre José, brazo derecho y consejo del cardenal Richelieu. El ministro abrió sus oídos a las promesas de un adepto que se jactaba nada menos que de aumentar la riqueza de Francia, la grandeza de su eminencia y de cubrir todos los gastos de la guerra. La gran necesidad hace confiar en los genios más profundos: el cardenal Richelieu no creía nada imposible, y ni siquiera sospechaba que alguien pudiera engañar su mirada; le creyó al padre Joseph, y se decidió que el fabricante de oro trabajaría a favor del rey, la reina, el cardenal, el padre Joseph, el intendente de pieles y otros, quienes por defecto se beneficiaron de todo este importante descubrimiento.
Llegado el día, Dubois va al Louvre, trae un plato y un crisol para su experimento, enciende el fuego, pone en él sus vasijas. Y para que no sea acusado de engaño, acepta como ayuda en su trabajo, una guardia personal que el propio rey eligió para él.
Entonces Dubois, alzando la voz, dijo: «Permítame a Su Majestad mandar que uno de sus soldados dé diez o doce balas de mosquete, que yo convertiré en oro.» Las balas fueron dadas, y Dubois vio, al mismo tiempo, que arrojó al plomo el valor de un grano del polvo de proyección; después de lo cual cubrió con cenizas las balas que había en la copela, y volvió a decir en voz alta: “Que sirva a S. M. retirar poco a poco las cenizas con un látigo, o dar la orden de hacerlo a quien quiera”. Luis XIII no quiso confiar este cuidado a nadie; tomó la esposa, y mientras soplaba fuerte, impaciente por descubrir esta muestra de las infinitas riquezas que le eran prometidas, las cenizas volaron entre los asistentes, y la reina, más curiosa o más interesada, quedó abrumada por ello. Al triturarse todas las cenizas, apareció el lingote de oro. Fue sólo un grito de furia, y luego de angustia: Su Majestad y Su Eminencia abrazaron a Dubois; el rey, en su entusiasmo, lo declaró noble, y lo nombró caballero, dándole el abrazo a la manera de los antiguos valientes caballeros de la mesa redonda; Y para cumplir, en una palabra, todos los favores, le permitió disfrutar de todos sus placeres.
El cardenal Richelieu, a quien siempre he admirado, porque tenía un alma fuerte, hizo un hermoso movimiento: dijo a Luis XIII que era necesario eliminar las tasas, los impuestos, los subsidios y todas las imposiciones que gravan al pueblo; que el Rey sólo se reservaría su dominio, con algunas fincas y derechos menores, como señales de su soberanía y su poder soberano. Con los ojos chispeantes de alegría, anunció el renacimiento de la edad de oro, y lo que halagaba aún más su genio político, el dominio supremo de Francia sobre todas las potencias de Europa; abrazó al padre Joseph y le prometió el capelo cardenalicio en la oreja. El guardaespaldas recibió 8.000 libras por haber ayudado en esta hermosa obra, y todos los asistentes, extasiados y embriagados, lo respetaron. Si existiera la gallina de la fábula, la gallina de los huevos de oro, pondría sus huevos orgullosa en Versalles, y los guardaespaldas, lejos de obstaculizarla en sus deberes, harían guardia y formarían una barrera a su alrededor.
Dubois hizo un nuevo experimento, y el propio rey sacó el crisol del fuego con unas pinzas: la vista de este nuevo lingote provocó un aumento del placer; cuando se enfrió, cayó en manos de Su Majestad, quien mandó llamar a un orfebre, quien, después de haber probado estas dos muestras, comprobó que el oro no tenía más que veintidós quilates, es decir, el estado actual de la moneda que se acuñaba. Como el excapuchino temía que esta perfecta relación con la moneda hiciera sospechar algo, se apresuró a decir que por sus esfuerzos estaba fabricando oro para este fin; pero que en su gran obra de transformación, su oro sería puro de veinticuatro quilates. Al augusto le pareció que les alegraba en su ilusión quedó satisfecha con esta respuesta.
Una vez realizados los experimentos, el cardenal Richelieu llamó a Dubois y le dijo que, para empezar, el rey sólo necesitaba ochocientos mil francos semanales, pero que debían entregarse con regularidad. El charlatán prometió todo, siempre que le dieran diez días para cocinar adecuadamente el polvo de proyección que, por accidente, se había incrustado, una jerga de arte, a la que el cardenal no prestó atención, diciendo que no le concedía no sólo diez días. Sino veinte, si los necesitaba.
El ex capuchino, en lugar de hacer su trabajo y purificar su pólvora, se dio el placer de cazar, hizo grandes banquetes en su casa, deleitó a todo el pueblo con sus conocimientos, los trató con magnificencia, mantuvo sus éxitos y su ciencia sublime; en todas partes se le consideraba un hombre extraordinario.
Sin embargo, pasó el tiempo y no se planificó nada. El cardenal envió al padre Joseph a pedirle al fabricante de oro que se pusiera manos a la obra. Pidió unos días que se le concedieron y que no aprovechó mejor. El rey no estaba menos impaciente por ver grandes lingotes dorados de quinientas o quinientas mil libras; porque los reyes ya no hacen otra cosa que con oro, como yo, que soy débil: pero como los lingotes no aparecían, pronto tuvieron sospechas y temores de haber sido engañados.
Había órdenes de vigilar de cerca a este charlatán e impedirle huir, como en realidad pensaba hacer. Pronto el cardenal, que no negociaba la libertad de un hombre, hizo que lo trasladaran al castillo de Vincennes, donde al ex capuchino se le permitió realizar muchas gestiones que no produjeron nada. Después de varios intentos aún inútiles, ya nadie dejó dudas de que era un impostor. En vano dijo que le era imposible trabajar cuando no era libre, y que la esclavitud destruía la virtud de su polvo de proyección o de multiplicación: lo llevaron a la Bastilla y lo metieron en un calabozo.
El cardenal Richelieu no era hombre que le perdonara haber abusado públicamente y tontamente de él, pero, como hábil político, no quería parecer engañado por un arte sobrenatural, que habría dado demasiada diversión a la risa. Buscamos en la vida privada del ex capuchino cualquier cosa que pudiera acusarlo: Richelieu creó una comisión. Al excapuchino se le mostró el tallado de varias monedas de oro, y fue fácil condenarlo por haber alterado la moneda o incluso por haber cometido un fraude.
Su vida errante y vagabunda le ofreció varios delitos; fue juzgado por la comisión y condenado a la horca. Cuando estaba a punto de morir, declaró que había engañado al rey, a la reina y a mi señor el cardenal con un designio premeditado: admitió que nunca había podido hacer oro; pero habiendo reconocido la extrema credulidad de los hombres en todo lo que les prometía una inmensa fortuna, había aprovechado esta inclinación para vivir a costa de quienes le escuchaban. Agregó que había compuesto y vendido a un precio muy alto un pequeño folleto, que contenía su supuesto secreto de la fabricación de oro, y que, dependiendo de los compradores interesados y crédulos, subía o bajaba el precio de su obra. Como confesión final, dijo que todo su proceso equivalió a una extorsión inútil; que, con el pretexto de arreglar la copa, golpeó hábilmente, hasta que nadie se dio cuenta, cierta punta de oro en las cenizas y quitó el plomo. Este oro procedía del desguace de monedas de oro; y fue así que tuvo la temeridad de querer engañar al rey, a la reina y a mi señor el cardenal.
Dubois fue ahorcado el 25 de junio de 1637.[24]
[1] M. Avenel, Collection de documents inédits sur l’Histoire de France, Première série. Histoire politique. Lettres, instructions diplomatiques, et papiers d’État du Cardinal Richelieu, recueillis et publiés par M. Avenel, T. 5 (1635-1637), 626 : « Le 25 le nommé Du Bois, insigne imposteur, a esté exécuté à mort, par arrest de la chambre de justice, pour magie, fausse monnoye et autres crimes. »
[2] Las fuentes originales están en el Fondo « Francia » (Mémoires et documents), en el Archivo Diplomático de La Corneuve, AFFAIRES EXTERIEURES, 86. — 1637 (septembre-décembre). 1 vol. in-fol., minutes, originaux et copies du XVIIe siècle ; 392 folios, fol. 76, 131.
[3] Anónimo, La Vie de maistre Jean-Baptiste Morin, docteur en médecine et professeur royal aux mathématiques à Paris (1660), 41-44 ; Borel, Pierre, Trésor de recherches et antiquitez gauloises et françoises, réduites en ordre alphabétique : et enrichies de beaucoup d’origines, épitaphes, & autres choses rares & curieuses, comme aussi de beaucoup de mots de la langue thyoise ou theuthfranque, París, Augustin Courbé, 1655, 488 ; Lenglet du Fresnoy, N., HISTOIRE DE LA PHILOSOPHIE HERMÉTIQUE. Accompagnée d’un Catalogue raisonné des Ecrivains de cette Science. Avec le Véritable Philalèthe, revu sur, les Originaux. TOME SECOND.A PARIS ; Chez COUSTELIER, Libraire, Quai des Augustins. M. DCC. XLII (1742), Avec Approbation & Privilège du Roi, 22 : VI : « Transmutation faite par Dubois. » Antoine-François Delandine, Le conservateur ou bibliothèque choisie de littérature, de morale …, París, Buisson y Lyon, J. S : Grabit, 1788, Volumen 1, « De l’alchymiste Dubois », 70-83. Tableau de Paris, 9 (1789), Louis Sébastien Mercier, nouvelle edition, Amsterdam, chapitre dclxxxv. Chercheurs de la Pierre philosophale. 29-33 ; Encyclopediana, ou Dictionnaire encyclopédique des ana. Supplement à l’Encyclopédie méthodique. París, Panckoucke, 1791, 33-34, copiado literalmente en alemán en Aurora: eine Zeitschrift aus dem südlichen Deutschland, Scherer, enero 1804, 547-551 ; Biographie universelle. Ancienne et moderne, DR-EI, Tome Douzième, París, L. G. Michaid, imprimeur du Roi, 1814, p. 66 ; A.V. Arnauld, Monnais, Éphémérides universelles, ou tableau religieux, politique, littéraire, scientifique et anecdotique, présentant pour chaque jour de l’année un extrait des annales de toutes les nations et de tous les siècles, Paris, Corbiz, 1834, 456-458. Biographie universelle classique: ou, Dictionnaire historique portatif, Charles Theodore Beauvais de Preau, Antoine y Alexandre Barbier (eds), Paris, C. Gosselin, 1829, Volumen 1, 898. Edouard Charton, Eurayle Cazeaux, Eugène Best, Charles Mayet, Charles Forementin, Émile Fouquet y Ernest Beau (eds.), Magasin pittoresque, 1 (1833), 167. G. Hanotaux and the due de la Force, Histoire du Cardinal de. Richelieu, 6 vols. (Paris, 1893-1947), iv, p. 366 n. 1 ; Émile Roca, Le grand Siècle intime. Le règne de Richelieu (1617-1642) , d’après des documents originaux, París, Perrin et Cíe, 1906, 244. C.I.B., « Lemoines prototype », New-York Tribune., February 02, 1908.
[4] Tenemos pocas noticias de este hombre. Jean Toubeau, Les institutes du droit consulaire, ou La jurisprudence des marchands …, 2e éd. augmentée du tiers, 200 : « Action ayant été portée au Conseil par Gaspard Dufay & Giraud Mary Marchands de la Ville de Toulouse, Demandeurs en Règlement de Juges entre le Parlement de la même Ville & le Conservateur des Privilèges des Foires de Lyon contre Etienne Gloton Marchand de la même Ville, Défendeur Arrêt est intervenu le 17 Juin 1628. Par lequel les Parties, avec leur Procez furent renvoyéz pardevant le Juge Conservateur. Jean Raynal, Histoire de la ville de Toulouse, Toulouse, Jean-Franóis Forest, 1759, 492, Table générale des capitouls : Gaspard Dufay, ou Duffày , 1621
[5] El convento de los Capuchinos de París, en su primera ubicación, fue fundado por Catalina de Médicis en 1576. Estaba situado entre los conventos « des Feuillants » y el de la Asunción, ocupando desde el número 351 al 369 de la actual calle Saint-Honoré. Era la más considerable y considerada casa de los capuchinos de toda Francia, y acogía a ciento cincuenta religiosos.
[6] El padre José, enterrado causalmente en la iglesia de los capuchinos de la calle de Saint-Honoré, también era conocido como “eminencia gris”, en contraste con la “eminencia roja”, que era Richelieu. El padre José era el confidente y mano derecha de éste último. Ambos tuvieron una gran relación política y personal. Para entenderla y entender la importancia política del padre José: G. Fagniez, Le Père Joseph et Richelieu. La déchéance politique et religieuse du protestantisme et la première campagne d’Italie, París, Bureaux de la revue, 1890. Separata de la Revue des Questions historiques, octubre, 1890. Incluso Richelieu se permitía, seguramente en un afán de realzar la figura de su amigo, llamarle “tenebro cavernoso”, ante terceros, como hiciera en algunas cartas dirigidas a Chavigny. En Lettres… (nota 1), 296: Carta de Richelieu a M. de Chavigni, Ruel, 12 de octubre de 1635.
[7] Arnauld, en cambio dice que El día señalado, Picard se fue al Louvre y, para evitar toda sospecha de superchería, pide que le acompañe un adjunto. El rey le pone a un guardia de corps llamado Saint-Amour.
[8] Archive des Affaires étrangeres. France, 1636, octubre, décembre, fol.197.
[9] Lettres, instructions diplomatiques…, 549 : Carta de Richelieu a M. de Chavigny, desde París, de 17 de agosto de 1636 : « J’ai retenu le Sr de Mailly sous le prétexte d’avoir nouvelles du Roy. »
[10] Lettres, instructions diplomatiques…, 554 : Carta de Richelieu a M. de Chavigny, desde París, de 19 de agosto de 1636
[11] Lettres, instructions diplomatiques…, 625 : Carta de Richelieu a M. de Chavigny, desde Amiens, de 14 de octubre de 1636 : « Dubois trouve toujours quelque excuse ; cependant il commence à travailler. »
[12] En realidad, Richelieu hace aquí otro de sus juegos de palabras, a los que era muy aficionado. Lettres, instructions diplomatiques…, 625 : Carta de Richelieu a M. de Chavigny, desde Amiens, de 16 de octubre de 1636 : « Je vois bien que dans peu de temps nous n’aurons pas la maille si nous ne la trouvons pas à Mailly. » Archive des Affaires étrangères. France, 1636, octobre, novembre, décembre, folio 145. — Minute de la main de de Noyers.
[13] Lettres, instructions diplomatiques…, 625 : Carta de Richelieu a M. de Chavigny, desde Amiens, de 14 de octubre de 1636 : « Le R. père Joseph ne reviendra de cinq ou six jours. »
[14] Nota de lettres, instructions… 625-626 Nous voyons, le 14 octobre, qu’après bien des délais Dubois commençait à travailler, et le 23, le père Joseph, à son retour, écrivant à Richelieu et se lamentant sue les énormes dépenses à faire et sur la pénurie du trésor, ajoutait : « Je voy que le secours du Sr Dubois viendroit bien à point ; je verray ceste après disnée ce qu’il fera ; j’ay attendu jusques-là à luy demander un de ses matras avec la matière qu’il aura mis dedans. Je luy feray bailler par escrit ce qu’il en faut faire, pour en retirer ce que l’on prétend… Je porteray ou j’envoyeary au plus tost à S. Ém. ce que le Sr Dubois m’aura baillé. » (ms. cité aux sources, fol. 131). Ainsi le père Joseph prenait fort au sérieux « le secours » qu’on pouvait attendre de l’alchimiste ; et Richelieu a été assez longtemps qu’il n’en désespérait pas, bien qu’il lui arrivât d’en plaissanter.
[15] Pistola era una moneda de oro batido de los siglos XVI y XVII en España e Italia, de valor y peso semejantes alos luises franceses. Había pistola de oro, falsa, ligera, media y doble. Hacia 1679 había en Francia gran cantidad de pistolas españolas y de escudos de oro en circulación (Shaw, Hist. monnaie, 1896, p.130).
[16] Borel, Trésor…, 488: « L’or fait par la poudre, que Dubois avait eu de Perrier son parrain, mis à la coupelle augmenta au lieu de diminuer, selon l’ordinaire des métaux qu’on coupelle ; parce qu’il convertit une partie plomb de la coupelle en sa propre nature, à cause qu’il contient en soi de l’élixir plus qu’il ne lui en faut ; parce que Dubois n’en savait pas les véritables doses, & en mettait plus qu’il n’en fallait, de peur de manquer à en faire voir l’effet. »
[17] Lenglet du Fresnoy, N., Histoire…22, nota en asterisco : C’est-à-dire de Nicolas Flamel, qui donna le secret de la transmutation à un nommé Perrier, neveu de Pernelle sa femme ; & c’est de cet homme que pouvait descendre M. Perrier le Médecin, suivant la conjecture de Borel..
[18] Borel, Trésor…, 163 : « on sait, dit-il, qu’un médecin appelé Perrier (descendu peut être de là : se refiere) a possédé cet œuvre, comme le montre la triste histoire de Dubois son neveu & filleul ; qui ayant trouvé de sa poudre parmi ses papiers après sa mort, & n’en sachant pas le prix, parce qu’elle ne lui avait rien coûté, la profana malheureusement ; & ne gardant pas le silence requis en cette science, en fit voir beaucoup de projections à Paris : & s’étant engagé d’en faire voir la composition, & n’y ayant pas réussi, faute d’adresse ou de bons mémoires, se fila le cordeau, dont peu après il fut pendu. »
[19] Anónimo, La Vie de maistre Jean-Baptiste Morin, docteur en médecine et professeur royal aux mathématiques à Paris (1660), 41-44.
[20] Albert Poisson, Nicolas Flamel: sa vie – ses fondations – ses œuvres (1893), 112-114.
[21] Pierre Martin de La Martinière, Le tombeau de la Folie. Dans lequel se void les plus fortes raisons que l’en puisse apporter pour faire connaitre la realité de la Pierre Philosophale, & d’autres raisons & expériences qu’en fout avoir l’abus & l’imposibilité, París, chez l’auteur, 1665, 74-76: « Histoire de Dubois Capucin, pendu à Paris. »
[22] Robert de Berquen, Les merveilles des Indes Orientales ou Nouueau traité des pierres precieuses & Perles, contenant leur vraye nature, dureté, couleurs & vertus : Chacune placée selonson ordre °ré, suivant la congnoissance des Marchands Orfévres, Le tiltre de l’Or & de l’Argent, Avec augmentation à plusieurs Chapitres, Les Raisons contre les chercheurs de la Pierre Philosophale & souffleurs d’Alchemie, Et de deux autres Chapitres du prix des Diamans, & des perles, Paris, Christophle Lambin, 1669,111 : Suitte du chapitre de l’or, contre les chercheurs de la pierre philosophale & souffleurs d’Arquemie. Dubois en 118-120. Mais je m’estonne de ceux qui ont tant cherché la pierre philosophalle, & qui la cherchent encore,& qui croyent faire de l’Or, les pauures abusez, c’est la nature qui le fait, l’Art ne peut faire la nature, & auec quoy voulés vous faire de l’Or, car il n’y a point de métaux ny mineraux qui aye son poids , & quant l’on en feroit qui auroit la couleur, & que l’on le passeroit à la coupelle, & mesme à l’antimoine, ce ne seroit pas de l’Or, car il n’auroit pas son poids. En Allemagne ils ont le segret de blanchir le cuiure comme de l’Argent, qui est doux comme l’Àrgent, il n’a pas son poids, mais l’on voit bien que ce n’est pas de l’Argent, Si l’Or se pouuoit faire il ny a point d’Orfevre qui n’en fit, car ils manient l’Or dés leur ieunesse à le fondre, l’allayer & l’afiner, nous connoissons sa nature, l’Or ne se peut augmenter qu’auec de l’Argent qui le blanchit, & par consequent il diminue de tiltre, il se peut augmenter auec du cuiure, & aussi il le rougira, & par consequent diminura aussi de tiltre, l’allayer d’argent & de cuiure sera meilleur, mais il diminuera aussi de tiltre, c’est vne mannie d’esprit de penser faire de l’Or de tous ceux qui en ont essayé, fans ceux qui s’y sont ruynez, n’en n’ont iamais fait vn grain, dessunt Dubois auoit du bien de son estoc;
[23] Henri Sauval Histoire et recherches des antiquités de la ville de Paris qui ne fut publiée qu’en 1724 : Histoire et recherches des antiquités de la ville de Paris Paris, Charles Moette et Jacques Chardon, 1724. 3 tomes : « Les hermétiques qui cherchent par tout la Pierre Philosophale sans la pouvoir trouver, ont tant médité sur quelques portaux de nos Eglises, qu’à la fin ils y ont trouvé ce qu’ils pretendent. […] Tandis que ceux-ci ravis de découvrir tant de merveilles à Notre-Dame n’en sauroient sortir, de leur côté quelques-uns d’entre eux contemplant attentivement le Cheval de bronze du Pont-Neuf ; & d’autres encore au haut de la Tour Saint-Jacques la Boucherie mirent de près les figures des quatre coins pour y trouver les hieroglyphes de Flamel, bien qu’il soit mort en 1417 & que la Tour n’a été commencée qu’en 1468, ni le bœuf, ni l’aigle ni le lion posés qu’en 1526. Car ce Flamel ici est en telle réputation parmi eux qu’ils ne l’estiment guère moins que Guillaume de Paris, & veulent qu’en 1332 il souffla de sorte que son creuset valut bien le sien, aussi ne sont-ils pas paresseux à visiter souvent tous les lieux qu’il a bâtis. Ils se distillent l’esprit pour quintescencier des vers Gothiques & des figures, les unes de ronde-bosse, les autres égratignées, comme on dit, sur les pierres tant de la maison du coin de la rue Marivaux, que des deux Hopitaux qu’il a fait faire à la rue de Montmorenci. De là ils vont à Ste Genevieve des Ardens, à l’Hopital St Gervais, à St Côme, à St Martin & à St Jacques la Boucherie, où l’on voit des portes qu’il a fait construire, & où presque à toutes et encore ailleurs, se remarquent des croix qu’ils tiennent pour mystérieuses. Quatre gros chenets de fer dressés près le portail de l’Hopital St Gervais & à la rue de la Feronnerie, font encore de lui ce qu’ils pretendent, sans savoir pourquoi, ni ce qu’ils signifient. Ils en disent autant des demi-reliefs, des figures de ronde-bosse & de quelques peintures des Charniers de St Innocent ; et que même il les a expliqués dans le livre des figures Hieroglyfiques. Cependant, il est certain que ce livre est la traduction d’une piece Latine qu’on n’a jamais vue. » tome III, p. 56-57.
[24] Tableau de Paris, 9 (1789), Louis Sébastien Mercier, nouvelle edition, Amsterdam, chapitre dclxxxv. Chercheurs de la Pierre philosophale. 29-33.
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