Entre los años 1481-1482 el obispo don Diego Hurtado de Mendoza hizo una visita pastoral al Cabildo Catedral de Palencia, visita registrada en dos cuadernos. El primero de ellos tiene 57 folios, en cuyos primeros 37 se relata la visita completa y detallada de la catedral, y entre el 34 y el 48 la vida y costumbre de todos los capitulares. En el segundo cuaderno, de 25 folios, se da cuenta de los formularios y las respuestas dadas por los capellanes. Con sorpresa, comprobamos que no todas las actividades eran «religiosamente correctas». Así, hacían negocios o prestaban dinero el arcediano de Cerrato y el de Carrión. Y entre los canónigos, un tal Peñafiel, otro tal Calancha y un tal Barba, que se dedicaba a hacer y vender longanizas. Al ser presbítero, nadie quería oficiar misa con Barba como diácono para no tener que besarle las manos porque el oficio de carnicero y derivados, a causa del tabú de la sangre, era considerado vil en la Edad Media.
Pero quien nos interesa era Yagüe, un canónigo que entendía de adivinanzas y era alquimista, además de poseer libros sobre estas ciencias secretas. No era algo extraño. Por esos mismos años se daba a la alquimia el arzobispo de Toledo, don Alonso Carrillo (1466-1482) y el obispo de Salamanca, Gonzalo de Vivero (147-1482) era un consumado astrólogo, como lo testimonia su testamento de 28 de enero de 1480 (Archivo de la Catedral de Salamanca, n. 1.034). Apenas tenemos más datos que los ofrecidos por el documento: «Preguntados por la persona de Alonso Yague, dixieron ser buen ombre e buen chorista, e que oyeron desir que procurava de adivinanças, e que no sabien sy se confesava, que non tenya breviario, confeso e comulgo ogaño, e que entiende de alquimista (Visita que hizo a la Santa Iglesia Catedral el Ilmo. Sr. obispo don Diego Hurtado de Mendoza, 1481-1482, Archivo de la Catedral de Palencia, n. 884, 43vº)