Ἱπποκράτης o Hippokrátēs (460 a.C.-377 a.C.), a quien se considera padre de la medicina, nació en Cos, una isla de Grecia, y murió en Larissa, también en Grecia. Tras mucho viajar, volvió a Cos, donde enseñó y practico la Medicina. Lo que se conoce como el Corpus hippocraticum es una colección de textos redactados entre los siglos V y IV a.C., que según unos especialistas son cincuenta y según otros setenta, la mayoría de los cuales no fueron escritos por él, reconociéndosele tan sólo no más de seis.
Sea como fuere, la importancia que adquiere la experiencia del médico (adquirida gracias a la observación reiterada de muchos casos de las mismas enfermedades), la observación directa del mismo y la perspectiva que esta posición otorga, son sus sellos de identidad. Estos elementos, además, ayudaron a sustituir la intervención divina en la enfermedad por otras variables más tangibles, como el clima, el agua o el aire. De esta forma, además, el médico podría predecir una enfermedad, la disposición, o no, a su aparición y sus fases de desarrollo. Por ejemplo, las causas ambientales se imponen en el Tratado de los aires, las aguas y los lugares (siglo V a.C.); y la predicción y experiencia se tratan en Tratado del pronóstico (la mucha experiencia daba elementos de juicio y capacitaba para emitir un pronóstico) y los Aforismos.
En su época se aceptaba que el origen de la enfermedad obedece a un proceso. Y dicho proceso era interpretado por medio de un sistema generalmente admitido entonces. Este sistema partía de la idea de que cuatro elementos (agua, aire, fuego y tierra) eran los que formaban y componían el Universo. Cada elemento, además, tenía su propia cualidad (humedad, sequedad, calor, frío).
En esta teoría había elementos, y cualidades, naturalmente opuestos entre sí en equilibrio; un equilibrio armónico que, por ello mismo, mantenía armónicamente el Macrocosmos y el Microcosmos (el Hombre).
El Hombre, visto como un sistema orgánico, mantenía su salud, o armonía, por medio de que poseía cuatro humores en su cuerpo: sangre, bilis negra, flema y bilis amarilla. Cada humor participaba de dos cualidades de las que tenían los elementos. Así la sangre era caliente y húmeda, la flema fría y húmeda, la bilis amarilla era caliente y seca y la bilis negra era fría y seca.
El equilibrio interno de estos cuatro humores, en una proporción variable, otorgaba la salud. Por el contrario su alguno de ellos adquiría una presencia mayor o menor, se originaba, de forma irrevocable, el desequilibrio y por tanto la enfermedad. Esto no significa que todos los hombres sean iguales. Me explico. Esto no quiere decir que cada humor en cada uno de nosotros esté en un 25 %. En realidad, siempre tenemos un humor predominante, el que tenemos en mayor cantidad que los otros tres.
Esta es la primera fase de la enfermedad: la ruptura del equilibrio, ya sea por causas internas o externas. En la segunda nuestro organismo reacciona ante el desajuste, ante el exceso o el defecto, no teniendo por qué ser del humor que nos predomine, sino también de cualquiera de los otros tres.
En la tercera fase hay dos resultados posible: que no se restituya el equilibrio, lo que significa la muerte; o que se reequilibre la cantidad de humor, o humores. Este reequilibrio, a su vez, se puede lograr de dos formas: natural o por la intervención del médico.
La vuelta a la salud, la salida de la enfermedad se entendía que se lograba de una sola manera: mediante la eliminación de la cantidad de humor, o humores necesaria por el organismo, ya sea en forma de sangre, flema, mucosidades, vómitos, materias fecales, orina o sudor. Nos explicaremos para no liarnos. Imaginemos por ejemplo que mi estado de salud significa que tengo un 36 % de sangre, un 25 % de bilis negra, un 20 % de flema y un 19 % de bilis amarilla. Y pensemos que estoy enfermo por exceso de un humor. Por ejemplo, que mi bilis amarilla es el 24 % en vez del 19 % habitual. La curación a este desequilibrio consistiría en eliminar el 5 % de bilis amarilla. Si, en cambio, mi enfermedad es porque tengo un 14 % de dicha bilis, en vez del 19 % habitual, la curación no consistiría en aportar el 5 % que falta, sino en eliminar una cantidad de los otros tres humores (que ahora están en exceso) que sea necesaria para volver a la proporción propia de mi organismo necesaria para la salud. Este era el protocolo habitual hasta que Paracelso dijo que lo mismo se cura con lo mismo. Es decir, que se podía aportar lo que falta, en vez de sacar lo que sobra: toda una revolución repleta de polémicas.
Falta decir que las diversas proporciones de los humores, siempre con el predominio de uno de ellos, servía para clasificar a los individuos en cuatro tipos distintos de temperamentos: flemáticos (si predomina la flema), melancólicos (si predomina la bilis negra), coléricos (si predomina la bilis amarilla) o sanguíneos (si predomina la sangre). Y cada temperamento del individuo le hacía predispuesto a unas actitudes y aptitudes propias y diferenciadas. Para no extendernos, diremos que el flemático es dudoso y apático; el melancólico es triste y soñador; el colérico es impulsivo y el sanguíneo es muy variable en su humor.
Tampoco podemos olvidar que el tratamiento habitual de eliminación del exceso del humor o de los humores consistía en la sangría, una práctica muy difundida, sobre todo en la Edad Moderna. Por ejemplo, en el año 1669 se ingresaron en el Hospital General de Madrid 8.856 enfermos, de los cuáles, se curaron con sangrías 7.583, es decir, más del ochenta y cinco por ciento (Murillo, Tomás de, Favores de Dios ministrados por Hypocrates y Galeno su interprete…: grandezas, creditos y utilidades de la Medicina griega, muy utiles para todos estados y facultades. Corrige, enseña, enmienda y advierte verdades innegables sobre el uso de las sangrias a Don Agustín Gonçalo Bustos de Olmedillo, medico inventor de novedades y de opiniones dañosissimas y contrarias a la salud de todos los mortales, Madrid, Imprenta Real, 1670, 225).
¿Por qué unas medicinas sí y otras no según la enfermedad?
Junto a Hipócrates, Galeno es considerado también otro padre de la Medicina y el “sistema galénico” pervivió desde su origen en el siglo II hasta nada menos que el siglo XIX. Básicamente, este sistema médico decía que el Reino Animal servía de comida para el Hombre, el Vegetal de Medicina y el Mineral de veneno. Bueno, en realidad, lo que predominó fue una mezcla conjunta de ideas de Hipócrates, Galeno y Aristóteles. Aunque ya veremos que no fue algo monolítico ni incuestionable. Pero vamos ahora a intentar contestar a la pregunta. Ya visto que el mundo se compone de cuatro elementos, y que cada uno de ellos tiene una cualidad (fría, seca…), se podía clasificar cada cosa de cada Reino, como se hacía con los temperamentos del Hombre, con sus cualidades, según el predominio de una u otra. Veamos un ejemplo del Reino Vegetal. Según el médico cordobés Abulcasis, o Abû-l-Kâsim (936-1013), la ciruela es de naturaleza fría en primer grado (ahora vamos con los grados). Por tanto servía, siempre según el cordobés, para evacuar la bilis amarilla, cuya naturaleza era caliente y seca. Pero, en el arco que va de una cualidad extrema al extremo de la cualidad opuesta hay muchas posiciones intermedias. Recordemos que cada humor tiene dos cualidades. Y por tanto, cada fruto, cada planta, tiene también una cualidad principal y otra secundaria. Para Abulcasis, las lentejas eran de naturaleza fría en primer grado y secas en segundo grado y las violetas eran frías en su primer grado y húmedas en su segundo grado. Esto permitía hacer toda una clasificación del mundo vegetal y su uso para hacer medicamentos. Una vez obtenidos, se aplicaban a la curación de la enfermedad. Pero, atención, estamos ante algo muy importante que debemos entender bien antes de seguir. Si el curar se trata de contrarrestar un humor, y su el humor tiene dos cualidades (la bilis negra, recordemos, es fría y seca), no bastan con lentejas o con violetas, ya que de las lentejas o las violetas sólo vale una de sus cualidades, la cualidad primordial, no sirviéndonos por su escasez, la segunda. Por tanto, hay que obtener un medicamento que contrarreste a la vez las dos cualidades del humor. Así que, para obtener un medicamento eficaz, ha de componerse de dos cosas. Si tratamos a la bilis negra la medicina a aplicar ha de tener algo contra la cualidad fría y algo contra la cualidad seca por partes iguales. Es decir, es imposible, en principio, usar tan sólo una sola cosa del mundo vegetal. Aunque sabemos que era muy común la administración de una medicina compuesta de una sola cosa. A ésta se le llamaba medicamento simple y a los demás medicamentos compuestos. Con todo esto quiero decir que estamos ante una base del enfrentamiento de la Medicina con la Alquimia. La Medicina galénica obtenía sus medicamentos sumando cualidades de las cosas que la componían, mientras la Medicina Química extraía lo mejor, la esencia, la quintaesencia de lo que usaba.
Un poco de complicación: hacia la Alquimia.
Volviendo algo atrás, si las cosas del Reino Vegetal tienen cada una sus cualidades (en primer y segundo grado), no hay razón para negar que las demás cosas de los otros dos reinos no las tengan, ya que se parte de la idea original de los cuatro elementos y sus cuatro cualidades. Y, en efecto, los metales y minerales también los tenían. Pero también, como los humores en el Hombre, que cada uno de los cuatro está en una proporción de mayor a menor, no sólo las cosas tenían una cualidad en primer y segundo grado, sino que también en tercer y cuarto grado. Aunque esto pudiera parecer que contradice lo dicho hasta ahora, no es así. Una vez clasificadas las cualidades en cuatro grados, según su fuerza o presencia en cada cosa, podemos clasificar a algo en, por ejemplo, con una cualidad cálida en primer grado y que tenga la cualidad de seca en el segundo, tercer o cuarto grado. Imagínense las combinaciones posibles. Si hemos aceptado esto en el mundo mineral, cuán necesario hubo de ser cuando la preparación de medicamentos con componentes químicos se desbordó con el nacimiento y auge de la Medicina química y los medicamentos químicos desde Paracelso en adelante. Y sobre todo, cuán polémico fue todo esto. ¿Se clasificó así el reino mineral? ¡Por supuesto! Es más, a toda esta clasificación hubo se superponerse otra que también se usaba habitualmente en Medicina, donde, además de las cualidades manifiestas de las cosas, estaban… las cualidades ocultas! Y esto, créanme, no es ni nuevo en la Medicina, ni exclusivo de la Alquimia, ni nada parecido. Esto era lo más común del mundo y uno de los autores que todo médico había de leer, además de Galeno, Hipócrates y Avicena, fue Mesué, árabe del siglo IX que interpretó a Galeno en sus famosos Cánones:
“Dezimos que la medizina no es laxativa o euaquativa por su propia complexiô, sino por la virtud oculta; ni tampoco la medicina es euaquativa por la contrariedad que ay entre el humor y la tal medicina sino por la virtud oculta; ni tampoco la medicina es euaquativa por la similitud o semejanza que ay entre el humor y la tal medizina, sino por la virtud oculta; ni tampoco la medicina es euaquativa por ser pessada o por ser liviana sino por la virtud oculta. […] Dize Platô la natura dio sus propiedades a todas las cosas y mediâte las dichas propiedades y toda cosa lo que es asi propio y natural haze y obra. Porque ninguna cosa tiene virtud aunque tenga côplexiô elemental sino que la virtud celeste en forma specifica que regula y gouierna en ella y declarar esto no es del medico sino del Philosopho el qual contempla muy altas y las specula.” (Libro de los cánones de Mesué, canon 1º: “de la election de las medicinas”, fines del siglo XVI, Biblioteca Nacional, ms. 8458, 2-2v.)
Pues eso, que para complicarnos más la vida, podía haber compuestos minerales y metálicos con propiedades ocultas y manifiestas, y con una calidez en primer grado, teniendo la sequedad en el segundo, como era el caso del hiero; o en el tercer grado, como el azufre o la sal; o en el cuarto, como el calcanto. Al menos así nos lo dijo Juan Jacobo Wecker (Wecker, J. J. Antidotarium speciale a Io. Iacobo Vueckero ex opt. authorum…, Basilea, Eusebium episcopum & Nicolai frat. haeredes, 1581, 16). Por cierto, que él añade dos cualidades más: la temperada y la atemperada. Y sólo hay una cosa qa tenga todas sus cualidades perfectamente temperadas: el oro.
Otro paso hacia atrás. Ya dijimos que las cosas del reino vegetal siempre tenían una cualidad predominante, o la de su primer grado. Así, dijimos que la de las lentejas y las violetas era la frialdad. Si queremos elaborar un medicamento que sirva para una enfermedad determinada, se supone que debemos extraer de una cosa vegetal su cualidad, y de otra cosa vegetal su cualidad, diferente de la primera, para unirlas. Los medicamentos tenían un aspecto final diverso: jarabes, aceites, píldoras, aguas, bálsamos, espíritus, sales, extractos, tinturas, elixires, esencias… Esto significa que según el tipo de medicamento, su forma, se requería una técnica operativa distinta. Así, las aguas destiladas, los aceites destilados y los bálsamos se obtenían por destilación; los espíritus primero por putrefacción y luego por destilación; la sal alcalina fija por calcinación del vegetal; la sal alcalina volátil por destilación primero y putrefacción después y la sal ácida (o sales esenciales) por coagulación de los zumos. Bien, pues ahora imagínense a un montón de médico-químicos realizando todas estas operaciones con metales y minerales. Y, por tanto, imagínense que lo que están haciendo es aceptar a Hipócrates mientras rechazan a Galeno. Y además, que todos ellos o son alquimistas, o han buscado el oro potable, o la Piedra Filosofal, o la Medicina Universal, o que se han leído concienzudamente los textos más famosos de Alquimia, o todo ello a la vez. Y además, véalos ya clamando contra la invalidez y anquilosamiento del Galenismo y bramando a favor de la Medicina Química! Bueno, pues todo esto ocurrió. Y el enfrentamiento fue atroz. Mientras unos los tachaban de alquimistas, de brujos y magos por saber manejar unas virtudes ocultas, otros alababan el uso de los metales y minerales en Medicina, más allá y separadamente de la Alquimia, alegando, incluso, lo mismo: que como nunca se ha echado mano de este reino para la Medicina, no se pueden negar que es algo totalmente repleto de cosas por descubrir y que ya es hora de ello:
«(…) que los fines para que Dios creo los metales de la tierra fueran muy superio¬res. El primero para que fuessen medicina del hombre por tener todos ellos muchas ocultas virtudes que se dirán después, acomodadas al reparo de la vida humana que tan quebradiza es» (Castrillo, Fr. Hernando del, Historia y magia natural o ciencia de filosofia oculta con nuevas noticias de los mas profundos mysterios y secretos del universo en que se trata de animales, pezes, aves, plantas, flores, yervas, metales, piedras, aguas, semillas, parayso, montes y valle, Trigueros, Diego Pérez Estupiñán, 1649, 185-185v).
Pero, claro, también hubo desviaciones y abusos que no ayudaron en nada, más bien frenaron, el acceso a la oficialidad de la Medicina Química, entre tanto oro potable que curaba cualquier enfermedad y tanta palabrería sobre qué son las virtudes ocultas:
«Un pedazo de lienzo de la mortaja de cualquier difunto tiene tal virtud oculta para curar la procidencia del intestino recto, (limpiandose con dicho lienzo) que no buelve mas a salir […] El mismo efecto tiene el agua en que se labare el cuerpo de algun difunto, chapoteandose en ella el intestino. La raiz de lirio espadanal, partida por en medio, y estregando con ella las estrumas, ò lominillos, hasta que dicha raìz se caliente, colgandola entonces al humo de la chimenea, tiene tal virtud oculta de consumir y gastar las estrumas, que parece obra de milagro […] La misma virtud tienen las hoijas de el rabo de cavallo, puestas todos los dias verdes sobre las estrumas, continuando esta diligencia tres, ò quatro meses; de este remedio tengo especial observacion. Lo cierto es que las qualidades ocultas son imperceptibles al juicio humano, siendo sus efectos visibles, y palpables; sirva de exemplo vn poco de ceniza de oliva, que juntandola con el agua de Mar, y echandola en un vaso de plata, baxa la ceniza á lo ondo del vaso, y queda el agua clara; mas en tanto que llega à la conjunción la luna, se commueve, y enturbia toda el agua, como si con la mano se moviera o agitara. De aquí se dexa ver, que pueden baxar de los Astros, y Planetas influencias mortiferas à nuestros cuerpos, que sin cromphenderlas nuestros sentidos, nos hagan enfermar de muerte.» (Cortijo Herraiz, T., Secretos medicos y chirurgicos del doctor don Juan Curbo Semmedo, Madrid, Bernardo Peralta, 1731, 126-128).