LA LLEGADA AL MUNDO CRISTIANO
INFLUENCIAS Y PRIMEROS EJEMPLOS EN LA PENÍNSULA (SIGLO XIV).
Introducción.
Tras la aparición del texto de al-Gawbari hacia 1280 que ya describimos en la primera parte de esta serie de artículos, la presencia del relato del falso alquimista en la literatura medieval europea, y en sus versiones A y B1, es, como veremos, inmediata. Es evidente que esta llegada al mundo cristiano se debe a la difusión del texto. Los historiadores de la Literatura, por su parte, no explican con detalle esta difusión, ni si la misma obedece a una causa general capaz de explicar dicha presencia2.
Las figuras del estafador y del estafado aparecen en textos de la Edad Media de la Europa cristiana que incluyen una advertencia del engaño y que incorporan un matiz moralista, educativo y preventivo, en perfecta coexistencia. Si bien se pretende la advertencia contra el engañador en general, se advierte el uso específico de un ejemplo de fraude, el que vamos a analizar en este trabajo: el del alquimista. Hay que tener cuidado en este punto.
La diferenciación entre el “químico charlatán” y el falso alquimista no siempre queda muy bien definida. La dinámica es la ya conocida: el estafador dice saber fabricar oro; necesita ciertos polvos ‑que él ha hallado, raspando oro y, a veces, vendiéndoselo a los boticarios. Hecha la prueba, efectivamente hay oro procedente de los polvos que él utiliza. Buscan este ingrediente, al no hallarlo el ambicioso señor le entrega gran copia de dinero para que vaya a buscarlos y el engañador desaparece, enriquecido, con el dinero. Este procedimiento tipo se repite a lo largo de la Historia en forma de relato, en versiones más o menos similares y con unos elementos comunes. La narración puede actuar por sí misma, representarse de forma independiente en una fábula y describir en su totalidad a una leyenda tradicional, incluso cuando se exponga bajo la apariencia de realidad, bien cuando el relator se postule como testigo directo, bien como receptor de un tercer narrador a quien da toda credibilidad.
Como ya dijimos, la historia relatada en el cuento del alquimista, la propia narración del método del fraude, puede aparecer en solitario o con un añadido final, donde el engañado queda registrado como un necio, formando un binomio donde la mayor carga del componente ético-moral recae en ésta segunda parte. Tal componente es, a su vez, de doble carácter. Consiste, por un lado, en situar al estafado como merecedor de la vergüenza pública y de otra parte servir al lector como prevención, tanto del engaño como de las consecuencias sociales que tendría si finalmente, toda vez que es advertido, cae en la trampa. Vamos a analizar la trayectoria histórica de este fraude, y sus versiones, tanto cuando aparece en solitario como adosado al segundo elemento, el preventivo, centrándonos particularmente, y siempre que se pueda, en la literatura castellana.
Siguiendo el planteamiento de Fradejas Lebrero3, el timo del alquimista, según se refleja en los tres ejemplos que vamos a ver ahora (El Libro Félix de Ramón Llull, El caballero Cifar, y el ejemplo XX del Conde Lucanor) se presenta con el siguiente esquema básico, que divide en dos partes. A saber:
I. Un supuesto alquimista dice saber fabricar oro; necesita ciertos polvos ‑que él ha hallado, raspando oro y, a veces, vendiéndoselo a los boticarios‑. Hecha la prueba, efectivamente hay oro procedente de los polvos que él utiliza. Buscan este ingrediente, al no hallarlo el ambicioso señor le entrega gran copia de dinero para que vaya a buscarlos y el nigromante desaparece, enriquecido, con el dinero.
II. Sabido esto por el pueblo, se dice que se ha inscrito al Rey, o al Señor, en el «libro de las necedades» y ante la insistencia del estafado, de qué ocurrirá si regresa; se le contesta, borraremos a Vd. y le pondremos a él.
La parte I es la coincidente con el motivo K 111-4 de Thompson4, y la II con el motivo J-1371 del mismo autor, inspirándose en la obra anterior de Keller5. Hay que hacer ciertas puntualizaciones a este esquema antes de considerarlo válido para los dos primeros casos. El timador no ha de ser siempre un nigromante, sino más bien, un conocedor del secreto de fabricar riqueza rápida y exponencialmente, un supuesto alquimista6. En la mayoría de los casos que veremos, será gracias a la alquimia, pero no siempre. El vehículo usado, el de una supuesta transmutación, será a veces cambiado por otro a partir del siglo XVIII, cuando el oro y la plata compartan la idea de riqueza con el del dinero. Ello es así desde la aparición de los primeros bancos, aunque, la idea de riqueza en dinero y el hecho de conseguir tal dinero mediante prácticas alquímicas también esté presente desde el siglo XIII. No obstante, en este sentido el esquema es válido ya que está elaborado en referencia a la Edad Media.
Por tanto, el resultado ofrecido por el timador, dinero u oro alquímico compartirán escenario en la Literatura. Además, la presencia de un socio, puede ser voluntaria o involuntaria, a que a veces el tercer personaje no es un colaborador consciente de los hechos. Tampoco la desaparición del timador es siempre la misma, así como el material necesario. En cualquier caso, el esquema básico propuesto por el erudito Fradejas Lebrero, lo aceptamos como guía válida para nuestro estudio. Por tanto tenemos:
o Versión A: Coincidente con la parte I del relato del timo.
o Versión B: La que incluye las partes I y II del relato del timo.
o Versión C: Parte II del timo7.
§ Versión C1: El timado manda escribir el libro – Sorna popular posterior – El timado se entera cuando lee el libro.
§ Versión C2: El libro lo escriben terceros – Sorna popular previa – El timado se entera cuando pasea.
Ramón Llull, Libro Félix (h. 1286)
De cualquier forma, si el Kahf al-Asrar de Al-Jawbari se pudo escribir en la segunda mitad del siglo XIII, la primera versión del cuento en el ámbito peninsular también es de aquellas décadas. La encontramos en Llibre de meravelles o Libro Félix de Ramón Llull (1232-1316), que data del año 1286:
En un país sucedió que un hombre imaginó como podía juntar un gran tesoro, y para ello vendió cuanto tenía y se fue a un Reyno muy distante, y dixo al Rey que él era alquimista, de que el Rey hubo gran placer, y le hizo alojar y dar cuanto había menester; sucedió después que aquel Hombre metió mucho oro en tres bustias, o cañones en los quales había decocción de hierbas, que componían a modo de un lectuario; y como delante del Rey metiesse aquel hombre una de aquellas bustias en una caldera en que había gran porción de doblones, que el Rey le había dado, para que multiplicase el oro que había en ella; el que estaba dentro del cañón se derritió, y aumentó al que el Rey había puesto en la caldera, de forma que al fin se encontró que la massa del oro pesaba dos mil doblones, no habiendo puesto el Rey mas de mil; cuya acción repitió el embustero por tres veces delante del Rey, a quien creyó por verdad, que aquel era alquimista; pero al fin se huyó con un gran tesoro que el rey le había entregado, para que le multiplicase creyendo que el licor, o lectuario que estaba en los cañones tenía virtud de multiplicar el oro8.
Estas frases escritas por Ramón Llull resultan ser, más allá de la coincidencia cronológica, la verificación del traspaso desde la literatura árabe a otra, en este caso la catalana. Se ha considerado que tanto la obra lulliana como su pensamiento pueden ser vistos como un puente entre la cultura latina y la árabe9, como hiciera su estudioso Miguel Batllori (1909-2003)10, y la influencia árabe en Ramón Llull está más que demostrada11; incluso el mallorquín nos lo dice textualmente en algún verso y tiene títulos homónimos de obras árabes, como su Libro de las bestias y el Kitab al-hayawar (Libro de las bestias) del persa ‘Uthman ‘Amr ibn Bakr al-Kinani al-Fuqaimi al-Basri, más conocido como al-Jahiz (776-868). Por otra parte, en sus obras auténticas, Llull no cesa de rechazar los postulados alquímicos12, cuestión que se encargó de aclarar por primera vez, y por partida triple, uno de sus mejores investigadores, Llinares, en los años sesenta, en dos artículos y en una biografía13. El conocimiento del texto de al-Gawbari por parte de Ramón Llull no está claro y es difícil de conocer, toda vez que viajó por Ceuta, Túnez, Argelia, Egipto, llegando hasta Jerusalén. En cualquier lugar de estos pudo conocer el relato, ya fuera de forma oral o escrita. También sabemos que al-Gawbari viajó por Egipto, Túnez y todo el Magreb14. El lugar no es algo realmente tan importante como el hecho de incluir el relato entre sus escritos. En cuanto a nosotros, nos inclinamos que el traspaso fue por tierras magrebíes, más que por la vía siciliana, o por la peninsular.
El libro del caballero Çifar (h. 1340).
Vayamos primero con la lectura del texto:15
“Onde dice el cuento que este infante fue muy bien quisto del emperador de Triguiada, ca tan bien lo servía en todas las cosas que él podía y tan lealmente, que lo hizo uno de sus compañones. Y cuando se llegaban todos al Emperador para aconsejarle, no había ninguno que tan bien acertase el buen consejo dar como él. Así que un día vino un físico y él dijo que sí, y mostrole ende sus cartas de cómo era licenciado, y que de todas las enfermedades del mundo guarecía los hombres con tres yerbas que él conocía: la una era para beber, y la otra para hacer ungüentos con ella, y la otra para hacer baños con ella. Y mostrole cómo con razón pusiera nombres extraños a las yerbas, de guisa que los físicos de casa del Emperador no las conocían, mas semejábales que hablaban en ello como con razón. Y el Emperador le preguntó que dónde hallarían aquellas yerbas, y él díjoles que en la ribera de la mar escontra donde se pone el sol. Y el Emperador demandó consejo a sus físicos y ellos le aconsejaron que enviase por aquellas yerbas. Y llamó luego aquel físico extraño y díjole que quería enviar por las yerbas, y que le daría de su casa algunos que fuesen con él. Y el físico le respondió y díjole que no quería que fuese ninguno con él; que lo que él apresara con gran trabajo en toda su vida, que no quería que aquellos que enviase con él que lo apresasen en un hora; mas que le diese a él todo lo que hubiese mester, y treinta o cincuenta camellos, y que los traería cargados; ca mucho había mester de ello para hacer los baños señaladamente. Y cuando contaron cuánto había mester para dos años para ida y venida, hallaron que montaba diez mil marcos de plata.
Así que los consejeros y los físicos aconsejaban al Emperador que lo hiciese, ca no podría ser comprada esta física por haber. El Emperador queríalo hacer, pero demandó al infante Roboán que le dijese lo que le semejaba. Y él díjole que no se atrevía a aconsejarlo en esta razón, ca no quería que por su consejo le aconteciese lo que le aconteció a un rey moro sobre tal hecho como este. «¿Y cómo fue?», dijo el Emperador. «Señor», dijo el Infante, «yo os lo diré».
«Así fue que un rey moro había un alfajeme muy bueno y muy rico, y este alfajeme había un hijo que nunca quiso usar del oficio de su padre, mas usó siempre de caballería, y era muy buen caballero de armas. Y cuando murió su padre, díjole el Rey que quisiese usar del oficio de su padre, y que le hiciese mucha merced. Y él díjole que bien sabía que nunca usara de aquel oficio, y que siempre usara de caballería, y que no lo sabía hacer así como convenía; mas que le pedía por merced que por no andar envergoñado entre los caballeros que él conocía, que sabían que era hijo de alfajeme, que le mandase dar su carta de ruego para otro rey su amigo, en que lo enviase rogar que le hiciese bien y merced, y que él pugnaría en servirlo cuanto pudiese. Y el Rey tuvo por bien de mandársela dar, y mandó a su canciller que se la diese. Y el caballero tomó la carta y fuese para aquel rey amigo de su señor. Y cuando llegó que le dijo saludes de parte de su señor el Rey, y diole la carta que le enviaba. Y antes que el Rey abriese la carta diole a entender que le placía con él, y demandole si era sano su señor. Y díjole que sí. Y preguntole si estaba bien con sus vecinos. Y díjole que sí, y que mucho recelado de ellos. Y demandole si era rico, y díjole que todos los reyes sus vecinos no eran tan ricos como él solo. Y entonces abrió la carta el Rey y leyola, y decía en la carta que este caballero que era hijo de un alfajeme, y que le enviaba a él que le hiciese merced, ca hombre era que le sabría muy bien servir en lo que le mandase. Y el Rey le preguntó qué mester había, y el caballero cuando lo oyó fue muy espantado, ca entendió que en la carta decía hijo de alfajeme. Y estando pensando qué respuesta le daría, preguntole el Rey otra vegada qué mester había. Y el caballero le respondió: «Señor, pues tanto me afincáis y porque sois amigo de mío señor, quiéroos decir mi puridad. Sepáis, señor, que el mi mester es hacer oro». «Ciertas», dijo el Rey, «hermoso mester es y cumple mucho a la caballería, y pláceme mucho en la tu venida, y dé Dios buena ventura al Rey mío amigo que acá te envió; y quiero que metas mano a la obra luego». «En el nombre de Dios», dijo el caballero, «cuando tú quisieres».
Y el Rey mandó dar posada luego al caballero, y mandó pensar de él luego muy bien. Y el caballero en esa noche no pudo dormir, pensando en cómo podría escapar del hecho. Y de las doblas que traía calcinó veinte, e hízolas polvos, y fue a un especiero que estaba en cabo de la villa y díjole así: «Amigo, quiérote hacer ganar, y ganaré contigo.» «Pláceme», dijo el especiero. «Pues tomad estos polvos», dijo el caballero, «y si alguno te viniere a demandar si tienes polvos de alejandrique, di que poco tiempo ha que hubiste tres quintales de ellos, mas mercadores vinieron y te lo compraron todo y lo llevaron, y que no sabes si te fincó algún poco, y no lo des menos de diez doblas; y las cinco doblas darás a mí, y las otras cinco fincarán contigo». Y el especiero tomó los polvos y guardolos muy bien, y el caballero fuese a casa del Rey, que había ya enviado por él. Y el Rey cuando lo vio, mandó a todos que dejasen la casa, y fincó solo con aquel caballero, y díjole así: «Caballero, en gran codicia me has puesto, que puedo holgar hasta que meta mano en esta obra.» «Ciertas, señor», dijo el caballero, «derecho hagas; ca cuando rico fueres, todo lo que quisieres habréis, y recelaros han todos vuestros vecinos, así como hacen a mi señor el Rey por el gran haber que tiene, que yo le hice de esta guisa». «Pues ¿qué es lo que habemos mester», dijo el Rey, «para esto hacer?» «Señor», dijo el caballero, «manda algunos tus hombres de puridad que vaya buscar por los mercaderes y por los especieros polvos de alejandrique, y cómpralos todos cuantos hallares; ca por lo que costare una dobla haré dos, y si para todo el año hubiéremos abundo de los polvos, yo te haré con gran tesoro, que no lo habrás donde poner». «Por Dios, caballero», dijo el Rey, «buena fue la tu venida para mí, si esto tú me haces».
Y envió luego a su mayordomo y a otro hombre de su puridad con él que fuese buscar estos polvos. Y nunca hallaron hombre que les dijese que los conociese ni sabían qué eran, y tornáronse para el Rey y dijéronle que no hallaban recaudo ninguno de estos polvos; ca decían mercaderes y los especieros que nunca los vieran ni oyeran hablar de ellos sino ahora. «¿Cómo no?», dijo el caballero. «Ciertas, tantos traen a la tierra de mío señor el Rey, que doscientas acémilas podría cargar de ellos; mas creo que por lo que no los conocéis no los sabéis demandar. Iré convusco allá, y por ventura hallarlos hemos.» «Bien dice el caballero», dijo el Rey. «Idos luego para allá.» Y ellos se fueron por todas las tiendas de los especieros preguntando por estos polvos, y no hallaron recaudo ninguno. Y el caballero demandó al mayordomo del Rey si había otras tiendas de especieros y cerca, que fuesen allá, que no podía ser que no los hallasen. «Ciertas», dijo el mayordomo, «no hay otras tiendas en toda la villa, salvo ende tres que están en el arrabal». Y fueron para allá, y en las primeras no hallaron recaudo ninguno; mas uno que estaba más en cabo que todos dijo que poco tiempo había que llevaron mercaderes de él tres quintales de tales polvos como ellos decían. Y preguntáronle si fincara alguna cosa ende, y él dijo que no sabía, e hizo como que escudriñaba sus arcas y sus sacos, y mostroles aquellos pocos de polvos que le había dado el caballero. Y demandáronle que por cuánto se los daría, y él dijo que no menos de diez doblas. Y el caballero dijo que se las diesen por ello, siquiera por hacer la prueba, y diéronle diez doblas, y tomó los polvos el mayordomo y llevolos para el Rey. Y dijéronle cómo no pudieran haber más de aquellos polvos, comoquiera que el especiero les dijera que poco tiempo había que vendiera tres quintales de ellos. Y el caballero dijo al Rey: «Señor, guarda tú estos polvos, y manda tomar polvos de veinte doblas, y haz traer carbón para fundirlo, y haga el tu mayordomo en como yo le diré, y sé cierto que me hallará verdadero en lo que te dije.» «¡Quiéralo Dios», dijo el Rey, «que así sea!».
Otro día en la mañana vino el caballero y mandó que pusiesen en un crisuelo los polvos de suso de la calcina, de los huesos que desgastó el plomo y lo tornó en humo, y afincar los polvos de las veinte doblas del más fino oro y más puro que podía ser. Y el Rey, cuando lo vio, fue muy ledo, y tuvo que le había hecho Dios mucha merced con la venida de aquel caballero, y demandole cómo podía haber más de aquellos polvos para hacer más obra. «Señor», dijo el caballero, «manda enviar a la tierra de mío señor el Rey, que y podían haber siquiera cien acémilas cargadas». «Ciertas», dijo el Rey, «no quiero que otro vaya sino tú, que pues el Rey mío amigo fiaba de ti, yo quiero de ti otrosí». Y mandole dar diez acémilas cargadas de plata, de que comprase aquellos polvos. Y el caballero tomó su haber y fuese, con intención de no tornar más ni de ponerse en lugar donde el Rey le pudiese empecer; ca no era cosa aquello que el Rey quería que hiciese, en que él pudiese dar recaudo en ninguna manera.
Este rey moro era tan justiciero en la su tierra, que todas las más noches andaba con diez o con veinte por la villa a oír qué decían y qué hacía cada uno. Así que una noche estaban una pieza de moros mancebos en una casa comiendo y bebiendo a gran solaz, y el Rey estando a la puerta de parte de fuera escuchando lo que decían. Y comenzó un moro a decir: «Diga ahora cada uno cuál es el más necio de esta villa.» «Que yo sé es el Rey.» Cuando el Rey lo oyó fue muy airado, y mandó a los sus hombres que los prendiesen y que los guardasen ahí hasta otro día en la mañana que se los llevasen. Y por ende dicen que quien mucho escucha su daño oye. Y ellos comenzaron a quebrantar las puertas, y los de dentro demandaron que quién eran. Ellos les dijeron que eran hombres del Rey. Y aquel moro mancebo dijo a los otros: «Amigos, descubiertos somos, ca ciertamente el Rey ha oído lo que nos dijimos; ca él puede andar por la villa escuchando lo que dicen de él. Y si el Rey os hiciere algunas preguntas, no le respondáis ninguna cosa, mas dejadme a mí, ca yo le responderé.»
Otro día en la mañana lleváronlos ante el Rey presos, y el Rey con gran saña comenzoles a decir: «Canes, hijos de canes, ¿qué hubistes conmigo en decir que yo era el más necio de la villa? Quiero saber cuál fue de vos el que lo dijo.» «Ciertas», dijo aquel moro mancebo, «yo lo dije». «¿Tú?», dijo el Rey. «Dime por qué cuidas que yo soy el más necio». «Yo te lo diré», dijo el moro. «Señor, si alguno pierde o le hurtan alguna cosa de lo suyo por mala guarda, o dice alguna palabra errada, necio es porque no guarda lo suyo, ni se guarda en su decir; mas aún no es tan necio como aquel que da lo suyo donde no debe, lo que quiere perder a sabiendas así como tú hiciste. Señor, tú sabes que un caballero extraño vino a ti, y porque te haría oro de plomo, lo que no puede ser por ninguna manera, dístele diez camellos cargados de plata con que comprase los polvos para hacer oro. Y creí ciertamente que nunca verás más antes ti, y sí has perdido cuanto le diste, y fue gran mengua de entendimiento.» «¿Y si viniere?», dijo el Rey. «Cierto soy, señor», dijo el moro, «que no vendrá por ninguna manera». «¿Pero si viniere?», dijo el Rey. «Señor», dijo el moro, «si él viniere, raeremos el tu nombre del libro de la necedad y pondremos y el suyo; ca él vendrá a sabiendas a gran daño de sí, y por ventura a la muerte por que te prometió, y así será él más necio que tú».
«Y por ende, señor», dijo el infante Roboán al Emperador, «comoquiera que seáis muy rico, y pudieseis emplear muy gran haber en tan noble cosa como aquesta que os dice este físico, si verdad puede ser, no me atrevo a aconsejaros que aventuréis tan gran haber; ca si os falleciese, os dirían que no habréis hecho con buen consejo, ni con buen entendimiento es aventurar hombre gran haber en cosa dudosa; ca finca engañado si no lo acaba, y con pérdida». «Ciertas», dijo el Emperador, «téngome por bien aconsejado de vos».
Sobre El libro del caballero Cifar, cuyo título completo es Historia del Cavallero de Dios que avia por nombre Cifar, el qual por sus virtuosas obras et hazañosas cosas fue rey de Menton16, no hay certeza sobre la fecha exacta de su escritura. Si damos por bueno que el autor fue Ferrand Martínez, arcediano de Madrid en la iglesia de Toledo, el texto sería del año 1300; es decir, después del Libro Felix de Ramón Llull y anterior a El Conde Lucanor17. No obstante, Juan Manuel Cacho Blecua retrasa la fecha hasta la primera mitad del siglo XIV18. Antes de seguir, diremos que la influencia, tanto del ejemplo XX de El Conde Lucanor como del Libro Felix de Ramón Llull ya fue aprobada por Menéndez Pelayo19. Para Carlos Felipe Wagner, la historia del fraude del alquimista es similar a la de Don Juan Manuel y más simplificada en el Libro Felix de Ramón Llull20.
En cualquier caso, los elementos presentes en el relato del fraude que vemos en El libro del Caballero Cifar son una repetición de los hallados en al-Jawbari, el Libro Felix de Ramón Llull y El Conde Lucanor de Don Juan Manuel: Dos falsarios exaltan la avaricia del engañado en un proceso de varias etapas prometiéndole hacer oro; realizan algunas pruebas falsas para convencerle; para ello es necesario un componente muy difícil de conseguir por escaso o raro; dicho componente es comprado con dinero del estafado; cuando hace falta mucho más componente, el estafado da a los estafadores mucho dinero para que ellos lo compren; los estafadores desaparecen. El truco y el engaño aparecen repetidos y a continuación uno del otro. El primero, que llamamos aquí Çifar I, se realiza con hierbas y el fin no es hacer oro. En cambio, el segundo, Çifar II, sí. Y además incorpora el epílogo donde el estafado queda como un necio, que ya dijimos que era la parte II del cuento-tipo, y coincidente con el motivo J1371 de Keller.
Entre las muchas coincidencias, vemos que los tres autores parecen conocer la geografía árabe21. Y si nos remitimos al esquema final que planteamos en la primera parte de esta serie de artículos, podremos ver que tanto en el texto de al-Gawbari, como en el del Libro Félix y en el del Çifar I el fraude funciona como tal por la imprescindible existencia de dos personajes: el astuto timador y el cándido estafado. La víctima es un rey en el Çifar I y en el Libro Félix, mientras que es un joyero-dorador en al-Gawbari. En cambio, la figura del socio del farsante no aparece en Llull, aunque sí en los otros dos textos. Toda vez que la primera prueba sale bien, la víctima cae definitivamente en el proceso del fraude, cuestión descrita explícitamente en el Libro Félix y en el Çifar I22. También en ambos textos, aunque no en al-Gawbari, aparece la referencia explícita de que el timador toma alguna riqueza del timado23. El nombre del ingrediente imprescindible para la transmutación varía en cada uno de los textos, siendo “Tamarbuk” en al-Gawbari, “polvo de oro” en el Libro Félix, y “alexandrique” en el Çifar I. Otro elemento común a los tres relatos es que el timado da alojamiento al estafador24
El Libro de los ejemplos del Conde Lucanor (h. 1330).
Un día fablava el conde Lucanor con Patronio, su consejero, en esta manera:
-Patronio, un omne vino a mí et dixo que me faría cobrar muy grand pro et grand onra, et para esto que avía mester que catasse alguna cosa de lo mío con que se començasse aquel fecho; ca desque fuesse acabado, por un dinero avría diez. Et por el buen entendimiento que Dios en vos puso, ruégovos que me digades lo que vierdes que me cumple de fazer en ello.
-Señor conde, para que fagades en esto lo que fuete más vuestra pro, plazerme ía que sopiéssedes lo que contesçió a un rey con un omne quel’ dizía que sabía fazer alquimia.
El conde le preguntó cómo fuera aquello.
-Señor conde Lucanor -dixo Patronio-, un omne era muy grand golfín et avía muy grand sabor de enrrequesçer et de salir de aquella mala vida que passava. Et aquel omne sopo que un rey que non era de muy buen recado se trabajava de fazer alquimia.
Et aquel golfín tomó çient doblas et limólas, et de aquellas limaduras fizo, con otras cosas que puso con ellas, çient pellas, et cada una de aquellas pellas pesava una dobla, et demás las otras cosas que él mezcló con las limaduras de las doblas. Et fuesse para una villa do era el rey, et vistiósse de paños muy assessegados et levó aquellas pellas et vendiólas a un espeçiero. Et el espeçiero preguntó que para qué eran aquellas pellas, et el golfín díxol’ que para muchas cosas, et señaladamente, que sin aquella cosa, que se non podía fazer el alquimia, et vendiól’ todas las cient pellas por cuantía de dos o tres doblas. Et el espeçiero preguntól’ cómo avían nombre aquellas pellas, et el golfín díxol’ que avían nombre tabardíe.
Et aquel golfín moró un tiempo en aquella villa en manera de omne muy assessegado et fue diziendo a unos et a otros, en manera de poridat, que sabía fazer alquimia.
Et estas nuebas llegaron al rey, et envió por él et preguntól’ si sabía fazer alquimia. Et el golfín, como quier quel’ fizo muestra que se quería encobrir et que lo non sabía, al cabo diol’ a entender que lo sabía; pero dixo al rey quel’ consejava que deste fecho non fiasse de omne del mundo nin aventurasse mucho de su aver, pero si quisiesse, que provaría ante’l un poco et quel’ amostraría lo que ende sabía. Esto le gradesçió el rey mucho, et paresçiól’ que, segund estas palabras, que non podía aver ý ningún engaño.
Estonçe fizo traer las cosas que quiso, et eran cosas que se podían fallar et entre las otras mandó traer una pella de tabardíe. Et todas las cosas que mandó traer non costaban más de dos o tres dineros. Desque las traxieron et las fundieron ante’l rey salió peso de una dobla de oro fino. Et desque el rey vio que de cosa que costaba dos o tres dineros salía una dobla, fue muy alegre et tóvose por el más bien andante del mundo, et dixo al golfín que esto fazía, que cuidava el rey que era muy buen omne, que fiziesse más. Et el golfín respondiól’, como si non sopiesse más daquello:
-Señor, cuanto yo desto sabía, todo vos lo he mostrado, et daquí adelante vós lo faredes tan bien como yo; pero conviene que sepades una cosa: que cualquier destas cosas que mengüe non se podría fazer este oro.
Et desque esto ovo dicho, espedióse del rey et fuesse para su casa.
El rey probó sin aquel maestro de fazer el oro, et dobló la reçepta, et salió peso de dos doblas de oro. Otra vez dobló la reçepta, et salió peso de cuatro doblas; et assí como fue cresçiendo la recepta, assí salió pesso de doblas.
Desque el rey vio que él podía fazer cuanto oro quisiese, mandó traer tanto daquellas cosas para que pudiese fazer mill doblas. Et fallaron todas las otras cosas, mas non fallaron el tabardíe. Desque el rey vio que pues menguava el tabardíe, que se non podía fazer el oro, envió por aquel que gelo mostrara fazer, et díxol’ que non podía fazer el oro como solía. Et él preguntól’ si tenía todas las cosas que él le diera por escripto. Et el rey díxol’ que sí, mas quel’ menguava el tabardíe.
Estonçe le dixo el golfín que por cualquier cosa que menguasse que non se podía fazer el oro, et que assí lo abía él dicho el primero día.
Estonçe preguntó el rey si sabía él do avía este tabardíe; et el golfín le dixo que sí.
Entonce le mandó el rey que, pues él sabía do era, que fuesse él por ello et troxiesse tanto porque pudiesse fazer tanto cuanto oro quisiesse.
El golfín le dixo que como quier que esto podría fazer otri tan bien o mejor que él, si el rey lo fallasse por su serviçio, que iría por ello: que en su tierra fallaría ende asaz. Estonçe contó el rey lo que podría costar la compra et la despensa et montó muy grand aver.
Et desque el golfín lo tovo en su poder, fuesse su carrera et nunca tornó al rey. Et assí fincó el rey engañado por su mal recabdo. Et desque vio que tardava más de cuanto devía, envió el rey a su casa por saber si sabían de’l algunas nuebas. Et non fallaron en su casa cosa del mundo, sinon un arca cerrada; et desque la avrieron, fallaron ý un escripto que dizía assí:
«Bien creed que non a en el mundo tabardíe; mas sabet que vos he engañado, et cuando yo vos dizía que vos faría rico, deviérades me dezir que lo feziesse primero a mí et que me creeríedes.»
A cabo de algunos días, unos omnes estavan riendo et trebejando et escribían todos los omnes que ellos conosçían, cada uno de cuál manera era, et dizían: «Los ardides son fulano et fulano; et los ricos, fulano et fulano; et los cuerdos, fulano et fulano». Et assí de todas las otras cosas buenas o contrarias. Et cuando ovieron a escrivir los omnes de mal recado, escrivieron ý el rey. Et cuando el rey lo sopo, envió por ellos et asseguróles que les non faría ningún mal por ello, et díxoles que por quél’ escrivieran por omne de mal recabdo. Et ellos dixiéronlo: que por razón que diera tan grand aver a omne estraño et de quien non tenía ningún recabdo.
Et el rey les dixo que avían errado, et que si viniesse aquel que avía levado el aver que non fincaría él por omne de mal recabdo. Et ellos le dixieron que ellos non perdían nada de su cuenta, ca si el otro viniesse, que sacarían al rey del escripto et que pornían a él.
Et vós, señor conde Lucanor, si queredes que non vos tengan por omne de mal recabdo, non aventuredes por cosa que non sea çierta tanto de lo vuestro, que vos arrepintades si lo perdierdes por fuza de aver grand pro, seyendo en dubda.
Al conde plogo deste consejo, et fízolo assí, et fallóse dello bien.
Et beyendo don Johan que este exiemplo era bueno, fízolo escrivir en este libro, et fizo estos viessos que dizen assí:
Non aventuredes mucho la tu riqueza,
por consejo del que a grand pobreza.
Tras la de Ramón Llull, no está clara cuál fue la siguiente versión, directa o indirecta, del texto de Al-Jawbari, aunque todo parece indicar que fue El libro de los Enxiemplos del Conde Lucanor, escrito por Don Juan Manuel (1282-1348), hacia 1330. El ejemplo XX del libro (De lo que contesçio a un rey con un omne quel dixo quel faria alquimia) no deja lugar a dudas (transcripción al final). Todas las clases de influencias de toda la obra de Don Juan Manuel han sido bastante estudiadas por los expertos desde hace más de un siglo. En concreto, están más que aceptadas las influencias de la literatura árabe, las que pudieron originarse a través de la propia vida del autor y las de Ramón Llull en toda la obra de Don Juan Manuel25. En lo que ya no hay tanta unanimidad es en el cómo se dieron tales influencias, si de forma directa o indirecta26. Por ejemplo, una vía indirecta probada es la influencia oriental a través de los dominicos y las huellas llegadas a través de versiones latinas o romances, por no hablar de las griegas o hebreas27. La influencia de Ramón Llull en Don Juan Manuel fue ratificada por José Manuel Blecua28. Así el Libro del caballero y el escudero, escrito hacia 1326, tiene un argumento y una trama semejante, por no decir idéntica a la del Libre del orde de caballería (poner fecha), de Llull, y, como en el libro del segundo, nos cuenta la historia de un joven escudero adiestrado por un anciano caballero, que vive en una ermita y que le adoctrina sobre todo lo referente a la orden de caballería. Sin un enfrentamiento directo con Blecua, la influencia concreta de Ramón Llull en el Ejemplo XX fue discutida por Reinaldo Ayerbe-Chaux29. Siendo también evidente, la afinidad intelectual de Don Juan Manuel con la filosofía y pensamiento árabe, al participar del racionalismo escéptico en su actitud hacia la magia y sus artes (Ejemplo XI), la fisiognomía (Ejemplo XXIV) y las creencias populares (Ejemplo XXXII), la existencia de una desconocida fuente intermedia aparece más que posible.
Adosado al relato, aparece en la Edad Media peninsular un epílogo, o apéndice, cual es que el engañado queda inscrito como necio en una relación escrita de ejemplos (los exemplos medievales), también conocida como “Libro de las necedades”. El exemplo era la prueba que sostenía el carácter aleccionador de las afirmaciones escritas doctrinales, religiosas y morales. Era también la intersección entre el relato ejemplar y el cuento folklórico30. Y este ejemplo concreto, el relato de un engañador que dice poder hacer oro con unos polvos y engaña al poderoso más la inserción del estafado en el Libro de las necedades, ya fue calificado por los expertos hace muchos años, siendo, además, la presentación medieval y la continuación del relato de Al-Jawrabi en la literatura castellana. Desconocemos exactamente cómo fue este traspaso desde la tradición árabe a la castellana, pero sí sabemos que ambas no se separan más que unas décadas. Sin embargo, no podemos olvidar que la forma más primitiva del cuento, el apólogo, es, como el caso que nos ocupa, una ficción narrada, presentada como un hecho real del que se puede sacar una enseñanza moral31; ni tampoco que los cuentos árabes de origen persa se detectan en Europa desde el siglo X32, venidos a manos de mercaderes y esclavos. En cualquier caso, fue Thompson quien calificó este relato de forma específica como Pseudo‑magic formula for making gold sold to king. Gold required for its manufacture carried off by manufacturer33, basándose en el trabajo previo de Keller34. Ambos, Thompson y Keller basan sus afirmaciones en El libro del caballero Cifar y en El Conde Lucanor, del Príncipe don Juan Manuel, datados ambos en la primera mitad del siglo XIV. No vamos a refutar aquí estas opiniones, tan generalmente aceptadas. No obstante, hay que aclarar que su inclusión en la Folk Literature, y siendo ortodoxo, podría inducir a pensar, dadas sus características de cuentos populares o Folk-tales, en una transmisión por vía oral, que también fue posible. Pero ambos textos denotan una clara influencia árabe a través de la vía culta y literaria. La transmisión por la segunda vía, a través de literatos cultos inmersos por cualquier motivo en la cultura árabe, parece segura en ambos casos; incluso debido a traducciones directas o indirectas. En cualquier caso, el infante de Castilla Don Juan Manuel, es, tal vez, el más claro ejemplo de adopción castellana de la literatura árabe de tipo didáctico-moral basada en el uso de apólogos. El Conde Lucanor es, de hecho, una obra de este género, de origen indo-persa, y en ella se leen historias tomadas del Cabila y Dimna y del Sendebar. Igualmente aparecen anécdotas transmitidas oralmente y atribuidas al rey sevillano al-Mutamid, que pudo Juan Manuel escuchar durante su estancia en Granada. Al menos eso es lo que afirma sobre El Conde Lucanor Rubiera Mata35, frente a la otra posibilidad señalada por Diego Marín, la de ser el dictado no de un erudito conocedor de manuscritos latinos o árabes, sino de alguien que apenas cita sus fuentes y sólo habla de sí mismo, de su propia experiencia personal, la de un gran señor feudal metido de lleno en las turbulencias políticas de su tiempo, como sabemos que fue Don Juan Manuel36 y como sugiere el propio texto, según la fórmula expresada al final de cada ejemplo: «Et porque don Joahn tovo estos por buenos enxienplos, fizolos escrivir en este libro et fizo estos viessos que dizen asi.»
A pesar de todo, se está tejiendo desde el siglo XII, una red de influencias inter-literarias entre árabes y cristianos que pueden impedirnos excluir la existencia de otras vías directas que vinculen directamente el texto de Ramón Llull, el de Don Juan Manuel y El Caballero Çifar con fuentes anteriores, sin que la intermediación del elemento de contacto arábigo nos haga olvidar su procedencia anterior. Junto a la traducción al castellano de importantes obras científicas desde el siglo XII, y como ya hemos dicho, parecen coetáneas el conocimiento del Cabila y Dimna, colección de apólogos perteneciente al Panchatantra indio que se inicia con el de los lobos cervales Calila y Dimna, vertido al pahlevi en el siglo VI y al árabe por Ibn al-Muqaffa, en el siglo VIII. Otro texto indopersa ya mencionado, el Sendebar -o la Historia de siete visires que relatan parábolas al sultán para esperar que la influencia de los astros cambie y poder salvar así la vida de un príncipe, acusado por su madrastra de violación- tuvo su traducción castellana en el Libro de los engannos et los asayamientos de las mujeres, propiciado por el infante Fadrique, hermano de Alfonso X. También fue traducida del árabe la leyenda de Buda, conocida el titulo arábigo-persa de Barbaam y Josafat, utilizados a su vez por Don Juan Manuel en el Libro de los Estados y en El conde Lucanor. También hay que mencionas que fueron vertidas al castellano las recopilaciones de sentencias atribuidas a los filósofos grecolatinos realizas por Hunayn ibn Ishaq y Mubbasin ibn Fatiq, tituladas respectivamente Libro de los buenos proverbios y Los bocados de oro. Así, las antologías de frases de los sabios antiguos influyeron en obras posteriores, como El caballero Cífar. En ella, los consejos que da el rey Menton a sus hijos proceden de una colección de sentencias, llamada Flores de filosofia37.
Sobre el contenido del Ejemplo XX, un “golfín” lleva a cabo el protocolo necesario que culmina en hacer creer a un rey que puede hacer todo el oro que quiera a partir de un ingrediente imprescindible, el tabardit38, que es escaso, difícil de encontrar y que ha de ser preparado por el golfín. El rey le da mucho dinero para ir a comprarlo y el primero desaparece para siempre. El contenido del cuento ya aparece en historias persas39, pese a la ratificación por Blecua, ya mencionada, de la influencia de Ramón Llull en El Conde Lucanor, Rameline de Marsan dejó abierto el problema de la existencia de una fuente directa tras hallar el referente del Ejemplo XX en al-Jawbari, lo mismo que hiciera después Guillermo Serés40. Así pues, todas las influencias posibles están abiertas hasta ahora mismo. La cuestión de un rasgo final común, el de la inclusión del engañado (“hombres de mal recado”) en el libro de las necedades y/o libro de los ejemplos que hace Don Juan Manuel también se repite en otros muchos ejemplos y según Devoto es “un motivo tradicional dotado de existencia folklórica propia”41. Para Pascual Gayangos, reseñando a Puibusque, en este ejemplo, Don Juan Manuel se ríe de su tío, el rey Alfonso X “porque daba crédito a las patrañas de los alquimistas y pretendía haber descubierto la Piedra Filosofal”42.
Siguiendo con el hilo conductor de este trabajo, nos encontramos a continuación con que la Historia de la Literatura no ha resuelto aún satisfactoriamente ninguna de las siguientes posibilidades:
1. Influencia de al-Jawrabi en Ramón Llull, Don Juan Manuel y Cifar.
2. Influencia de al-Jawrabi en Ramón Llull y de Ramón Llull en Don Juan Manuel y Cifar.
3. Influencia de Ramón Llull y Cifar en Don Juan Manuel.
4. Influencia de Ramón Llull y Don Juan Manuel en el Cifar (Menéndez Pelayo).
Entre las coincidencias, excepto el Libro Félix que es una versión A del relato, tanto al-Gawbari como el Çifar I y el ejemplo XX son relatos de la versión B, donde los motivos I y II aparecen juntos. En cambio, la figura del estafador parece degenerar. De ser un hombre en al-Gawbari y en Llull, pasa a ser un “estraño” caballero en el Çifar I y, pero aún, un “assessegado” golfín en el cuento XX. Cuando el futuro estafado ve lo poco que le costaba la primera prueba, empieza a creer en el timo y se siente feliz, como ocurre también en Llull y en el Çifar I43. No acaban aquí las coincidencias entre los tres textos estudiados en este artículo. Si el estafador en el Libro Félix «fugi amb gran copia de aur”, y en Çifar I «tomó su aver», en el ejemplo XX el timador se fuga «desde que el golfín lo tovo en su poder”. Todo ello para no volver más, o “fugi” en Llull, en Çifar “et fuese, con entençión de non tornar mas”, y en el ejemplo XX “fuesse su ca[r]rera et nunca tornó al rey». Y como en todos los ejemplos anteriores, incluido al-Gawbari, el timador fue alojado por el timado: «espedióse del rey et fuesse para su casa». También todos iniciaron el proceso pergeñados de sus propios materiales, como vemos en Llull: «Aquell’ hom hac més aur molt en .III. busties, en les quals havía decocció de erbes», en Çifar I: «E de las doblas que traya calçinó veinte e fízolas polvos»; y en el ejemplo XX: «tomó çient doblas et limólas, et de aquellas limaduras fizo, con otras cosas que puso con ellas, çient pellas». La figura del asociado se nos repite de nuevo desde que la iniciara al-Gawbari. Así en Çifar I: «E el espeçiero tomó los polvos e guardolos muy bien», y en el ejemplo XX: «et levó aquellas pellas et vendiólas a un espeçiero». La forma de realizar el primer truco coinciden en estos tres relatos. Así en el Libro Félix «L’aur qui era en la bústie pessave.M. dobles, e el rey n’avia meses .II.M. en la caldera; e a la fi pesá la missa del aur .III.M. dobles»; en Çifar I: «los poluos e el plomo, poluos de la calçina, de los huesos…e fincaron los poluos de las veynte doblas todo fundido. E quando lo sacaron, fallaron pesso de veynte doblas del más fino oro»; y en el ejemplo XX: «tomó çient doblas et limolás, et con aquellas limaduras…»
Podríamos seguir con las coincidencias, tanto de contenido como de aspectos formales. Dejamos para más adelante otras comparaciones, como las historias-marco, o el análisis del formato dialogado, que se extenderá ya por Europa, y las veremos con algo más de profundidad cuando comparemos estos tres textos con el relato que nos diera Geoffrey Chaucer. A nuestro entender queda claro la relación entre los, hasta ahora, cuatro textos analizados, además de la rápida expansión peninsular y en el mundo cristiano del texto de al-Gawbari. Si esto ya nos parece sorprendente, lo ocurrido en el siglo XV y en la Edad Moderna se nos presentará como un fenómeno literario inusitado.
1 Ya expuestas en mi artículo El fraude del alquimista en la literatura. I: orígenes del relato.
2 Nos obligan a considerar múltiples factores, sin que ello signifique que se pueda determinar con exactitud el grado de importancia de cada uno en cada caso. Por ejemplo, si predomina la transmisión oral o escrita del texto. Además, cada uno de estos factores sufre una evolución temporal propia, en común con otros, algo que tampoco está suficientemente explicado. Sí, en cambio, se puede advertir la generalización de divisiones basadas en los aspectos formales de la transmisión, una vez que ésta ya es una realidad: exemplum, apólogo, cuento, fábula…
3 A partir de estas líneas me guío, casi exclusivamente, por el magistral trabajo del erudito José Fradejas Lebrero (1924-2010), “La alquimia en la narrativa medieval. El alquimista fabricante de oro”, Garoza: revista de la Sociedad Española de Estudios Literarios de Cultura Popular, 1 (2001), 107-132.
4 Motif index number K 111-4: Pseudo-magic formula for making gold sold to king. Gold required for its manufacture carried off by manufacturer. THOMPSON, S.: Motif-Index of Folk Literature, Bloomington, Indiana, 1955, 6 vols.
5 J-1371: Thompson, S., Motif-Index of Folk Literature. A Classification of Narrative Elements in Folktales, Ballads, Myths, Fables, Mediaeval Romances, Exempla, Fabliaux, Jest- Books and Local Legends, Bloomington, Indiana University Press, 1955-1958, Rev. & enlarged ed. 6 vols., vol. 6, K 111.4. KELLER, J.E.: Motif-Index of Medieval Spanish Exempla, Knosville, 1949. Keller aporta dos casos: el Cifar, y el ejemplo XX de El Conde Lucanor, que veremos más adelante. Dedicaremos un artículo exclusivo a este tema.
6 No obstante, ni aún el uso del término “alquimista”, es siempre exacto, ya que no se consideraban de forma igual durante la Edad Media al alquimista con el “faisseur d’or”, ni con el “faux monnayeur”. Agradezco la ayuda recibida en este sentido por Benjamín Fauré de la Universidad de Toulouse Le Mirail. Ver Benjamin Fauré, Alchimistes et faux monnayeurs dans le royaume de France à la fin du Moyen Âge. Comunicación presentada en el coloquio internacional « La fabrique du faux monétaire. Objet historique et usages sociaux du Moyen Âge à nos jours », celebrado el 11 de abrl de 2008 en La Casa de Velázquez en Madrid.
7 El motivo J1371 es objeto de estudio aparte en otro artículo.
8 Llull, R., Libro Felix, o maravillas del mundo, Mallorca, Viuda Frau, 1750, 185-186.
9 Zanón, J., “Formas de la transmisión del saber islámico a través de la Takmila de Ibn al-Abbar de Valencia (época almohade)”, Sharq Al-Andalus: Estudios mudejares y moriscos, 9 (1992), 129-149.
10 Llull, R., Obras Literarias. Libro de Caballerías. Blanquerna. Félix. Poesías, ed. de Miguel Batllori y Miguel Caldentey, Madrid, B.A.C., 1948, Introducción: «[…] con una alternancia de frases periódicamente subordinadas, según el espíritu de la lengua latina, y de otras coordinadamente yuxtapuestas, al modo arábigo. Derivadas directamente de la influencia árabe, confesada de modo explícito por el propio Llull, son la prosa rítmica del Llibre d’Amic e Amat y la prosa rimada de las Oraciones de Ramon».
11 Urvoy, D., Penser L’Islam, Les Présupposés Islamiques de L'<<Art>> De Lull. Paris, Libraire Philophique, 1980.
12 “Es imposible hacer la transmutación de un elemento en otro, ni de un metal en otro, según el arte de la alquimia”. Llull, R., Obras Literarias: Libro de las Maravillas, Batllori, M. y Caldentey, M. (eds), Madrid, BAC, 1948, Libro VI, Cap. 36, 716.
13 Llinares, A. L’idée de la nature et la condamnation de l’alchimie d‘aprés le <Livre des Merveilles> de Raymond Lulle, La filosofia della natura nel medioevo. Atti del terzo congresso internazionale di filosofia medioevale, Milán, Vita e pensiero, 1966, 536-541; Propos de Lulle sur l’alchimie, Bulletin Hispanique, 68 (1966), 86-94; Raymond Lulle, París, Seghers, 1963.
14 M.J. de Goeje, “Gaubarĩ’s ‘Entdeckte Geheimnisse’”, Zeitschrift der Deutschen Morgenländschen Gesellscaft, XX (1886), 485-510. p. 498.
15 Libro del Caballero Zifar, Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2004. Edición digital basada en el Ms. 11.309 de la Biblioteca Nacional (España). Último acceso: 22.19’, Martes, 21 de octubre de 2014: http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmck9341
16 Madrid, Biblioteca Nacional, ms.11309 (s.XIV); París, Biblioteca Nacional, ms.Esp.36 (s.XV); Edición impresa en Sevilla, 1512, conservada en la Biblioteca Nacional de París, Inv.Rés Y2 259. Otra copia de este edición en la Biblioteca de Palacio de Madrid, VIII-2.054.
17 Sobre la autoría de El libro del Caballero Cifar: Hernández, F. J., Ferrand Martínez, escrivano del rey, canónigo de Toledo y autor del “Libro del Caballero Zifar”, in Revista de Archivos, bibliotecas y museos, 81.2 (1978) 289-325. Noticias sobre Jofré de Loaisa y Ferrand Martínez, in Revista Canadiense de estudios hispánicos, 4.3 (1980), 281-309; Germán Orduna, “La elite intelectual de la escuela catedralicia de Toledo y la literatura en época de Sancho IV” en Lucía Megías, J. M. y Alvar Ezquerra, C. (ccords.), La literatura en la época de Sancho IV, 1996, 35-52. Un excelente trabajo sobre este texto en: Lozano Renivela, Isabel, Novelas de aventuras medievales: género y traducción en la edad media hispánica, Kassel, Reichenberger, 2003, cap. IV: “Aventura y hagiografía”, 75-120.
18 Cacho Blecua, J. M., «Los problemas del Zifar», en Francisco Rico y Manuel Moleiro (dirs.), Libro del caballero Zifar. Códice de París, Barcelona, Moleiro, 1996, 55-94.
19 Menéndez Pelayo, M., Orígenes de la novela española, Sevilla, Izquierdo y Compañía, 1905-1910, 3 vols., vol. 1 (1905), 311: “El cuento del alquimista es una variante muy curiosa del que traen don Juan Manuel en el Libro de Patronio escrito hacia 1330, y Ramón Llull en el Felix.”
20 Wagner, C. F., “The Sources of El Cauallero Cifar”, Revue Hispanique, X (1903), 5-104. Cita en 89.
21 Sobre este asunto en El Caballero Zifar: Harney, M., “The Geography of the Libro del Caballero Zifar”, La Coronica, 11.2 (1983), 208-219 y Harney, M., “More on the Geography of the Libro del Caballero Zifar”, La Coronica, 16.2 (1988), 76-85.
22 Libro Félix: “aur que el rey li havia comanat per tal que.l multiplicás.» Çifar I: «E el cauallero tomó su aver e fuesse, con entençión de non tornar mas nin de se poner en lugar do el rey le podiese enpesçer.»
23 Libro Félix: «fugi ab gran copia de aur.» Çifar I: «tomó su aver».
24 Al-Gawbari: “por lo que podría poner la casa a su disposición y asistirle y servirle.”. Libro Félix: «e hizo que se le diera alojamiento». Çifar: “mandó dar posada luego al caballero”.
25 Devoto, Daniel, Introducción al estudio de Don Juan Manuel, y en particular de El Conde Lucanor. Una Bibliografía, Madrid, Castalia, 1972. Juan Manuel, El libro de los Enxiemplos del Conde Lucanor et de Patronio. Text und Anmerkungen aus dem Anclase von Hermann Knust. Herusgegeben von Adolf Birch-Hirschfeld, Leipzig, Dr. Seelo Co., 1900.
26 Véase, a propósito, la influencia cristiana en los textos árabes en Monferrer Sala, J. P., “Unas notas sobres los textos árabes cristianos andalusíes”, Asociación Española de Orientalistas, XXXVIII (2002), 155-168.
27 Marín, D., “El elemento oriental en D. Juan Manuel: Síntesis y Revaluación”, Comparative Literature, 7-1 (1995), 1-14.
28 Don Juan Manuel, El conde Lucanor o Libro de los enxiemplos del conde Lucanor et de Patronio, edición, introducción y notas José Manuel Blecua, Madrid, Editorial Castalia, 1985, introducción, 18.
29 Ayerbe-Chaux, R., El Conde Lucanor. Materia tradicional y originalidad creadora, Madrid, Porrúa, 1975, 20-25.
30 Prat Ferrer, J. J., “Los exempla medievales: Una etapa escrita entre dos oralidades”, Oppidum, 3 (2007), 165-188.
31 Lacarra, Mª Jesús, “El apólogo y el cuento oriental en España”, en Orígenes de la novela : estudios : ponencias presentadas al congreso I Encuentro Nacional Centenario de Marcelino Menéndez Pelayo celebrado en Santander los días 11 y 12 de diciembre de 2006, Raquel Gutiérrez Sebastián (ed.lit.), Borja Rodríguez Gutiérrez (ed.lit.), Santander, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cantabria, Sociedad Menéndez Pelayo, 2007, 109-131.
32 Sobre estas cuestiones hay abundantes trabajos, aunque siguen siendo fundamentales las bases establecidas hace más de un siglo por Leopold Hervieux. Hervieux, L., Notice sur les fables latines d’origine indienne, París, Firmin-Didot et Cíe, 1898; Hervieux, L., Essay sur les fables indiennes et sur leur introduction en Europe, París, 1838.
33 Cfr. Notas 4 y 5.
34 Ïbid.
35 Rubiera Mata, Mª. J., Literatura Hispanoárabe, Madrid, Mapfre, 1992, Cap. XI: La huella literaria de al-Andalus, 243-245.
36 Marín, D., “El elemento oriental en D. Juan Manuel: Síntesis y Revaluación”, Comparative Literature, 7-1 (1995), 1-14. Mohedano Barceló, J., “Paremiología y materia literaria. El refranero andalusí en El Conde Lucanor”, Anaquel de Estudios Árabes, X (1999), 49-77.
37 Gil Cuadrado, L. T., “La influencia musulmana en la cultura hispano-cristiana medieval”, Anaquel de Estudios árabes, 13 (2002), 37-65.
38 María Goyri afirma que el término tabardit es un invento; González Palencia de que viene del árabe taba ardi (polvo de tierra), p. 53; Steiger, p. 5: “un femenino singular del bereber aberdi (harapo, andrajo)”, como si Don Juan Manuel calificara así a la materia necesaria para hacer el oro. Estas dos afirmaciones parecen recibir el apoto de Aquiles J. Echevarría (Concherías, romances, epigramas y otros poemas, San José de Costa Rica, Trejos hermanos, 1953, 295: Basuriya, f.: Diminutivo de basura, con el significado de polvo mágico usado para hechizar, polvos de la madre Celestina, maleficio”. Una etimología muy probable es, para, la del verbo árabe barada, que significa limar una pieza de metal (Wehr, H., A Dictionary f Modern Arabic, Ythaca, Nueva Cork, 1966, 51). En su glosario, Lerchundi dice que barada es limar, o gastar limando (Lerchundi, F. y Simonet, F. J., Crestomanía arábigo-española, Granada, 1881, 27). Pedro de Alcalá explica que mabrat o mabarit, ambos basados en barada, significa “lima para limar hierro” (Alcalá, P., Arte para ligeramente saber la lengua araviga, 1883, reimpreso en Nueva York, 1928). Burke, J., “Juan Manuel’s Tabardíe and Golfín”, Hispanic Review, 44, 2 (Primavera, 1976), 171-178.
39 Malcolm, Sir John (1769-1833), The History of Persia. From the most early period to the present time, Londres, John Murray, 1829, 2 vols. Dubeux, M.-L-., La Perse, Paris, Firmin Didot, 1841.
40 De Marsan, R. E., Itineraire espagnol du conte medieval (VIII‑XVº siècles), París, Kbincksieck, 1974, 393-394. Serés, G., El Conde Lucanor, Barcelona, Crítica, 1994, 81: “De procedencia oriental (seguramente de la colección de al-Jawrabi), este cuento figura también en el Félix o Llibre de Meravelles (cap. 36) de Ramón Llull y en el El libro del Caballero Cifar.”
41 Devoto, D., Introducción al estudio de Don Juan Manuel, Madrid, Castalia, 1972, 405.
42 Gayangos, P., « Le comte Lucanor, &. Traduit de l’espagnol par M. Adolphe Puibusque », Revista española de ambos mundos, 2 (1854), 385-402. Cita en 388.
43 Llull: «Per.III. vegades féu aço lo hom e el rey cuydá’s que fos alquimista segons veritat». Çifar I: «E el rey quando lo vio fue muy ledo e tovo que avía fecho dio mucha merçed con la venida de aquel cauallero.» Ejemplo XX: «Et desque el vio que de cosa que costaba dos o tres dineros salía una dobla, fue muy alegre…»