ORÍGENES DEL RELATO.
DE LOS ORÍGENES A AL-JAWBARI (651 – h. 1240)
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El nacimiento de los personajes
Para poder tener una idea de la envergadura del relato literario sobre el timo del falso alquimista hemos de remontarnos hasta el siglo VII. Concretamente a la conquista islámica de Persia (637-651). Esto supuso el final del Imperio Sasánida (224-651), que fue precedido de varias guerras civiles, 1 y el inicio de un proceso que llegaría hasta el siglo X, donde la religión de Zoroastro entró en decadencia frente a la islamización. Los pueblos iranios, tanto los persas como los kurdos, serían pues, a finales de dicho siglo, islámicos. No obstante, el peso de la larga civilización persa no se extinguiría en su totalidad, y muchos de sus elementos, sociales o culturales, serían absorbidos por la nueva civilización y religión.2
Entre los vestigios que recogiera el Islam está la figura de los conocidos como los Banū Sāsān, o los descendentes del legendario Shaikh Sāsān.
No están claros ni su origen, ni el porqué del papel que la literatura medieval islámica les otorgó, que llamaba en general con este nombre a todos los timadores, charlatanes, granujas y pedigüeños de esa zona hasta el límite con la India. Ebn al-Moqaffa’ (ca. 103/721, ca. 139/757), secretario de chancillería (kāteb) y un gran escritor árabe, dio su versión, luego mantenida, diciendo que Sāsān era el hijo del viejo legislador persa Bahman b. Esfandīār. Sāsān, al ser desplazado de la sucesión del cargo de su padre3, tomó una vida errante y se agrupó alrededor de otros vagabundos, formando así “los hijos de Sāsān.” Otra explicación dice que la nación persa entera se dedicó a limosneo y el vagabundeo después de la conquista árabe, despertando piedad al reclamar ser los descendientes de la desposeída dinastía sasánida. Es así como, de forma satírica e irónica, se aplicó esta circunstancia a todos los errantes persas.4 Finalmente, Bosworth muestra la existencia de más etimologías, tanto en sánscrito como en persa.5 Con todo, la primera fuente literaria sobre los Banu Sāsān la dio al-Jahiz (163/781-251/869) en su Libro de los ávaros (Kitab al-Bukhala), donde llega a mencionar a varios de sus líderes.6
Los Banū Sāsān, y todos los personajes al otro lado de la ley, llegaron a ser los personajes principales de un género literario, la prosa rimada, que alcanzaría gran relevancia durante los primeros siglos del Islam: las maqamat. Son relatos cortos con una sonoridad y una cadencia destinadas al divertimento, a la vez que al aprendizaje y para el conocimiento, además de fácil de oír y de recordar. Tienen un origen oral y previo al Islam7. En general, se trata de lo recogido en las reuniones, o asambleas de hombres instruidos, de lo que hablaban sus participantes para entretenerse, que solían ser pequeñas historias cuyo origen no era otro que lo visto en sus viajes. Son las séances, o sesiones. Es sabido que, durante los primeros años de su existencia, y hasta el segundo siglo de la Hijra hubo una declarada antipatía hacia la escritura, y todo aquél que quisiera aprender debería de viajar, y cuanto más mejor, siguiendo dos ahadith (dichos del Profeta) que decían. “Busca el conocimiento aunque esté en China”, y “Busca la ciencia [y el conocimiento] desde la cuna hasta la tumba”. Esta especie de adquisición por mandato del knowledge of the other viajando (al-Rihla)8 permitía conocer la geografía, los mares, los ríos, las tierras, los bosques, las montañas, los productos de las distintas regiones, pero también los pobladores, sus costumbres, sus actividades, sus leyendas y sus tradiciones.
De hecho, todos los primeros escritores árabes fueron viajeros. Esto nos permite ver una afinidad entre estos y los Banū Sāsān: ambos eran errantes. Este viaje en busca del conocimiento, además, se convirtió en una moda, no sólo para la adquisición de saberes, sino también para su diseminación y exhibición. Y por simple evolución de este estudiante vagabundo, se llegaría a una especie del caballero andante y del prototipo del hombre errante en búsqueda de su aprendizaje de la Literatura medieval. Cuando el autor de una maqama la recitaba y la dramatizaba, en su deseo de educar sobre la vida y el lenguaje tanto de los ciudadanos del desierto como de los habitantes de los pueblos, daba ejemplos de la jerga y el argot de ladrones y los asaltantes, y usaba palabras y frases extrañas y obsoletas, algo semejante a los Proverbios – probablemente la más antigua forma del lenguaje árabe.
Los dos escritores clásicos y más conocidos de maqama fueron Hamadhani (349/967-389/1007), y Hariri (436/1054-5041122). Hamadhani, como su nombre indica, nació en Hamadhan, la antigua Ecbatana (al sur de la actual Teherán), y, por supuesto, gastó la mayor parte de su vida como un estudiante viajero. Las maqamat de Hamadhani y las de Hariri9 tienen una estructura similar10. Ambas consisten en episodios inconexos narrados por un viajero y relacionados con las aventuras y desventuras de un embaucador.
En las maqamat de Hamadhani, el narrador es un alter ego de Hamadhani, un estudiante errante llamado Isa ibn Hisham. Y en cada cuento él encuentra a un misterioso granuja llamado Abu I-Fath al-Iskandari. El granuja de Hariri se llama, por cierto, Abu Zayd al-Saruyi. 11
Las maqamat muestran un vívido retrato de las tierras y países islámicos medievales12, pero a nivel de calle, y, especialmente, una visión del poder y de la cultura popular. Encontramos mercaderes, clérigos, campesinos, sultanes, estudiantes y, literalmente, un catálogo completo de estafadores, la mayoría de los cuáles eran Banū Sāsān.
En la maqama XXX de Hamahdani (La Maqama de Rusafa)13, se habla de ladrones, falsificadores de sellos, los ligeros de manos, equilibristas, de quien da el peso corto, quien roba a los ricos, de quien estrangula por un rápido ataque, de quien esconde algo en un casillero hasta que se lo pueda llevar, de quien da el cambiazo adulando, de los timadores, de quien se lleva lo que tiene el cambista, de quien roba al que duerme o hace dormirse, el que engaña en los juegos, el que tiene un mono que roba… Y así hasta completar todas las variedades del bajo mundo, del hampa de aquellos años, objeto del interés de la Literatura desde el siglo X14.
Como dice Bosworth15, mucha de la información sobre los delincuentes y mendigos profesionales (nuestros Banū Sāsān), que se ganaban la vida a costa de la credulidad de los ingenuos, viene de muy pocas obras en prosa. Así, el Kašf al-asrār de al-Gawbari del siglo XIII, y de quien hablaremos más adelante, trataba de poner en guardia al lector contra las estratagemas de estos individuos. Para la curiosidad del lector, en cambio, tenemos el ejemplo ya citado de al-Ŷahiz en el siglo IX, o el de al-Ragib al-Isfahani, en el siglo XI. Para un buen retrato de estos personajes, nada mejor que las ya citadas maqamat de Hammadani y Hariri16. Sin embargo, el mayor caudal de información no viene de todos ellos, ni de las magamat, ni de la prosa rimada, sino de extensos poemas, igualmente escritos por grandes viajeros. Los dos exponentes más conocidos de estos poemas fueron Abū Dulaf, en el siglo X, y al-Hīllī en el siglo XIV. Éste último viajó por toda Persia, adquiriendo un enorme conocimiento de la gente del hampa, llegando incluso a convivir con ellos. Este currículo le llevó a ser protegido por el ministro buyí al-Şāhib Ibn ‘Abbād, gran interesado por el lenguaje de germanía y por la vida de los rufianes. 17 En este grupo de “poetas de los granujas”, de poetas de esa gran fraternidad que se sienten víctimas de las transformaciones sociales y económicas del imperio musulmán, que sobreviven no violentamente, sino rapiñando en un medio materialmente hostil, no deben faltar tampoco ni Ahnaf al-Ukbari, ni Al-Susi, ni al-Khazraji18.
Dejamos de momento la Persia de los siglos X19, XI y XII para volver más adelante y damos un salto hacia el Oeste de varios miles de kilómetros, hasta llegar a Córdoba, el extremo occidental del imperio musulmán. Desde el año 716, diez años después de la llegada de los musulmanes a España, sus gobernadores serían dependientes de los califas de Damasco durante cuarenta años, hasta el año 756 en que se funda el Emirato omeya de Córdoba. Más tarde, el califato omeya de Córdoba se independizó y gobernó hasta el año 1031, cuando la unidad político-territorial se rompe y pequeños jefes locales (taifa) gobernarán en las zonas fronterizas, inaugurando lo que se conoce como Reinos de Taifas. Más tarde, los almorávides primero (1086) y los almohades después (1121) intentarán unificar y reconstruir un pasado que nunca volvería, aún con la dinastía nasrí, cuyo último representante saldría de Granada en el año 1492, poniendo fin a la presencia política musulmana en la Península Ibérica.
Sería muy extenso, pero muy fácil, poner aquí unos pocos hechos que demostrarían, sin ningún género de dudas, que durante muchos años, Córdoba fue el centro económico, político y cultural del mundo occidental. Sus poetas, ingenieros, médicos, astrónomos y filósofos brillaron con tal intensidad en su mundo y en su tiempo que aún son de estudio obligatorio. En cualquier caso, el conocimiento del mundo de los mendigos y los rufianes por parte de literatos, por un lado; y la existencia de maqamat, qasidas, risalat, o cualquier otro tipo de prosa, sea rimada o no, en España es algo que está más que atestiguado. Lo importante ahora es saber que hubo unos enlaces entre ambos extremos, entre Damasco y Córdoba, o entre al-Andalus y Siria, que seguro nos van a sorprender. Pero vayamos por partes. Como dice Teresa Garulo, la información disponible en el occidente musulmán sobre la vida de grupos de delincuentes, de mendigos profesionales (mukaddūn), o narradores de cuentos, cuyas mañas se condenan en los tratados de hisba20, es bastante menor que la que se dispone de Siria, Iraq, o Irán, la tierra de los Banu Sāsān. Dos son las razones expuestas por los expertos. La primera es la gran influencia de la escuela jurídica malikí en al-Andalus. Desde que Malik prohibiera la presencia de predicadores profesionales (quşāş), por ser englobados dentro del grupo de mendigos profesionales, los viajeros occidentales se escandalizaban de las historias que relataban estos quşāş, repletas de errores religiosos. La segunda razón es que en al-Andalus se acostumbraba a censurar el vocabulario soez y obsceno de los relatos literarios. La vida de los Banu Sāsān se contaba, como hemos dicho, con una jerga y un léxico incompatible con el clasicismo occidental. 21
Por otro lado, la prosa rimada, las maqamat, gozaron de una amplia presencia en al-Andalus, aunque hay que decir que el personaje del pícaro, que era el que daba todo su sabor a la maqama, se pierde, perviviendo sólo la figura del narrador, y un extensivo uso epistolar. Las maqamat andaluzas abandonaron al héroe típico de las orientales, así como la estructura y temáticas originales, conservando tan sólo el nombre, un nombre cargado de prestigio.22
Ello no quiere decir los textos de Hammadhani y los de Hariri fueran desconocidos en al-Andalus23. Muy al contrario, hubo eruditos andaluces que recibieron las enseñanzas de al-Hariri en el mismo Bagdad, como el pacense al-Hasan b. ‘Alī al-Batalyawsī (m. 1169) y un jeque valenciano Yūsuf al-Qudā’ī al-Undī, en el año 1108. Este último, de regreso a al-Andalus, explicó la obra de al-Hariri a sus discípulos, entre los que estaban Ibn Jayr en el año 1137 y los maestros de al-Dabbi24. Pero este abandono no fue total, al menos en su aspecto temático. Al-Hariri fue seguido e inspiró al letrado tudelano Muhammad al-Tamīmī al-Saraqusti, más conocido como Ibn Astarkuwī (m. Córdoba 1143). Sus al-Maqamat al-Luzumiyya son una colección de 59 maqamat o «sesiones». Como su fuente de inspiración, se trata de relatos de corte picaresco escritos en una prosa rimada muy exigente y abarrocada que los dota de un ritmo y musicalidad notables, y que encierran buenas dosis de crítica social, expresada siempre por medio de la ironía y del equívoco25.
Ibn-Suhayd y su Kasf al-dakk wa-idah al-sakk: fuente de al-Gaubari
A su vez, también hubo, como en Oriente, poetas y prosistas que estuvieron mucho tiempo viajando y conviviendo con el underworld de al-Andalus, que lo conocieron a la perfección, como Ibn al-Aşīlī o el gran literato cordobés Abu Amir Ibn Shuhayd (992-1035), autor de un texto que inspiraría después a al-Gawbari, como veremos más adelante. Si bien se ha apuntado en alguna ocasión que, debido a una procedencia social desahogada de estos personajes, la vida errante y el contacto con los bajos fondos de la sociedad se debían a que realizaban tareas de información, también se ha dicho que el asimilarse entre ellos facilitaba los desplazamientos. En cualquier caso, los contactos entre estos dos poetas y las capas altas de la sociedad, entre la élite gobernante fueron más que constantes. Ibn Shuhayd fue el autor de una epístola de crítica literaria (La epístola de los genios) y de varios poemas dramáticos cuando estaba fatalmente enfermo cuya belleza impresiona al lector (Al ver que la vida me vuelve el rostro, Después de la orgía y En la oscuridad, cada flor abrirá su boca), sobre todo por estar escrita en un momento de experimentación viva de la prosa narrativa. Con la excusa de que uno de sus enemigos personales se había refugiado en Denia, Ibn Suhayd escribió a Muyáhid una epístola en la que describe un taller alquimista y a su enemigo como falsificador de moneda:
«Era mucho lo que yo hablaba en aquel entonces con mi amigo Abü Abd Allah al-Faradi. Tratábamos de las distintas ciencias, tanto de las buenas letras como de la historia, jurisprudencia, medicina, alquimia y filosofía. Pero sin que yo lo supiera él engañaba y enredaba, pues se pasaba las noches en blanco fabricando moneda fraudulenta. Eso era tan claro como la luz del día y la música de la flauta. Si hubiera tocado la Luna llena (plata), la hubiera adulterado; si hubiera llegado hasta el Sol (oro), lo hubiera eclipsado (corrompido). Cierto día, ignorante yo de esas costumbres, fui a buscarlo para entretenerme un rato y hablar con él. Llegué a su casa encontrando la puerta abierta y ausente el portero. La crucé y al acto se abalanzó sobre mí un chico joven. Tropecé con él y exclamó:
—¡Cuanto te he esperado!—.Me precedió y yo le seguí hasta llegar a una habitación ennegrecida, llena de vapores que parecían pedazos de nubes y en los cuales se percibía el olor hediondo del arsénico, del azufre, del cinabrio y de la sarcócola. De repente me acordé del versículo coránico (44,9 / 10-10 / 11) que dice: «El día que el cielo se llene con humo manifiesto que cubra las gentes. Ese será un tormento doloroso.» Temí lo peor y quise huir. Me volví y de repente percibí montones de brasas, aparatos para la obtención de oro y personas negras y amarillas». Escapé a otra habitación en la que había multitud de obreros como fantasmas: parecía que fueran los ángeles de la muerte; negros, tenían en sus manos garfios y formaban filas empuñando martillos. Al verme gritaron: ¡Este intruso nos avergüenza! ¡Liquidémosle inmediatamente!—.
Cuando me ví a las puertas de la muerte y temí que pusieran en práctica su resolución, rompí a reír y les increpé:
-¡Ojalá no alcancéis ningún bien ni encontréis el camino de la ciencia! ¿Con que así os precipitáis? ¿Es que no sabéis a quién tenéis delante?—.
-Replicaron: —¿Quién eres?
-Dije:— Yo soy quien coge la mica y la pulveriza con el martillo, quien hiende con la inteligencia la substancia de las cosas y quien albricia a los padres anunciándoles el nacimiento de los hijos.
-Preguntaron: —¿Usas el fuego o el agua?—.
-Repliqué: —Ambos a la vez con algo de aire—.
Me miraron riéndose, se acercaron disculpándose, y dijeron: ¡Por Dios! Has estado a punto de ser devorado y de morir de mala manera—.
-Pregunté: —¿Dónde está Abu Abd Allah al-Faradi?–.
-Replicaron: —Se ha encerrado para purificar el agua de los huevos (aparato alquímico) y para destilar la sangre menstrual, pues tiene el propósito de fabricar la tintura de la piedra filosofal—.
-Pregunté: —¿La vieja tintura o la nueva?—.
-Chillaron: ¡Ah! ¡Ah! ¡Este es un experto!—.
A continuación me despedí cortésmente y salí.»26
Además, Ibn Suhayd escribió su Kasf al-dakk wa-idah al-sakk (كشف الدك و اضاح الشك “Desvelando el fraude y clarificando las dudas”)27. Esta obra no era otra cosa que un listado completo de los fraudes cometidos por los granujas y estafadores de al-Andalus y la forma de evitarlos y descubrirlos. Con todo, aún podríamos remontarnos más allá de Ibn Suhayd, ya que conoció las macamas de Hammadani, incluso las citó en alguna ocasión28.
Este texto se ha dado erróneamente por desaparecido entre los especialistas29 durante mucho tiempo. Sin embargo la excelente investigadora Teresa Madrid está realizando en estos momentos una trascripción del mismo a partir de la copia manuscrita en poder del sultán Ahmad III (1673-1736)30, que fue editada en los años 70 del siglo pasado31.
No obstante, la copia, según Teresa Madrid, no recoge lo que pudiera ser el libro completo de Ibn Suhayd, puesto que en la segunda hoja del manuscrito se indica que tan sólo es el inicio del libro del cordobés. Fue copiado en nuestro siglo XIII, por lo que, perfectamente podría ser coetáneo al texto de al-Gaubari, del que hablaremos a continuación. El editor contemporáneo dice en su introducción: “El manuscrito trata el tema del Niranchiyat, un término sobre el cual los estudios antiguos no se ponen de acuerdo. Lo que se puede encontrar en los libros de lengua es el término Niranch النيرج . La palabra Niranchiyat se ha traducido por «Maravillas de los trucos» ”. Por tanto, el texto sería la versión árabe de lo que nosotros conocemos como un libro de secretos; sería un Niranchiat: “Libro de artes y mañas. Selección de los mejores trucos”. El texto recoge unos doce apartados con diferentes tipos de “trucos”, para hacer con huevos, anillos, botellas, etc. pero no es especialmente extenso. Un ejemplo de la brevedad de estos “trucos”: *Un huevo en cuya cáscara puedes escribir y lo escrito aparece luego en su interior: Coges un huevo fresco y escribes lo que quieras sobre él con agua que hayas disuelto en Qalqant y luego lo echas a la cazuela de judías o de otra legumbre. Al mondarlo darás con lo escrito de color rojo sobre la clara32. Y sobre los anillos: *Forja un par de anillos de un daniq y medio de peso. Cuando hayan enfriado y templado y les hayas quitado el alquitrán, montas en cada uno de ellos dos lascas, la una de Karaba y la otra con una lasca de resina de sandáraca…33.
Por tanto, se trata de un texto a modo de recetario que no recoge ni personajes ni relatos con desarrollo temporal, a diferencia de las maqamat. Aunque, a decir verdad, estamos nada más y nada menos, que ante de un libro de secretos34. Aquí no hay nombres propios, personajes o referencias más concretas: aparentemente, son las “instrucciones” para llevar a buen término las “artimañas del embaucador”. Sí llama la atención que el texto de Ibn Suhayd sea muy prolijo en el uso del nuchadir, o sal amoníaco en las recetas que describe, ya que el nusadir, casualmente muy usado entre los alquimistas árabes35.
Al-Gawbari y su Libro de la revelación de los secretos.
Tras un tiempo previo indeterminado, en el cual debieron de circular versiones primitivas del timo del alquimista por el mundo persa transmitidas de forma oral36, el relato, con todos sus elementos ya presentes, cristalizó, según De Marsan37, en su primera versión escrita en el texto del sirio Zain ad-Dīn ‘Abd ar-Rahim b. ‘Umar ad-Dimashqī al-Jaubarī (m. 1250?) Kitāb al-Mukhtār fī kashf al-asrār wa-hatk al-astār (Libro de la revelación de los secretos), escrito entre 1216 y 122138. Repleto de sufismo, de una sabrosa lectura, está dedicado para la precaución del virtuoso y aviso de prudentes, y es todo un manual contra los trucos de los embaucadores y charlatanes39, sean de la clase que sean e incluyendo el de los alquimistas fraudulentos. Él los considera unos estafadores. De las trescientas formas que tienen estos de engañar40, selecciona dos y las detalla. En la primera, la víctima fue su amigo Ibn Maisara, un cristiano sirio, comerciante y comprador de metales en lingotes. Su avaricia salió a flote tras las artes de un desconocido, que le prometió facilitarle oro y plata en abundancia, mediante el uso de un elixir, hecho a base de charcoal o carbón vegetal. El engaño, realizado siempre en un hábil tono amistoso, se realizó en las habituales tres o cuatro fases, aumentando la cantidad de dinero de forma progresiva hasta el final, en la que Ibn Maisara aportó todo su capital para obtener el elixir con el que obtener tanto oro y plata como se quisiera a manos del “alquimista”41. En la segunda, describe otro timo de un alquimista cuya víctima, esta vez, es un visir, como veremos luego.
Al parecer, al-Gawbari en el texto del ya citado poeta y literato cordobés Abu Amir Ibn Shuhayd Kasf al-dakk wa-idah al-sakk (“Desvelando el fraude y clarificando las dudas”)42. Lo cierto es que al-Gawbari cita en la introducción de su texto que su mecenas, el ya citado al-Malik al-Mas’ûd Rukn al-Dîn Mawdûd (1222-1232) le sugirió que escribiera su Al-asrar fijándose en la obra de Ibn Shuhayd sobre tretas y estratagemas de los maleantes43. Por supuesto, al-Gawbari viajó por el lado oriental durante muchos años. Su personalidad divertida suscitó el interés de los políticos, como ocurriera con Ibn Shuhayd, y, al parecer, él mismo se vanagloria de haber rehusado cazar a un falso alquimista magrebí de la corte de ’Izz al-Dĭn Aybak al-Mu’aŗzimĭ (m. 1249)44.
Hay un buen número de manuscritos que contienen el texto de al-Jaubari, reflejo de la alta difusión que tuvo por todo el mundo islámico, incluyendo el Norte de África (Magreb), donde estuvo el propio al-Gawbari, y la India. El problema consiste en que no sabemos cuál es el más completo, pues cada uno contiene partes distintas, si bien, gracias a la existencia de dichos manuscritos, podemos hacernos una idea de la composición final del mismo y de sus treinta capítulos.
El texto ha sido impreso en varias ocasiones45, aunque la edición de El Cairo y la de Estambul se basan en la de Damasco, según Stefan Wild46. Pero incluso la edición de Damasco ofrece una escasa idea de la obra del sirio, al haberse omitido muchas partes dentro de los capítulos. Sí, en cambio, se han publicado por separado47. Los manuscritos más usados han sido: el manuscrito 4640 de la Biblioteca Nacional de Francia, el manuscrito de Leiden (Leiden 1233-Warner 191) y el de Estambul (Kara Çelebizade 253), que parece ser el más completo, escrito hacia 1317. Vamos ahora a leer los dos cuentos sobre el timo del falso alquimista, que, para sucesivas citas, llamaremos al-Gaubari I, y al-Gaubari II.
al-Gaubari I.
Comienza señalando que los alquimistas son el grupo más grande de todos los estafadores. Tienen “secretos” que no comparten con el público, ni les importa mucho si son buenos para el bienestar general, y aun menos se preocupan de la honradez y la moralidad a la hora de practicar sus trucos trapaceros:
“Sólo Dios, sus Profetas y sus hombres justos pueden hacer las cosas que estos alquimistas dicen poder hacer. Pues nos es bien sabido que estos secretos se revelan sólo por Él a los puros, lo justos y santos. Pero los estafadores fingen poseer este conocimiento universal, y se confabulan para sacarle el dinero al ingenuo, y, una vez que lo han adquirido, lo gastan en ellos mismos. Son mañosos y ruinosos en el estafar al público. Uno de estos granujas tenía 100 dirhams y los usó para aligerar el dinero de otras personas haciendo trampas y extorsionando, para luego pasar un buen rato con estos beneficios deshonestos. ¡Yo revelaré con detalle este modo de robar, por la Gracia de Dios, sea Él bendecido!
Hermanos míos, dejadme deciros que podría daros 300 formas distintas de engañar, pero hacerlo con todo detalle os aburrirían, y por eso me contentaré seleccionando algunos ejemplos, a fin de que el lector de este libro no pierda ningún detalle importante y nosotros podemos ver que yo, en general, he contado toda la historia, dando a conocer lo escondido y lo abstruso.
Si escuchan de una persona que quiere ser adiestrada en la ciencia de la alquimia, estos tramposos le seducen para visitarlos, entonces una vez que él ha hecho esto dicen: “Así se practica la alquimia. Toma estas pedazos de plata y oro, fúndelos juntos, luego tómalos para comercializarlos y venderlos”. La víctima así lo hace, y sale a buscar a un joyero a quien vende el metal a un precio muy alto. La víctima al truhán la cantidad de dinero previamente acordada. El potentado dice luego: “Juro, por Dios, que no tengo necesidad de ningún beneficio en este negocio. Soy un hombre rico y no tengo necesidad de más dinero. Regalaré cualquier ganancia de su transacción”. El granuja repite el mismo trato, con otros materiales, dos o tres veces, durante los días siguientes. Ya por entonces la deseada víctima está tan excitada y confundida que fácilmente se convierte en un esclavo para el estafador. Éste último coloca ahora algunos dinares de oro y algunos dirhams de plata, obtenidos de la víctima, en un crisol, al que añade carcoal y “elixir” (algún fundente), funde la mezcla, la derrama sobre un molde, obteniendo un lingote de este metal con el que empieza a hacer monedas. La víctima confundida, ávido por la aparente ganancia, no tiene su cabeza totalmente despejada para darse cuenta de que está a punto de ser limpiado de su dinero. Así que el siguiente paso en este proceso fraudulento es vender el lingote y “pasar” las ganancias a la víctima. Ahora el “alquimista” le dice al tonto que quisiera hacer más oro o plata, pero no puede porque no tiene el elixir necesario requerido, y que él necesitará tiempo para prepararlo. La víctima implora al granuja, que ahora certifica que tiene al tonto completamente en su poder, que haga el elixir, entonces, con fingida renuencia, él acepta hacerlo si el primero le trae todo su dinero, porque hacer el susodicho “elixir” exige mucho trabajo y el riesgo de pérdida de la inversión es grandísimo, (pero astutamente añade), aunque las oportunidades de que haya enormes ganancias, similares a un tesoro, son muy buenas.
Se le trae el dinero, como pidió, y el “alquimista” se pone a trabajar, quedándose alojado en la casa de su víctima, aceptando sin preguntar la comida, la bebida, incluso la ropa, durante cuatro o cinco meses, y sigue extrayendo de su anfitrión de 20 a 50 dirhams cada vez, hasta que tiene a su anfitrión desangrado. Finalmente, cuando el “alquimista” piensa que él ha extraído a su víctima todo el dinero posible, le cuenta que algo ha ido mal en sus operaciones con el dinero, y por medio de sus artes equívocas deja a la víctima en un estado mental confuso, probándose a sí mismo que es un verdadero estafador. Cualquier persona lo suficientemente tonta como para confiar en estos criminales con sus tesoros de oro o plata tendré la certeza de tener una amarga desilusión. Uno de los trucos de estos “alquimistas” es derretir metales con arsénico y así dar a estas sustancias preciosas la apariencia de ceniza. Entonces dicen ser capaces de preparar un “elixir” en unos cinco meses. Cuando este elixir es vertido en la ceniza dentro de un crisol y se caliente, los metales son separados del arsénico en la ceniza, y así reaparecen.
Ya he dicho que los “alquimistas” saben 300 trucos para estafar a los inocentes, y yo he aprendido estos trucos, estas estratagemas asombrosas y extrañas. Uno de mis amigos, Ibn Maisara, un cristiano residente de Damasco, era joyero. Un día, tan pronto como se sentó en su tienda, entró en ella un personaje importante, y, después de saludarle, le dio un lingote de plata de 300 dirhams de peso, y le dijo: “Me gustaría vender este lingote”. Ibn Maisara preguntó a su cliente si el lingote era de plata pura y él contestó que, ciertamente, así era. Un marchante vendió una parte del lingote de 100 dirhams de peso por 120 dirhams. Ambos, el joyero y su cliente, se sentaron cerca uno del otro durante la transacción hasta que la persona importante recibió los ingresos de la venta, y el joyero vio a la persona notable pagar al mercader una generosa gratificación. También dio a Ibn Maisara 5 dirhams y le pidió que hiciera comprar a alguno de sus empleados comida para celebrar su amistad. Después de charlar un rato, y haber comido, la persona célebre se levantó de su asiento, dejó resbalar diez dirhams bajo la alfombrilla de cuero del joyero, y se marchó. Días más tarde él regresó, y después de una entusiasta bienvenida los dos amigos tuvieron una agradable conversación y, después de un tiempo, el visitante extrajo un lingote mucho muy más grande que el que vendió anteriormente, y le pidió a Ibn Maisara que le preguntara al mercader sobre su venta, como hizo previamente. Esta vez de 100 dirhams de peso de metal, trajo a 125 dirhams, y la persona pidió a Ibn Maisara que conservara 100 dirhams, por si tuviera necesidad de ellos. El joyero gustosamente aceptó el regalo, después de rehusar a tomarlo inicialmente, aunque no en el sentido de propiedad, y después de que la persona célebre le convenciera suavemente, pero de forma muy acuciante, le dijo que quería librarse del lingote restante, y pensaba que le sería difícil conseguirlo, si Ibn Maisara no aceptase. ¡Bien! La admiración del joyero por tan generoso y principesco hombre, le llevó a un nuevo clímax. Entonces el generoso se marchó. En pocos días él regresó, pero sin plata. Los dos hombres se saludaron uno a otro, el fabulosamente rico y el joyero empezaron a hablar, y luego un vendedor ambulante de comida y dulces pasó por allí de casualidad. La persona notable célebre compró y pagó todos los refrescos sin cualquier regateo en el precio. Él continuó visitando al joyero de vez en cuando, pero no volvió a traer más plata. Bueno reconocedor de lo bueno nada más verlo, el joyero preguntó por qué no traía nada de plata. Su respuesta fue una queja: había estado haciendo elixir durante mucho tiempo y tenía ya gastado todo en este trabajo. Él aseguró esta confesión con el juramento de que le decía la verdad.
¿Cómo podría alguien no caer en la piedad y en la compasión ante la situación por la que estaba pasando el hombre generoso? Así pues, el joyero inocentón dijo debía congratularse de la amistad verdadera y fiel de Ibn Maisara, y que debía cenar con él, (o como dijo: “Comer su pan y su sal”). Él notable marchó prometiendo volver al día siguiente. Y al día siguiente el generoso volvió a la tienda del joyero, donde Ibn Maisara y su hijo le estaban esperando. El joyero llevó a su “amigo” a su casa donde cenaron y comieron dulces. Luego, en respuesta a las preguntas de Ibn Maisara, el invitado le dice que no podrá hacer más elixir, como le dijo el día anterior, porque le suponía un enorme gasto, y que no tenía ni amigos, ni parientes, ni un lugar fijo donde vivir, ni un lugar para hacer elixir. El joyero le contestó que no había nada de qué preocuparse, pues él también era dueño del edificio donde estaban, que no había mujeres allí, y que este edificio sólo lo usaba para acoger a un amigo o un invitado, por lo que podría poner la casa a su disposición y asistirle y servirle. Su hijo podría estar en la tienda y el fabricante de elixir sería surtido de todo lo que fuere necesario. Así el hombre dijo que él necesitaría, como mucho, diez dirhams para hacer el “elixir”. Cuando se le trajeron, él inició el proceso, pero pronto se quejó que estaba cansado, y comenzó a fingirse enfermo, para tratar de ganar tiempo, y a decir que no tenía ganas de trabajar de momento, o que realmente no necesitaba ningún elixir inmediatamente, de tal manera que alargó con excusas el hacer elixir durante casi dos años. Ibn Maisara, ansioso de ser rico, no prestaba atención a estas excusas, y empezó a insistirle para que empezara a hacer elixir. Él se puso a hacer el por la noche, y a la mañana siguiente empezó a quejarse continuamente otra vez a su “amigo”, hasta que el hombre cedió y llegaron a un acuerdo, acordando ambos que el joyero se conformaría con una porción del elixir, el fabricante con un mithqal (sobre 4.68 gramos) y el joyero recibiría el resto. Ibn Maisara quedó muy conforme con este acuerdo porque creyó que así podría aprender el secreto de cómo hacer el elixir. Quedaron de acuerdo en un día para encontrarse y comprar los materiales requeridos que el “alquimista” pagó de su bolsillo. Molieron y pulverizaron los materiales que compraron, y luego el alquimista preguntó Ibn Maisara si deseaba que el elixir para hacer oro o plata, a lo que el joyero contestó que quería elixir para ambos metales. El “alquimista” le dijo a Ibn Maisara que dividiera la materia pulverizada en dos partes, y le dejó tener cada parte, que debían ser remojadas en agua durante tres días. Después, la porción de elixir que debía de servir para hacer oro debía ser vertida sobre metal de oro y la porción de plata sería vertida sobre metal de plata. El joyero los dio al “alquimista” 600 denarios de oro que el primero ató en un pañuelo ante sus ojos, luego los puso en una vasija que contenía agua. El “alquimista” pidió a Ibn Maisara que trajera la plata y le trajo 2500 dirhams de este metal, e hizo lo mismo que a las monedas de oro. Estas dos vasijas fueron inspeccionadas de vez en cuando durante siete días, tras los cuales el “alquimista” le pidió a Ibn Maisara que enjuagara los metales, y luego que fuera a cierta montaña donde debería recoger cierta cantidad de guijarros, conocidos como “saliva de luna”, para volver con ellos. Todo esto hizo el joyero. Después, el “alquimista” dijo a Ibn Maisara que tendrían que calcinarlo en el vaso de un horno durante toda la noche. Luego, la mitad de la saliva de la luna debería echarse en el agua de oro y la otra mitad en el agua de plata. Entonces el “alquimista” dijo que debía de ir a las oraciones del viernes y dejó allí a Ibn Maisara. Nunca volvería a tener noticias de suyas. Ibn Maisara, tras esperar su vuelta durante tres días, se impacientó. Él examinó las vasijas que supuestamente contenían la plata y el oro, y las encontró vacías. Fue entonces cuando el hijo del joyero dijo, con voz triste, que el “alquimista” había escapado con los dos tesoros.”48
al-Gaubari II.
Entre los hechos más sorprendentes de los que pude asegurarme tras mi investigación, y los procedimientos más hábiles figura la aventura que le pasó un día al justo rey Nur al-Din, hijo de Zangi – que Dios le tenga en su misericordia!
Cierto individuo originario de Persia vino a residir a la ciudad de Damasco. Tomó mil dinares de oro de Egipto, y limándolos, los redujo a polvo. Luego tomó carbón triturado y plantas medicinales, mezclándolas con las limaduras de oro, todo triturado y amasado con cola de pescado … haciendo bolas del grosor de una avellana cada una, secándolas de la mejor manera posible. Acabado este trabajo, se puso una capa hecha de varias piezas, vistiéndose como los ascetas ambulantes, poniendo las bolas en una bolsa. Luego se las llevó a enseñar a un droguero.
– Cómprame esto, dijo.
– ¿Qué voy a hacer con esto? ¿Qué tipo de material es?
– Es Tabarmukk del Khorasán49.
– ¿Qué es?
– Tiene los efectos de contraveneno y entra en la composición de muchos remedios. Es muy útil. Si la época del peregrinaje a la Casa Sagrada de Dios no me hubieran sorprendido aquí no los hubiera vendido, pero no los puedo llevar conmigo. Para quien conoce el trabajo, vale su precio en oro.
– ¿A qué precio se está vendiendo?
– Yo los compro a tres dinares.
Finalmente, el droguista le compra el producto a cinco dinares y coloca las bolas en un pequeño vaso de barro. El persa tomó los dinares y se fue. Advierte, lector, la audacia de este hombre y considera de qué forma ha vendido mil mithgal de oro por cinco dinares. « El que arriesga algo de valor, gana algo de valor, si la operación de hace correctamente » dijo el Sabio. Cuando terminó su negocio con el droguita se fue a cambiar de ropa. El se vistió con telas magníficas, de las que llevan habitualmente los visires. Luego salió a la calle, haciéndose seguir por un esclavo de aspecto imponente. Se alojó en una casa digna de visires y se puso a deambular por las dependencias de la Gran Mezquita, dejándose conocer entre los grandes personajes de la ciudad. Organiza sesiones de música, y siguiendo este tren de vida llegó a gastar mucho dinero. En el curso de sus conversaciones, afirma que había llegado al conocimiento de un arte supremo y que podría fabricar en un solo día una cantidad considerable de metal precioso. El rumor se extendió fuera de Damasco ylos notables del lugar venían a proponerle, uno tras otro, que realizara sus actividades de alquimista en su casa. De forma invariable, él respondía de la siguiente manera:
– Para mí, en este momento, no necesito a nadie porque en un día puedo hacer tanto oro como todo lo que esté en posesión de la persona que me invite a trabajar con ella. No tengo mucha necesidad de pedir su ayuda. Si fuera sólo para encontrar un lugar para trabajar de acuerdo con la técnica del Gran Arte Técnica, podría comprar diez casas con mi propio dinero. Si se tratara de adquirir una gran reputación, podría hacer una pequeña cantidad de metal precioso, sin que haya en mis procedimientos el menor atisbo de ambigüedad y falsedad. Sin embargo, estos procesos se relacionan con el arte divino. Y he jurado por mi mismo no producir oro para cualquier persona, a excepción de un rey, y, en el supuesto de que esta condición sea satisfecha lleno, no aceptar realizar la operación a favor de este rey sin hacer juramento ante mí de que todo el oro que podría conseguir sólo lo gastaría en organizar expediciones de guerra en el camino de Dios – que alabado sea.
Estos propósitos fueron hechos llegar al visir, quien convoca al personaje ante su presencia, honrándole con un trato familiar y con benevolencia, hasta que se estableció entre ellos un agradable intercambio de palabras. Entonces el visir aborda con él el tema de la fabricación del metal precioso.
– Dios!, Oh, Dios!, gritó el individuo, es una cuestión difícil, ¡Oh mi señor, porque he hecho un pacto con Dios –que alabado sea! Cuando se cumpla esta condición, yo haré el trabajo, de lo contrario, no voy a hacer nada.
El visir reflexionó largamente y se dijo a sí mismo :
– Por Dios! Este caso sería la felicidad para los musulmanes, en las manos de nuestro señor el sultán -que Dios haga durar su reino-, la ocasión se presenta en el momento justo, ya que los francos ya llegan hasta Banias y sus incursiones se suceden una tras otra sin descanso, dejando a Damasco en una situación precaria. Si pudiera hacer algo para ayudar a combatir a estos enemigos e invadir su propio territorio, sería una bendición de consecuencias incalculables.
Después dijo a este hombre:
– Oh, maestro, con tu permiso, pondre al sultán al corriente de todo esto.
– Hazlo –respondió el persa– a condición de que tú consigas una trevista entre él y yo, a fin de recibir el juramento de esto que te acabo de mencionar de su propia boca.
– Entendido –dijo el visir.
El tomó su montura y se va, como de costumbre, a asumir sus funciones al servicio de su amo. Cuando llega al sultán, le toma aparte y le pone al corriente de este asunto.
– Por Dios ! –dijo el sultán. Me ha llegado justo al espíritu, no hay mucho tiempo y nosotros necesitamos obtener ya ayuda de Dios que nos haga procurar la destrucción total de nuestros enemigos.
Él hizo traer a este hombre inmediatamente ante su presencia, le colmó de honores, le gratificó con un hermoso ajuar, lo llevó a sentarse a su lado y le preguntó sobre este asunto.
– Lo que el visir le ha contado a nuestro señor el sultán es perfectamente cierto, -dijo el persa. Pero le puse una condición para el proyecto: la conoce nuestro señor? En el grado que yo he alcanzado en esta materia, toda persona que dice tenerlo dice tener, sería, sin lugar a dudas, culpable de mentira, de engaño y presunción. Y esa persona pertenecería a la cofradía de ladrones. En cuanto a mí, yo le pido al sultán –que Dios fortalezca al punto que no necesite necesita ayuda de nadie – un compromiso de que no va a obligarme a ponerme manos a la obra para alguna operación pequeña, pero que me dejará todos los medios de trabajo, y nuestro propio maestro se encargará él mismo del proceso inicial. Yo sólo diré: “Agita de tal manera, o de esta otra”.
Toda vez que la operación se haría en las condiciones así fijadas, el sultán dijo:
– En el nombre de Dios, comienza,con la bendición de Dios –que alabado sea !
El persa tomó entonces una hoja preparada al efecto y le escribió debajo el nombre de los productos necesarios.
– No tardéis en aportar todos estos, sin excepción alguna –dijo él.
Luego anota al final de la lista : Tabarmukk, cien mithqal50. Se envió la hoja inmediatamente al Intendente General del Reino. No había pasado más que un poco de tiempo cuando todos los productos le fueron presentados, sin que faltara ninguno, a excepción del Tabarmukk.
– No se encuentra en Damasco, ni en el Hospital del Maristán51, afirmó el Intendente.
– Como ! –se exaltó el Persa- Falta Tabarmuk en una ciudad como Damasco !
– ¿No hay ningún producto que lo pueda reemplazar ?¿No hay ninguna forma de prescindir de él ? Preguntó el Sultán.
– No, respondió el hombre. Pero en Damasco seguro que no debe de faltar. Respondió el hombre. Que el Sultan haga abundantes limosnas mañana, para que Dios nos ayude. Que nuestro señor mande conmigo al preboste acompañado de dos testigos de confianza, a fin de que se hagan abrir todas las boticas de los droguistas, y nosotros las inspeccionaremos cuidadosamente, una tras otra, hasta encontrar el producto que nos falta. Sin duda que lo encontraremos, con la ayuda de Dios.
– Has dado una solición excelente, dijo el Sultán.
El preboste, que era llamado el Jefe, llegó al día siguiente con dos testigos, y abrieron las boticas, una tras otra, hasta que llegaron a la botica del droguista al que el persa le había vendido el Tabarmukk. El Preboste pasó alinterior encompañía de los dos testigos, mientras el persa decía :
– Haced vuestra inspección con cuidado y sin prisas.
El propietario de la botica se dispuso a poner delante de ellos todas las botellas, una tras otra, hasta el momento en quepuso la que contenía el Tabarmukk. Cuando el persa vió la botella su rostró resplandeció de alegría.
– Por Dios !ar Dieu ! -exclamó, Este Sultán es un hombre de suerte !
Luego, dirigiéndose al Preboste y a sus dos asistentes :
– Poned cada uno vuestro sello enlaboca de la botella y llevadlo así donde se encuentra la ciudadela.
El se acercó rápidamente al propietario de la botica y el dijo :
– ¿De dónde te viene este producto ?
– Yo lo he comprado a un asceta mendicante –respondió el droguista.
– A cuánto ?
– A cinco dinares.
El desató el pañuelo donde llevaba eldinero y dijo :
– Toma de mí estos cinco dinares, y no dejes tu trabajo para acompañarnos.
Ellos tomaron sus caballos y montaron hacia la ciudadela donde, llenos de alegría, llegando directamente hasta el rey.
– Esta cantidad de Tabarmukk que hemos encontrado servirá, si Dios quiere, para fabricar mucho oro, dijo el Persa.
– No tienes más escusa para no ponerte a trabajar, declara el Sultán. Comienza el trabajo.
Cuando la noche cayó sobre ellos, el hombre sacó todos los instrumentos necesarios. El Sultán, ayudado de un criado, se sentó en un escalón. El persa se colocó delante, en un rincón de la sala.
– Que nuestro señorel Sultán tome tal peso de tal planta medicinal, y tal peso de tal otra.
Y así comenzó a indicar las cantidades de todos los materiales utilizados en la fabricación. Luego añadió:
– Y de Tabarmukk, cien mithqal.
Se siguieron sus instrucciones y se colocó todo en el crisol para la fusión. El ordenó :
– Haced encended el fuego.
El fuego prendió y la temperatura no dejó de ser mantenida al grado requerido para que todos los productos fueran consumidos y que el oro comenzara a fundirse.
– Vuelca, con la bendición de Dios.
El crisol fue volcado. Un hilo de oro fue saliendo hacia abajo, del oro egipcio pero bajouna nueva forma,presentándose como un lingote de oro de una belleza incomparable. Ante tal visión, el Sultán, sintió como undesvanecimiento y quedó totalmente estupefacto. Luego se reanudaron las operaciones, y una cantiidad equivalente a mil dinares fue presentada al Sultán en el curso de la noche. Ellos no dejaron de hacer la operación hasta que se gastó todo el Tabarmukk. Ellos pidieronmás, pero no lo encontraban.
– ¿Qué hacemos ahora ? preguntó el Sultán. Ellos han buscado más Tabarmukk y no lo han conseguido.
El persa respondió :
– Nosotros lo traeremos de Jorasán. Es una especia de mineral que se encuentra en una cueva de la montaña. Si alguno quiere coger. Además, yo tengo en mi casa un quintal de este mineral.
Cuendo el Sultán oyó estas palabras, dijo :
– Preparemos inmediatamente una caravana para ir a buscarlo ¿Quién puede dirigirla mejor que tú mismo ? Parte entonces, y si el acceso a la cueva es imposible, traerás contigo la cantidad que se encuentra en tu casa. Si llegas a entrar en la cueva coge todo lo que puedas colocar sobre las bestias de la caravana. Por mi parte, te daré una carta de recomendación para el Gran Sultán para que nadie te pueda impedir cumplir tu misión.
Ante estas palabras, el persa respondió :
– Si el Sultan lo juzga bien, quemande a otro, porque yo encuentra muy agradable la vida en Damasco y las actividades en la corte del Sultán..
– Es necesario que tú salgas, y por tu obediencia tú opbtendrás la mayor de las recompensas.
Y el Sultán no cesó de exponer argumentos para convencerle hasta que el persa organizó la expedición. Luego, él se puso a hacer los preparativos organizando la caravana, y el Sultán le preparó dos clases de cargamentos. Por una parte, vestidos muy lujosos hechos en Alejandría. Por otra parte, azúcar, y muchos camellos, conducidos por numerosos jinetes. También le dió una tienda espaciosa, una cocina de campaña, camellos de carreras y criados para montar el campamento en cada etapa. Él le proveyó también de una suma de dinero suficiente para cubrir todos los gastos del vieja hasta Bagdad, y de cartas a los emires de todos los países por donde pudiera pasar, pidiéndoles toda la ayuda necesaria para el jefe de la expedición y de servirle y asistirle en cualquier dificultad. Después el Sultán y los grandes personajes del reino salieron con gran pompa para despedirle antes de que saliera de la ciudad, persuadidos de que este hombre había llegado a conseguirla piedra venerada, y que tenía el secreto del elixir regio.
Lo más sorprendente de esta historia es lo que sigue :
Había por esos años en Damasco, un hombre que escribía un catálogo de incautos. Al oír hablar de todo lo anterior escribió encabezando la lista : « Mohammad Nour al-Din Mohammad, hijo de Zangui, príncipe de los necios ». El rumor se extendió por la ciudad y todo el mundo conocía este asunto, hasta el momento en que alguien se lo contó al Sultán :
– Un cierto individuo te ha inscrito en su libro como príncipe de los necios.
– ¿Qué necedad ha encontrado en la que yo hubiera sido la víctima para inscribirmi nombre ensu catálogo? –se preguntó. Traedlo aquí.
El hombre tomó su lista L’homme prit sa liste, la desliza ensumaga y siguió a los guardias que le habían venido a buscar:
– ¿Tú eres Tal ?
– Sí.
– Tú preparas los nombres que se escriben en la lista.
El le enseña el documento.
– ¿Qué es lo que ha aparecido de mi conducta para que me inscribas ? Preguntó el Sultán.
– Podría ser alguien que se encuentra lejos de tus dominios –respondió el hombre. Un cierto ladrón que vino a buscarte y que maquinó una tretaen la que tú te has dejado caer. El ha limado mil dinares de oro e hizo que te los encontraras en el crisol. Ha tomado a cambio de tí una cantidad considerable de bienes pertenecientes a la comunidad musulmana, ya que ha partido diciendo que iba a buscar Tabarmukk. No hay fraude mejor hecho que éste.
Cuando el Sultán oyó las palabras de este hombre exclamó :
– ¿Y si vuelve trayendo el Tabarmukk con el que podrá fabricar oro en cantidad inconmensurable ?
– Oh, señor ! Si el persa vuelve, yo borraré tu nombre de mi lista y escribiré el suyo en su lugar. Y nohabrá en toda la creación de Dios ningún otro que podrá disputarle el primer puesto entre los necios.
En este punto, el Sultán se echó a reir :
– Dad a este hombre algo de dinero para que se logaste en comida –dijo él.
Le dieron cierta cantidad y el honbre se fue. Pero cada vez que él no tenía más que un óbolo, cogía su lista y se apostaba cerca de la entrada de la ciudadela. Cuando el Sultán salía a montar a caballo,elhombre desenrrollaba su lista y decía :
– ¿Ha vuelto ese personaje ? He aquí el nombre del Sultán que está seimpre inscrito aquí.
El Sultán se ponía a reir y le daba algún regalo.
Considera, oh, lector qué perfecto fue este fraude,conducido conaudacia y habilidad52.
El segundo relato de al-Gawbari nos aporta, por primera vez, mucha información importante, susceptible de ser analizada, más allá del autor y de la procedencia del protagonista, o de su ascendencia social. Por un lado nos define a los dos personajes: el astuto timador y el avaricioso timado. Además nos ofrece un método sobre el timo, una imagen del falso alquimista y, por extensión de la de la propia alquimia en un contexto histórico-cultural determinado. También una estructura del relato, más o menos básica, una relación con el narrador y una razón para que el éste cuente el relato a alguien. Es importante que tengamos en cuenta el impresionante hecho de que toda esta información es susceptible de cambiar en cada una de las versiones posteriores que vamos a analizar, todo ello mientras el timo del falso alquimista, cualquiera que sea la modificación, alargará su existencia durante los siglos. No quiero decir que éste sea un caso único ni excepcional. Muchos otros ejemplos, como Josafat, Calila e Dimna, etc, han seguido una trayectoria similar. Pero no por ello hemos de dejar de sorprendernos. Así pues, y con la referencia del texto de al-Gawbari, el método del timo se complicará; los personajes podrían ser tres o más, apareciendo ocasionalmente el socio del timador; se nos expondrá una imagen del timador acorde con cada momento histórico-cultural, la extensión del relato también cambiará, el narrador podrá cotar con distintas referencias, y las razones para ser contado se verán alteradas, además de la aparición del texto en múltiples géneros literarios y distintos formatos. Lo realmente desconcertante es que, como veremos en publicaciones posteriores, tanto la estructura del cuento, ya sea de forma total o parcial, como el contenido del mismo, también de forma total o parcial; incluso aspectos y detalles muy concretos, han persistido desde el texto de al-Gaubari hasta el siglo XX en la literatura española, francesa, inglesa y alemana.
Agradecimientos: Teresa Garulo, Maribel Fierro, Teresa Madrid, Miguel Ángel Borrego, SEEA, María Jesús Lacarra.
1 Nissen, H. J., “Südbabylonien in parthischer und sasanider Zeit”, Zeitschrift der Deutschen Morgerlandischen Gessellschaft, Suppl, 13 (1969), 103-ss.
2 Bashear, Suliman, Arabs and Others in Early Islam, Darwin Press, 1997; Daniel, Elton, The History of Iran, Greenwood Press, 2001; Donner, Fred, The Early Islamic Conquests, Princeton, 1981.
3 El favoritismo, el respeto de privilegios sociales y del sistema administrativo persa con la llegada de Dar el-Islam fue un factor importante para su expansión y seguridad fronteriza. Marín-Guzmán, R., Arab Tribes, the Umayyad Dynasty, and the `Abbasid Revolution, The American Journal of Islamic Social Sciences, 21:4 (2004), 57-96.
4 Esta visión del pueblo persa ha seguido durante los siglos al menos hasta el siglo XIX, como recogiera el gobernador de Bombay John Malcolm (1769-1833) en The History of Persia, Londres, John Murray, 1829 (2ª ed.), 2 vols. Sobre el tratamiento frívolo del sufrimiento, la miseria y los defectos morales en la Literatura árabe: El-Outmani, Ismail, «Introduction to arabic ‘camivalised’ literature.» Concepción Vázquez de Benito, Miguel Ángel Manzano Rodriguez (eds.), Actas XVI Congreso UEAI, Salamanca, Agencia Española de Cooperación Internacional – CSIC, 1995, 165-78.
5 C. E. Bosworth, The Mediaeval Islamic Underworld. The Banū Sāsān in Arabic Society and Literature, 2 vols., Leiden, Brill, 1976, vol. I, 22-24. Íbid, “Jewish Elements in the Banū Sāsān,” Bibliotheca Orientalis 33/5-6 (Septiembre- Noviembre, 1976), 289-94.
6 Taha Hājerī (ed), Jāhez Ketāb al-Bokalā’, El Cairo, 1958; Ch. Pellat, Le livre des avares, Paris, 1951, 66, 71; Bosworth, I, 34ff., 93-94, 171; Marín Guzmán, Roberto, Libro de los ávaros de al-Jahiz, Centro de Estudios de Asia y Africa, Colegio de México, 2001.
7 Se supone que la prosa rimada era la forma de expresión pagana que usaban los adivinadores, razón por la que este tipo de prosa fuera inicialmente prohibida, incluso por el Profeta. Ver: Kitáb al-Bayán wa’l-Tabyín, 113; Qur’án lii, 29; Life of Muḥammad, Wüsṭenfeld, vol. I, pp. 171, 191; Sobre la prosa rimada en los primeros siglos del Islam, y sobre el origen y desarrollo inicial de las maqamat: W. J. Prendergast, The maqámát of Badí’ al-Zamán al-Hamadhání, translated from the arabic with an introduction and notes historical and grammatical, London, Luzac & Co., Madras, SPCK Depository, 1915.
8 Watt, Montgomery, The Formative Period of Islamic Thought. Edinburgh, Edinburgh University Press, 1973. Eickelman, Dale F. y Piscatori, James, Muslim Travellers. Pilgrimage, migration, and the religious imagination. Berkeley, Los Angeles: University of California Press, 1990. Roberto Marín Guzmán, “De al-Haraka a al-Ziyara: reflexiones en torno al concepto de al-Naql en el Islam”, forthcoming.
9 Sacy, S. de, Les séances de Hariri, París, 1822 (en árabe); Chenery, Th., The assemblies of al-Harīrī, Londres, William and Northgate, 1867, 2 vols; Steingass, F, The assemblies of al-Harīrī, Londres, Royal Asiatic Society, 1898.
10 Una comparación de ambas maqamat en W. J. Prendergast, op.cit., 22-5.
11 A.F.L. Beeston, “Al-Hamadhani, Al-Hariri and the Maqamat genre”, en J. Ashtiani et alii (eds.), Abbasid Belles Lettres, Cambridge-Nueva York, 1990, 125-135, 129.
12 Por ejemplo : Iraq, Iran, Arabia, Yemen, Mosul, Basora, Samara, y Baghdad (que Hamadhani llama ‘La Ciudad de la Paz’).
13 Ruṣáfa: Un famoso barrio al este de Baghdad. En tiempos de al-Manṣúr (754-775) fue el acuartelamiento de la ciudad. Fue construido por al-Mahdí, hijo del Califa, en el año AH 159, llegando, con el tiempo, a crecer y alcanzar el mismo tamaño que la ciudad. También fue la necrópolis de los califas abásidas (Yaqút, ii, 783. Le Strange, Baghdad). En Córdoba hay otro barrio conocido como “La Arruzafa”, situada en la lujosa parte alta de la ciudad, al noroeste.
14 G. E. von Brunebraun, “Aspects of arabic urban literature, mostly in the ninth and tenth centuries”, Al-Andalus, XX (1955); C. E. Bosworth, Medieval Arabic Culture and Administration, Londres, 1982, cap. VI.
15 Bosworth, X-XI.
16 Abdelfattah Kilito, Les séances: récits et codes culturels chez Hamadhânî et Harîrî, Paris, Sindbad, 1983.
17 Tanto era su interés que llegó a proteger al ladrón y vagabundo al-Aqta’ al-Munšid al-Kufi, o al jefe de mendigos Ibn Fašiša. Y, en especial, a al-‘Uqbarī, “poeta de mendigos”, autor de una qasida sāsāniyya (poema de los granujas), hoy desaparecida, pero que fue referencia para Abū Dulaf para componer su poema sobre la vida de los Banu Sāsān. Teresa Gárrulo, “La frustración del biógrafo: A propósito de Ibn al-Aşili”, Actas, XVI Congreso UEAI, (celebrado en Salamanca durante los días 27 de agosto a 2 de septiembre de 1992). Eds. : Concepción Vázquez de Benito, Miguel Ángel Manzano Rodríguez. Salamanca, Agencia Española de Cooperación. Internacional [etc], 1995, 208.
18 Su qasida sāsāniyya es toda una exposición de todas las prácticas de los Banu Sāsān. El-Outmani, Op. cit, 176. Al-Thaalibi, Yatimat as-Duhr, El Cairo, 1956-58, 4 vols., vol III, 356, reproducido en Bosworth, I, 76.
19 HH. Tanûkhî. Brins de chicane La vie quotidienne à Bagdad au Xe siècle, Arlés, Actes Sud, 1999.
20 García Gómez, E., y Levi-Provençal, E., Sevilla a comienzo del siglo XII. El Tratado de Ibn ‘Abdūn, Sevilla, 1981. Teresa Garulo, “La frustración del biógrafo: A propósito de Ibn al-Aşili”, Actas, XVI Congreso UEAI, (celebrado en Salamanca durante los días 27 de agosto a 2 de septiembre de 1992). Eds. : Concepción Vázquez de Benito, Miguel Ángel Manzano Rodríguez. Salamanca, Agencia Española de Cooperación. Internacional [etc], 1995.
21 Así, el místico de Murcia Ibn ‘Arabī, criticó a los místicos de oriente; Ibn Bassān excluyó este tipo de vocabulario y las sátiras de sus contemporáneos; e Ibn Jafāya quitó de su Dīwān algún epigrama indecoroso. M Asín Palacios, Vidas de santones andaluces. La Epístola de la santidad de Ibn ‘Arabi de Murcia, Madrid, 1935. Sobre esta cuestión en al-Andalus: G. J. van Gelder, The Bad and the Ugly. Attitudes towards Invective Poetry (“Hijā”) in Classical Arabic Literature, Leiden, E. J. Brill, 1989, 90-95.
22 Granja, F. de la, Maqāmas y risālas andaluzas, Madrid, 1976, XIII.
23 Hämeen-Anttila, Jaakko, Maqama: A History of a Genre. Wiesbaden, Harrassovitz, 2002. Borrego Soto, M. A., “¿Una <macama> jerezana? Jerez y la difusión de las <macamas> de Al-Hariri en Al-Andalus”, Al Andalus-Magreb, 13 (2006), 25-41.
24 Dhabi, Bugyat al-multamis fī ta’rij rīyāl al-Andalus, Codera, F. y Ribera, J. (eds.), Biblioteca Arábico Hispana,, Madrid, 1885, núm. 1446. En la fabrasa de Ibn Jayr y en la takmila de Ibn al-Abbār abundan los nombres de andaluces interesados en el estudio de las maqāmat.
25 Abü-t-Táhir, el Zaragozano, Las sesiones del Zaragocí: Relatos picarescos (maqámát) del siglo XII, Estudio preliminar, traducción y notas de Ignacio Ferrando, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 1999.
26 Mª. J. Rubiera, La Taifa de Denia, Alicante, Instituto Juan Gil-Albert, 1986, 128-130. Texto tomado de Vernet, J., La ciencia en Al-Andalus, Sevilla, Editoriales andaluzas unidas, 1980, 59-61.
27 Ibn Suhayd, Abu ‘Amir Ahmad, Risalat at-tawabi’ wa z-zawabi’ / li Ibn Suhayd al-Andalusi; sahah-ha wa haqaq ma fi-ha wa sarih-ha wa bawb-ha wa sadar-ha bi-dirasat tarijiyya adabiyya bi-Taris al-Bustani, Bayrut, Dar Sadir, 1967. Dickie, J., El diwan de Ibn Suhayd al-andalusí, Córdoba, Real Academia de Córdoba-Instituto de Estudios Califales, 1975.
28 La risala de Ibn Suhayd Risālat al-’ tawābi’ wa l-zawābi’, escrita hacia el año 1025, ha recibido una considerable atención académica, principalmente a causa de sus conexiones con obras que describen viajes celestiales y de otro mundo y, especialmente, la Divina Comedia de Dante. Hämeen-Anttila, Jaakko, “Ibn Shuhayd and his Risālat at-tawābi’ wa-z-zawābi’”, Journal of Arabic and Islamic Studies, 1 (1996-1997), 65-80. La relación entre ambos en p. 67.
29 Portman, P. E., The Physician and the Other: Images of the Charlatan in Medieval Islam, Bulletin of the History of Medicine, 79-2 (verano del 2005), 189-227.
30 El sultán del Imperio Otomano Ahmad III reunió una fantástica biblioteca, para la cual edificó entre 1703 y 1730 la bella Biblioteca Enderun (Enderûn Kütüphanesi). Con unos 15.000 volúmenes y 3.500 manuscritos, pasó a formar parte en 1966 de la biblioteca del Museo del Palacio Topkani (Estambul).
31 El interés del trabajo de Teresa Madrid no nos permite dar referencias más exactas hasta su publicación.
32 Traducción de Teresa Madrid.
33 Traducción de Teresa Madrid.
34 Eamon, W., K, Princeton, Princeton University Press, 1994.
35 Stapleton, Henry E., “Sal-Ammoniac: A study in primitive chemistry”, Memoirs of the Asiatic Society of Bengal (Calcutta), 1 (1905), 25-41. Appendix I-IV; Lippmann, Edmund O., “Wann und wofür erscheint zuerst die Bezeichnung Ammoniak?”, Abhandlungen und Vorträge zur Geschichte des Naturwissenschaften. Zweiter Band, Halle, 1913, 230-236; Ruska, Julius, “Sal amkoniacus. Nušādir und Salmiak”, Sitzungsberichte der Heidelberger Akademia der Wissenschaften. Philosophisch-historische Klasse 5 (1923), monográfico; Ruska, Julius, “Der Salmiak in der Geschiochte der Alchemie”,Zeirschrift für Angewandte Chemie (Berlin), 41 (1928), 1321-1324.
36 Esto ya fue afirmado por Adolphe-Louis de Puibusque (1801-1863), en Le Comte Lucanor: apologues et fabliaux du XIV.e, París, D’Amyot, 1854, 277. Devoto, D., Introducción al estudio de Don Juan Manuel, Madrid, Castalia, 1972, 405. También fue la opinión de John Malcolm en The History of Persia, Londres, 1815, 2 vols., vol. 1, 320 y de Louis Dubeux, en La Perse, París, Firmin Didot Frerès, 1841 (traducida al castellano “por una sociedad literaria”: Historia de la Persia, Barcelona, Imprenta del liberal barcelonés, 1842).
37 De Marsan, R. E., Itineraire espagnol du conte medieval (VIII‑XVº siècles), París, Kbincksieck, 1974. De Marsan reproduce el texto en 617-622, versión que toma de Khawan, R., Nouvelles arabes, París, Seghers, 1964, 117, sobre el texto extraído del manuscrito 4640 de la Biblioteca Nacional de Francia titulado Moukhtasar fi Kachi al-asrar (Libro sobre los defraudadores y estafadores), fol. 43r-50r.
38 Al Djawbari, Abd al-Rahmâne, Le Voile arraché, l’autre visage de l’islam, Paris, Phébus, vol. 1 : 1979 y vol. 2 : 1980. Según Peter E. Portmann, fue escrito entre 1232 y 1248 y califica al propio Al-jawbari como un derviche alquimista (Portman, P. E., « The Physician and the Other: Images of the Charlatan in Medieval Islam », Bulletin of the History of Medicine, 79-2 (verano del 2005), 189-227.
39 El reciente uso dado al término charlatán por la Historiografía lo enlaza con la práctica médica, por lo que debemos ser muy cautos a la hora de entender el mismo dentro del ámbito exclusivo de la transmutación alquímica y sus fraudes. Son dos cosas distintas, aunque los charlatanes siempre han estado, desde la medicina griega, Galeno e Hipócrates, hasta la Edad Moderna vinculados de esta forma. Pormann, Peter E., «The Physician and the Other: Images of the Charlatan in Medieval Islam», Bulletin of the History of Medicine 79.2 (Summer 2005), 189–227. David Gentilcore. Medical Charlatanism in Early Modern Italy. Oxford: Oxford University Press, 2006.
40 Sobre las falsificaciones en el mundo árabe y sus formas de descubrirlas: Bernhauer, W., “Mémoire sur les institutions de police chez les arabes, les persans et les turcs”, Journal asiatique, 17 (1861), 5-76.
41 Al-Jaubari, Kashf al-asrār, Damasco, 1885; El Cairo, 1898-1899. Abrahams, Harold J., Al-Jawbari on false alchemists. Ambix 31(2), 1984, 84-88. Eilhard Wiedemann (1852-1928) usó estas dos ediciones en sus publicaciones “Über Charlatane bei den Muslimen nach al Gaubarî,” Beiträge zur Geschichte der Naturwissenschaften, 26 (1911), 206-232, y “Über das Goldmachen und die Verfälschung der Perlen nach al Gaubarî”, Beiträge zur Kenntnis des Orients, V (1908), 77-96. Ver sus trabajos en la serie que editó titulada Beiträge zur Geschichte der Naturwissenschaften, IV, VI, XII, XXIII y XXVI, originalmente en Sitzungsberichte der Physikalisch-Medizinischen Sozietät zu Erlangen (SBPMSE), 1905-1911, reeditados en Aufsäte der arabischen Wissenschaftgeschichte, Hildelheim, 1970, especialmente el artículo IV de Aufsätze, I, 105-107 n. Wiedemann, E. “Beiträge zur Geschichte der Naturwissenschaften, IV: Über Wagen bei den Arabern”, SBPMSE, 37 (1905), 388-391; “Beiträge zur Geschichte der Naturwissenschaften, IV: Zur Mechanik und Technik bei den Arabern”, SBPMSE, 38 (1906) 1-56; “Beiträge zur Geschichte der Naturwissenschaften, XII: Über Lampen und Uhren”, SBPMSE, 39 (1907), 200-225. XXIII: Einiges aus Al-Gaubari. 42 (1910); 26 (1911), Über Charlatane bei den Muslimen nach Al Gaubarî. M.J. de Goeje, “Gaubarĩ’s ‘Entdeckte Geheimnisse’”, Zeitschrift der Deutschen Morgenländschen Gesellscaft, XX (1886), 485-510. Steinschneider, M., “Gauberi’s <entdeckte Geheimnisse> eine Quelle für orientalische Sittenschilderung”, Zeitschrift der Deutschen morgenlándischen Gesellschaft, 19 (1865), 562-577.
42 Portman, P. E., The Physician and the Other: Images of the Charlatan in Medieval Islam, Bulletin of the History of Medicine, 79-2 (verano del 2005), 189-227.
43 Bosworth (op.cit. vol. 1, 107), advierte que el comentario de al-Gawbari sobre las recomendaciones de Malik sólo aparece en el manuscrito usado por M.J. de Goeje para su artículo (ver nota 30).
44 Mieli, A., “AL-DJWBARĬ”, Enclyclopaedia Islamica, Leyden, Brill, 250.
45 Al-Gaubari, Kashf al-asrār, Damasco, 1885; El Cairo, 1989-1989, Estambul, n.d.
46 Wild, S., “Jugglers and fraudulent Sufis,” en Rundgren, F. (ed), Proceedings of the VIth Congress of Arabic and Islamic Studies, Visby 13-16 August, Stockholm 17-19 August, 1972, Estocolmo, Almqvist & Wiksell International, 1975, vol. 1, 58-63, p. 59 siguiendo a Wiedemann, E. y Fischer, W., Aufsätze zur arabischen Wissenschaftsgeschichte., Hildesheim,G. Olms, 1970, 2 vols., vol. 1, 1962.
47 Capítulo 4: Wiedemann, E., “Beiträge zur Geschichte der Naturwissenschaften, XI: Über Lampen und Uhren”, SBPMSE, 39 (1907), 74-101. Capítulo 5: Wiedemann, E., “Über Charlatane bei den Muslimen nach al Gaubarî,” Beiträge zur Geschichte der Naturwissenschaften, SBPMSE, 26 (1911), 226-229; Capítulo 6 (dedicado enteramente a los Banu Sasan): Horovitz, J. Spuren griechischer Mimen im Orient, Berlín, Mayer & Müller, 1905, 23-26; Capítulo 8: Wiedemann, E., “Beiträge zur Geschichte der Naturwissenschaften XXIII: Einiges aus Al-Gaubari”, SBPMSE, 42 (1910), 310-313; Capítulo 9 (donde están los dos timos de los alquimistas): Wiedemann, E., “Über das Goldmachen und die Verfälschung der Perlen nach al Gaubarî”, Beiträge zur Kenntnis des Orients, V (1908), 77-96. Capítulo 10; Bernhauer, W., “Mémoire sur les institutions de police chez les arabes, les persans et les turcs”, Jounal asiatique, 17 (1861), 5-76; Capítulos 14 y 15: Wiedemann, E., “Über Charlatane unter den arabischen Zahnärzten und über die Wertschätzung des Zahnstochers bei den muslimischen Völkern”, Correspondenz-Blatt für Zahnärzte, 3 (1914), 1-6; Capítulos 16 y 17: Wiedemann, E., “Über das Färben der Tiere und Menschen nach al Gaubarî”, Mitt. Zur Geschichte der Naturwissenschaften, 9 (1910), 386 y 476-480; Capítulo 20: Wiedemann, E., “Beiträge zur Geschichte der Naturwissenschaften, XXIII: Einiges aus Al-Gaubari. SBPMSE, 42 (1910), 317-319; Capítulo 21: Wiedemann, E., “Über Charlatane bei den Muslimen nach al Gaubarî,” Beiträge zur Geschichte der Naturwissenschaften, 26 (1911), 229-230; Capítulo 23: Wiedemann, E., “Beiträge zur Geschichte der Naturwissenschaften, IV: Zur Mechanik und Technik bei den Arabern”, SBPMSE, 38 (1906) 34-35. Capítulo 24: Eilhard Wiedemann “Über das Goldmachen und die Verfälschung der Perlen nach al Gaubarî”, Beiträge zur Kenntnis des Orients, V (1908), 77-96; Capítulo 25: Wiedemann, E. “Beiträge zur Geschichte der Naturwissenschaften, IV: Über Wagen bei den Arabern”, SBPMSE, 37 (1905), 388-391; Capítulo 27: Widemann, E., “Beiträge zur Geschichte der Naturwissenschaften XXIII: Einiges aus Al-Gaubari”, SBPMSE, 42 (1910), 319-322.
48 Tomado de Abrahams, Harold J., Al-Jawbari on false alchemists. Ambix 31(2), 1984, 84-88 y Eilhard Wiedemann “Über das Goldmachen und die Verfälschung der Perlen nach al Gaubarî”, Beiträge zur Kenntnis des Orients, V (1908), 77-96 (texto en 79-85).
49 No se sabe en qué consiste este componente. Curiosamente se asemeja al nombre que recibe el mismo elemento en la versión que encontramos en El Conde Lucanor (Don Juan Manuel, El conde Lucanor o Libro de los enxiemplos del conde Lucanor et de Patronio, edición, introducción y notas José Manuel Blecua, Madrid, Editorial Castalia, 1985). María Goyri afirma que el término tabardit es un invento; González Palencia dice que viene del árabe taba ardi (polvo de tierra), p. 53; Steiger, p. 5: “un femenino singular del bereber aberdi (harapo, andrajo)”, como si Don Juan Manuel calificara así a la materia necesaria para hacer el oro. Estas dos afirmaciones parecen recibir el apoyo de Aquiles J. Echevarría (Concherías, romances, epigramas y otros poemas, San José de Costa Rica, Trejos hermanos, 1953, 295: Basuriya, f.: Diminutivo de basura, con el significado de polvo mágico usado para hechizar, polvos de la madre Celestina, maleficio”. Una etimología muy probable es la del verbo árabe barada, que significa limar una pieza de metal (Wehr, H., A Dictionary f Modern Arabic, Ythaca, Nueva Cork, 1966, 51). En su glosario, Lerchundi dice que barada es limar, o gastar limando (Lerchundi, F. y Simonet, F. J., Crestomanía arábigo-española, Granada, 1881, 27). Pedro de Alcalá explica que mabrat o mabarit, ambos basados en barada, significa “lima para limar hierro” (Alcalá, P., Arte para ligeramente saber la lengua araviga, 1883, reimpreso en Nueva York, 1928). Burke, J., “Juan Manuel’s Tabardíe and Golfín”, Hispanic Review, 44, 2 (Primavera, 1976), 171-178.
50 El mithqal es una unidad de masa que equivale a 4,25 gramos que es usada principalmente para metales preciosos. El dinar de oro equivale a 1 mithqal
51 Nur al-Din conquistó Damasco en 1154, e hizo construir el maristán, que tenía tres funciones: consultorio clínico, pequeño hospital y escuela de medicina. En el oriente islámico del siglo VIII, ciudades como Damasco, Bagdad, Antíoquia, Alepo, Jerusalem, el Cairo, se construyeron numerosos maristánes u hospitales, los cuales se erigían usualmente con su mezquita, biblioteca, farmacia, un huerto donde se cultivaban las hierbas medicinales, múltiples habitaciones, donde aparte de albergar enfermos, se realizaban las prácticas que formarían los futuros médicos. Estas prácticas, eran certificadas como testimonio, llamado «iyâza». El Nuristánde Granada, fue único en al-Andalus, y hoy está abandonado y semi-derruído. En los maristanes o nosocomios para los enfermos mentales, se empleaba técnicas novedosas como la musicoterapia, apelando al murmullo del agua de las fuentes o a suaves melodías ejecutadas con el laúd, el qanún o la flauta de caña, y la terapia ocupacional para curar a los perturbados mentales. Syed IB. Islamic Medicine: 1000 years ahead of its times. JISHIM 2002; 2: 2-9
52 En Nouvelles arabes, p. 117. Seghers édit. Traduction de René. R. Cavan. Extrait du ms Paris nº 4640, Moukhtasar fi Kachi al-asrar, 43r-50r.