El hombre ha considerado al oro desde siempre como la más perfecta de las cosas generadas en la Naturaleza; contenía las propiedades más excelentes que se pudieran concentrar y hasta se pensaba que llevaba dentro el sello de la esencia divina. Por otra parte, la Terapéutica, fiel a su cometido, buscaba para la Medicina unos medicamentos cada vez mejores, con unas propiedades lo más efectivas posibles. Puede ser que el hecho de relacionar el oro como un excelente remedio sea casi tan antiguo como la propia Medicina. Esto mismo fue lo que se desarrolló con mucho ímpetu a partir del siglo XVI, con el nacimiento de lo que se conoce como la Medicina química. Desde entonces se buscó lo que habría de ser el mejor de todos los fármacos, el hecho con el soberano de todos los componentes y el más magnífico de todos ellos: el oro.
¿Quiénes eran aquéllos que decían manejar mejor el oro? Eran los alquimistas. Ellos decían poder separar de cada cosa sus partes más elementales, que llamaban mercurio, el azufre y la sal. Luego decían poder purificarlas mediante ciertas operaciones hasta despojarlas de todas sus impurezas. Una vez así, eran perfeccionadas hasta su mayor grado de incorruptibilidad permaneciendo ya siempre en tal estado. Y de esta manera podría manifestar lo mejor y lo más puro de su esencia. Si esto decían poder hacerlo con cualquier cosa, también lo hacían con los metales y los minerales, pero, especialmente con el oro. La tentación de poder sacar del oro, lo más perfecto, su esencia, y en su estado más puro era demasiado fuerte como para que la Terapéutica lo ignorase y decidiese, en algún momento, acercarse a la Alquimia.
De esta aproximación surgió un medicamento llamado «oro potable». Se decía «potable» porque podía ser asimilado por nuestro organismo. No sólo eso; además, todas sus propiedades eran transmitidas al cuerpo. Y, entonces sus facultades era asimiladas provocando la salud. Este medicamento era lo más cercano a lo que los alquimistas llamaban Medicina Universal. Sin embargo, la idea de la Medicina Universal no fue exclusiva de ellos. En la Terapéutica y la Sanidad se buscaba, como hemos dicho, un remedio a cada mal. Pero hubo remedios que se aplicaban a más de uno, incluso a diez o doce «males». La búsqueda de mejores medicamentos, pues, también consistió en encontrar remedios que se pudiesen aplicar a muchos males. Los alquimistas decían tener uno para todas las enfermedades, y esto estaba en la línea de la Medicina. ¿Hasta qué punto el deseo de encontrar mejores medicamentos, que curasen cuantas más enfermedades mejor, conectó con la idea de una Medicina Universal? Podemos imaginar que el flirteo con la Alquimia se acrecentó de forma notable cuando los médicos observaron que los medicamentos químicos, o preparados alquímicamente podían ser aplicados como remedios de muchos males.
Por ejemplo, un «oro potable» que hacía en el Londres de 1616 un tal Francisco Antonio, personaje muy controvertido, llegaba a curar más de cincuenta males de todo tipo. Servía para prevenir el aborto, y eliminar todos los tipos de fiebre, el escorbuto, la gonorrea, la epilepsia y la parálisis, por citar sólo algunas enfermedades1.
Como podemos ver, no es difícil que entonces se llamase al oro potable «Medicina universal». Pero pronto surgieron las polémicas sobre dos cosas concretas. Primero sobre sus verdaderas propiedades; segundo, sobre cuáles eran los componentes exactos para su elaboración y su forma de hacerlo. De cualquier forma, el oro potable llegó a ser uno de los medicamentos más famosos durante el siglo medio que va desde el año 1550 al año 1700. Vamos a analizar con más profundidad cada una de estas controversias a lo largo de los siglos XVI y XVIII.
Sobre sus propiedades, hay que decir que se entendieron como un reflejo de las del Sol, «ése corazón del gran mundo», como fue llamado en muchas ocasiones. El Sol mantendría un «comercio» particular con el oro, al cual le comunicaría la virtud de hacer la vida para el hombre lo mismo que la hacía el sol a la tierra: larga, y, felizmente, sin enfermedades. Y lo hacía de forma descendente hasta llegar al estado en que nosotros lo conocemos, diferenciando, al menos dos tipos: el oro astral y el oro elemental, que sería el metal. De cualquier forma se consideraría, pues, un excelente tónico de vida.
Se llegaron a distinguir muchos preparados que tenían como base el oro, según sus propiedades terapéuticas: el oro purgativo, el oro sudorífico, el «oro de vida», el aceite, la esencia la tintura de oro, como hiciera el médico de Enrique IV de Francia, Joseph Duchesne2. O, como escribió Claude Dariot, otro médico galo:
«El oro es el sol de los metales, el corazón exterior del hombre. Él fortifica y nutre al interior del hombre, vivifica el calor natural e influyente, él purga los cuerpos de todos los venenos y, si está bien aderezado con el mercurio, es el único remedio de la viruela y de todos los accidentes que ella provoca. Ella (la esencia del oro) hace concebir y rehabilitar la virtud generadora.»3
Hay que añadir que dichas propiedades se relacionaban directamente con la Filosofía de la Naturaleza, el Hermetismo y algunos conceptos muy usados en los siglos XVI y XVII, como el de quinta esencia. La creencia en la Unidad, aunque se esconda tras la variedad que observan nuestros sentidos, es una constante en el pensamiento humano. La supuesta existencia de una «Causa Primordial», un «motor universal» o cualquiera de los nombres con que se ha llamado no es más que el deseo de ver hecha realidad dicha creencia. Aún hoy llamamos a algunas leyes «universales» o «generales», significando que el dominio de su contenido se derrama de forma descendente a todo aquello que la propia ley afecta. El concepto de quinta esencia presentaba en aquellos años unas características muy similares a esta idea de universalidad y unidad. La base aristotélica de la Alquimia nos obliga a volver a leer las palabras del filósofo, quien decía que había un calor innato que estaba presente en todos los seres vivos4. Este calor bajaba desde los mundos superiores, o Cielo, como nos dijo Sennert (1572-1637), un famoso médico de Wittemberg y seguidor de Paracelso5. Además, residía en la semilla, es decir, tenía «virtud seminal», lugar desde donde se transmitiría de generación en generación. Por tanto, dicho calor, habrá de durar lo que dure la especie, como diría el médico francés Gabriel Fontanus6.
Estas opiniones no son muy diferentes de las de la Medicina oficial del siglo XVI , que también habló de calor, o «fuego», con unas cualidades infinitas y transmisibles que su fuente es el corazón. Incluso se llegó a reconocer que dicho calor innato era la mismísima substancia del espíritu vital. Así, Galeno afirmó que este calor infinito corporal se llamaba «húmedo radical», cosa a la que Hipócrates llamó «fuego». Este calor corporal, a diferencia del de los alquimistas, no es celeste, ni etéreo, ni elemental ni ígneo. Más bien es suave y templado, estrechamente unido inseparablemente a algo llamado «húmedo primigenio»7, tomado del vapor balsámico de la sangre que alcanza su máxima purificación en el corazón y en que van unidos los cuatro humores naturales más el aire de la respiración. Para sus seguidores, llamados galenistas, el calor natural y el húmedo primigenio eran los dos principios de la vida, o el fuego y el agua de Hipócrates. Estos dos principios de la vida estaban íntimamente mezclados en el cuerpo en la semilla, a que si destino era la generación de la misma.
Los alquimistas y hermetistas coincidieron en varias cosas con estas ideas: se propagaba seminalmente, era supraelemental y contenía el principio de la generación. Las divergencias más notables son de origen conceptual: para los segundos, sí que la vida alcanza al reino mineral y esta «vida mineral» goza de atributos muy semejantes a los que los médicos dan al reino animal. Jean Pierre Fabre (m. 1660), un médico espagirista, nos dio un listado de nombres que se aplicaban a esta idea desde la chymia: «Sulphur vital», mercurio vegetable, Cielo de los Filósofos, quinta esencia celeste, menstruo universal, agua ardiente, agua de vida y hasta trescientos más8. De cualquier forma, hubo unanimidad en que esta quinta esencia del oro potable era el resultado de la unión indisoluble y permanente de los componentes generales y comunes de cualquier materia, de sus principios.
Cuando la Medicina de fines del siglo XVII aceptó los preparados por «el arte separatoria spagirica destilatoria», el acuerdo con las ideas alquimistas originales aumentó hasta el punto de coincidir en que en los vegetales y en los minerales también hay una quinta esencia y que ésta también puede ser extraída. Aunque a algunos les costaba aceptar esto y decían que lo obtenido en la destilación recibió el nombre dado en Medicina de forma abusiva. Podía pasar lo de esencia como producto obtenido por destilación, pero no por quinta esencia, «ya que no hay primera, ni segunda…» decían. Vale que por medio de la destilación de los mixtos se consigan elaborar varias agua destiladas, licores, elixires, aceites, bálsamos, espíritus y esencias, pero que, por ejemplo, el espíritu de vino rectificado, tan útil como menstruo o disolvente, sea llamado «agua de vida» es toda una metáfora. Sin embargo este producto, dadas sus propiedades y la consideración de que gozó, se aceptaba el sobrenombre de quintaesencia, como nos hizo saber Felipe Ulstadio9.
Sobre la forma de hacer el oro potable la Terapéutica no tenía más referencias que las proporcionadas en los textos alquímicos. Aunque también estaban las de otros médicos, como Paracelso, las fuentes eran las mismas. El problema es que los alquimistas nunca dejaron escrito de forma clara y nítida cómo y con qué se hacía. Alguna vez, el oro potable de los alquimistas sólo era un producto intermedio que era preparado para seguir haciendo la Piedra Filosofal. Este oro potable, por ejemplo, era obtenido, en ocasiones, tras dieciséis operaciones previas y no era, ni muchos menos el resultado final de un proceso, como era visto por la Terapéutica, sino un simple paso adelante10.
Dichas operaciones tenían como base la destilación y los aparatos eran semejantes a los usados por los alquimistas en sus laboratorios: cornudas, aludeles, retortas, alambiques, pelícanos y hornos. Aún así, hemos de considerar la posibilidad añadida de que aún usando los mismos instrumentos, su elaboración requiriese de unos tiempos y de unas medidas exactas y de que esto también fuese confundido, o interpretado de forma parcial por el médico.
No obstante, nunca hubo un consenso sobre la forma correcta de su elaboración. Pedro Andrés Matiolo (1500-1577) se quejó de que un remedio tan alabado tuviera tantos modos de preparación y que los inventores de los mismos ocultasen la forma correcta de hacerlo, aunque él optó por el oro potable hecho a partir de oro «vulgar»11. Un siglo después, la confusión seguía presente. En la corte del rey Carlos II de España, un grupo conocido como «los novatores» entraron en conflicto con la «Medicina Racional» porque hacían un oro potable elaborado con disolventes corrosivos y oro común. Y esto a quedaba muy lejano de la propuesta de dicha Medicina, que prefería el elaborado con productos vegetales, como el espíritu de vino, las flores de romero, de salvia o de lentisco. Este producto vegetal sólo tenía un ligero color dorado proporcionado por la destilación de las plantas y su mezcla con aceites, motivo por el que también se llamaba oro potable, quinta esencia universal, agua de vida…
El español Fr. Esteban de Villa (m. 1660) conocía y manejaba muy bien el concepto de quinta esencia, sin que ello le trajese problemas a la hora de ser considerado un gran boticario. Igualmente ocurría con Andrés Laguna (1499-1599) o Nicolás Monardes (c. 1493-1588), aunque estos últimos eran más recatados respecto del uso de los medicamentos químicos. Todos ellos sabían, por ejemplo, que el vitriolo, tal cual, es malo para el estómago, pero si se destila conforme a un método concreto, es decir, si se extrae su quinta esencia, esta nocividad se transforma en excelentes cualidades terapéuticas, ya que
«da gana de comer, […] deshaze la piedra, quita la sed, y mata las lombrices, echando della algunas gotas en el liquor que mas a proposito pareciere, y tomada en vino blanco cada dia por las mañanas es muy buena para enflaquecer los gordos: Por lo qual merecio entre los mismos alquimistas el renombre de gran Medicina por este enigma: visitabis interiore terrae rectificando inuenies occultam lapidem ueram medicinam. En que cada diccion comiença por las letras del nombre vitriolum.»12
Para Esteban de Villa las quintas esencias eran «extractos de substancias», algo obtenido a partir de la substancia de la planta. Se hacía de varias formas según él. La primera trataba de «resolución» de la misma substancia, originando un licor de una densidad intermedia entre el «agua» y el «aceite». Generalmente se conocían por el segundo nombre (aceites) y los más conocidos eran de vitriolo, de mirra, de tártaro… La segunda forma, también conocida como «aceite», sí tenía un aspecto más cercano, por así decirlo. Se obtenía mediante una destilación per descensum.
Previamente se ha de lavar bien aquello con que vayamos a trabajar, que solía ser para este tipo, el romero, cantueso o espliego y dejar macerar hasta casi la putrefacción. Esta maceración podía completarse con una destilación previa en un pelícano, de uno u dos brazos, otra operación muy utilizada por los alquimistas.
Durante el proceso hay que estar atentos para cambiar el recipiente una vez que haya acabado de destilar el agua, momento en que empieza a salir el aceite, en el que debemos subir el fuego y, claro está, dar la vuelta al vaso ya que su densidad hace que se recoja mejor por descenso. Para acelerar el resultado finar el vapor que salía en la destilación debía ser enfriado artificialmente. Con este fin, al lado del horno, o athanor, se disponía de otro artilugio capaz de enfriar dicho vapor, preferiblemente con agua en paso continuo, y situado entre el recorrido que va desde el capitel hasta el vaso recipiente. La evolución de los aparatos de destilación y, en concreto, de los de enfriamiento del vapor hicieron que apareciese uno conocido con serpentín.
El tercer tipo de quinta esencia es la que se extrae de las «substancias áridas» tales como la canela, el clavo o el anís. En este caso se usa la destilación per ascensum y es preciso dejar que la planta esté una día antes «ablandándose» en agua caliente. Cuando destilemos la planta con esta agua, saldrá primero una «flema» que hemos de quitar y que no es válida.
¿Pero qué decían los médicos seguidores de la alquimia sobre la quinta esencia para que se generase tal discusión? Pues que del vino no puede salir nada con carácter «universal», cualidad que sí tenía la quinta esencia que ellos preparaban: la quinta esencia universal. El vino, o lo que se conocía como espíritu de vino rectificado, era para los médicos algo que tenía los mismos atributos que la quinta esencia del oro potable, a lo que también llamaban «agua de vida». Casi toda la polémica se centró en defender cada una de estas dos quintas esencias.
Sin embargo, el vino, para los seguidores de la Medicina química, es una materia elementada, resultado de un proceso con varias fase bien definidas, hasta siete, para llegar al espíritu de vino rectificado. Y la quinta esencia verdadera contiene la primera materia de todos los mixtos, común a todos los reinos, ya sea el vegetal, mineral o animal; siendo capaz, también, de adquirir cualquier forma. Así, que se otorgue a la de origen vegetal tal nombre en exclusiva era para ellos un error, porque también se puede obtener de los animales y de los minerales. En cambio, sus opositores sólo creían en la vegetal como medicamento supremo y, especialmente, en la obtenida con la rectificación del espíritu del vino. La sutilidad de las discusiones alcanzaban unos grados tales que resulta difícil discernir claramente qué era lo que realmente se discutía. Para los alquimistas la quinta esencia era elementante. Esta propiedad la tiene el caos primigenio, la raíz del mixto, el agua primigenia, la materia primera, etc. y, por ella, se consigue «algo» elementado. Esto último es, por ejemplo, el espíritu de vino rectificado. En Alquimia y en la Filosofía Natural se usaban otros nombres para estas cuestiones, tales como naturaleza naturante y naturaleza naturada13.
Otra diferencia entre ambos «oros potables» o quintas esencias es que los seguidores de Paracelso la obtenían de una «tierra metálica» muy destilada y circulada, nada que ver con las de los «médicos racionales» de fines del siglo XVII. El desconcierto sobre sus componentes fue tal que nunca podría haberse llegado a un acuerdo. Jean van Helmont (1577-1644) proponía una «tierra metálica» arenosa14 y Jean d’Aubri quiso hacerlo de las piedras de los ríos15. Tanta variedad ya fue motivo de jolgorio muchos años antes para Thomas Erastus (1523-1583), el más famoso de los adversarios de Paracelso, quien dijo que unos lo hacían con pelo, otros con animales, o con plantas, o con arsenico16.
De cualquier forma, se puede decir que, tanto unos como otros veían en la quinta esencia como continente de un magnetismo específico, a la vez que un vínculo entre lo universal y lo particular, mezcla y ejemplo de la unión de los aspectos filosóficos y prácticos de la Terapéutica. También era para todos ellos la semilla que componía los elementos puros, que a su vez formaban los mixtos. Aún más, era el elemento más puro de todos los demás, el quinto elemento, el que es esencial (de ahí la quinta esencia). Es la materia donde reside, en potencia, la forma, esencia material donde el espíritu celeste está encerrado y lugar donde se «activa».
Podemos distinguir, en principio, dos tipos de quintas esencias. Una es simple, el espíritu de vino rectificado y sublimado. En dicho estado, esta quinta esencia se prende fácilmente, por lo que se le llamaba agua ardiente. Si se tira al aire, es tan liviano que no baja nada y se lo lleva el aire, razón por lo que algunos le llaman agua etérea. El otro tipo es compuesto y sus elementos son muy variados, pudiendo ser de uno solo hasta tres o cuatro. Así, los médico-químicos de fines del siglo XVII tomaran como otro oro potable al agua de vida, que también era considerada una quinta esencia:
«El fin único de esta quinta essentia , ò Agua de la Vida (ya que como principal escopo se reducen todos sus usos) es corroborar, y confortar la virtud vital, fortalecer el temperamento del coraçon y mantenelle en firme, y durable vigor, prestando materia excelentemente dispuesta, para que la convierta en espíritu vital, que es el que llaman balsamo de la vida, en que essencialmente residen el sulphur caeleste de la vida, como agente, que es el calor, y el mercurio, vegetable que es el humido radical, y primigenio».17
Alejandro Quintilio, un alquimista español de principios del siglo XVII, hacía un oro potable que, según él, era «corroborativo» del calor natural, acorde con todo lo dicho anteriormente. Es decir, si las enfermedades no eran más que un desajuste de dicho calor innato, la alteración del equilibrio interno de los cuatro humores18, un medicamento capaz de eliminar dicho desajuste y de actuar sobre la raíz misma del problema debía ser considerado como una panacea universal. En efecto, las propiedades del oro potable de Alejandro Quintilio eran aún mejores que las de Francisco Antonio. Con él se curaba, según múltiples testimonios recogidos en su libro19, desde el asma, todo tipo de gota, la impotencia, la peste o el sarampión, de entre más de cien enfermedades. Incluso afirmó que en los metales hay escondidas propiedades que permiten hacer una «potentissima medicinae», especialmente en el oro, de donde se puede llegar a construir toda una «nueva Medicina», como justamente ya fue calificada la defendida por Paracelso.
Pero tampoco podemos determinar de dónde aprendieron ellos a hacer el oro potable, ni sabemos por qué razon le dieron un carácter de medicamento definitivo, cuando ya hemos visto que, para algunos alquimistas, sólo era una parte de un proceso más amplio en el cual quedaba incluido.
Aún más se complica todo si conocemos que hubo médicos, no alquimistas, que consideraban al oro potable no ya como el elixir vitae, ni como un «agua de vida», sino como un elemento, además de otros, que entra en la composición del propio elixir vitae, como fue el caso del farmacólogo y médico personal del emperador Carlos V, Luis Lobera de Ávila (fl. 1542). Para él, si el agua de vida usada para preparar dicho elixir le otorgaba a éste suficientes «virtudes cordiales», es decir que, como se decía entonces, fortalecen al corazón y alegran el ánimo20, no era necesario añadir oro potable21.
Otra de las principales dificultades con las que se deberían enfrentar los médicos y boticarios que decidiesen realizar un oro potable con metales y minerales es saber disolver el oro en sus tres principios (azufre, mercurio y sal). La tarea se presentaba muy difícil si no se disponía de ácido clorhídrico. Pero este ácido sólo disuelve al oro, sin llegar a separar sus partes. De este problema nació otro error entre los médicos, cuyo origen está, de nuevo, en la alquimia. En muchos textos, como los atribuidos a Raimundo Lulio (1235-1315), o los de Arnau de Vilanova (1245-1313), se nos dice que para separar las partes del oro hay que usar un disolverte. Y dicho disolvente no es otro que el citado espíritu de vino rectificado, tan usado también por los médicos. No es difícil imaginar que los médicos de los siglos XVI y XVII vieran en algo que pudiera disolver al oro en sus partes más simples, que sea capaz de penetrar en la intimidad de su materia, pueda contener las más excelentes cualidades, incluso mejores que las del propio oro. Y, por tanto, tampoco es difícil pensar que se considerase con tanta, o mayor estima para la Terapéutica de los medicamentos químicos, al espíritu de vino rectificado (es decir, destilado).
Pero las interpretaciones, de nuevo, parecen ser erróneas, ya que en esos mismos textos podemos leer lo que realmente se debería de hacer:
Toma el vino, noble, alegre, joven, lleno de sabor, el mejor que puedas encontrar. Y esto lo interpretan los ignorantes y los no iniciados al pie de la letra; comienzan la obra y al final no descubren nada22.
Por otro lado, algunos médicos, como Anselmo Boetius de Boot, un médico en la Corte de Rodolfo II, podían aceptar que, por medio de prácticas alquimistas se lograse disolver el oro, pero ya no se admitía dos cosas: que esa disolución alcanzase a separarlo en sus partes y que esas partes fuesen las que indicaban los alquimistas y que ya hemos citado23.
A modo de conclusión podemos afirmar que, en primer lugar, el medicamento conocido como oro potable fue corriente, muy conocido, e, incluso, muy vulgar, entre la Terapéutica y la Sanidad de los siglos XVI y XVII, siendo su desarrollo, en ocasiones, diferente al de la Medicina química. En segundo lugar, que su difusión contrasta enormemente con su consideración, muy diversa, por otra parte. En tercer lugar, que dicha consideración abarcaba desde un tratamiento muy negativo hasta los tratamientos más distinguidos entre otros medicamentos, ya sean médico químicos o no. En cuarto lugar, que nunca hubo un consenso entre cómo con qué se elaboraba y este hecho debemos ponerlo al lado de otro, en el cual podemos ver cómo la Medicina recibía las propuestas de la Alquimia. De otra parte, dichas propuestas no siempre eran interpretadas de forma correcta, sino adecuadas, en mayor o menor medida a la Medicina que se practicaba entonces. También este hecho debemos situarlo junto al grado de aceptación de los medicamentos químicos, en general, en la Medicina de esos siglos, su progresiva aceptación, y los avatares por los que se hubo de pasar.
En realidad, lo único novedoso resulta ser que hay polémica, y que ésta nace no ya de las diferentes formas de elaboración, sino del uso instrumental que se dio a las mismas para provocar que la distancia entre Alquimia, Terapéutica y Sanidad se acortase, labor que se consiguió, sin duda alguna. Antes del mayor tono en los conflictos, ya en el siglo XVII, vemos que también hubo muchas formas de elaboración, pero que las disputas no eran tan llamativas. Así, el médico italiano Antonius Fumanellis, a mediados del siglo XVI, ya proponía hasta siete formas distintas de hacerlo, todas por destilación de metales y escogidas entre «vires infinitae & ultra compositiones» expuestas por los alquimistas24. Nadie dudó sobre sus propiedades, que podían ser mejores o peores, si se atacó algo, en última instancia, no era el oro potable, sino quién lo hacía.
NOTAS
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- Duchesne J. Discours des admirables vertus de l’or potable. Lyon: J. Lertotium, 1575.
- Dariot C. Trois discours de la préparation des médicaments: Lyon: A. de Harsy, 1589.
- Aristóteles. De animalibus. Lyon, 1558, libro 2, cap. 3: «De generat. Animal.»
- Sennert D. De chemicorum cum aristotelicis et galenicis consensu et dissensu. Witerbergae, 1665.
- Fontanus G. Artium et medicinae doctoris medicorum. Lugduni, 1657.
- Delgado J. Defensa y respuesta justa y verdadera de la medicina racional y philosophica profanada de las imposturas de la chimica. Madrid, 1687.
- Faber JP. Myrothecium spagyricum sine pharmacopae chyimica: occultis naturae arcanis et hermeticorum scriniis depromptis abundé illustrata, Tolosae: Petrum Bosch, 1628.
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- Anónimo. Traité de la chymique philosophique et hermétique enrichi des opérations les plus curieuses de l’Art. París: Charles-Maurice d’Houry, 1725.
- Matiolo PA. Epistolarium. Basilea: Ioannis König, 1674, p. 175.
- Villa E. Libro de simples incógnitos en Medicina. Burgos: Pedro de Valdivieso, 1643, p. 112.
- D’Espagnet J. La obra secreta de la filosofía de Hermes. París, 1622.
- Helmont J. Ortus medicinae. Amstelodami: Louis Elzewir, 1652.
- Aubri J. Le triomphe de l’Archée et la merveille du monde ou la médecine universelle et véritable pour toutes sortes de maladies. París, 1660.
- Erastum T. Disputationum de Medicina nova P. Paracelsi, pars prima. Basilea, 1572, p. 69.
- Delgado J. Defensa y respuesta justa y verdadera de la medicina racional y philosophica profanada de las imposturas de la chimica. Madrid, 1687.
- Los cuatro humores son: la sangre, la flema, la bilis negra y la bilis amarilla.
- Quintilio A. Relación de la quinta esencia del oro de Alejandro Quintilio. Madrid, 1616.
- Los medicamentos cordiales eran aguas destiladas y se pensaban que afectaban favorablemente al corazón. Eran cuatro: agua de borrajas, agua de buglosa, agua de violeta y agua de rosa roja. También se tomaban mezcladas, además de usarse como sudoríficas, es decir, que provocaban el sudor.
- Lobera L. Libro de experiencia de Medicina y muy aprobado en sus efectos, así en esta nuestra España como fuera de ella. Toledo: Juan de Ayala, 1544, XXXI.
- Pseudo-Lulio R. Epistola Raimundi Lulii Regi Ruberto de accurtatione lapidis philosophorum. Madrid, 1596.
- Boetius A. Pomarum et lapidum historia. Havnoviae: Heredos Ioannis Aubri, 1609.
- Fumanello A. Opera multa et varia cum adtuendam sanitatem tum ad praefligandus morbos plurinum conchicentia. Furigi: Andream Gesnerum, 1557.
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