de Ireneo Filaleteo según lo explica Francisco Bruno Sebastián.
Francisco Bruno Sebastián reconoce que Filaleteo describió el método para hacer el mercurio de los filósofos mucho más metódicamente, aunque usando las mismas artimañas para ocultarlo. En resumen, se trata de obtener, tras unas preparaciones previas, el mercurio “filosófico”, ya que no se encuentra en tal estado de forma natural. Es una elaboración sumamente difícil, aunque el propio Filaleteo afirma que ha dado “la receta” y ha dicho con qué se hace. Y ambas cosas, cómo y con qué se hace, es lo que nuestro abogado nos va a decir. Rechaza el hecho de que un jurista no pueda saber de alquimia, y se apoya en que otros de su misma profesión antes también escribieron sobre este asunto, además de decir que en todas las disciplinas ha habido disputas, por lo que es razonable que también las haya habido en la Chrysopeia. Para él, la alquimia es parte de la Física, ya que trata de los metales, mnerales, etc. Y su marco operativo se reduce a resolver en sus principios todo mixto, o de combinar dichos principios, en caso de que los mismos salgan de cosas diferentes, que también se puede hacer. Así, en la alquimia el sujeto es cualquier mixto (cosa compuesta de varias partes mezcladas) y el sujeto es resolver dicho mixto en sus partes y combinarlas adecuadamente. Pero volviendo al asunto principal, Francisco Bruno Sebastián nos dice que Filaleteo hizo tres descripciones en su obra sobre cómo hacer el mercurio simple de los filósofos, o mercurificaciones, aunque con bastante disimulo, por emplear la misma expresión.
La primera de ellas, que trata, como las demás, de obtener un líquido por destilación del régulo marcial estrellado, que es llamado el ya mencionado mercurio de los filósofos, se hace por medio de “las palomas de Diana”. Estas “palomas” no son sino sales que contienen los vapores del mercurio metálico, o “primer ente mercurial”. Para ello, dicho mercurio metálico ha de hacerse “flores”, es decir: sublimarlo. También está la opción de mezclar primero el mercurio metálico con dichas sales y luego sublimarlas. ¿Y qué sales son esas? No hay una específica. Se puede usar la sal de tártaro, o su espíritu ácido obtenido por destilación, y todas las sales alcalinas, como el nitrato de amonio, además de la sal amoníaca, eso sí: todas ellas muy puras. En cualquier caso, este camino, o vía, requiere de unas operaciones largas y tediosas, además de costosas. El mercurio que se consigue por este medio, extraído de su mezcla previa con el régulo marcial estrellado de antimonio queda muy despojado del “azufre” del hierro, que resulta ser lo que más se necesita. El papel del “azufre”, o “alma”, es el de actuar como un coagulante del propio mercurio, y por medio de la acción de las sales, tanto el “azufre” arsenical del régulo como el “azufre” del hierro quedan casi totalmente destruidos o separados, por lo que el mercurio filosofall que obtengamos quedará casi sin el “alma” necesaria: desanimado, como lo está el mercurio metálico.
La segunda forma es hacer el mercurio de los filósofos, pero no el simple, como el anterior, sino doble. De esta forma Filaleteo dijo muy poco en su texto. Para ello se necesita el “mercurio simple de los filósofos”, con el que “animaremos” el mercurio metálico, o vulgar. Y también necesitaremos, de nuevo, el régulo marcial estrellado, con el que animaremos, de nuevo, al mercurio para que éste llegue a ser “filosófico”. Dejo para el lector, a modo de entretenimiento, la búsqueda en el texto de Filaleteo de las escasas indicaciones de la tercera forma, que necesita mucho más calor, pero que, con una lectura avezada, salen fácilmente a la luz, como ocurre en su descripción del horno filosófico, o atanor.
No puedo dejar de señalar el interesante relato que nos hace Francisco Bruno Sebastián sobre cómo los alquimistas llegaron a descubrir la importancia del régulo marcial estrellado en la elaboración del mercurio de los filósofos. En primer lugar hubo que buscar una materia de donde extraer lo que necesitaban, esa materia llamada “próxima primera materia metálica”. Y ésta materia resultó ser el antimonio, por su peso, consistencia, flexibilidad y “virtud resolutiva”, capaz de disolver todos los metales formando régulos, además de por ser el mejor para limpiar el oro de sus impurezas. No sólo eso, sino también por su capacidad para extraer de él un excelente menstruo, o disolvente con el que luego hacer la mercurificación y la posterior “calcinación filosófica” del oro. Es decir: la Piedra Filosofal. Dicha virtud resolutiva, dicho poder y capacidad de disolver del antimonio, tiene su origen en su mucha “tierra mercurial” y salina. Pero nos falta aún una cosa que el antimonio no tiene: “azufre”, o el principio sulfúreo, también llamado “fuego interno”, alma, ánima, necesario para “animar” al mercurio y convertirse en su ·fuego substancial”. Así pues, había que buscarle en otro sujeto, siendo encontrado en el hierro. Entonces, el paso siguiente sería unir la virtud disolvente del antimonio con la capacidad de animar del hierro. Si se funden juntos, antimonio y hierro, tras una gran efervescencia, y tras enfriarse se forma el régulo marcial (de Marte, hierro) de antimonio, en forma de una estrella superior tan característica. El fuego de Marte, una vez perfectamente disuelto, ha pasado al antimonio, como si éste fuera un imán atractor del mismo. Por eso los alquimistas llaman también al antimonio “piedra imán de los Sabios”, y a la sustancia llamada azufre qu se separó el hierro y se fue con el mercurio se la conoce como “nuestro acero”. A esto se le conoce como Caos, ya que en el antimonio están dos de los tres principios: el mercurial y el salino (Mercurio y Sal), a los que se une, en medio de la efervescencia, el tercero, el sulfúreo (Azufre). Es la parte salina arsenical que dijimos antes del antimonio la que une a esos tres principios, parte conocida como “perro corasceno”, o “Perro de Khosarán”, y que Filaleteo llama “aire”. Estas tres sustancias, pues, nos ayudaremos para componer el Mercurio simple de los Filósofos. Es a partir de ahora cuando deberemos elegir uno de los dos caminos: el de las “Palomas de Diana”, que implica el uso de las sales, con las cuáles se ablanda y recoge dicho azufre antimonial; o el de la composición del citado Mercurio simple de los Filósofos sin ellas, mediante, como el camino anterior, la liberación el azufre, o mercurio del “aire”. En ambos casos, dicho “azufre arsenical”, que ya hemos dicho que contiene los tres principios, y además proporcionados, será el que deberemos mezclar luego con el mercurio metálico, es decir: animarlo, para que, así, se pueda convertir en “mercurio filosófico”. Filaleteo, en su clásico lenguaje oscuro lo explica así:
“Toma cuatro partes de nuestro Dragón ígneo que esconde en su vientre el Acero mágico y nueve partes de nuestro Imán; mézclalas con la ayuda del tórrido Vulcano, en forma de agua mineral donde flotará una espuma que debe ser apartada. Rechaza la cáscara y escoge el Núcleo, púrgalo tres veces por el fuego y la sal, lo que se hará fácilmente si Saturno ha reconocido su imagen en el espejo de Marte. De ello nacerá el Camaleón, o sea nuestro Caos, donde están ocultos todos los secretos no en acto, sino en potencia”[1]
Aquí el hierro es lo que se esconde tras el “Dragón ígneo”, y lo sabemos por la expresión que Filaleteo añade inmediatamente después: “que esconde en su vientre el Acero mágico”, ya que da a entender que es lo que contiene ese azufre (que en principio es espiritual y volátil, pero que al fundirse con el antimonio queda atrapado por éste). “Nuestra piedra imán” es el antimonio, ya que es lo que atrae hacia sí al anterior azufre del hierro. Y lo hace mientras ambos, hierro y antimonio, se funden violentamente a un alto fuego, o, como dice él: “con la ayuda del tórrido Vulcano, en forma de agua mineral”. Durante esta fundición una espuma nada por encima, la cual debe ser apartada. Es lo que él llama “cáscara”, o escoria, algunas veces también llamada “cabeza”. En este punto, para el operador aventurado, he de advertir que hay que tener mucho cuidado mientras se realiza esta fase del proceso, y no respirar esos humos, ya que son muy nocivos. Bien, pues separada la escoria, tenemos ya el régulo marcial estrellado (de antimonio) cuando se enfríe. Saldrá de una pieza. En nuestro caso usamos una campana de acero inoxidable de un centímetro de grosor para hacerlo. A esta pieza Filaleteo la llama “el núcleo”, también llamado el “grano”. A continuación nos dice que purguemos dicho núcleo dos veces más “con fuego y sal”. En el caso de Francisco Bruno Sebastián, lo hizo añadiendo en cada fundición del régulo sal nitro (Nitrato de Potasio) ocasionalmente, con el objetivo de limpiar aún más todo lo que de impurezas tuviera tanto el hierro como el antimonio. Esto se hará fácilmente “si Saturno ha reconocido su imagen en el espejo de Marte”, es decir, si tras cada fundición aparece en la superficie la famosa “estrella”. El “plomo de los Sabios”, o “Saturno de los Sabios” es el régulo marcial estrellado, y mirar su forma en el espejo de Marte es porque con el hierro, el antimonio forma dicha estrella. Es la estrella que siguieron los Reyes Magos, como nos dice Fulcanelli, el final del Camino de Santiago, es la indicación de que, una vez obtenida, vamos por el camino correcto y es guía y Norte para la Obra. Obra cuyo siguiente paso es animar el mercurio vulgar con dicho régulo. Es decir: hacer el Mercurio simple de los Filósofos. Filaleteo dio a entender las materias de las que se compone el régulo marcial, su virtud, que es a la vez casi metálica y casi volátil con las siguientes palabras:
“Que sepan que nuestra agua compuesta de numerosas substancias, es sin embargo una cosa única, hecha de diversas substancias coaguladas a partir de una única esencia. Esto es lo que se requiere para la preparación de nuestra agua (en nuestra agua, en efecto, se encuentra nuestro dragón ígneo); en primer lugar, el fuego que se encuentra en todo; en segundo lugar el licor de la Saturnia vegetal; en tercer lugar el vínculo del Mercurio. El fuego es de un azufre mineral, sin embargo no es propiamente mineral y menos aún metálico, está entre el mineral y el metal sin participar en ninguna de estas dos substancias. Caos o espíritu, en efecto, nuestro dragón ígneo que lo vence todo, es sin embargo penetrado por el olor de la Saturnia vegetal, y su sangre se coagula con el jugo de la Saturnia en un solo cuerpo admirable; y no es sin embargo un cuerpo, pues es totalmente volátil; ni un espíritu, porque en el fuego parece metal fundido. Es pues un caos que hace de madre al resto de los metales, pues sé extraer de él todas las cosas, incluso el sol y la luna”.[2]
Y en el capítulo 3 dio las señas de este régulo:
“Yo, para no ocultar nada por envidia a los inquisidores de arte, lo describiré sinceramente. Nuestro Acero es la verdadera llave de nuestra obra, sin la cual no puede ser encendido el fuego de la lámpara por ningún artificio: en la mina del oro; el espíritu muy puro entre todos, es el fuego infernal, secreto, extremadamente volátil en su género, el milagro del mundo, el fundamento de las virtudes superiores en las inferiores, por lo cual el Todopoderoso lo ha señalado con este signo notable por el cual la natividad fue anunciada por Oriente. Los Sabios lo vieron en Oriente y se quedaron estupefactos; y, sin retroceder, reconocieron que un rey Purísimo había nacido en el mundo. Tú, cuando divises su estrella, síguela hasta su Cuna: allí verás a un bello niño. Separando las inmundicias, honra a este retoño Real, abre el tesoro, ofrécele dones de oro y, después de la muerte, te dará su carne y su sangre, medicina suprema para los tres reinos de la tierra.”[3]
El “signo notable” del que habla es la estrella, y el Oriente no es otro que el régulo, el cual, una vez sacado del matraz se ve un su parte superior dicha estrella, haciendo reflejos metálicos como si fuese un espejo. Por eso también nos dice: “Los Sabios lo vieron en Oriente y se quedaron estupefactos; y, sin retroceder, reconocieron que un rey Purísimo había nacido en el mundo”.
Pasemos ahora a la parte operativa. Para ello se necesita un horno de fundición. La temperatura de ebullición del hierro es de 2.862 ºC y la de fusión de 1.538 ºC, que es la que necesitaremos alcanzar. Es hora de decir que cuando nos hemos referido al antimonio, queremos decir sulfuro de antimonio. El punto de fusión del sulfuro es de 546 ºC, aunque si además está mezclado con minerales, necesitarán ser tostados entre 850 y 1000 ºC. El antimonio puro, por su parte, funde a 630,6 ºC. El sulfuro del antimonio es lo que antes hemos llamado tierra arsenical. También los crisoles han de ser, en calidad y en tamaño, adecuados a la cantidad que usaremos. Francisco Bruno Sebastián nos dice que se han de echar nueve partes de antimonio “bien picado” y cuatro de limaduras de hierro. La diferente densidad de ambas materias hará que el hierro, menos denso, acabe flotando encima. Pero sigamos ciñéndonos al texto. Una vez encendido el horno y puesto el crisol al rojo, se le añadirán entre 60 y 75 gramos de la materia preparada. Luego se tapa el crisol, y se espera a que acabe la efervescencia. Una vez acabada, se abre la tapa del crisol y se le vuelve a añadir la misma cantidad que la primera vez. Y así se ha de repetir hasta que hayamos puesto en el crisol toda la materia. Una vez hecha la fundición se saca el crisol con unas tenazas apropiadas y, en la misma posición vertical en la que ha estado en el horno, se deja enfriar, lo que ocurrirá en, al menos, una hora. En la parte superior quedarán las escorias del hierro, que se separarán con un martillo, o con un golpe seco, ya que a veces salen casi sin esfuerzo. Quedará el régulo. Éste hay que fundirlo tres veces más con el objeto de purificarlo “por fuego y sal”, como nos dijo Filaleteo antes. También podemos usar, como hizo Francisco Bruno Sebastián, salitre bien refinado y bien molido[4]. Se hace echando de vez en cuando unos 10 o 15 gramos cada vez, llegando hasta los 125 gramos en cada fundición. Y, algo muy importante, estando el régulo fundido se añade algo más, poco, de antimonio molido para que extraiga cualquier resto de escoria que pudiera quedar y no gastar así más nitro. La famosa estrella, aunque puede aparecer la primera vez, suele hacerlo ya muy definida en la segunda fundición. Puede ocurrir que, si ha salido en la primera, la forma en la que salga en la segunda sea algo diferente. Es entonces cuando se ha llamado en ocasiones “el cinturón de Offerus”, por tener las líneas entrecruzadas. Y para vaciar el régulo del crisol nosotros usamos, como ya se ha dicho antes, una trompeta, o campana, de aceo inoxidable, de paredes muy lisas. En cualquier caso, la indicación que da Francisco Bruno Sebastián es correcta: de forma piramidal. Eso sí, hay que tener cuidado de echarlo lo más fundido posible y no moverlo hasta que se enfríe, para facilitar así la aparición de la estrella.
Ahora, ya tenemos el régulo marcial estrellado. Pero aún no tenemos el mercurio filosofal. Vamos a ello. Ésta es una de las partes más secretas de la alquimia, muy pocas veces descrita claramente, pues supone que ya tendremos avanzado el noventa por ciento de la Gran Obra. Lo que pretendemos ahora es “animar” el mercurio vulgar con el régulo marcial estrellado, para así lograr que dicho mercurio metálico pase a ser el mercurio en su estado “filosofal”. Esta animación es, a priori, imposible ya que el régulo y el mercurio se repelen, y nunca lo sería sin el caduceo de Hermes[5], otro enigma escondido por las palabras de los alquimistas en forma de fábula. Francisco Bruno Sebastián, en un alarde de sabiduría nos la desentraña y nos la explica magistralmente. Por su belleza, la reproduzco aquí también:
“Fingieron los Gentiles en una de sus fabulas, que el Dios Mercurio usaba una vara para apaciguar las discordias de los otros, á la que dieron el nombre de Caduceo. Los Egipcios en sus jeroglíficos dieron mejor inteligencia de lo que se entendia por el Caduceo. Pintando en ellos dos Dragones, macho y hembra, tan estrechamente unidos, con un nudo que formaban, que por ser tan fuerte le nombraban Herculeo; los dos de medio cuerpo arriba, formaban un arco que terminaba en juntar boca con boca: esto en la realidad parece es símbolo, ó demostración de la union, ó de la paz. Añadieron la ficcion de que el Dios Apolo encontró este remedio contra las discordias, y que se lo dio á Mercurio, quien partido á Arcadia, con esta vara en la mano, encontró dos serpientes que teñian sangrientamente, y que haviendola puesto en medio de ellas, cesó al instante la pelea.
Muy adecuada es esta fabula; pero muy difícil su inteligencia, y mucho mas concebir lo que significa para la operación la voz Caduceo: es cierta la enemiga que tienen entre si el Mercurio, y el regulo para poderse unir, por los azufres arsenicales que lo resisten, y que es precisa otra substancia, que haga las veces de Caduceo para ponerles en paz, lo que en realidad es asi, pues hace su papel la plata, y á esta le dio Philaletha el apellido de Caduceo para no nombrar à la plata por su propio nombre, y dejar la inteligencia á la penetración de los entendidos.”
Sabido ya que es la plata la mediadora, procedamos con la operación. Se han de fundir unos cincuenta gramos de plata[6] (dos onzas, dice el abogado valenciano, unos cincuenta y dos gramos). Una vez estando bien fundida se le añade veinticinco gramos del régulo bien molido. Estando ambos fundidos y unidos se vuelcan en una rielera, volviéndose una materia muy frangible[7]. Dicha materia ha de molerse muy finamente hasta que pase toda ella por un tamiz. Ahora hay que hacer dos cosas a la vez. Por un lado hay que meter en agua un mortero de piedra y llevar el agua a hervir. El mortero así caliente se saca y se seca con un paño. Por otro lado se calienta el polvo que lleva el régulo marcial estrellado con la plata en un cazo de barro sin vidriar, hasta que no podamos sostenerlo con nuestras manos. Esto es muy importante, ya que el vidriado podría contaminar dicho polvo. Habiendo dispuesto antes unos setecientos cincuenta gramos de mercurio vulgar (preferiblemente el sacado del cinabrio), se calentará dicho mercurio hasta una temperatura que no eche humo y siempre con mucho cuidado de no respirarlo, lo que se puede hacer teniéndolo cerrado en cristal al sol. Con todo esto se echa en el mortero caliente el régulo marcial estrellado con la plata molido en primer lugar. A continuación se añade el mercurio caliente y se va moviendo todo con una espátula de madera hasta que se amalgame. Si en los siguientes dos o tres minutos no se ha amalgamado, o empezado a hacerlo, quizás sea bueno echar unos diez mililitros de agua para ayudarnos y dividir el mercurio en tres partes, añadiendo cada parte tras la amalgamación de la anterior.
Una vez hecha la amalgama hay que ponerla en digestión un día entero en una cazuela sin barniz, ni vidriada, cerrada mejor que abierta, y con un calor templado que no haga echar humo a la misma. Pasadas veinticuatro horas se vuelve a echar en el mortero, caliente como antes, se agita y se le echa agua encima, que sobrenade cuatro o seis dedos. El agua se teñirá. Se vuelca y se le va añadiendo agua, así hasta que el agua quede clara, sin los polvos arsenicales. Cuando esto ocurra, debemos secar la amalgama con un paño. Una vez seca se pone en una retorta a que destile el mercurio de dicha amalgama en un horno de reverbero, cerrando muy bien las juntas para que no salga vapor alguno y que haya en el recipiente un poco de agua para recibir los vapores y licuarlos rápidamente. Francisco Bruno Sebastián nos dirije al Curso Químico de Nicolás Lemery, en concreto a sus indicaciones para revivificar el cinabrio:
“Revivificacion del Cinabrio en Azogue.
Esta preparacion se haze para separar el azufre que ay en el Cinabrio.
Toma vna libra de Cinabrio artificial, pulverizalo, y mezclalo con tres libras de cal viva tambien pulverizada: pon la mixtion dentro de vna retorta de barro, ò de vidrio enlodada, que le quede la tercera parte à lo menos vacia: ponla en vn horno.de rebervero, y despues de averle puesto vn recipiente lleno de agua, dexalo todo en quietud por veinte y quatro horas, despues dale vn fuego graduado, y al fin aumentalo fuertemente, el Mercurio caerà gota à gota en el recipiente, continua el fuego hasta que no salga mas, la operacion se acaba ordinariamente en seis, o siete horas: arroja el agua del recipiente, y en aviendo labado el Mercurio para limpiarlo de alguna tierra, que se puede aver llevado consigo, secalo en vnos lienços, ò con vna miga de pan y guardalo.
Se deven sacar treze onças de azogue, de cada libra de Cinabrio artificial.
Tambien se puede hazer la revivificacion del Cinabrio, mezclandolo con partes iguales de limaduras de hierro, y proceder como hemos dicho.”[8]
Cada destilación del mercurio es conocida como “águila” por Filaleteo, quien dice repetir nueve para hacer la Gran Obra con oro, siendo suficiente la plata que ya hemos usado para la “obra al blanco”, sin importar añadir más si acaso fuera poca. El plazo para lograr tanto el “Mercurio Simple de los Filósofos”, como el Mercurio doble, si hemos hecho todo correctamente, es de una semana.
Así pies, hasta ahora ya sabemos que el régulo marcial estrellado y el mercurio sienten “repugnancia” al unirse, el medio para lograrlo, la necesaria purificación, la suciedad de la que se deben limpiar, el favor de Diana, o sea: la plata. A la vista, después de algunas águilas, esta plata se nos aparece amarilla, casi dorada, debido al azufre embrional del hierro, color que va abandonando en las siguientes. En cuanto a las sucesivas lavaciones, servirán para que aparezca la blancura de la plata:
“sacude inmediatamente las aguas polares superiores, que no han sido paralizadas (stupefactas) por los malos olores y suscita una nube sombría: agitarás las aguas hasta que aparezca la blancura de la luna, y de este modo las tinieblas, que estaban sobre la faz del abismo, serán disipadas por el espíritu que se mueve en las aguas.”
Obtenido el mercurio filosófico tras las nueve águilas, aún debemos destilarlo dos o tres veces más, por sí solo, o por medio de lavaciones con vinagre y sal, para acabar, de nuevo, lavándolo para eliminar cualquier resto de los dichos vinagre y sal. Luego secarlo y amalgamarlo en mortero con oro vulgar que no tenga mezclas ni suciedades. Es decir, de 24 kilates. La proporción, nunca dicha antes de forma tan clara, es de una de oro por tres de mercurio. A continuación, la materia se pone en el vaso de vidrio, o huevo filosófico a cocer en un horno atanor, o similar. Las medidas del mismo nos las da el propio Filaleteo:
“XVII: DE LAS PROPORCIONES DEL VASO, DE SU FORMA, DE SU MATERIA Y DEL MODO DE CERRARLO.
I: Tomad un vaso de vidrio oval y redondeado, lo suficientemente grande como para que quepa en su esfera una onza de agua destilada al mayor grado, y no menos si es posible, pues hay que intentar acercarse mucho a esta medida. El vaso de vidrio ha de tener un cuello de un palmo o de diez dedos de altura; cuanto más transparente y espeso sea, mejor, siempre que puedas distinguir las acciones que tienen lugar dentro. No ha de ser más espeso en un sitio que en otro.”
Francisco Bruno Sebastián nos previene del proceso a seguir a continuación: no hay que dar más calor ni menos del necesario, pues estropearía todo y habría que empezar de nuevo, y el vaso ha de estar perfectamente cerrado por arriba, preferiblemente sellado con unas tenazas tras llevar esa parte del vaso a la blandura necesaria para hacer tal sellado. Pero ¿cuál es ese calor? Pues sólo el suficiente para que el mercurio humee pero que no llegue a la ebullición[9]. La altura del cuello cumple una función primordial, pues permitirá que los vapores que suban se enfríen y vuelvan a caer a la materia, que haya circulación. Más calor hará que no bajen en forma líquida, y menos, que no abandonen totalmente a la materia.
Ahora empieza la cocción. En ella, a lo largo de meses, vemos todas las indicaciones que nos da Filaleteo en lo que él llama los regímenes. También nuestro abogado nos dice que conoció a alguien que hizo esta operación con el “mercurio doble”, logrando la cocción de la “primera rueda” en el espacio que va desde los cuarenta días a los cinco meses, no pudiendo seguir por razones desconocidas. El “mercurio doble” nos permite más fácilmente completar la Gran Obra sin necesidad de añadir oro. Pero si aún decidiéramos usar este “mercurio doble” con oro, los tiempos se recortarían bastante. Son muy pocas las indicaciones que da Filaleteo sobre la obra con el mercurio doble, y menos aún las que da sobre la segunda rueda. Tras la primera aún no tenemos algo que tiña, algo tingente. En la segunda tan sólo hay que añadir más oro metálico. Cuidado: no hay que echar oro al mercurio filosófico, ya hemos hecho eso antes. Hay que echar oro al resultado de lo anterior. Lo contrario sería un error:
“Si el oro vulgar fuera disgregado en sus elementos por nuestro Mercurio, y fueran luego unidos de nuevo, toda la mixtura, gracias a la acción del fuego, se convertiría en nuestro oro; unido luego al Mercurio que hemos preparado y que llamaremos nuestra leche de virgen, este oro cocido te dará ciertamente todos los signos descritos por los Filósofos, a condición de que el fuego sea como ellos escribieron. Pero si a nuestra decocción de oro vulgar (por puro que sea) le pusieras el mismo Mercurio que suele unirse a nuestro sol, aunque para hablar generalmente los dos provienen de la misma raíz, y si les aplicas el mismo régimen de calor que los Sabios dicen haber aplicado a nuestra piedra en sus libros, estás ciertamente en la vía del error: es el gran laberinto donde caen casi todos los principiantes, porque los Filósofos hablan en sus libros de dos vías que en verdad no son más que fundamentalmente una, que es más directa que la otra.”[10]
En ocasiones, Filaleteo nos dice para qué necesitamos el mercurio simple de los filósofos. Actúa como un menstruo para el oro, capaz de extraerle la “Diadema Real”, disolverlo y luego, con la cocción, coagularlo:
“Lo mismo ocurre con nuestro oro. Está muerto, osea que su fuerza vivificante está sellada bajo la corteza corporal, como ocurre con el grano, aunque de un modo diferente, en cuanto a la diferencia que separa el grano vegetal del oro metálico. Y del mismo modo que este grano que permanece inmutable mientras está en el aire seco es destruido por el fuego y vivificado solamente en el agua, paralelamente, el oro, que es incorruptible y dura eternamente, es únicamente reductible en nuestra agua, y entonces en nuestro oro vivo”.[11]
Entonces tendremos “la generación del hijo del Sol sobrenatural, que vendrá al mundo cerca del final de los siglos, para liberar a sus hermanos de toda impureza”. O sea: una sustancia capaz de transmutar a los demás metales, los “impuros”, y hecha con oro. O, como él dice:
“Esto te parecerá quizás increíble, pero es cierto que el Mercurio Homogéneo, puro y limpio llenado con un azufre interno por nuestro artificio, se coagula a sí mismo por la acción de un calor exterior conveniente. Esta coagulación se hace en forma de una flor de leche que nada encima de ella como una tierra sutil sobre las aguas. Pero cuando se le une al Sol, no sólo no se coagula sino que el compuesto manifiesta todos los días un aspecto más blando hasta que, estando bien disueltos los cuerpos, los espíritus comienzan a coagularse tomando un color muy negro y un olor muy fétido. Así pues es evidente que este azufre espiritual de los Metales es verdaderamente el primer motor que hace dar vueltas a la rueda y girar al eje. Este Mercurio es verdaderamente un oro volátil, que no está suficientemente digerido, pero bastante puro, por ello, por una simple digestión, se transforma en Sol. Pero si se une a un sol ya perfecto, no se coagula; pero disuelve al oro corporal, con el que queda, después de la disolución, bajo la misma forma; sin embargo, la muerte debe preceder necesariamente a la unión perfecta para que, después de la muerte, sean unidos simplemente no en una perfección, sino en mil perfecciones.”[12]
Siguiendo con las descripciones del proceso que se inicia tras la unión del mercurio filosófico con el oro, Filaleteo nos dice que entonces el oro muerto y el agua viva se unen en una cocción donde los cambian los papeles: el oro acabará “vivo” y el mercurio filosófico, al entregar su vida, estará muerto:
“Por lo que es evidente que hay que tomar su oro cuando está muerto y su agua cuando está verdaderamente viva, y en este compuesto, después de una breve decocción, la simiente del oro se vuelve viva y el Mercurio vivo, muere; es decir, que el espíritu se coagula por el cuerpo disuelto y que uno y otro se pudren en forma de limo hasta que todos los miembros del compuesto son dispersados en átomos. Esta es, pues, la naturaleza de nuestro Magisterio”.[13]
[1] Filaleteo, I., La entrada abierta al palacio cerrado del Rey”, VII: “De la primera operación de la preparación del mercurio de los filósofos por las águilas voladoras”, IV y V.
[2] Ibid, Íbidem: II: “De los principios que componen al mercurio de los sabios”, I y II.
[3] Ibid, Íbidem: III: “Del acero de los Sabios”.
[4] Mezcla de nitrato de potasio y nitrato de sodio.
[5] El Caduceo indica la capacidad de reconciliar opuestos, creando armonía entre diferentes elementos como agua, fuego, tierra y aire. Por esta razón también se utiliza este símbolo frecuentemente en la alquimia como indicación de la síntesis de azufre y mercurio, o de poner orden al Caos..
[6] La plata funde a 961,8 ºC.
[7] Esta operación, pero hecha con plomo provoca el endurecimiento del segundo, en una aleación dan dura que se ha usado para hacer llaves.
[8] Palacios, F., Curso chymico del Doctor Nicolás Lemery, Madrid, Juan García Infançon, 1703, 126: “Revivificación del Cinabrio en Azogue”.
[9] Filaleteo, I., La entrada abierta al palacio cerrado del Rey, XIII, XXIII: “Y regir el fuego según las exigencias del Mercurio, ya que el oro no teme al fuego por sí mismo, y cuanto más está unido al Mercurio, más capaz es de resistir a este fuego. Por eso la dificultad de esta obra consiste en acomodar el régimen de calor a la tolerancia del Mercurio”.
[10] Filaleteo, I., La entrada abierta al palaci cerrado del Rey”, XIX DEL PROGRESO DE LA OBRA DURANTE LOS CUARENTA PRIMEROS DÍAS, VII y VIII.
[11] Filaleteo, I., La entrada abierta al palacio cerrado del Rey”, XIII. XVI.
[12] Filaleteo, I., La entrada abierta al palacio cerrado del Rey”, X: Del azufre que se encuentra en el Mercurio Filosófico”, III.
[13] Filaleteo, I., La entrada abierta al cerrado del Rey”, XIII. XX.
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