Entre los escritos pseudocientíficos que se prodigan en lengua griega durante el período helenístico (s. IV-I a. C.) destacan los lapidarios, que subsisten y se desarrollan en latín en época romana, para continuar enriquecidos y con múltiples variantes a lo largo de la Edad Media en las diversas lenguas europeas.
Aunque han sido despreciados y han recibido escasa atención por parte del mundo científico moderno en su mayoría, sabemos que algunos fueron escritos por médicos, y ya en la Antigüedad y sobre todo en la Edad Media a partir del s. XI fueron aceptados como tratados científicos, dado el amplio uso de las piedras en medicina Es evidente que, en el lento y serpeante caminar de la ciencia, los lapidarios atisban algunas verdades, especialmente en el área de la Medicina y la Farmacología, además de proporcionar datos de interés para la historia del arte, del comercio, de las religiones y de las ideas de las distintas épocas.
En cuanto a su contenido, se puede decir de modo sucinto y general que los lapidarios son catálogos de piedras, casi siempre preciosas o semipreciosas, a las que se atribuyen poderes mágicos o maravillosos, virtudes de carácter terapéutico o de utilidad práctica para los diversos actos o circunstancias de la vida humana. Algunos, de modo excepcional, como es el caso del Lapidario órfico se presentan dentro de un contexto narrativo con entramado mítico.
El origen de esta literatura «lítica» hay que buscarlo en Oriente. En Persia y en Mesopotamia, donde estaban bien arraigadas creencias milenarias sobre las virtudes de las piedras, poseían conocimientos de su composición, dureza, brillo, color, tinturas y usos medicinales. Se pensaba que en su interior se albergaba una carga o potencial magnético, un pneuma o animación concordante con la de los otros seres de la naturaleza, los animales y las plantas, que, por otra parte, estaban ligados al curso de los astros.
Varias son las causas que determinaron el trasvase de estas ideas a Occidente, una de ellas los contactos de griegos y persas en el s. V a. C., pero el hecho más significativo que lo impulsó fue la conquista de Oriente y Egipto llevada a cabo por Alejandro Magno en el s. IV a. C. Desde entonces se difundieron aquellas creencias con enorme fuerza en los reinos helenísticos.
En Egipto, donde también existía un culto milenario a los animales y las plantas, se desarrolló en la época helenística una nueva manera de considerar la naturaleza; y se desvelaron las fuerzas secretas y maravillosas de los seres que la pueblan, sus propiedades o virtudes ocultas y sus relaciones recíprocas.
Los griegos, desde los físicos jonios hasta Aristóteles, siempre habían revisado y reconsiderado los conocimientos que les llegaban de Oriente y los habían llevado a un más alto grado de perfección. En el s. IV a C. el raciocinio, aplicado con rigor a todos los campos del conocimiento, había conducido a Aristóteles y sus discípulos a obtener espectaculares logros, especialmente en lo que se refiere a las Ciencias Naturales y a la Mineralogía. A partir de este momento comienza un proceso en el que se tiende a desconfiar de la razón para acudir a medios de conocimiento totalmente alejados de ella.
Antes de proceder a examinar algunos de los lapidarios conservados y más conocidos haremos unas cuantas consideraciones:
Muchos de los lapidarios antiguos se han perdido, aunque algunos fragmentos de ellos fueron recogidos por Plinio o se hallan esparcidos en las obras de otros autores. Con frecuencia los lapidarios son anónimos o pseudónimos y son siempre compilaciones. Cada uno de ellos enriquece y recombina los datos tomados de lapidarios anteriores, es decir, son textos vivos, de tradición fluctuante y enmarañada, en la que se superponen los datos, dando lugar a entrecruzamientos y contaminaciones. Generalmente aparecen en los códices asociados a herbarios y bestiarios.
La época en la que nacen y se desarrollan está marcada por el declive del racionalismo en el marco de los reinos helenísticos y el mundo romano. Según Festugière 1 «Hombre, bestias, plantas y piedras (comprendidos los metales) no son considerados más que como portadores de fuerzas misteriosas, encargadas a este respecto de curar todos los dolores y enfermedades y de asegurar al hombre riqueza, bienestar, honores y poder mágico».
Andadura histórica de los lapidarios
De Teofrasto, que sucede en el Liceo a su maestro Aristóteles, se conserva un lapidario Acerca de las piedras (entre 314 y 305 a. C.) en el que se hace la clasificación desde un punto de vista bastante científico, a partir de sus propiedades físicas, y se da la explicación genética. Su investigación se vio favorecida por el ensanche de los territorios que trajo consigo la conquista de Alejandro. Teofrasto, que poseía amplios conocimientos de metalurgia, de mineralogía y en general del conjunto de los hechos geológicos, trabaja con rigor y rechaza todo lo referente a propiedades maravillosas, con la única excepción de que admite el cómodo cliché de la división en piedras machos y hembras.
Teofrasto. Lapidario, 56. Se encuentran también, como yo ya he observado, otras diferencias entre las piedras preciosas de la misma naturaleza: como entre las cornalinas, la especie que es transparente y de un rojo claro se llama la hembra; la que es transparente y de un rojo más oscuro, tirando un poco al negro, se llama el macho.
Al parecer, Estratón de Lámpsaco (s. III a. C.) en su obra Acerca de los minerales continuaba en la línea de Teofrasto, pero sus escritos se han perdido.
Dioscórides (s. I ) en De materia medica y Galeno (s. II ), siguiendo a Hipócrates, fijan su atención en la composición natural cuando describen y clasifican los materiales usados en sus remedios, pero a veces se refieren a substancias fabricadas. Los filósofos de la naturaleza, como Posidonio (s. II a. C.) y Séneca (s. II ), también explican el origen de algunas piedras con arreglo al método de las Meteorologica de Aristóteles, pero se echa en falta un plan sistemático.
En términos generales, se puede decir que desde Teofrasto (s. IV a. C.) hasta Alberto Magno (s. XIII) las investigaciones sobre los minerales quedaron estancadas en lo relativo a su génesis y clasificación y, aunque son numerosas las obras que salen a la luz en los siglos intermedios, sus características primordiales son de índole mágica y maravillosa.
Plinio el Viejo en su Historia Natural (71-77 d. C.) recoge los nombres de muchos autores de lapidarios cuyas obras parece haber consultado y aprovechado, así menciona a Sótacos que vivió en el s. III a. C. en una corte de Oriente. De los fragmentos conservados se deduce que conocía los usos mágicos de muchas piedras. También cita Plinio a Jenócrates de Éfeso o de Afrodisia, médico, hijo de Zenón, que vivió en el s. I d. C. Otros autores grecolatinos y árabes le nombran como autor de un lapidario, el Lithognomon (El conocedor de las piedras), que habría unificado diversas tradiciones y estaba conectado con la medicina y la magia. Como las citas de Jenócrates que se encuentran en San Jerónimo, Orígenes y otros autores cristianos y árabes coinciden con algunos pasajes de Plinio de los que omite la procedencia, se sospecha que sean de Jenócrates, aunque Plinio no lo diga expresamente. También el catálogo alfabético de gemas que aparece al final del libro XXXVII de la Historia Natural puede pertenecer a Jenócrates.
Quizá próximo a Jenócrates estaría el Lithognomicón o Lithognomicós, un tratado perdido que la Suda atribuye al más antiguo de los Filóstratos (s II d. C.). Su hijo Flavio Filóstrato en la Vida de Apolonio cita varias piedras que pueden haber formado parte de aquel lapidario.
Libro de Apolonio, III, 46. Piedra Pantarbe. No obstante, acerca de la piedrecilla que atrae y une a ella a otras piedras no debes ser incrédulo… Llega a ser la mayor como la uña de este dedo – señalando su pulgar – y se concibe en una cavidad de la tierra, a una profundidad de cuatro brazas; se halla dotada de tanto aliento, que la tierra se hincha y muchas veces se desgarra al estar concibiendo en ella la piedra.
A Zoroastro se le atribuyen muchos de los escritos helenísticos que fueron traducidos al griego en tiempo de Ptolomeo II Filadelfo (285-246 a. C.), pero en realidad no le pertenecen ya que son más bien productos del sincretismo mágico- astrológico de los maguseos 2. Hesiquio y la Suda (léxico – enciclopedia del siglo X) le nombran como autor de un lapidario Sobre piedras preciosas del que Plinio recoge algunos fragmentos en el libro XXXVII.
Plinio, Historia Natural, 157. La Daphnea. Zoroastro prescribe la Daphnea para curar la epilepsia.
Plinio menciona también frecuentemente a los caldeos y a los magos persas como conocedores de las gemas, entre ellos a Sudines y Zachalías. Sudines era adivino de Átalo I (241-197 a. C.) y el babilonio Zachalías había dedicado un lapidario a Mitrídates, probablemente Mitrídates VI Éupator (120-63 a. C.), rey del Ponto, cuya colección de joyas y gemas capturadas por Pompeyo figuró como exvoto a Júpiter Capitolino. Plinio cita asimismo a Ostanes, que acompañó a Jerjes en su expedición a Grecia.
Plinio, Historia Natural, 114. La malaquita no es transparente. Tiene el color bastante denso de la malva, de la que ha tomado el nombre. Es muy apreciada para sellar, para proteger a los niños y por ciertas propiedades naturales que preservan de los peligros.
Plinio, Historia Natural, 139. El amianto, parecido al alumbre, es insensible al fuego; es un antídoto para todo tipo de maleficios, de los magos especialmente.
Muchos de los escritos orientales alcanzaron gran difusión por el intermediario Bolo de Mendes llamado también Demócrito o el Democriteo (s. II a C), que en el s. I de nuestra era fue considerado una autoridad junto a Aristóteles y Teofrasto en lo concerniente a las ciencias de la naturaleza.
Bolo, procedente de Mendes, cerca del Delta, recoge gran parte de la literatura oriental perdida. Escribió sobre muchas materias, entre ellas la medicina, la alquimia, los prodigios y la mántica. La Suda dice que perteneció a la secta de los neopitagóricos y le atribuye una obra Physicá dinamerá que trata de las simpatías y antipatías, es decir, de la atracción y repulsa de las piedras, de los animales y de las plantas. Para su composición parece que utilizó un tratado apócrifo de magia atribuido a Ostanes, el Oktateukos. En sus remedios simpáticos artificiales dio a conocer las recetas apócrifas de los profetas de Oriente Dárdanos, Ostanes y Zoroastro. El influjo de Physicá se extendió a todos los escritos posteriores de Historia natural, y duró hasta el fin de la Edad Media a través de los intermediarios árabes Rhazi (s. X ), Avicena (s. XI ), e Ibn Zahar ( s. XII) . Su influencia se percibe notablemente en el Tratado de los ríos del Corpus de Plutarco, en las Cyránides herméticas y en el Fisiólogo.
En el Tratado de los ríos aparecen leyendas y mitos relacionados con ríos y montañas y se describen las plantas y piedras que allí se encuentran con su carga de valor mágico. En él se citan varios autores de lapidarios: Nicias de Malos, Arquelao, Aristóbulo, Agatárquidas de Samos, Trasilo de Mendes, Heráclito de Sicione, Dercilo y Doroteo el Caldeo.
Antes de referirnos a las Cyránides, diremos que en el contexto en que había nacido y se había desarrollado la ciencia nueva de los secretos de la naturaleza, ocupa un lugar destacado la figura de Hermes Trismegisto. Egipto había sido el crisol que había favorecido el crecimiento de esa pseudociencia. Por tanto junto a las obras apócrifas de Zoroastro, Salomón y Ostanes, se utilizó el nombre del dios profeta de Egipto Thot o Theuth, el dios lunar, al que los griegos de la época helenística asimilaron a Hermes, y que pasó a tener el calificativo de Hermes Trismegisto (el tres veces muy grande) en los siglos II y III d. C., siendo entonces considerado como rey muy antiguo que había ideado los signos de la escritura y era conocedor de la magia, la alquimia y la astrología.
Las Cyránides es un texto hermético, un tratado médico- mágico que asocia cuatro seres de la naturaleza (un ave, un pez, una planta y una piedra) cuyo nombre en griego comienza por la misma letra. Sigue una explicación de cada término y la indicación de los remedios que se pueden extraer de ellos. El lazo que une a esos cuatro seres, a los ojos los antiguos, no era solamente externo y casual; era el resultado de la magia de las letras, latiendo en el fondo la idea de una cierta simpatía entre ellos. Según Évans 3 «las Cyránides es esencialmente un libro médico, pero su medicina está oculta detrás de una elaborada fachada de aliteración». Originariamente escrito en griego, fue traducido después al latín. El libro I, llamado Cyranís (relacionado con el rey persa Cyranos), quizá sea del s. I d. C. Revisado por Harpocración de Alejandría (s. IV), más tarde se le añadieron las Coiránides (Las reinas), un bestiario cuyo título rezaba: Libro corto médico de Hermes Trismegisto según la ciencia astrológica y el influjo natural de los animales publicado para su discípulo Asclepio. Aunque no se conserva la parte referente a plantas y piedras parece que estos temas también estaban tratados en las Coiránides en paralelismo con el primer libro, es decir, las Cyránides.
Cyránides, I b 7 a .Berilo. Pues es eficaz para los que padecen de ahogo y los hepáticos y nefríticos, ya que es la piedra del dios Zeus.
La doctrina de las simpatías de Bolo y el inexplicable magnetismo que rige a todos los seres de la naturaleza se hace bien patente en un texto ampliamente divulgado en la Edad Media, el Fisiólogo (ss. I al IV ó V),el primer bestiario que a su contenido naturalístico añade un apéndice simbólico y alegórico, con la finalidad de explicar el dogma cristiano o moralizar en algún sentido, y cuyo catálogo incluye también algunas plantas, piedras y árboles.
Fisiólogo, 46. Acerca de la piedra índica. Hay una piedra índica (llamada batracio) que tiene esta propiedad: Si un hombre está aquejado de hidropesía, los médicos especialistas buscan aquella piedra, y la atan al hidrópico durante tres horas, y la piedra absorbe todas las aguas del hidrópico. Después desatan la piedra y la pesan con el hombre en la balanza. Y la pequeña piedra eleva el cuerpo del hombre en la balanza. Y si se deja la piedra al sol durante tres horas, expulsa todas las aguas putrefactas que extrajo del cuerpo del hombre y vuelve a estar de nuevo la piedra pura como era.
El Libro sobre las cosas de la Naturaleza, puesto bajo el nombre de Aristóteles, del cual forma parte el Liber Aristotelis de lapidibus, es un apócrifo árabe originario de las escuelas médicas de Siria y de Persia del s. VII d. C.
En los lapidarios astrológicos, relacionados con la teoría de las cadenas de los neoplatónicos, tanto las piedras como los animales y las plantas dependen de los astros. Esta doctrina tuvo su aplicación a la medicina. La Melothesia 4 zodiacal asigna a cada parte del cuerpo plantas y piedras astrales, y utiliza medicamentos homeopáticos o aleopáticos. Se encuentra así una relación de piedras planetarias ( grabadas con la figura correspondiente a un astro) en un tratado de astrología que se atribuye a Salomón, dirigido a su hijo Roboam, cuya datación puede ser el s. I d. C., aunque fue refundido en época bizantina en el sur de Italia. Lo mismo se puede ver en la descripción del cofre del mago Nectanebo, en las obras de Teófilo de Edesa y en otros catálogos anónimos.
Pseudo Salomón. Los colores de las piedras son diversos, porque ningún color puede encontrarse en el cielo, tierra, mar, ríos, hierbas y árboles, que no se encuentre en las piedras.
Ciertos textos asocian las piedras preciosas a los doce signos del Zodíaco o a los «decanos», es decir a los 36 dekanoi, dioses siderales típicamente egipcios que dominan en sectores de 10º del círculo del Zodíaco. Así, se conservan fragmentos de un tratado astrológico, donde se mencionan catorce piedras y plantas, atribuido al faraón Nechepsón y al sumo sacerdote Petosiris, pero probablemente escrito por un falsario en 150 a. C., y donde se aconseja grabar el nombre de algún «decano» sobre determinadas gemas para procurar remedios medicinales; y al parecer, Teucro de Babilonia ( ¿hacia 100 a C.?) escribió sobre las figuras decánicas para grabar sobre sortijas, con un valor apotropaico.
El tratado astrológico anónimo, que se ha conservado completo con el título Libro sagrado de Hermes a Asclepio, relaciona los «decanos»con las partes del cuerpo humano, las plantas, las piedras y los alimentos.
Libro sagrado de Hermes a Asclepio:
1. Yo he dispuesto para ti las formas y las figuras de treinta y seis decanos pertenecientes a los signos zodiacales y he indicado cómo es necesario grabar cada uno de ellos y llevarlo entre el horóscopo, el Buen Démon y el lugar… Si tu lo haces y llevas este anillo, poseerás una poderosa protección; pues todas las afecciones enviadas a los hombres a consecuencia de la influencia de los astros son curadas por estos decanos. Si tu honras a cada uno de ellos por medio de su propia piedra y de su propia planta, y además de su forma, tu poseerás una poderosa protección. Pues nada se produce sin esta disposición decánica, debido a que en ella está envuelto el Todo.
2. El círculo del Zodíaco, en su desarrollo, está configurado según las partes y los miembros del mundo: he aquí cómo se distribuye en partes.
3. Aries es la cabeza del mundo, Tauro el cuello, Geminis las espaldas, Cancer el pecho, Leo los omóplatos, el corazón y los costados, Virgo el vientre, Libra las nalgas, Scorpio el pubis, Sagitario los muslos, Capricornio las rodillas, Acuario las piernas, Piscis los pies.
También en el tratado medieval De XV stellis que procede de un original griego a través de un intermediario árabe, cada planta, piedra y talismán está asociada a una estrella fija.
El Lapidario órfico se puede situar cronológicamente en una franja que abarca desde el s. II a. C. al s. II d. C. Se ha pensado que sea un resumen del mismo original griego del que deriva el lapidario latino que lleva el nombre de Damigeron.
Se trata de un texto completo, versificado, en el que se describen veintiocho piedras, la mayoría preciosas, con sus virtudes, su valor religioso y mágico y sus aplicaciones terapéuticas, sobre el fondo de un entramado mítico. Un grupo de piedras parece destinado a atraerse el favor de los inmortales, y otro se refiere a piedras que protegen contra el veneno de las serpientes.
El sobrenombre órfico, que aparece en algunos manuscritos, se añadió posteriormente, quizá porque la figura del joven narrador del principio del texto se aproxima en alguna medida a la de Orfeo. Además una tradición tardía atribuía a Orfeo la composición de un texto titulado Ochenta piedras y, por otra parte, algunos versos del Lapidario recuerdan pasajes de las Argonáuticas órficas, obra atribuida también a Orfeo.
El cantor mágico Orfeo, natural de Tracia y tañedor de la cítara, según la tradición había vivido entre 1500 a 1000 años antes de Cristo, adoraba al sol que identificaba con Apolo y subía cada mañana al monte Pangeo para agradecerle su salida. Bajó al Hades para rescatar a su esposa Eurídice que murió a consecuencia de la mordedura de un áspid. La literatura órfica se desarrolló de un modo considerable en la época helenística y alcanzó un gran incremento en el período tardío del Imperio romano, llegando a extenderse la costumbre de llamar órfico a todo escrito de carácter esotérico y relacionado con el destino del alma, que careciese de etiqueta. En este sentido el texto del Lapidario órfico tiene poco de doctrina órfica.
La obra consta de tres partes: En primer lugar un prólogo en el que se dice que Zeus envía a Hermes a la tierra con una carga preciosa para los humanos. Sigue una parte narrativa en donde el joven narrador sube a la colina para ofrecer un sacrificio en honor de Apolo y se encuentra con el sabio Tiodamante; éste le ofrece un método eficaz, el uso de las piedras, para obtener un resultado óptimo en sus preces a los dioses. Por último se enumeran veintiocho piedras y se explican sus virtudes. El fondo mitológico del argumento es muy original y la mayoría de sus datos concuerda poco con los clichés tradicionales.
Lapidario órfico, 405. De la tierra procede todo el género de las piedras y en ellas hay una fuerza infinita y diversa. Cuanto vigor tienen las raíces, tanto tienen las piedras. Grande es la fuerza de la raíz pero mucho mayor es la de la piedra ya que, en el instante de nacer, su madre le ha otorgado vigor inagotable y sin vejez.
Lapidario órfico, 478. Azabache. Asimismo huye la serpiente de los vapores que exhala la piedra azabache, que atormenta a todos los mortales con su acre olor. De color negruzco, de superficie lisa, es pequeña de aspecto, y a semejanza del pino seco eleva una llama divina, pero efectos perniciosos produce en las narices. Y no pasarán inadvertidos los hombres de los cuales quieras probar el padecimiento de la enfermedad sagrada. Pues enseguida los arquea y los derriba en tierra con violencia. Y manchados por su propia espuma, retorciéndose en todas direcciones, se revuelcan en el suelo.
Orphei Lithica Kerygmata 5 es un lapidario en prosa de época bizantina y consiste en una escueta enumeración de las virtudes de las mismas piedras expuestas en el Lapidario órfico. Su autor parece ser un cristiano bizantino, que se refiere a los tiempos de los griegos y a las doctrinas de los idólatras como muy anteriores. Unido a éste, aunque parece un tratado independiente, se encuentra el denominado Sócrates y Dionisio, que quizá fue escrito en Egipto en época imperial y sigue las mismas fuentes del Lapidario órfico, aunque con un desarrollo más amplio en cuanto a las virtudes de las piedras y menos extenso en la parte mítica. En el nombre Sócrates Wirbelauer 6 veía un a corrupción de Jenócrates; Dionisio puede ser el Periegeta (s. II d. C.)
Kerygmata, 9. Piedra obsidiana. Toma su nombre del hecho de que los antiguos la utilizaban para ver y adivinar el porvenir, pues triturándola y mezclándola con la muy olorosa mirra, y esparciéndola en el fuego, hacían conjeturas sobre el porvenir, por sus movimientos y palpitaciones, del mismo modo que lo hacen los harúspices por las palpitaciones del hígado. Y se dice que espolvoreándola cura los dolorosos padecimientos de los nervios, y si se unta, cura las escamas.
Kerygmata, 17. Piedra de azufre. Tiene un color humoso como la ceniza, no es grande de aspecto, pero ancha. Prende rápidamente el fuego como la madera de pino y exhala una humareda densa como la del asfalto. Se dice que tiene el poder de revelar la epilepsia.
Sócrates y Dionisio, 31. Piedra sardónice. Todos los magos la llaman malva, porque ella ablanda y enternece el poder de los más altos. Es la mayor protectora del cuerpo. Los atenienses utilizan esta piedra porque garantiza el éxito. La toman en el mes xántico, cuando el sol está en Aries y graban un carnero y a Atenea sosteniendo un corazón.
El lapidario llamado Évax – Damigeron está escrito en latín y trata de piedras grabadas. Aunque los grabados en piedra eran frecuentes en la Antigüedad y a ellos se refieren, entre otros, Aristófanes, Plinio y Galeno, los que se describen en el Évax-Damigeron están más relacionados con los greco-egipcios y con los papiros mágicos de época romana. Probablemente fue compuesto en Egipto en la época imperial romana. Parece un conglomerado de dos textos de niveles cronológicos diferentes; el de Évax sería él más reciente.
En la forma más antigua que poseemos el lapidario Évax – Damigeron comprende dos cartas dedicatorias, dos lapidarios astrológicos y la descripción de ochenta piedras. Las cartas, que parecen ficticias, están dirigidas por Évax, rey de Arabia, al emperador Tiberio. Muchos tratados didácticos y médicos del fin de la Antigüedad y de la alta Edad Media utilizan el mismo procedimiento epistolar al principio de las obras. La primera carta exhorta a guardar con extremo cuidado el misterio del dios muy grande, muy alto (en los manuscritos más antiguos esta primera carta no tiene suscriptor ni destinatario). En la segunda, Évax anuncia al emperador que le va a revelar los remedios de las piedras. Aunque están atestiguadas las relaciones de Roma con los reinos árabes en la época imperial, no se conoce ningún personaje con este nombre, que puede ser pseudoepigráfico.
De los dos tratados astrológicos, el primero pone en relación las piedras con siete signos del Zodíaco. Es un lapidario zodiacal truncado. Los nombres de las piedras son griegos y se recomienda grabar la piedra con el signo del nacimiento. El segundo tratado contiene descripciones algo más extensas.
El texto de Damigeron contiene la descripción de ochenta piedras. En él se encuentra el nombre de Amigeron (Damigeron) que parece griego, no persa ni maguseo, y que está citado entre los magos por Apuleyo y Tertuliano (s.II). Es un apócrifo, probablemente traducción de un original griego que ya había sido utilizado por Plinio y puede remontarse a época helenística.
Évax – Damigeron, I. Piedra etite. La etite es una piedra de color de piedra pómez, de aspecto muy rugoso y que contiene dentro de ella otra piedra como si estuviese encinta. Sujeta al brazo izquierdo no permite que la mujer aborte, y también es muy apropiada para acelerar el parto…
Évax – Damigeron, XXIX. Piedra topacio. La piedra topacio es una excelente protección. Es muy apropiada para la adivinación por el agua. Y si alguno bebe el vino de uva marina y se vuelve loco, tritura la piedra sobre la piedra del boticario con agua, y dásela a beber al furioso. Después cuélgale la piedra alrededor del cuello y quedará sano. También es útil para los que ofrecen sacrificios y para los que pretenden hacerse propicia a la divinidad; tiene con ella la persuasión y la obtención de deseos, y hace gratos a los que la llevan.
Los lapidarios cristianos7, relacionados con la Biblia, se divulgaron ampliamente, sobre todo en la temprana Edad Media. En ellos el texto lleva añadida una exégesis o explicación alegórica, como se puede ver en Clemente de Alejandría (s. II), en San Basilio (s. IV) y, como ya hemos dicho, en el Fisiólogo. También Beda (s.VIII ) en Explanation Apocalypsis y Rábano Mauro (s.IX ) en De Universo escribieron comentarios sobre las piedras cristianas, con un carácter más simbólico que médico.
En Éxodo se dice que el pectoral de Aarón, el sumo sacerdote, estaba adornado con diecisiete gemas grabadas con el nombre de las doce tribus de Israel, aunque quizá se correspondan con los signos del Zodíaco. También estas piedras se mencionan en el Apocalipsis de San Juan. Relacionada con este pasaje está la obra de San Epifanio, obispo de Salamina de Chipre (399 d. C.). Es una larga carta dirigida a su amigo Diodoro, obispo de Tiro, en la cual, después de especificar la naturaleza de las piedras, los lugares donde se encuentra cada una y sus virtudes terapéuticas y mágicas, se presenta una exégesis alegórica semejante a las de los autores antes citados.
San Epifanio, Carta a Diodoro. Ágata. Hay también entre las especies de ágatas la que tiene el color del león. Si se tritura con agua y se unta en la mordedura envenenada, elimina los venenos del escorpión, de la víbora y de las bestias venenosas de esta clase.
En cuanto a otros lapidarios posteriores mencionaremos: Lithica de Dioscórides que es un texto apócrifo extraído de Materia médica, V y de la enciclopedia de Ecio de Amida, aumentado con sinónimos árabes. Sabemos que en el s. X el emperador de Bizancio Juan I Tsimiskes envió al califa de Córdoba un manuscrito ilustrado de Dioscórides que, traducido al árabe por el monje bizantino Nicolás en colaboración con el judío andaluz Hasdai ibn Shaprut alcanzó una gran difusión.
Un Lapidario náutico de época bizantina, en lengua griega, que trata de las piedras que preservan de los peligros del mar y parece estar relacionado con el de Évax- Damigeron, ha sido atribuido, no con mucha seguridad, al mago Astrampsico, del que se han conservado obras sobre sueños y adivinación escritas en Egipto en el s. III.
Lapidario náutico, 1. El ántrax y la calcedonia llevados desde la infancia impiden ser tragado por las aguas en un naufragio.
Ecio de Amida, médico cristiano del s. IV, escribió un libro sobre piedras del que se conservan fragmentos en el libro II de Iatría. Parte de su contenido parece provenir del mismo original griego que el Lapidario órfico.
Ecio de Amida, II, 17. Galactita. Hace a las mujeres muy abundantes en leche si la beben disuelta en agua o triturada en dulce vino.
Isidoro de Sevilla (s. VI) proporciona abundante información sobre piedras en Etimologías XVI, pero la mayoría de sus datos proceden de Jenócrates y Plinio.
Etimologías, XVI, 13. El Diamante. Se dice también, que, a semejanza del ámbar, elimina los venenos, expulsa los miedos vanos y resiste a los maleficios.
En el siglo XI Miguel Pselo compone un lapidario emparentado con el Damigeron y, al parecer, con el de Jenócrates. Es un texto corto que enumera las propiedades medicinales de veinticinco piedras.
Pselo, Lapidario, 7. Berilo. Pues esta piedra cura las tensiones, los espasmos, los dolores de ojos y la ictericia.
Muchos lapidarios de la baja Edad Media se divulgaron a través de traducciones a las lenguas vernáculas; especialmente tuvieron gran éxito los de Marbodo y Alberto Magno.
Marbodo de Rennes (1035-1123) escribió un lapidario en latín en forma poética que guarda estrecha relación con el Évax – Damigeron; tuvo una gran difusión y se hizo muy popular traducido a otras lenguas.
Marbodo, Lapidario. Etite. Entre las principales piedras se menciona la etite que busca el alado Júpiter desde las extremas orillas del orbe… Esta piedra se recuerda que tiene color purpúreo y que se encuentra oculta en las orillas del Océano, o en los nidos del águila, o en la región de los persas, a la cual se dice la habían llevado los gemelos Cástor y Pólux…
Un autor de lapidarios de gemas grabadas relacionadas con temas médicos, conocido como Zael o Thetel, fue muy popular a juzgar por la existencia de veintidós manuscritos; se halla citado en Tomás de Cantimpré 8. (Thorndike identifica a Zael con Sahal ben Bist Habib, del siglo XI)
Alberto Magno (s. XIII) escribió sobre piedras y minerales en De rebus metallicis (libro II) añadiendo sus propias observaciones. En la obra a él atribuida De secretis mulierum libellus, hiisdem de virtutibus herbarum, lapidum et animalium es posible que utilizara el trabajo de enciclopedistas o similares que ya habían codificado y corrompido los originales griegos y latinos, aunque también se menciona a Aarón que parece autor de una obra inidentificada judía o árabe.
Alberto Magno. De secretis, 35, Lapislázuli. Si tu quieres curar la melancolía o las fiebres cuartanas de algún hombre.
Toma la piedra que se llama lapislázuli. Es semejante al color del cielo y hay dentro de ella pequeñas partículas de oro. Y es seguro y comprobado que cura la melancolía y las fiebres cuartanas.
Alberto Magno. De secretis, 13, Alectoria. Si tu quieres obtener alguna cosa de algún hombre.
Toma la piedra que se llama alectoria, y es una piedra de un gallo, y es blanca como el cristal, y se saca de la molleja o buche del gallo, después de que ha estado castrado más de cuatro años, y su tamaño es el de una habichuela. Ella hace el vientre agradable y firme, y, puesta bajo la lengua, apaga la sed. Y esto último ha sido comprobado en nuestro tiempo, y yo lo percibí rápidamente.
Theodoro Meliteniote (s. XIV) enumera doscientas diecisiete piedras en su tratado sobre la Temperancia, relacionado con Jenócrates y Plinio. Las gemas adornan el lecho de la joven virgen personificada como la Temperancia.
El lapidario de Alfonso X el Sabio (s. XIII) conserva restos de cuatro lapidarios, pero se han perdido otros once. Describe ciento treinta piedras, gemas y minerales. En el prólogo se nos dice que Abolays, sabio musulmán de ascendencia caldea, trasladó el texto del caldeo al arábigo. Después se explica que la traducción al castellano fue realizada por Yhuda, físico del rey Alfonso, con la colaboración del clérigo Garci Pérez. A continuación se exponen las cualidades de las piedras y la influencia que ejercen en ellas los signos del Zodíaco, los planetas, las constelaciones y la posición de las estrellas. Este lapidario tuvo escasa divulgación en la Edad Media fuera de España. Dos manuscritos de Alfonso X se atribuyen a Bartolomaeus de Ripa Romea, que parece otro autor de lapidarios.
Lapidario, 213. Amatites. Del segundo grado del signo de Sagitario es la piedra a que dicen selinech, que quiere decir amatites… Piedra es muy conocida, y su propiedad es que tiene en sí fuerza retentiva con agudeza, y por esto la aman; y adelgaza la grosura de las cuencas de los ojos. Si la mezclan con leche de mujer, sana la enfermedad a que dicen oftalmia y las llagas que se hacen en los ojos. Si la dan a beber con vino, cura del mal que se hace por retenimiento de la orina. Y también, a las mujeres que tienen enfermedad por razón que les viene mucho su flor, hace que la pierdan.
El Quilatador de oro, plata y piedras de Juan de Arfe, editado en Madrid en 1572, aprovecha los antiguos lapidarios.
Quilatador. Jaspe. El jaspe es una piedra verde con cierta espesura y venas coloradas. Hay de ellas muchas especies, porque unas son verdes con alguna transparencia, otras son verdes con gotas grandes coloradas a manera de beja. Pero entre todas las mejores son las verdes que tienen venas coloradas, porque dicen tener virtud contra las calenturas y contra la hidropesía, y que reprimen el flujo de la sangre. Y engastado en plata ayuda a la virtud
En el siglo XX la antigua tradición de las correspondencias entre vegetales, animales, minerales y astros está recogida por Robert Graves 9 en alguno de sus libros.
Para concluir diremos que actualmente las piedras preciosas continúan atrayéndonos con su brillo atávico y misterioso. Los lapidarios modernos, la mayoría de ellos destinados al gran publico, divulgan todavía los conocimientos extraídos de los lapidarios antiguos y medievales con adiciones procedentes de la cultura hindú y china, y siguen insistiendo en la importancia de las piedras en su vertiente mágica, astrológica y terapéutica; pero respecto a éste último concepto se pone de manifiesto un aspecto novedoso: se trata de utilizar las piedras y gemas en el contexto de la medicina homeopática.
Los alquimistas médicos, entre ellos Paracelso, citan remedios minerales estableciendo una polaridad de acción; Rudolf Steiner, fundador de la Antroposofía (principios del s. XX), vuelve a insistir en el uso de minerales homeopatizados. Hoy dia la litoterapia o gemoterapia desquelacionadora es estudiada por algunos médicos con la finalidad de suministrar el material adecuado a cada paciente en dilución según su patología10.
NOTAS
1.- Véase bibliografia
2.- Son los magos occidentales venidos de Babilonia, cuyas colonias se esparcieron por Asia Menor. Su lengua era un dialecto semítico, el arameo. Sus doctrinas están impregnadas de teorias astrales.
3.- Estudioso inglés de las piedras grabadas de la Antigüedad.
4.- Vocablo procedente de melos = miembro y thesis = posición.
5.- De Kérygma = proclamación hecha por un heraldo.
6.- Véase bibliografía.
7.- Véase bibliografía.
8.- Autor de una enciclopedia medieval, De Natura Rerum.
9.- La Diosa Blanca.
10.- J. Callao Martínez. Homeopatía y moneralogía. Prontuario de gemoterapia homeopática.
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- K.W. Wirberlauer, Antik Lapidarien, Würzburg, 1937.
Una gran parte de los datos de nuestro estudio están basados en:
R. Halleux y J. Shamp, Les Lapidaires grecs, París, Belles Lettres, 1985.
Para saber más:
Marcelino V. Amasuno, «El contenido medico en el «Lapidario» alfonsí», Alcanate: Revista de estudios Alfonsíes, ISSN 1579-0576, Nº. 5, 2006-2007, págs. 139-162. Leer.
María Del Rosario Delgado Suárez, «La Alquimia en el «Lapidario» del Alfonso X El Sabio», Espéculo: Revista de Estudios Literarios, ISSN-e 1139-3637, Nº. 38, 2008. Leer.
Eladio Liñán Guijarro, «Una visión criptopaleontológica del lapidario de Plinio «El Viejo» (siglo I)«, Boletín de la Real Academia de Córdoba de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes, ISSN 0034-060X, Vol. 84, Nº. 148, 2005, págs. 219-236. Leer.
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