Juan de Vigo (1450-1525) fue un médico genovés que ejerció su actividad en un espacio cronológico cuyo punto central se sitúa en el año 1500. Sus datos biográficos no son todo lo abundantes que quisiéramos; sabemos que nació en 1460 y murió en Roma en 1520. Perteneció al grupo de médicos y cirujanos del papa Julio II1. Escribió varias obras, entre las cuáles está su Libro de práctica en cirugía2, o Práctica copiosa3, una de las más conocidas. En la primera de ellas, nuestro autor dio a conocer un medicamento “de su invención” que tuvo un éxito impresionante durante mucho tiempo después. Se trata de sus polvos solutivos.
Antes de seguir, conviene determinar qué se entendía por un medicamento solutivo. Nos valdremos en esta ocasión por las palabras del médico valenciano Juan Calvo4. En su Antidotario5 realiza una clasificación de los distintos tipos de medicamentos6 y describe brevemente sus características principales, entre los cuáles están los “resolutivos” o “solutivos”7. Para Calvo, éstos son los que evacuan por alguna parte del cuerpo8 los humores causantes del tumor contra el que se aplican. Antes de estas palabras, cuando en la misma obra dio los remedios para las “ulceras de los muslos, piernas y pies” y “su curación”, se inclina por el uso de “los polvos de Ioannes de Vigo”9. Pero especifica que se haga si “quedase alguna carne cancerosa”. En tal caso, los polvos serán aplicados, pero mezclados con “alumbre quemado” 10. Calvo es un testimonio de la vigencia de la “medicina” de Vigo durante, al menos, ciento veinte años. ¿Por qué alumbre quemado? Por su facultad cicatrizante. El mismo Calvo, cuando habla de este tipo de medicamentos, pone como ejemplo al alumbre y a la opinión de Galeno en tal sentido.
El médico toledano Juan Fragoso (m. 1597), el primer castellano que citó a Paracelso, también se hizo eco del medicamento en cuestión. Pero, además, puso de relieve algo que resulta ser muy interesante: no había acuerdo sobre su exacta elaboración, y no otorga a Juan de Vigo la autoría de los polvos. Lo leemos en su Antidotario:
“Este polvo es muy conocido, aunque no entiendan todos de que se haze […]. El autor a quien comúnmente se atribuye es Iuan de Vigo de nación Genovés. Aunque Nicolao Massa11 dize auerle compuesto el primero, y aprendio de un viejo impirico grande alquimista.”12
Tal y como dijo Fragoso, las palabras que atribuye a Nicolao Massa son ciertas:
«Et quamvis Ioannes de vigo vir doctissimus ipsus puluere doceat oponere sub noie pulueris ruber / nihil ei debeo in hoc. Quam ante oro potable. ipse scriberet / ego ipsius componebat / r habuit agnodâ viro alchimista sene qui erat mirabilis experimentator.»13
La elaboración que propuso Fragoso era a base de agua fuerte y azogue. Y el agua fuerte era hecha con caparrosa, alumbre y salitre por destilación. El desacuerdo al que aludió él consistió en que, en su tiempo, sus componentes no eran destilados, sino sublimados juntos con el mercurio. Además se quejaba de que el agua fuerte usaban nuestros boticarios no era la correcta, ya que ellos no sabían elaborarla adecuadamente y, simplemente se limitaban a comprarla a los plateros, que la gastaban para el tratamiento de la plata14. Sin embargo, que la elaboración del agua fuerte específica para disolver el mercurio no se hiciera por destilación no implica que la del otro tipo, la hecha por sublimación, no sirviera. Incluso hay aguas fuertes específicas para disolver el oro, llamadas agua regia, que no necesitan de la destilación, como la que nos presentó Juan de Loeches:
«AQUA REGIA SINE DISTILLATIONE. L. Aquae fortis, seu spiritus Nitri lb.j. Salis Ammoniaci pulverati 3iij. Fiat dissolutio igne lento arenae in vase vitreo, vsique repone, solvit aurum.»15
He aquí una de nuestras primeras sorpresas. Cuando decidimos comparar el método y los componentes que nos dio Fragoso en su Antidotario con las descripción que hay en un texto suyo anterior, De succedaneis medicamentis16, vimos que no coincidían:
«PULUIS RUBER IOÂNIS VIGONIS. L. Vitrioli romani. Aluminis roche, an. Salis nitri lib.j. semissem. Ex his per sublimatorium vitreum stillatis fortius autem eo melius sumes, lib. Semissem. Argenti viui, lib. semissem.17
Ahora hay que destilar previamente y luego añadir el mercurio. ¿Qué le hizo cambiar de opinión en el Antidotario? No lo sabemos, tan sólo nos aclara que su elaboración es un secreto, por lo que puede que no estuviera dispuesto a revelarlo entonces:
«Et propterea dico quod est secretum.»18
Aún antes, otro médico, el valenciano19 Miguel Juan Pascual, profesor de Medicina20, fue quien realizó la primera traducción al castellano del Libro practica en cirugia de Vigo21. Pascual nos dice que gracias a esta “medicina”, el cirujano de Julio II “ha ganado muchos dineros y mucha honra”. También señala que “este polvo tiene la corona entre las medizinas q comen la mala carne y por esto digo que es secreto de los secretos corrosivos”, razón por la cual comprendemos, si lo del “secreto” fuese cierto, que, como dijo Diego de Santiago, no todos lo hacían correctamente.
Hasta ahora todos los citados tenían conocimientos sobre destilación y alquimia, una constante que no podemos olvidar, ya que ellos interpretaron las palabras de Vigo. Esto, por otra parte, no significa que su influencia quedase reducida a este tipo de médicos, ni mucho menos22. Es más, incluso circularon recetas que usaban este medicamento como otro componente y sin que se supiese el autor, como la que recogió Juan del Castillo:
L. olei rositi, 3vj., litargyri auri, 3 v. pulveris Vigonis mercurij 3 ij. minij. 3j technicè fiat vnguentum. MODUS FACIENDI. De muchas discreciones que se hallâ en Muchos autores. Nosotros auemos detenido esta, y el Autor nos es incierto, y côuiene que estê subtilisimos estos poluos para que no causen dolor.23
Veamos, antes de continuar, cuál fue la fórmula que “inventó” Juan de Vigo, y que analizaremos después:
“Toma agua fuerte con la qual se aparta el oro de la plata li.j.&, azogue li.&, sea todo puesto en un vaso de vidrio buen cubierto salvo el agujero del alambique, el qual entre otro vaso y sea todo bien tapado que no salga el azeyte y despues ponlo al fuego primeramente blando, despues sucessivamente aumenta el fuego hasta que la agua del todo sea distillada en otro vaso. Despues rompe el vaso en que está el azogue quemado dicho por los alquimistas precipitado y muelele bien sobre una piedra de marmol y pon el tal polvo en el vaso con otra tanta agua fuerte y sea hecho del modo primero y despues vuelve a romper el otro vaso y pon el azogue quemado sobre una piedra de marmol y haz polvo el qual pô en una cazuela al fuego harto rezio y con un palo menealo bien por una hora y media y de este modo hazese muy bueno y es señal del perfecto cozimiento quando tiene color de minio ques zarcô y algo mas claro.”24
Como vemos, se trata de una destilación reiterada de mercurio con agua fuerte a fuego en grado creciente, siguiendo en claro procedimiento alquímico. En realidad, Vigo está produciendo lo que los alquimistas llamaban “el rojo”, una variedad del mercurio sublimado obtenida gracias al ácido clorhídrico que componía el agua fuerte. El hecho de presentar un resultado polvoriento nos hace descartar el cloruro mercúrico, ya que su aspecto final no coincide. Posiblemente se acerque más al “mercurio precipitado rojo”, cuya preparación fue posteriormente muy conocida entre los paracelsistas y los espagiristas junto a su otra variedad más cercana, el “mercurio precipitado blanco”, aunque esto hay que verificarlo, algo que haremos más abajo. Podemos comparar cómo se preparaba una y otra cosa, por ejemplo, con Aníbal Barlet en su Chymie de 165325, o según las propuestas del monje benedictino Jean Beguin (1550-1620)26 en sus Elements de Chymie de 166527.
Respecto del cloruro mercúrico (HgCl2) tiene muchas de las características que los alquimistas proponen como “mercurio de los filósofos”. En la Tercera Obra alquímica, realizada enteramente en un vaso de vidrio cerrado, se “cuece” algo que ha de tener ciertos requisitos: ha de estar unos meses caliente en dicho vaso. El vaso, según las descripciones físicas dadas en muchos textos28, no soportaría más de 500 ºC. Geber nos aclara que esta substancia se extrae del azogue por sublimación, que es muy sutil y tenue, que licúa por debajo de dicha temperatura, ya que luego hay que proceder a su coagulación, límpida como el agua en estado fundido y muy volátil. Que sea fusible “como la cera” descarta a los alcalis. Debe ser una sustancia anhídrida en estado de fusión.
Las sales conocidas en tiempos de Geber eran los cloruros, alumbres, sulfatos, nitratos, alumbres, boratos, acetatos, tartratos y carbonatos. De éstos, fusibles a unos 500 ºC en estado anhídrico no son ni el carbonato, ni el sulfato, el alumbre o los boratos. La volatibilidad descarta a los nitratos, acetatos y tartratos.
Sólo quedan los cloruros, pero los alquimistas dicen que su mercurio no es un metal, aunque tenga origen metálico, por lo que debemos pensar en el cloruro del metal o del semi-metal conocido entonces: Oro, plata, cobre, hierro, plomo, estaño, mercurio, antimonio o arsénico. Al no ser líquido a temperatura ordinaria, ya que hay que calentarlo, se eliminan el tetracloruro de estaño, el tricloruro de arsénico y el pentacloruro de antimonio. Quedan también fuera los que no pueden ser volatilizados, ni, por tanto destilados, por debajo de 500 ºC, o que no son fusibles ni se disocian, como el cloruro de oro, el de plata, el cloruro cuproso, el cúprico, el ferroso, el bicloruro y tetracloruro de plomo, el cloruro de mercurio, el de zinc y el de cadmio. Tienen color tanto en estado sólido como tras la fusión el tricloruro de bismuto y el cloruro férrico, por lo que también se eliminan.
Así pues, sólo quedan el cloruro mercúrico y el tricloruro de antimonio. El primero fundo a 265 ºC en un líquido incoloro, sublima a 295 ºC, hierve a 302 ºC, con una densidad en sólido de 5.4, poco soluble en agua y no deliscuente. Respecto del segundo, la llamada manteca de antimonio (SbCl3), funde a 73 ºC, con una densidad de 2,67, hierve a 220 ºC, atrae mucho la humedad del aire, pero se descompone al contacto con el agua, dando entonces un precipitado blanco de oxicloruro (SbOCl). Ambos son conocidos desde hace mucho tiempo, pero el segundo da mucho humo y es muy nocivo atacando las mucosas. Lémery, en su Curso químico nos da una fórmula para obtener el cloruro mercúrico, que él llama mercurio sublimado corrosivo por sublimación, a base de ácido nítrico o espíritu de nitro, mercurio metálico, o mercurio revivificado, y sulfato de hierro, o vitriolo calcinado. La manera de Geber, es, a pesar de su antigüedad, mucho más fácil de realizar: Sal marina machacada con mercurio metálico y con vinagre destilado, lo que facilita la dispersión. Esta mezcla se sublima, por lo que se evacuan vapores acuosos. El cloruro de magnesio de la sal se disocia y libera ácido clorhídrico. Éste se combina entonces con el mercurio produciendo la sublimación del cloruro mercúrico. Lémery también da la fórmula para la manteca de antimonio29, que los alquimistas y antiguos llaman régulo de antimonio, lobo gris, lobo de los metales, etc., aunque Geber es contrario a ella.
Es aquí donde los alquimistas parecen discrepar. Basilio Valentín, posible pseudónimo de Paracelso, propone la mezcla de ambos. Si se usase sólo en el matraz, el cloruro mercúrico, el águila, emitirá unos vapores blancos que se condensarán arriba, lo que Valentín llama las alturas de los Alpes, por lo que no caen y no se realiza la alimentación del niño, es decir: no hay circulación. Pero si está presente el antimonio, que es más fusible, como hemos dicho, llamado dragón, se forma cloruro de antimonio, cuyos vapores condensan en líquido en el cuello, cayendo a la tierra:
«Es por lo que, verdaderamente, si unes al águila el frío dragón, que tuvo por largo tiempo su domicilio en las piedras, y que vive arrastrándose por las cavernas de la tierra, y los pones juntos en la silla infernal, entonces, Plutón soplará el viento, y del frio dragón hará salir el espíritu volátil e ígneo que, por su gran calor, quemará las alas del águila y producirá el baño sudorífico. Es así como la nieve comienza a fundir en las montañas más altas y se forma el agua, para que el baño universal esté bien preparado y de al Rey la fortuna y la salud.»30
Si bien estos detalles de química no eran conocidos como tales en la Península, tenemos médicos que trabajaron con el cloruro mercúrico. Fue el caso de Gaspar Caldera de Heredia en el siglo XVII, quien, al dar su receta para la preparación del Mercurio vitae31, que se hacía con antimonio y mercurio32, nos despeja las dudas. De todas formas, nuestro ocultista no se olvido de recomendar la máxima precaución.
Las dudas sobre su elaboración se intentaron aclarar en muchas ocasiones en la Península durante el siglo XVI y XVII. Eso nos sugiere que hemos de considerar tan interesante el hecho de la propia existencia de dichos dilemas como el de la necesidad de aclararlas. Es decir: por qué hubo necesidad de ello. La respuesta debería ser buscada entre la pujanza de los medicamentos químicos, el alto grado de experimentación entre médicos y boticarios y las propiedades terapéuticas particulares de los polvos de Juan de Vigo. Una de dichas ocasiones destaca porque delata la presencia de los titubeos, nacidos a partir de la experimentación en materia de Medicina química, hacia el año 1590. En el manuscrito 8.458 de la Biblioteca Nacional leemos:
«LA FORMA Y MANERA DE HAZER EL AGUA FUERTE Y LOS POLUOS DE IUAN DE VIGO, LOS QUALES PONE EN EL LIBRO OCTAUO QUE ES EL ANTIDOTARIO. Agua fuerte. Toma de la caparrosa verde y Piedra alumbre de cada cosa una libra, de salitre libra y media. Y muelase todo junto porque se mezclen bien, y de que esten mezclados se hecharan en una cornuda, o retorta, que sea algo grâdo, porque quede vazia la mitad, la qual a de estar muy bien enualzada (sic) con el varro de la sabiduria y pongaase (sic) en un horno sobre arena de manera que la boca de la retorta este hazia auaxo la qual a de entrar en el cuello de un recipiente grande con el qual se ligara al cuello de la retorta con unos paños de lino y con una pasta hecha de hoxxx, cal y amasado con claras de huevos de manera que por las juntas no pueda salir ningún vapor. Y de que este asi asentada carnamusa se encêdera el horno dandole fuego mâso al principio hasta que el recipiente separe todo el vermejo y yra aumêtado el fuego hasta que no destille ninguna cosa, que entonces se quitara el fuego, y de que esten frios los vasos se desligen y se saque del recipiente el agua fuerte. La manera de hazer los poluos de Vigo por destillacion. De la qual agua fuerte se toma libra y media, de azogue una libra y media. Pongase todo junto en una bocia derecha bien enlutada con el varro de […] y después con mediano fuego se uaya destillando hata que toda el agua fuerte se aya destilado, y la bocia se quiebre. Dexese asi sin le dar mas fuego.»33
Esta forma de hacer es por destilación, como hemos leído y como nos dijo el propio autor. Desconocemos la causa del error a partir de la receta original. Es posible que algunos hubieran seguido a Nicolao Massa y otros a Juan de Vigo, a pesar de que el nombre aplicado a este medicamento diera a entender que su autor original fue el segundo. Pero volviendo a la equivocación que nos habló Fragoso, con un par de décadas de diferencia como mucho, antes del manuscrito, parece ser que no estaba aclarada aún a principios del siglo XVIII en la Península. El ya citado Juan de Loeches, que de paso nos confirma, si le hacemos caso, que los polvos de Juan de Vigo no son otra cosa que el mercurio precipitado rojo en su Tyrocinium, no habla nada de realizar alguna destilación, tan solo de mezclar, evaporar y calcinar el compuesto:
«MERCURIVS PRAECIPITATUS RVBER, SEV Pulvis Ioannis Vigonis, L. Mercurij tbj.34 Aquae Regiae tbij.35 Misce in phiola, ac digere, ad dissolutionem Mercurij. Hinc evaporetur as siccitatem, & sal, seu massa salina pulveretur, & calcinetur vsque quo rubicundissimum colorem acquirat.»36
Félix Palacios, en su Palestra, a pesar de llamar también al mercurio precipitado rojo los polvos de Juan de Vigo, sigue la fórmula anterior, no destilando, aunque cambia dos cosas. En primer lugar, las proporciones, en particular la del agua fuerte, de la cual él sólo usa libra y media; en segundo lugar usa mercurio, pero purificati, es decir sometido a un proceso de limpieza, como pudiera ser el de la dulcificación37. Por lo demás, la elaboración es muy semejante a la de Loeches, aunque lo expuso con algo más de detalle:
«Mercurius praecipitatus ruber, seu Pulvis Ioannis Vigonis. L. Mercurij purificati, tbj. Aquae fortis, tbjB. Ponese el Mercurio en una cucurbita, echase encima el Agua fuerte, se pone en vn Baño de arena caliente, se dexa hasta que el Azogue este dissuelto, en estandolo se aumenta el fuego, y se haze evaporar la humedad, hasta que quede una massa seca, que se ha de hazer polvos remoliendola en un mortero de Piedra; después se pone en una caçuela de barro, se le da un fuego mediano, meneando la materia, hasta que toma un color rubio, ù de naranja, entonces se guardan los polvos para el uso.»38
Para sorpresa nuestra, al confirmar las palabras de Félix Palacios en su Palestra, recurrimos a su tercera edición del Curso Químico39 de Nicolás Lémery (1645-1715)40. Si bien se tratan de dos obras diferentes41 esperábamos que el autor hubiera seguido los consejos de Lémery y los hubiera reflejado en su Palestra. Sin embargo, es en el primer texto, el Curso Químico, donde podemos leer:
«Precipitado rubio de Mercurio: Esta preparación no es más que un Mercurio impregnado de el espíritu de nitro, y calcinado con el fuego. Toma ocho onças de Mercurio revivificado del cinabrio, dissuelvelo en suficiente cantidad de espíritu de nitro, que es ocho o nueve onças… Reflexiones: Esta prepacion (sic) se llama impropiamente precipitado, porque no se haze alguna precipitación. Muchos autores han creído, que aumentando mucho el color rubio de este precipitado, cohobando, `haziendo destilar el espiritu de nitro sobre esta massa blanca: pero por experiencia que he hecho de lo uno, y otro modo de obrar, he conocido son inutiles estas circunstancias.»42
De nuevo, Palacios alteró las proporciones, no sin antes haber experimentado todas las recetas que conoció y haberlas aplicado para verificar cuál era la correcta. Si bien sigue en ambos textos el mismo procedimiento.
Escasos años antes de las propuestas de Loeches y de Palacios, otro boticario muy estimado en la Península, Gerónimo de la Fuente Piérola43 también hizo la suya y también alteró la composición, que la simplificó a una libra de mercurio por dos de agua regia:
«De puluere Mercurij praecipitati, ex Beguino, qui Hispanice de Ioannes de Bigo vocatur. L. Mercurij, lib.1. Aquae Regia, lib. 2.»44
Además de alterar la composición, Gerónimo de la Fuente nos dio algunas otras informaciones muy importantes. La primera es que su fórmula es la que diera Jean Beguin, autor ya citado. Incluso nos dijo que sólo en la Península se conoce el mercurio precipitado rojo como polvos de Juan de Vigo, algo que no es totalmente cierto, ya que, como hemos dicho antes, Johan Jacob Wecker también lo hizo bajo ese nombre ya en los años ochenta del siglo XVI45. Aún más importante, si cabe, es la opinión que diera sobre la relación entre Alquimia-Terapéutica-Sanidad en los años centrales del siglo XVII, que, por considerarla muy interesante y algo dura, hemos recogido. Lo más destacado no es ya que un boticario está familiarizado con los medicamentos preparados según el arte espagírica, sino que, en esos años, ya se sitúe al margen de ella en favor de la química. Es todo un ejemplo del avance peninsular en este terreno:
«Te asombrarás de que en esta clase de química no presento ninguna preparación de los metales que están en uso en la medicina espagírica, ni muchos de los medicamentos que se suelen sacar del antimonio ni del mercurio, los cuáles ignoran las dichas preparaciones químicas y que entre los artistas espagíricos (como comúnmente se dice) no merecen ni tener nombre.»46
Si es importante la existencia de varios modos de elaboración de un medicamento químico, de origen alquimista, ya que recrea el ambiente peninsular sobre la experimentación de este tipo de remedios desde el siglo XVI, aún más resulta la certeza del uso dado, no ya por algunos boticarios, sino por médicos. Y, además, lo que resulta realmente sorprendente es que, entre dichos médicos podamos encontrar a algunos como Andrés Laguna, eminente galenista donde los haya y detractor del uso del azogue por vía externa. Propuso que el enfermo tomase cinco o seis granos de estos polvos con vino, porque
«hazen maravillas en dolores de bubas, euacuando, y desarraigando fuertemente los humores embeuidos en las junturas.»47
No sería hasta finales del siglo XVIII cuando podremos ver, de forma oficial, que el mercurio precipitado rojo, o rubio, se elaboraría sin destilación, según reza en un famoso examen de boticarios, el de Brihuega:
«P. ¿A qué llamamos, aunque impropiamente, precipitado rubio?
R. Al mercurio disuelto en el ácido nitroso, evaporado, y calcinado, hasta que tome color rubio.»48
Propiedades terapéuticas de los polvos de Juan de Vigo
Aparte de las ya mencionadas propiedades, los polvos de Juan de Vigo podían corroer la carne mala sin causar dolor. Esto ocurría según la propia fórmula de Vigo. No obstante, el que se hacía por resolución entre los boticarios españoles de fines del siglo XVI sí que causaba dolor. Al parecer, dicha resolución no eliminaba por completo la malicia del agua fuerte, cuestión, por otra parte, que se evitaría con una perfecta calcinación49.
Fragoso, en su Antidotario, también dijo que cicatrizaba las llagas, ni dejaban fístulas en cualquier abertura que estuviera en lugares húmedos o excrementosos. Además, si se requiriese una potencia mayor, Fragoso añadía a estos polvos alumbre quemado, aumentando así su facultad cicatrizante50. Esta variante en la aplicación terapéutica también era practicada por Félix Palacios51, quien además nos dijo que algunos lo administraban por vía interna, y Juan de Loeches52.
Conclusión
Desde su nacimiento, este medicamento fue aplicado, pese a las divergencias sobre su elaboración, con asiduidad. Su origen alquimista, especialmente en cuanto a su elaboración se refiere, no impidió que la Medicina lo aceptase con escasos reparos. Tan sólo su aplicación interna y algunos otros errores pudieron ser, en ocasiones, contrarios a su afianzamiento dentro de la Terapéutica. De cualquier forma es otro ejemplo de la presencia de la Alquimia en la Sanidad peninsular y europea desde muy tempranas fechas. Ello no significa que cada uno de los que lo utilizasen fuesen conscientes de su origen extra-medicinal. No fue a ellos a quien les correspondió dejar patente la presencia de este tipo de remedios, que, como otros, alcanzaron un normalidad dentro del panorama de los medicamentos químicos.
Quizás éste en especial habrá que considerarlo como uno de los primeros en lograr tal status, razón por la que nos hemos interesado en él. Nicolao Massa, un médico de reconocido prestigio y muy influyente durante mucho tiempo, evocó con admiración a quien le dio a conocer su preparación: un alquimista. Llama la atención el calificativo que le añadió: un experimentador digno de admirar. Cabe preguntarnos cuántas veces los médicos se sorprendieron gratamente hacia los que experimentaban, fuesen o no alquimistas, en pleno Humanismo. Al menos, Massa lo reconoció sin reservas.
Los años finales del siglo XVII presentan unas características para su estudio únicas. Es una ventaja, o desventaja, según se mire, el hecho de poder contar con todos los elementos deseables y deseados. Si queremos encontrar a un galénico defendiendo posturas a favor de la química, lo hallaremos. E igualmente ocurre con cualquier otro aspecto. Su estudio profundo revelará, sin duda, que no fue tanto el atraso de nuestra Medicina respecto de la europea. En general, podríamos decir que la situación generada, lo fue a partir de la discusión sobre la importancia de la Medicina química, derivando en cuestiones mayores que deben ser insertadas en un tiempo de cambios. Quizás se hubiera llegado a una saturación que fue rota en estos años, a una acumulación de factores que se revelaron de muy difícil convivencia, más una época de inestabilidad.
Todo ello, sin embargo, no sería posible sin la presencia de algunos factores, como la debilidad del galenismo, reducido en su forma más pura al ámbito universitario, la pujanza de la experimentación y la creciente presencia de la química entre los médicos.
1 Llamado Giuliano della Rovere, llegó al papado en 1503 y estuvo en él hasta 1513, cuando murió. Fue más amante de la guerra que de la actividad cultural. En su tiempo, Roma no se preocupaba de los gastos, ya que sus ingresos eran desmesurados.
2 Ediciones usadas aquí: Valencia, 1537, RAH, 1/1005 y Toledo, 1548, B.N., R-2471. Incluye una larga disquisición sobre el origen del “morbo gallico”.
3 Roma, 1517. Trata de varios remedios, no ya de enfermedades en sí, sino de curaciones de heridas, como las producidas por armas de fuego y su toxicidad, por ejemplo. Para este caso propone el uso de hierro candente, o bien aceite hirviendo, seguido de la aplicación de diversos emplastos aromáticos, como la “pomada egipcia”. En el siglo XVI se manejaron varios tipos de “ungüentos egipciacos”, considerados en el grupo de las “medicinas corrosivas compuestas”, como el de Mesué, o el de Avicena, de mayor potencia. Los componentes de éste último eran la miel, el verdete (carbonato de cobre), alumbre y vinagre. Juan de Vigo prefería usar vinagre añejo y añadir, además de arsénico pulverizado, tres quintas partes de solimán (mercurio sublimado), diciendo que era bueno para la “gangrena y ascachilos”. B.N., R-2471, fol. ccxli. Nos será útil más adelante saber cuáles eran las “medicinas corrosivas simples” citadas en el texto: Esponja marina, cal medianamente lavada, el coral “bermejo” y el alumbre quemado, el que más nos interesa por ahora.
4 Este médico ejerció de “lector de Medicina” en la Universidad de Valencia al menos durante doce años (1645-1657).
5 No he podido conocer una edición separada. En cambio hay, al menos, dos que aparecen unidas a sus tratados de cirugía: Primera y segunda parte de la cirugia universal, y particular del cuerpo humano, que de las cosas naturales, no naturales y preternaturales… Y del antidotario en el qual de trata de la facultad de todos los medicamentos según Galeno, Madrid, Mateo de la Bastida, 1657.
6 Son nueve: repercusivos, atrayentes, resolutivos, emolientes o ablandantes, supurantes, mundificantes, cicatrizantes, cáusticos y anodinos.
7 Calvo, J., 373.
8 Mayormente los poros de la piel.
9 Rafael Folch dijo que los polvos de Juan de Vigo eran óxido mercúrico. Folch Andreu, R., «La Química», en VVAA, Estudios sobre la Ciencia española del siglo XVII, Madrid, Gráfica Universal, 1935, 337-393.
10 Calvo, J., 350-351.
11 Fragoso nos da la ubicación exacta: Massa, N., De morbo gallico, Roma, 1532, lib. 6º: “de morb. Neapolit”, cap. 3. Además escribió unas Epistolae medicinalis, Lyon, 1556.
12 Fragoso, J., Cirugia universal, Alcalá, 1606, 6ª edición “ahora nuevamente emendada y añadida”, Antidotario, “De polvos”, 417. Edición manejada: B.N., 3-14719.
13 Massa, N., De morbo neapolitano, Lugduni, 1534, 81, edición manejada: B.N. 2-42413
14 Lejos de dudar de las palabras de Fragoso sobre que los boticarios no sabían hacer el agua fuerte destilada, no hemos encontrado referencias documentales que demuestren la compra de este producto a los plateros, por lo que no hemos podido determinar si era, o no, una práctica habitual en su tiempo, ni tampoco saber a quiénes se estaba refiriendo. No obstante, parece clara, por este y otros datos, la relación entre los alquimistas y los plateros.
15 Loeches, J. de, Tyrocinium Pharmaceuticum, Madrid, Baltasar de San Pedro, 1719, lib. II, 410.
16 Fragoso, J., De succedaneis medicamentis, liber denuo auctus J.F. toletano medico et regiae magestatis churugo auctore. ajusdem animadversion, in quam plurima medicamenta composita, quorum et eusu in hispanicis officinis, Sevilla, Emmanuel à Sande, 1632, ed. or.: 1575.
17 Fragoso, J., De succedaneis…, 225v-226v. de la ed. de 1632.
18 Fragoso, J., De succedaneis…, 226 de la ed. de 1632.
19 En el siglo XVI se decía: “Medico valenciano, haldas largas y poca sciencia”. Luis S. Granjel, El ejercicio médico y otros capítulos de la medicina españolas, Salamanca, 1974, 162.
20 Así se declara en su De morborum internorum, Valentiae, Ioannis Mey Flandis, 1555, donde da muchas recetas donde interviene la destilación. Por cierto, que el ex libris del impresor tiene un claro tinte hermético: Un compás sostenido por dos manos y una corona encima de ellas.
21 Vigo, J. de, Libro practica en Cirugia, Valencia, 1537.
22 Juan Jacobo Wecker (1528-1586) le cita en sus Antidotarios, tanto en el “general” (Basilea, Eusebium Episcopun & Nicolai frat Haredes, 1580), como en el “especial” (Basilea, Eusebium…, 1581). Otro fue Gabriello Fallopio (1523-1563), La sua Chirurgia, Venecia, 1620.
23 Castillo, J. de, Pharmacopea universa medicamenta in officinis pharmaceuticis vsitata complectens & explicans, Cádiz, Juan de Borja, 1622, 178v.
24 Vigo, J. de, Libro practica en Cirugia, fols. ccxli-ccxlii.
25 Barlet, A., Le vray et methodique de la physique resolutive, vulgairement dite Chymie, París, N. Charles, 1653, 540-543: “Maniere de faire le precipité rouge dir turbit” y “Precipité blanc & sa maniere”.
26 Patterson, T. S.,Jean Begiun and his Tyrocinum chymicum, Annals of Science, 2 (1937), .243-498; R.P.Multhauf, R. P., Libavius and Beguin, en Farber, E. (ed), Great Chemists, New York–London, 1961, 65-74; Kent, A. & Hannaway, O., Some consideration on Begiun and Libavius, Annals of Science, 16 (1960), 241-250.
27 Beguin, J., Les elements de Chymie, Lyon, Claude de la Riviere, 1665; 240: “Mercure precipité rouge”; 332: “mercure precipité blanc”; 248: “Mercure precipité en un moment”.
28 Por ejemplo en Filaleteo, I., La entrada abierta al palacio cerrado del rey, Amstelodami, Johann Janson à Waesberge, 1667, cap XVII: «De las proporciones del vaso, de su forma, de su materia y del modo de cerrarlo.»
29 Se puede ver en Palacios, F., Palestra Pharmacéutica, Madrid, Juan García Infanzón, 1706, parte V, cap. VI, 462-464: De los régulos. Recordemos que los alquimistas llaman a la estibina antimonio.
30 Valentín, B., Doce claves de la Filosofía, París, 1956, clave segunda, ed. or.: 1694.
31 Caldera de Heredia, G., Casparis Calderae de Hereda… Tribunal magicum quo omnia quae ad magiam spectant, Lugduni Batavorum, Johannem Elsevirum, 1658, 499.
32 Según Rafael Folch Andreu, el Mercurius vitae es el actual oxicloruro de antimonio, obtenido por la reacción del sulfuro de antimonio con el cloruro mercúrico, luego se destila el cloruro de antimonio y se precipita en el seno del agua. Folch Andreu, R., «La Química», en VVAA, Estudios sobre la Ciencia española del siglo XVII, Madrid, Gráfica universal, 1935, 337-393, 342.
33 B.N., ms. 8..458, h. 84-87v. Sobre este manuscrito, ver su descripción en Loring Palacios, J. M., Aportación de los destiladores de El Escorial a la fabricación de quintaesencias. Materia vegetal empleada en dichas técnicas y un tratado anónimo de destilación (s. XVI) en el ámbito escurialense, en Campos y Fernández de Sevilla, J. (dir), Actas del Simposium La Ciencia en el Monasterio del Escorial, El Escorial, EDES, 1993, I, 585-615.
34 Tbj: Una libra de peso.
35 Tbij. Dos libras de peso.
36 Loeches, J. de, Tyrocinium…, 447.
37 La dulcificación consiste, principalmente, en lavado con agua, que otros llaman lixivación.
38 Palacios, F., Palestra Pharmacéutica, 444.
39 Palacios, F., Curso Químico, Madrid, Manuel Román, 1721.
40 Lémery, N., Cursus chymicus continens modus parandi medicamenta chymica, París, Io. Pictetum, 1681, edición manejada: B.N. 2-61944.
Wisstein, E. «Eric Wisstein’s Treasure Troves of Science.»
<http://www.treasure-troves.com/bios/ Lemery.html>. 2000.
41 «…gravó con tal destreza su proprio (sic) rostro […] en el Arte Chymico del Doctor Nicolàs Lémery, Francés insigne, gravó su traductor tan perfectamente su genio estudioso… Ahora, con estudios de su propia Oficina, passa a enriquecernos de sus loables tareas…» Aprobación del Doctor Juan Díaz a la Palestra Pharacéutica, de Félix Palacios.
42 Lémery, N., Curso Químico… Traduzido en castellano por Don Felix Palacios, Madrid, Manuel Román, 1721, 89.
43 Gerónimo de la Fuente Pierola fue Ayuda de la Real Botica. Previamente había ejercido como boticario mayor del Hospital General de Madrid. Juró su plaza en 24 de febrero de 1644, (A.G.P., Expedientes personales, 379/12). En marzo de 1650 fue expulsado de la Real Botica por tener botica propia en la plaza de Santa Cruz de Madrid, incompatible con el ejercicio al servicio real (A.G.P., EP 321-34). En marzo de 1666 fue propuesto para la plaza de Boticario Mayor, puesto ocupado finalmente por Simón García (A.G.P. EP 400/38). Destacó por ser el primer autor farmacéutico que incluyó el término de químico en su título: Tyrocinio Pharmacopeo methodo medico y chimico (Madrid, 1660), describiendo algunos medicamentos químicos en su farmacopea particular, si bien no son demasiados ni de gran novedad. En 15 de julio de 1639 recibió el título de visitador de boticas de los arzobispados de Granada y Sevilla y de los obispados de Córdoba, Cartagena, Cádiz, Guadix y Almería (Valverde López, J. L. y Pérez Romero, J. A., Jerónimo de la Fuente Piérola y la visita de Boticas en el Arzobispado de Granada, Ars Pharmacéutica, 14 (1973), 39-46).
44 Fuente Piérola, G. de la, Tyrocinio Pharmacopeo. Methodo medico, y chimico en el qual se contienen los canones de Joannes Mesue Damasceno, y su explicacion; assi sobre la elección de las Medicinas simples, por la comprehension de los juyzios dellas, secundum esse propium, Zaragoza, Manuel Román, 1698 (1ª ed.: 1683), 193, edición manejada: FF, RI/4-12.
45 Wecker, J. J., Antidotarium speciale, a Io. Iacobo Vueckero ex opt. authorum… scriptis fideliter congestum… & … auctum…, Basilea, Eusebium Episcopum & Nicolai Frat. Haeredes, 1581, «Autores citados en esta obra», edición manejada: B.N. 3-5400-1.
46 «Miraberis, in quâquod in hac classe chymica nihil de metallorum praeparatione spagyirica usum ostêdo; & maxime de medicamêtis quae es antimonio, & argento vivo solêt elici; quorum praeparationes chymicas qui nescit, inter Artifices spagyricos (ut communiter fertur) nomen habere non meretur.» Fuente Piérola, G. de la, Tyrocinio Pharmacopeo. Methodo medico, y chimico en el qual se contienen los canones de Joannes Mesue Damasceno, y su explicacion; assi sobre la elección de las Medicinas simples, por la comprehension de los juyzios dellas, secundum esse propium, Zaragoza, Manuel Román, 1698 (1ª ed.: 1683), 193, edición manejada: FF, RI/4-12.
47 Según Fragoso en su Antidotario, 478.
48 Brihuega, F., Examen Farmacéutico, galénico-químico, teórico-práctico, Madrid, Vda. e hijo de Marín, 1796, 3º ed.
49 «Corroen la carne mala sin causar dolor assi como el lo dice, y los que los boticarios hazê por resolución causan mucho dolor porq qdan en ellos la malitia del agua fuerte». B.N. ms 8.448 h.84v.
50 Fragoso, 447-448: «Son estos polvos muy singular remedio para que no queden fistulas en las llagas de los abcessos abiertos en el peritoneo, o en la boca, o en semejantes lugares, de suyo humedos y excrementosos […] Y si la necesidad de mundificar es mayor, junto polvos de alumbre quemado con los de Vigo, y hazen una escara tan fuerte, que no lo creera quien no lo hubiere experimentado.»
51 Palacios, F., Palestra…, 444: » Mixto con alumbre quemada, aplicado sobre fistulas, llagas y ulceras envenenadas, los mundifica. Algunos lo dan internamente, pero tiene mucho peligro.»
52 Loeches, J., 447: «Valet ad ulcera, & vulnera externa, & carnes excrescentes consumit.»
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