Como sabemos, el nombre de Ramón Llull (1232-1316) va unido a un gran número de escritos de alquimia desde la segunda mitad del siglo XIV, es decir, unos cincuenta años después de su muerte. Seguidores del pasado y eruditos modernos han mostrado opiniones divergentes sobre la atribución a Llull de obras alquímicas que, según su propia consideración, siempre habían sido altamente apreciadas por los adeptos de la tradición hermética. Recientemente, se ha emprendido un replanteamiento de todo el problema de la alquimia pseudoluliana, partiendo de un punto de vista distinto: en lugar de cuestionar si Llull es o no el autor de los escritos sobre alquimia, las obras que se le atribuyen se consideran como un centro de atención per se, siendo su vinculación con la figura histórica del filósofo mallorquín tan sólo un aspecto (aunque muy importante) de un complejo problema histórico. La tradición manuscrita de las obras de alquimia atribuidas a Llull y su relación mutua, confirmada por citas cruzadas y por la afinidad de contenido, nos permiten remontamos a los orígenes de la obra global, hasta un núcleo original de unos pocos escritos.
El primero de ellos, el Testamentum, escrito en 1332 o poco antes, y unas cuantas obras más del mismo autor (Liber lapidarii, Liber de intentione alchimistarum), están estrictamente vinculados al Codicillus (escrito quizás por el mismo alquimista o por algún discípulo); todos convergen en el tema del elixir alquímico e ilustran sus múltiples aplicaciones. El mismo desarrollo de la obra aparece en dos escritos ampliamente divulgados (Epistola accurtationis y el Compendium animae transmutationis metallorum) que, al parecer, proceden de los anteriores. Asimismo, encontramos una serie de obras que se centran en la destilación del alcohol del vino con fines alquímicos. La primera y más importante de ellas es el Liber de secretis naturae seu de quinta essentia, que depende en gran medida del De consideratione quintae essentiae, escrito por Juan de Ruspescissa entre 1351 y 1352. También hay otros escritos menores sobre las aguas destiladas, la quinta esencia alquímica y el oro potable, que se remontan al siglo XIV.
Hay una diferencia básica que distingue el Testamentum del Liber de secretis naturae, si bien todos los manuscritos conocidos atribuyen ambos textos a Ramón Llull. Además de desarrollar diferentes doctrinas alquímicas, el autor del Testamentum no lo atribuye intencionadamente a Llull, mientras que el del Liber, sí. Sin embargo, esto no significa que la atribución pseudoepigráfica subsiguiente del Testarnenturn carezca de fundamento. Las ideas lulianas y el estilo (básicamente, la utilización del alfabeto y de las cifras) dan a este libro un carácter peculiar dentro de la tradición alquímica de la que arranca; además, en él se cita una obra auténtica de Llull, el Arbor philosophiae desideratae. Así pues, el Testamenturn demuestra que, pocos años después de la muerte de Llull, su pensamiento ya había entrado en contacto, precisamente, con aquellas doctrinas alquímicas que el propio Llull había rechazado claramente en gran parte de su obra, en especial en el famoso diálogo entre el alquimista y el fuego en Félix. Posteriormente, este tipo de asociación se fomenta vivamente en el Liber de secretis naturae seu de quinta essentia.
Sus tres libros, referidos a la utilización química y farmacológica de la quinta esencia, son colocados en un marco unitario por medio de un prólogo y de un epílogo, en los que el autor defiende la continuidad entre la filosofía luliana y la alquimia, llegando a admitir que las frases de Llull contrarias a la transmutación iban dirigidas contra los «falsos» alquimistas. Así pues, en el Liber, la alquimia se presenta como una verdadera rama del arbor scientiarum de Llull.
Desde nuestra posición privilegiada, más bien podría pensarse que se trata de un injerto logrado.
El intento que se hizo en el Liber de secretis naturae seu de quinta essentia, de que la alquimia fuera coherente con la filosofía luliana, pronto dio paso a una leyenda en la que convergían muchos temas, y que ya apareció, aunque de manera dispersa, en los primeros trabajos alquímicos atribuidos a Llull. La leyenda, en su forma definitiva, explicaba que Llull se había «convertido» a la alquimia gracias a otro ilustre catalán, Arnau de Vilanova, ya que el descubrimiento del elixir alquímico le había dado una vida extraordinariamente larga. Llull había sido llamado a la corte del rey Eduardo de Inglaterra, donde fabricó oro alquímico para utilizarlo en el objetivo del rey de cruzada contra los árabes; y finalmente fue encarcelado por el impío rey, quien había decidido emplear el oro alquímico en una guerra contra los franceses. En una versión de la leyenda del siglo XVI, se añade que Llull, durante su cautividad, recibió la visita de unos ángeles, los cuales le revelaron más secretos alquímicos. Además, se retrata una genealogía imaginaria de reyes, a partir de los prólogos y las dedicatorias de los primeros trabajos de la obra: el rey traidor se llama entonces Roberto, mientras que Eduardo (el hijo de Roberto) ofrecía protección a Llull, el cual escribió para él una serie de libros; finalmente, Carlos, el hijo de Eduardo, se convirtió en el discípulo preferido, a quien el anciano alquimista confió todos sus conocimientos, ofreciéndole la clave de sus secretos y escribiendo para él sus últimos y más claros libros. En esta hábil versión, la leyenda nos introduce en la rama definitiva de la obra alquímica pseudoluliana: una recopilación de escritos, cuyos títulos imitan la obra de la primera época y cuyo contenido orienta la alquimia pseudoluliana hacia los trabajos de los rosacruces.
En la base de esta construcción alquímica encontramos, como acabamos de ver, el Testamenturn. Se trata de una obra muy importante, no sólo porque constituye la piedra angular de toda la obra seudoluliana, sino también, y acaso fundamentalmente, porque es la prueba principal de un cambio característico en el sentido de la alquimia de comienzos del siglo XIV. En efecto, el Testarnenturn es el principal libro que ilustra el desarrollo de la alquimia a partir de una metalurgia imbuida de valores religiosos y10 filosóficos, hacia un arte de perfeccionamiento de todo el campo de la materia, incluyendo el cuerpo humano. El autor, cuyo nombre permanece desconocido, elabora una verdadera filosofía alquímica, cuyo principal ohietivo es explicar, en términos filosóficos (es decir, empleando el lenguaje aristotélico de la filosofía medieval natural), la producción de un agente de perfección material llamado elixir.
El carácter peculiar del elixir estriba en que puede transmitir su perfección a cualquier ser con el que entre en contacto (se proyecta, en palabras de los alquimistas), desarrollando una virtud que crece hasta un grado infinito, mediante unas soluciones y «circulaciones» consecutivas en el receptáculo alquímico. Así pues, el elixir, también denominado «piedra filosofal» (lapis philosophorum) o «nuestro oro» (aurum nostrum), no es simplemente una cantidad de metal precioso inerte, resultado de la transmutación de otro más básico, sino una cosa material dotada de energía, a través de la cooperación entre un ser humano y la naturaleza. Reúne en sí mismo la incorruptibilidad, es decir, la más alta perfección de los seres inanimados (y, en efecto, en su preparación, los más perfectos de ellos -el oro y la plata- se emplean como «semillas» de perfección) y la virtud de reproducir esta misma perfección (un poder dinámico análogo a la función de la vida con respecto a los cuerpos vivientes). En su definición más filosófica, el elixir es «verdadera constitución» (verum temperamentum) producida mediante operaciones manuales.
Este carácter artificial le impidió ser englobado en las categorías de la filosofía escolástica de la naturaleza, como apuntó el filósofo inglés Roger Bacon al definir la alquimia (teórica y práctica) como la doctrina más universal que revela la verdad oculta o tan sólo expresada parcialmente en los lenguajes de la medicina y la filosofía natural. El autor del Testamentum -que, probablemente, era un médico formado en Montpellier- definía la alquimia como «una parte oculta de la filosofía, la más necesaria, una arte básica que no puede aprender cualquiera. La alquimia enseña a cambiar todas las piedras preciosas hasta que consiguen el verdadero equilibrio de cualidades; a llevar los cuerpos humanos a su estado óptimo de salud; y a transmutar todos los metales en verdadero Sol (oro) y auténtica Luna (plata), a través de un cuerpo único, una medicina universal, a la que se reducen todas las medicinas concretas».
La cita anterior procede del Testamentum bilingüe (catalán y latín), conservado únicamente en un manuscrito (Oxford, Corpus Christi College, 244). Aun cuando la primacía del texto catalán sobre el latino no parece hoy tan clara como apuntaba, hace algunos años, Pere Bohigas, ambas versiones son prácticamente contemporáneas e indican un origen catalán o una difusión temprana en esa lengua de esta importante obra. Se hace necesaria una investigación más a fondo, aunque, cuanto menos, hay dos elementos claros: en primer lugar, existe un vínculo entre la idea de elixir como medicina (mater medicinarum), desarrollada en el Testamentum, y las enseñanzas médicas de Arnau de Vilanova, cuyo Aphorismi de gradibus se incluyó en 1309 en el programa de la facultad de Medicina de Montpellier; en segundo lugar, nuestro alquimista viajó por Cataluña, Francia e Inglaterra, y su libro representa un trabajo original en el desarrollo de la alquimia médica (o mejor dicho, farmacológica), que había de redondear unas décadas más tarde Juan de Ruspescissa. Esta tendencia médica hacia la alquimia, caracterizó gran parte de la siguiente producción pseudoluliana, concretamente -como hemos visto antes- el Liber de secretis naturae seu de quinta essentia, que finalmente sustituyó el libro de Juan de Rupescissa: fue la recomposición atribuida a Llull, y no la elaboración original de Ribatallada, el principal vehículo para la defensa del uso alquímico de la quinta esencia del vino. Así, el nombre de Llull desempeñó un significativo papel en este importante capítulo de la historia de la ciencia medieval y de la primera época del renacimiento, que preparó el camino a la investigación posterior de Paracelso y sus secuaces.
Sabemos muy poco de la difusión de la alquimia pseudoluliana durante el siglo XIV, especialmente por los poquísimos manuscritos alquímicos datados en esa época, un problema común a todo el campo de textos alquímicos escritos por -o atribuidos a- autores medievales. En contraposición a esto, la envergadura de la obra alquímica pseudoluliana fue impresionante a lo largo de todo el siglo XV, cuando se le sumaron obras de nueva creación y empezaron a aparecer recopilaciones de los primeros manuscritos. Algunas de estas obras están ricamente ilustradas, como algunos de los famosos manuscritos que hoy se encuentran en bibliotecas de Florencia, Londres, Oxford y Yale.
La alquimia se había convertido, a todas luces, en un tema que interesaba a los médicos del siglo XV, acaso porque buscaban unos remedios que resultaran más eficaces que los galénicos tradicionales; y a menudo este interés se centraba en los tratados de «Llull». En Florencia, un orfebre analfabeto, Lorenzo da Bisticci, aplicó sus conocimientos artesanos al uso de las aguas medicinales y obtuvo una medicina maravillosa que comparó con Jesucristo. Acababa de leer el Ars operativa medica, cuyo autor afirma que es Ramón Llull y que ha aprendido el maravilloso arte de la destilación del rey Roberto, el cual, a su vez, lo había aprendido de Arnau de Vilanova. En Inglaterra, en 1456, un grupo de eminentes médicos firmó una petición al rey para que les permitiera elaborar el elixir, mater medicinarum. Entre los firmantes estaba John Kirkeby, capellán del rey, el cual, un año antes, había aprobado la ejecución de un importante compendio de alquimia pseudoluliana centrado en el Testamentum y en el Liber de secretis naturae seu de quinta essentia: el manuscrito bilingüe de Oxford anteriormente citado.
Habida cuenta de este interés médico por la alquimia, no ha de extrañarnos encontrar una serie de trabajos alquímicos atribuidos a Llull, en la recopilación manuscrita que había sido propiedad de Nicolás de Cusa (1401-1464), el médico luliano que vivió en el Tirol a fines del siglo XV. Y acaso tampoco debería sorprendernos descubrir que Bernardo de Lavinheta incluyó el Ars operativa medica, así como extractos de Rupescissa, en su enciclopedia luliana, que había de influir en tantos pensadores renacentistas, de Giordano Bruno (1548-1600) a Johann Heinrich Alsted (1588-1638). No obstante, cuando nos damos cuenta de que el cusano no sólo disponía de un manuscrito del Testamentum, sino que lo habían copiado especialmente para él, podemos quedar realmente sorprendidos al principio. Y también nos puede desconcertar el descubrir que, en Florencia, unos veinte años antes, Giovanni Pico della Mirandola introdujo temas lulianos en sus círculos filosóficos. Un manuscrito maravillosamente ilustrado, con tratados alquímicos pseudolulianos, fue elaborado para un desconocido mecenas en el año 1475; el pintor retrataba a Llull con una larga barba blanca y hábito franciscano, en diversas escenas alquímicas, otorgándole la categoría de alquimista y mago hermético, que había de difundir su fama por diversos entornos filosóficos del renacimiento. Una importante recopilación de manuscritos alquímicos, reunidos en el siglo XVI en Francia (actualmente en la colección Caprara de la Biblioteca Universitaria de Bolonia), muestra un interés luliano específico, confirmando el alcance del interés alquímico entre los lulistas franceses de los siglos XVI y XVII. Este tipo de episodios se podría multiplicar fácilmente. En conjunto, confirman plenamente lo que recientemente ha escrito Anthony Bonner, a saber, que, durante el renacimiento, el Ars luliana era considerada como una introducción general a las ciencias ocultas, «como posible propedéutica general a las ciencias ocultas».
Además, la indiscutible fama de Llull como alquimista, en el renacimiento, constituye claramente la base de la fuerte creencia en la autenticidad de los libros alquímicos de «Llull», defendida por Ivo Salzinger, quien publicó la monumental recopilación del siglo XVIII Raimundi Lulli Opera omnia y defendió la alquimia luliana contra los eruditos Sollier y Custurer. Sin embargo, parece que éstos triunfaron finalmente, ya que Salzinger nunca publicó los volúmenes alquímicos previstos.
Por otra parte, la fama de Llull en los círculos herméticos fue duradera: las principales recopilaciones impresas de los escritos alquímicos -desde la década de 1540 hasta la Bibliotheca chemica curiosa, publicada por Jean-Jacques Manget en 1702-, contienen una sección «luliana», y los autores herméticos siguieron (y siguen todavía) alabando el nombre de Llull, continuando una tradición que nunca se ha quebrado y que Dom Pemety resume en una sola frase, en su Dictionnaire mytho-hermétique (1787): «Ramón Llull, filósofo hermético de los más sabios y sutiles, cuya lectura se recomienda especialmente, por cuanto penetró eminentemente en todos los secretos de la naturaleza».
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