En la década de 1880, la alquimia estaba emergiendo en Gran Bretaña y América como parte integral de la Historia (o Pre-Historia) de la Química; La generación de Ramsay fue la primera en el siglo XIX, y en Gran Bretaña, en enfatizar la importancia de la alquimia en la Historia. Historiadores alemanes de la química habían comenzado a examinar la alquimia como antepasado de la química ya a finales del siglo XVIII y principios del XIX, pero la consideraban simplemente como una aberración intelectual y repleta de superstición.

En resumen, como explicaba Jost Weyer en 1976, las Historias de la Química como la del alemán Johann Friedrich Gmelin (1748-1804) Geschichte der Chemie (1797-99), o en unos de los escasos ejemplos ingleses, el de Thomas Thomson History of Chemistry (1830-31), sólo demuestran que continúan con las tendencias de la Ilustración, siendo incapaces de interpretar la Edad Media en sus propios términos[1]. Simplemente retrataron la historia de la ciencia como una historia de progreso, sacando de la oscuridad a la ciencia falsa del alquimista.
Más tarde aparecieron las conocidas e influyentes historias de la química, como Geschichte der Chemie (1843-47) de Hermann Kopp (1817-1892), entre 1843 y 1847, y la homónima Geschichte der Chemie de Ernst von Meyer (1847-1916) en 1889, reeditada luego en inglés en 1891, 1898 y 1906. Kopp y Meyer reconocieron la contribución de la alquimia a la Química en ciertos métodos técnicos y operativos, pero, al igual que los historiadores anteriores, tomaron las hipótesis alquímicas y sus métodos de razonamiento como ejemplos de su error intelectual. En cualquier caso, fueron los historiadores alemanes quienes comenzaron a interesarse más por comprender los detalles del pensamiento alquímico desde 1880. Sólo uno, en las últimas dos décadas del siglo XIX, el químico francés Marcelin Berthelot (1827-1907) publicó una investigación sobre textos alquímicos originales[2]. Y, a pesar del empuje espiritista y ocultista de aquellos años, no fue sino hasta 1921 cuando se hizo un esfuerzo en Alemania para encontrar una correlación entre los aspectos científicos y filosófico-religiosos de la alquimia, es decir, para considerar la alquimia en su totalidad, a manos de Eduard Färber[3].




Sin embargo, a pesar de la influencia alemana en muchos químicos ingleses del siglo XIX, los escritos de alquimia en Gran Bretaña son significativamente diferentes de las de los historiadores alemanes. Durante los veinte años previos al descubrimiento de la transmutación atómica, el renacimiento alquímico ocultista inglés estimuló la publicación de numerosas traducciones de fuentes alquímicas primarias. Esto provocó que historiadores de la alquimia, junto con los propios químicos, pudieran mirar con simpatía los objetivos y logros de la alquimia como un campo científico y religioso.
Durante el siglo XVII y parte del XVIII, la transmutación alquímica aún persistía como un problema científico “actual”. De esta manera, las “Historia de la Química” de entonces tenían su eje principal en abordar polémicas a favor o en contra de las doctrinas y opiniones sobre la alquimia. Entonces, los escritores que defendían los nuevos ideales científicos se sintieron obligados atacar la alquimia con vehemencia. Bien, pues esto, después de casi siglo y medio, en el resurgimiento de finales del siglo XIX por el interés alquímico, se repitió, al menos en el estilo de debate, volviendo a encender el tono polémico característico de los siglos XVII y XVIII.

Tomemos, por ejemplo, los escritos de un amigo de infancia de Ramsay, llamado Matthew Moncrieff Pattison Muir (1848-1931), un químico de Cambridge que se convirtió en un importante historiador de la alquimia y la química. Muir publicó textos educativos de divulgación sobre química, y sus obras ejemplifican el movimiento que hubo en torno a la recepción de la alquimia en la “Era Atómica” y su inserción en materias educativas. Sin embargo, debido a que el público general estaba empezando a sospechar que la alquimia podría ser una ciencia moderna legítima, también tuvo que asumir la posición de los escritores del siglo XVII, lanzando invectivas contra el «alquimista moderno». Muir comenzó a escribir sobre alquimia en finales de la década de 1880, justo durante la reactivación de las sociedades herméticas en Gran Bretaña[4].



Al mismo tiempo, el ocultista norteamericano Arthur Edward Waite (1857-1942) estaba completando la publicación de cinco traducciones de trabajos alquímicos y de su revista mensual, Unknown World, con la firma James Elliott, un esfuerzo financiado por Lord Stafford[5]. La traducción más importante de Waite, The hermetic and alchemical writings of Aureolus Philippus Theophrastus Bombast, called Paracelsus, apareció en 1894. Muir fue consciente del público interés en la alquimia provocado por Waite y otros, citando extensamente en su libro, por ejemplo, la nueva traducción que hiciera Waite de El carro triunfal del antimonio de Basilio Valentín[6]. Al contrario de sus historiadores alemanes contemporáneos como von Meyer, Muir exploró de forma extensa a la alquimia en sus propios términos, tomando en serio su teología mística: Decía Muir que en sus aspectos más burdos, la alquimia fue un intento inútil de transmutar todas las cosas en oro; en sus aspectos más refinados era un sistema místico de lo teología oculta, y usaba un lenguaje como el que usan los teólogos de todas las épocas. Y había un tercer aspecto de la alquimia en el que aparecía como un arte o una artesanía.
Muir, pues, consideraba la alquimia como expresión religiosa y como una ciencia legítima de su tiempo, no como expresión religiosa. Simplemente acreditándolo con algunos logros técnicos, como lo habían hecho los historiadores anteriores. Él además señaló que la alquimia era incapaz de alcanzar los conocimientos de la química moderna (por ejemplo, que el cambio sólo se produce en compuestos en lugar de en los elementos mismos). Muir decía que la alquimia carecía de instrumentos suficientemente precisos para un análisis cuantitativo riguroso. En este período inmediatamente anterior al descubrimiento de la radioactividad, Muir, como Crookes, Lockyer y otros que también realizaron investigaciones espectroscópicas y los desarrollos en la tabla periódica, había empezado a preguntarse si, de hecho, podría haber algún tipo de unidad de materia que se asemejara a la hipótesis alquímica. Explorando la periodicidad de los elementos e implícitamente haciéndose eco de la hipótesis de 1815 de William Prout (1785-1850) de que todos los elementos eran de alguna manera compuestos de hidrógeno[7], Muir decía que la investigación de la Química

“nos enfrenta cara a cara con la cuestión de la unidad de la materia ¿Son los elementos fundamentalmente diferentes? … La Química plantea una pregunta que se parece mucho a la cuestión de la alquimia. ¿Existe en la naturaleza un tipo primario de materia de la cual, y sólo de la cual, se componen todas esas cosas a las que estamos acostumbrados a llamar diferentes tipos de materia?»
Sin embargo, habiendo estado cerca de aceptar la afirmación de los ocultistas de que la concepción alquímica de la materia ofrece ideas relevantes para la química más moderna, Muir agrega caritativamente:
«Esta pregunta es como la cuestión fundamental de la alquimia, pero las dos están separadas por un abismo amplio y profundo. La cuestión alquímica fue hecha con las palabras que había, y podrían no tener ningún significado exacto; los términos con los que expresar la pregunta química son definitivos, ya que representan los resultados de una investigación precisa. La pregunta debe responderse, si se responde, por métodos de investigación químicos, no por alquímicos»[8].

Y Muir se aparta del tono templado y objetivo de la mayor parte de su trabajo cuando hace a ataques retóricamente cargados sobre lo que él llama «alquimistas modernos», refiriéndose cual claramente se refiere a los devotos ocultistas del avivamiento alquímico. Evocando la imprecisión de la alquimia, Muir sostiene que «es peor que ser tonto hablar, como algunas personas hablan, del pasado incierto, de métodos no críticos e inestables, que los elevan como más altos, más nobles y más inspiradores que los precisos métodos de la ciencia». Identifica al «alquimista moderno» como un «teósofo” o “teólogo”. Su objetivo son todos aquellos que prefieren dar lo que llaman una explicación de los hechos naturales por medio de una maquinaria pesada, chirriante, oxidada de imaginaciones sobrenaturales, en lugar de tomarse la molestia de entender incluso el margen de los hechos que dicen explicar; y aquellos que buscan “una explicación de las cosas materiales en un plano espiritual más elevado». Para él son intelectualmente similares a «los alquimista de la Edad Media”. Muir argumenta que es el deber de todo hombre que desee avanzar hacia el objetivo del conocimiento comprobado y permanente dejar de lado los métodos y los resultados del “alquimista moderno”, o como quiera que desee llamarse a sí mismo, o como quiera que busque dignificar sus vanidades dándoles el nombre de ciencia. En definitiva, él es uno de los que lucha por una estrategia común que delimite claramente lo que la ciencia es (la “ciencia dura”, que llama él) frente a la «nebulosa ocultista”.

Este ejemplo de contienda conceptual, en unos momentos tan difíciles para la ciencia como son las etapas de teorización de los experimentos, otros eminentes químicos eminentes se opusieron llamativamente a la “alquimia moderna” y a la emergente hipótesis de la transmutación para explicar la radiactividad. Hacia el final de su vida, hasta Dimitri Mendeleev (1834-1907), por ejemplo, se preocupó bastante por las implicaciones que la radioactividad podría tener en sus científicos y, en general, para la visión del mundo químico. Aunque, en realidad, la exposición más destacada de Mendeleev a la radiactividad, y la génesis de la mayoría de sus puntos de vista hostiles del fenómeno, fue su visita al laboratorio de los Curie en París en 1902. Lo que vio alli le provocó preocupaciones similares a las de los espiritistas. Y escribió en el cuaderno de notas de su visita a París: «¿Puede uno puede admitir si hay espíritu en la materia y en las fuerzas? ¿Sustancias radioactivas, espiritualismo?'»[9]. Mendeleev encabezó de forma insistente, y por razones científicas, ataques contra todos los reclamos de transmutación, contra esa «nueva alquimia» ofrecida por personajes como Stephen Emmens (que afirmaba haber transmutado plata en oro, y que veremos más adelante), y también contra las teorías científicas de la transformación de la materia durante la descomposición radiactiva, y lo hizo incluso contra la hipótesis de Prout de que los elementos químicos no eran fundamentales, sino que estaban compuestos de combinaciones de átomos de hidrógeno. Todo ello, tanto su oposición a las tesis de Prout, como a las teorías de la transformación radiactiva, lo hizo basándose en su idea “metafísica” de la química, en su creencia inquebrantable en la inmutabilidad de los elementos químicos, que le llevó incluso a explicar, sin éxito, la radiación en términos de la teoría del éter.
Sin embargo, el amigo de Muir, Sir William Ramsay, un científico de mucho más alcance que Muir, y uno de los investigadores de laboratorio más competentes de su época, estaba mucho más comprometido con la posibilidad de que la alquimia podría ofrecer una idea de los objetivos y las consecuencias de la ciencia moderna. Como sabemos, Ramsay era miembro de la Sociedad de Investigación Psíquica, y estaba profundamente inmerso en textos alquímicos y herméticos. Su propia pedagogía química dejó hueco lugar para la historia de la alquimia en sus clases de la universidad, algo que no le ocurrió a él cuando era quien tomaba las clases de joven.

Las notas que Ramsay habría tomado en los cursos de química dados por John Ferguson (1838-1916), más tarde el presidente honorario de la Sociedad Alquímica, durante los días de licenciatura a principios de la década de 1870 en la Universidad de Glasgow no sobreviven, ni las notas suyas que quedan de ese período, incluyendo las de un curso impartido por Lord Kelvin[10], no sugieren que recibiera formación en historia de la alquimia. Sin embargo, en sus propias clases de curso, que comienzan con las conferencias sobre «Junior Chemistry» que da en la Universidad de Bristol en 1885, incluyó abundante información sobre el pensamiento alquímico y sus contribuciones a la química. Incluían citas, por ejemplo, de un texto hermético clave, «La tabla de esmeralda” de Hermes Trismegisto (que Blavatsky había incluido en su Isis sin Velo de 1877). Sabemos con certeza que Ramsay se apoyó en sus explicaciones sobre La Tabla de Esmeralda en el libro Hermes Mercurius Trismegistus: His Divine Pymander; also, The Asiatic Mystery, The Smaragdine Table and the Song of Brahm, un texto editado por el famoso médium, médico, ocultista y espiritista Paschal Beverly Randolph (1825-1875) y publicado en 1871 por The Rosicrucian Publishing Company. Valga esto como ejemplo de que, si bien Ramsay no era un ocultista practicante, los textos que el revival alquímico promovido por los ocultistas, con sus traducciones y ediciones, habían puesto a disposición de estas eminencias en Química, aumentaron, sin duda, su exposición a los conceptos e ideas incluidas en dichos textos alquímicos. En un curso de química de 1896 que diera en la Universidad de Londres, Ramsay dedicó dos conferencias completas a la historia de la alquimia. Incluso leyó un discurso entero de catorce páginas cuyo contenido era el alquimista benedictino del siglo XV Basilio Valentín. Incluso le pidió a su clase que imaginasen ser estudiantes medievales, y él mismo personificó a Basilio Valentín mientras daba su charla.

El revival de la alquimia en las clases de Química, como parte de la prehistoria de la Química, también fue evidente en la educación de Frederick Soddy, que era veinticinco años menor que Ramsay. La evidencia fue insustancial al principio. Sus cuadernos de notas en sus escasos años en la Universidad de Aberystwyth no muestran ningún rastro de alquimia, ni de su historia. Ya en Oxford, sí que estuvo expuesto a la Geschichte der Chemie de Kopp y al trabajo homónimo de Ernst von Meyer, ambos ya citados, que reconocían a la alquimia como parte de la historia de la Química, si bien es considerada en ambos textos como embarazosamente irracional y precientífica, «un insulto al entendimiento humano» y “cumbre de la aberración mental”[11].

Pero Soddy también estuvo expuesto y confió mucho en el trabajo del erudito y científico Berthelot (amigo de Ramsay, por otra parte) Les origines de l’Alchemie de 1885. Un texto que fue ampliamente leído por prácticamente todos los ocultistas y químicos de Francia, Gran Bretaña y Alemania, y con innumerables referencias en muchas publicaciones periódicas ocultistas hasta bien entrado el siglo veinte. Por contra, Soddy también leyó a Carl Schorlemmer (1834-1892), especialmente su famoso libro Rise and Development of Organic Chemistry, quien, al describir la química orgánica como una ciencia que «se desarrolló casi por completo durante el presente [decimonoveno] siglo», presentó a la historia de la alquimia de forma bastante menos desapasionada en su relación con los descubrimientos relevantes para la química orgánica. Curiosamente, Schorlemmer se basó en el trabajo no sólo de Kopp sino también de Berthelot. Lo que queremos resaltar aquí es que, al igual de la nueva ciencia de la radiactividad tuvo que pasar por una fase de teorización, la recepción de las “historias de la alquimia” publicadas en aquellos años no fue ni lineal ni igualitaria. En sus notas de clase mecanografiadas para sus “Lectures on the History of Chemistry from earliest times”, que dio en el McGill de 1899 a 1900, podemos observar que Soddy llama la atención en su conferencia introductoria que la Geschichte der Chemie de Kopp es «un trabajo estándar sobre alquimia», y que el texto homónimo de von Meyer de 1888, es «muy completo pero poco interesante». Soddy ensalza sus elogios, en cambio, a Schorlemmer calificándolo como «uno de los más fascinantes libros sobre el tema»[12]. En las conferencias de McGill del siguiente año, tituladas «Alchemy and Chemistry «(1900), Soddy había despejado todas sus dudas y se basó principalmente en Berthelot, en lugar de Kopp o von Meyer, como su fuente autorizada sobre la historia de la alquimia[13].
Pero incluso en algunas de las conferencias introductorias de química a las que Soddy asistió en el Merton Collage de Oxford, dadas en su típico estilo educativo bastante conservador de pregrado, se ofrecían ya una breve historia de la disciplina, generalmente siguiendo la periodización de Kopp de la química antigua: el período alquímico, el Iatroquímico, los inicios de la química moderna, con Boyle y Lavoisier, a menudo vistos como el punto de giro hacia la modernidad.
Tanto la conferencia de J. E. Marsh sobre «La historia de la teoría química» en los mismos términos que hizo Soddy en el otoño de 1896[14] y las conferencias de A. F. Walden sobre «Química histórica», celebradas entre octubre de 1897 y marzo 1898, trataron de la historia de la alquimia y la química de Kopp, adoptando su periodización. Walden también se refirió al trabajo histórico de Berthelot sobre la alquimia, dejando para Soddy el tema de los primeros documentos de química, que Soddy estaba leyendo para otros cursos[15].
Por otra parte, no solo los ocultistas sino también los profesores de química estaban empezando a dar un alto perfil a conferencias públicas sobre alquimia. Así, el profesor Henry Carrington Bolton (1843-1903)[16], del Trinity College, dio una conferencia en la Academia de Ciencias de Nueva York en noviembre de 1880 y antes de la delegación neoyorquina de la American Chemical Society en octubre de 1897. Al otro lado del Atlántico, el profesor James Dewar (1842-1923) impartió un curso de seis conferencias en la Royal Institution londinense sobre, literalmente, «Alquimia en su relación con la ciencia moderna» comenzando a fines de diciembre de 1883. El camino de la presencia de la alquimia en círculos académicos y científicos fue imparable. Sólo hay que comparar el curso de 1880 de Bolton con la conferencia de 1897 para demostrar el nuevo lugar que la alquimia había ocupado en la conformación de la identidad de la química moderna.

En la conferencia de 1880, Bolton llevó a un público de habla inglesa algo así como la “línea alemana de la historia de la Química”, al describir a la alquimia como «el padre de la química», digna de alguna explicación detallada y de «conferirle algún compromiso duradero para la posteridad» como el conocimiento sus experimentos, pero teniendo en cuenta que siempre estuvieron basados en la «superstición y los fenómenos inexplicables»[17]. En su discurso de 1897, «The Revival of Alchemy», Bolton todavía castigó a algunos alquimistas modernos como «charlatanes educados». Y también rechazó a las sociedades alquímico-herméticas francesas, citando la propuesta de la Sociedad Alquímica de Francia de «ayudar a revivir las doctrinas unitarias de la química».

No lo podríamos haber dicho mejor que él: «Los recientes descubrimientos recientes en física, química y psicología han dado a los discípulos de Hermes renovadas esperanzas, y la presente posición de la filosofía química ha dado a la doctrina fundamental de la alquimia un sustancial ímpetu». Y es que todo valía para alimentar el revival alquímico. A sus más fanáticos seguidores les valió, entre otros, el trabajo y espectroscópico de Sir Norman Lockyer sobre los elementos en las estrellas, una investigación puramente científica invocada para ayudar a los alquimistas modernos a revivir «las doctrinas unitarias de la química». También se refirió Bolton , en particular, a la investigación realizada sobre química mineralógica, incluidos los trabajos del profesor de química Henry Le Châtelier (1850-1936) y del profesor de mineralogía François Ernest Mallard (1833-1894) sobre los cuerpos gaseosos a altas temperaturas. Las publicaciones entre los años1889 y 1891 de Mathew Carey Lea (1823-1927) en el American Journal of Science sobre las formas alotrópicas de plata (documentos que seguramente influenciaron a los alquimistas que intentaron convertir la plata en oro), y el trabajo de Crookes sobre los «metaelementos» también fueron usadas en el mismo sentido. El mismo Bolton vio que la Tabla Periódica requería que los químicos exploraran la posibilidad de «La convertibilidad mutua de elementos que tienen propiedades químicas similares», y citó el trabajo del químico Daniel Berthelot (1865-1927) como ejemplo.


Y es que resulta muy curioso que mientras que en sus conferencias Bolton daba ejemplos de charlatanes alquímicos modernos y parecía mirar menos serio a algunos de los grupos herméticos franceses que discutió en ellas, la cobertura del New York Times del discurso se centraba principalmente en la cuestión “positiva” de la ciencia moderna en relación con la alquimia. Su título «The Revival of Alchemy» fue seguido por los subtítulos «Conferencias del Dr. H. Carrington Bolton sobre el aspecto precursor de la química moderna» y «Muchos todavía creen en ella»[18]. Ya en enero de 1884, el curso de Dewar de seis conferencias públicas en la Royal Institution no sólo introdujo los problemas y la historia de la alquimia en detalle, sino que también concluyó que la química moderna se relaciona con la cuestión alquímica de la naturaleza de los elementos. Dijo que ahora había llegado a la época de los alquimistas modernos. Las viejas visiones de riquezas repentinas e interminables años gastados para encontrar en la tortura de la naturaleza la rendición de sus secretos tenían habían desaparecido para no volver nunca regresar. Aunque la gran pregunta era si la luz que la ciencia moderna estaba vertiendo ahora serviría para ver si todos esos cuerpos que pasaban como elementos, incluidos los metales, los viejos y los nuevos, pudieran ser no elementos, sino compuestos. Tal resultado, que muchos consideraron bastante probable, se parecería extrañamente a los sueños de la infancia de la química en esta edad madura[19]. De hecho, esta última suposición sería cada vez más importante para la química, pero Dewar se precipitó al pronunciar el final de los objetivos alquímicos de transmutación de metales y la prolongación de la vida a través de un elixir vitae.
Así pues, en la década de 1890, antes del descubrimiento de Soddy y Rutherford de la transmutación radiactiva, la historia de la química ya había absorbido la alquimia. Pero ya hemos visto también que lo hizo inicialmente como un elemento significativo, aunque embarazoso; un antecesor de ningún valor científico contemporáneo, aunque finalmente, como una ciencia. Esa ciencia “primaria” tenía graves contenciones, siendo la principal que los elementos son transmutables y que subyace una materia primaria común a todos. Pero este “reparo” que tenía la alquimia, en vez de ser considerado como algo insalvable, en realidad coloreó vivamente los debates químicos de finales del siglo XIX sobre la Tabla Periódica y la naturaleza de los elementos. De nuevo, esta reevaluación de las hipótesis alquímicas estaba basada en el campo de la química, no de la física.
Eso, sin embargo, no era algo para ser denostado, ni que pudiera ser desprestigiado. Al contrario, resultó ser un salto, un avance, en la posición establecida por los propios químicos, que adoptaron la transmutación alquímica como una investigación programática de la “química moderna”. Los descubrimientos de Soddy, Rutherford y Ramsay sobre la transmutación natural sólo hicieron alentar tal salto. De hecho, la alquimia estaba tan específicamente ligada a la química que moldeó la percepción pública y la autorrepresentación de los químicos mucho antes de Rutherford y de que los físicos lograran en 1919 el conocido como “The Great Work”, cuando el mismo Rutherford logró transmutar nitrógeno en un isótopo de oxígeno bombardeándolo con partículas alfa.
[1] Weyer, J., “The Image of Alchemy in Nineteenth and Twentieth Century Histories of Chemistry”, Ambix, 23:2 (1976), 64–79.
[2] Berthelot, M., Les origines de l’alchimie, París, 1885.
[3] Färber, E., Geschichtliche Entwicklung der Chemie, Berlín, Springer, 1921.
[4] Pattison Muir, M. M., The Story of Alchemy and the Beginnins of Chemistry, 1902: The Alchemical Essence and the Chemical Element, 1894.
[5] Gilbert, R. A., A. E. Waite: Magician of Many Parts, Wellingborough, Crucible, 1987, 80-81.
[6] Waite, A, E., The triumphal chariot of antimony, London, J. Elliott, 1893.
[7] En dos artículos de 1815 y 1816, Prout argumentó que, debido a que los pesos atómicos conocidos de los elementos parecen ser múltiplos enteros del peso del hidrógeno, los otros elementos deben ser sumas o múltiplos de elementos de hidrógeno. Esta tesis fue debatida activamente durante la década de 1820 hasta las mediciones cuidadosas de los pesos atómicos de los elementos a principios de la década de 1830. Ver Brock, W. H., From Protyle to Proton: William Prout and the Nature of Matter, 1785–1985, Bristol and Boston, Adam Hilger, 1985, 82-108. Prout, W., «On the relation between the specific gravities of bodies in their gaseous state and the weights of their atoms». Annals of Philosophy, 6 (1815), 321–330; Prout, W., «Correction of a mistake in the essay on the relation between the specific gravities of bodies in their gaseous state and the weights of their atoms». Annals of Philosophy, 7 (1816), 111–13.
[8] Muir, M. M. P., The Alchemical Essence and the Chemical Element: An Episode in the Quest for the Unchanging. Londres, Longmans & Green, 1894, 89.
[9] Gordin, M. D., A Well-Ordered Thing: Dmitrii Mendeleev and the Shadow of the Periodic Table. New York: Basic Books, 2004, 213-216.
[10] William Thompson (Belfast, 1824- Largs, 1907) reconocido físico y matemático irlandés, aunque residió en Escocia a lo largo de toda su vida.. Desarrolló la escala de temperatura Kelvin. Vicepresidente en 1899 de la empresa inglesa Kodak, fue nombrado caballero en 1866 y ennoblecido en 1892 en reconocimiento a sus logros en Termodinámica. Está enterrado en la Abadía de Westminster junto a Isaac Newton.

[11] Meyer, E. von., A History of Chemistry from Earliest Times to the Present Day (1891), traducción de George M’Gowan. Reed: New York, Arno, 1975, 43.
[12] Soddy, F., “Lectures on the History of Chemistry from earliest times”, 1899–1900, Frederick Soddy Papers, Bodleian Library, Oxford University, Typescript. Item #99, página 1.
[13] Soddy, F.,. “Alchemy and Chemistry”, [1900], Frederick Soddy Papers, Bodleian Library, Oxford University, Typescript. Item #100.
[14] Soddy, F., 1896. “Chemistry Note Book. Merton College. October 1896.” Lecture notes (incluyen las charlas de J. E. Marsh), 1896, Frederick Soddy Papers, Bodleian Library, Oxford University, Item #70.
[15] Soddy, F., “Lectures Veley, Walden, Elford.” Merton College. October 1897–March 1898. Frederick Soddy Papers, Bodleian Library, Oxford University, Bound typescript lecture notes. Item #73.
[16] The Follies of Science at the Court of Rudolph II. Milwaukee, Pharmaceutical Review Publishing Company, 1904
[17] New York Times, 16 de noviembre de 1880, página 2: “Alchemy and Chemistry: Lecture Before the Academy of Sciences By Prof. Bolton, of Trinity”.
[18] New York Times. 17 de octubre de 1897: “The Revival of Alchemy: Dr. H. Carrington Bolton Lectures on the Modern Aspect of Chemistry’s Forerunner”. Página 6.
[19] The Times (Londres), 10 de enero de 1884, 3c: “Alchemy”.
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